martes, 30 de diciembre de 2014

Andrei Tarkovski y su testamento: “Sacrificio” (“Offret”, Suecia 1986), obra profunda y obligatoria para Cinéfilos.



Queridos Cinéfilos


Entre los grandes directores reconocidos universalmente, en los ambientes del Gran CINE, hay un nombre que es muy poco conocido en España, Andrei Tarkovski, lo que opino que se puede deber a que:

Toda su producción (desarrollada entre 1960 y 1986: únicamente siete películas, mas un documental para la RAI y su “opera prima”, un mediometraje que le sirvió como trabajo de fin de carrera, más detalles en http://www.blogdecine.com/directores/la-pasion-de-andrei-tarkovski ) se rodó en la URSS, salvo su última película, “Sacrificio”, que lo fue en Suecia en el año de su muerte (estando ya de facto desahuciado por un cáncer, de ahí que esta película se considere su testamento, por otra parte, bastante concorde por su tema) lo que hizo que si alguna se estrenaba en España lo fuera únicamente en circuidos alternativos. 

Tarkovski es la antítesis de un autor “comercial”, lo que ocurre es que ya cuando ves por primera vez una película suya (en mi caso sólo conozco “Sacrificio”) sientes el pálpito de que estás ante una obra maestra. Yo tuve la primera referencia suya en una emisión del programa “¡Qué grande es el Cine!”, presentado por José Luis Garci, en TVE2 hace 15 o 20 años, en la que medio vi el comienzo de la película, que la emitían muy tarde y, por mi falta de referencia previa, no estaba grabándola. A pesar de descubrirla sólo muy parcialmente con tan corta muestra, quedé impactado (recuerdo especialmente una escena con unas hojas caídas en un tembloroso charco mientras se oían, sin verlos, pasar en vuelo rasante unos aviones de combate cual Jinetes del Apocalipsis nuclear que se desataba…), decidiendo de inmediato que aquello había que conseguirlo. N años después, hace cuatro o cinco, compré el DVD de “Sacrificio” un viernes con la oferta, generalmente de películas muy buenas, que ofrecía el desaparecido diario “Público”, la vi tranquilamente y pude tener una opinión propia. 

 Una vez hace años y comentando “Retorno a Brideshead”, utilicé la comparación entre Varitas de merluza o nécoras de Pontedeume para contraponer una película hasta atrayente pero nulamente profunda contra otra difícil de apreciar pero de un delicadísimo sabor…. siempre que se haya sido capaz de acceder a él. Y para dicha conquista es necesaria una determinada experiencia y, vamos a decirlo sin miedo ni pudor, Cultura, lo que está hoy en día al alcance de una gran cantidad de conciudadanos siempre que hayan tenido el interés y estén dispuestos a realizar el esfuerzo personal imprescindible para dotarse de ella. Y esto es obvio que pasa para todo en la vida: si queremos disfrutar del imaginable placer de “surfear” por un casi túnel de agua envolvente tendremos que estar dispuestos a dedicarle unos cuantos miles de horas, además de ser jóvenes y físicamente dotados para ello. 


La familia
 No sé si el ejemplo es el más claro y ni siquiera si es suficientemente representativo. Seguro que es mucho más complicado llegar a ser un buen “surfer” que tener la experiencia cinematográfica necesaria para apreciar a Tarkovski en general y a “Sacrificio” en particular: Si conocéis un poco y medio al gran Dreyer (su “Ordet”, sobre todo), a Bergman (quizás “El Séptimo Sello” sea el mejor antecedente, entre las suyas) y Lars von Trier (especialmente "Rompiendo las olas" y "Melancolía"), ya tendréis referencias más que suficientes (¡¡y qué referencias!!) para intuir, evaluar y, presuntamente, concluir que “Sacrificio” es una obra maestra del CINE. 

Concluyo mi “crítica” con el apoyo de la inmensamente más fiable opinión de dos Grandes Maestros del CINE

Ingmar Bergman: "Mi primer descubrimiento de Tarkovski fue como un milagro. De repente me hallaba junto a la puerta de acceso a un recinto en el que yo siempre había querido entrar, pero cuya llave jamás me había sido dada, y en el que Tarkovski se movía libre y confiadamente. Me sentí animado, estimulado: alguien había expresado aquello que yo siempre quise decir, sin saber cómo. Tarkovski es para mí el más importante. Ha creado un lenguaje nuevo, que se corresponde con la esencia del cine, porque presenta la vida como reflexión, la vida como un sueño" 

Akira Kurosawa: "Me gustan todas las películas de Tarkovski. Para mí, es el director que mejor ha rodado escenas con agua, en albercas, charcos, etc. Sus obras son muy complejas, pero me parece un director extraordinario. Las películas de Tarkovski son diferentes a todas las demás. Su padre era un importante poeta y él heredó el talento de los poetas. En cierta ocasión, me comentó que le gustaba ver “Los siete samuráis” antes de rodar sus películas; pero yo hago lo mismo, antes de rodar las mías veo “Andréi Rublev”. [...] Tarkovski era un hombre muy simpático y agradable, con quien siempre tuve una relación muy buena. Él fue para mí... como un hermano" 


Tarkovski dirigiendo
Y termino con un aviso al respecto: ¿Por qué justamente hoy me dedico a hablar de Tarkovski?. Porque hoy, martes 30, a las 19:20 proyectan en el Cine Doré (sede de la Filmoteca Española) “Andrei Rublev”, otra muy famosa película suya (8,1 de nota media en Filmaffinity) que estaría encantado de conocerla junto con alguno o todos vosotros, Cinéfilos. La invitación está hecha. 

 Por si fueran de vuestro interés os adjunto los siguientes enlaces: 

Ficha de “Sacrificio”en Filmaffinity (nota media 7,7):

'Sacrificio', la obra maestra de un poeta irrepetible”, muy interesante crítica, casi actual, de Jordi Cuesta en El País:
http://elpais.com/diario/2008/04/18/cine/1208469616_850215.html 

Buen CINE, Amigos

Manrique


lunes, 29 de diciembre de 2014

MIKE NICHOLS NO SOLO FUE “EL GRADUADO”




Foto reciente del cineasta Mike Nichols
Hace pocas fechas, el 19 de noviembre concretamente, dejó de existir en Nueva York el director norteamericano de cine Mike Nichols, conocido principalmente por haber logrado convertir una comedia meliflua y sentimentaloide, “El graduado” (“The Graduate”), en una de las películas más taquilleras de todos los tiempos.

Estrenado en 1967, el film, que se llevó el Oscar al mejor director y estaba protagonizado por Dustin Hoffman, Katarine Ross y Anne Bancroft, contó con el aliciente de la banda sonora en la que se escuchan inolvidables canciones de Paul Simon y Art Garfunkel, un dúo formado por dos músicos de un alto nivel cultural que explotaron en aquel largometraje, con enorme éxito, algunas de sus mejores temas, como “Mrs. Robinson” (compuesta expresamente para el filme), “La feria de Scarbough” (basada en una melodía folk inglesa) y, sobre todo, “Los sonidos del silencio” (“The sounds of silence”).

 Otro dato interesante de la película es su localización en la universidad californiana de Berkeley, el escenario donde coincidían los hijos de las clases más pudientes de Estados Unidos con los primeros “hippies” que comenzaron a anidar por aquellos “campus”.

El que suscribe este comentario tenía menos de veinte años -¡Juventud, divino tesoro, te vas para no volver!, decía uno de los poemas más conocidos del nicaragüense Rubén Darío- cuando le tocó hacer cola de un par de horas matutinas en un cine la Gran Vía madrileña para conseguir las dos entradas y lograr el objetivo de llevar a su chica a ver una película en una apacible tarde dominical. Recuerdo que mi novieta de entonces y un servidor salimos embelesados después de la experiencia audiovisual en aquella sala de las de entonces, con cerca de mil butacas, una vivencia que ya ha pasado a la historia con la llegada de las multisalas y los minicines por el descenso del número de espectadores y la competencia de los DVD´s y las televisiones.

 Hace poco, volví a ver en la tele “El graduado” y, en mi opinión, la película sobrevive en ciertos aspectos al paso del tiempo. La interpretación de la también desaparecida Anne Bancroft –a la que ya había admirado en “El milagro de Ana Sullivan”, de Arthur Penn- me parece que es de lo más interesante de aquella producción. Su papel de madre acosadora del pretendiente de su hija, para evitar que se case con ella, es de una gran solidez interpretativa. Hoffman hizo perfectamente el contrapunto, y su saber estar a la altura de las circunstancias le valió un incremento del caché en las oficinas de los productores hollywoodienses.

¡No es la pierna de Anne Bancroft!
Como anécdota de la producción hay que decir que el fotograma promocional de la película, en la que aparece una larga pierna de mujer ajustándose una media negra, con Dustin Hoffman observando indolente al fondo de la escena, dicha extremidad no fue la de Anne Bancroft, quien al parecer estaba ocupada en otro trabajo cuando fue requerida para hacer el posado, sino de Linda Gray, entonces una modelo incipiente y después muy famosa por haber sido una de las protagonistas de “Dallas”, la serie que se emitió entre finales de los años 70 del pasado siglo y principios de los 90, que narraba las intrigas de un grupo de de tejanos adinerados que fue exhibida en todo el mundo, y que a este comentarista no gustó un pelo.

Considerado como un magnífico “artesano” del cine, Nichols, que tenía 83 años cuando murió y era de origen polaco-alemán, se inició en el teatro en Broadway. Aunque no le quedó más remedio que ir a rodar con frecuencia a Hollywood, a él lo que le iba era la “marcha” de Nueva York, una ciudad que le atrapó desde su llegada a Estados Unidos huyendo del nazismo.

 Rodó una treintena de películas, algunas de ellas para la televisión, y junto a éxitos notorios, cosechó algunos fracasos como “El día del delfín” (The day of the dolphin”, 1973) y “Dos pillos y una herencia” (The fortune”, 1974). Estas catástrofes se debieron principalmente a la necesidad de trabajar a toda prisa sin perfilar previamente los guiones.

Entre los éxitos posteriores a “El graduado”, hay que destacar en la filmografía de Nichols la divertida comedia “Armas de mujer” (“Working girl”), estrenada en 1988, con Melanie Griffith, Harrison Ford y Sigourney Weaver en los papeles principales.

Ella sí es la Bancroft

Como ocurrió en “El graduado”, el tema musical “Let the River run”, de Carly Simon, contribuyó al triunfo de este duelo de ejecutivas agresivas del Manhattan financiero finisecular. Esta canción de Simon llevó también el Oscar a la mejor banda sonora.

Otro triunfo de Nichols fue su última película, “La guerra de Charlie Wilson” (“Charlie Wilson war”, 2007) –fue muy reconocida aunque no logró ningún Oscar-, protagonizada por Tom Hanks, Philip Seymour Hoffman (también desaparecido recientemente) y Julia Roberts. Se trata de un drama político basado en hechos reales, protagonizada por un congresista con la guerra de Afganistan como telón de fondo.

Yo disfruté mucho viendo esta película en la que se mostró, por enésima vez, la capacidad de autocrítica del sistema norteamericano y, en esta ocasión, la evidencia palpable del precio que está pagando Occidente por los errores del planteamiento del abordaje del conflicto en aquella zona, cuna de talibanes y yihadistas al parecer indomables, por parte de la Casa Blanca.

Un año antes de “El graduado”, Nichols hizo un inmejorable trabajo con la adaptación al cine del drama de Edward Albee “¿Quién teme a Virginia Woolf?” (“Who´s afraid of Virginia Woolf?”), con Richard Burton y Elizabeth Taylor como protagonistas y cuando el matrimonio estaba a punto de saltar en pedazos en la vida real, fiel reflejo del texto del autor que retrata a un matrimonio de profesores universitarios alcohólicos que se odian a muerte. A pesar de todo, la película se llevó cinco Oscar y fue nominada (propuesta) para otros ocho. Quizá fue porque el filme se hizo en el momento oportuno con los actores oportunos.

Por si no lo recordáis, la relación Burton-Taylor fue de lo más tormentoso. Se casaron por primera vez –el actor galés fue el quinto marido de la Taylor, y después vendrían otros dos mas- en 1964 y se separaron diez años después. Sin embargo, en 1975 volvieron a celebrar matrimonio pero en 1976 se divorciaron para siempre, si bien durante estas dos etapas rompieron y se reconciliaron varias decenas de veces. Burton por su parte estuvo casado con otras tres mujeres.

Se cuenta que el rodaje de esta película fue de lo más tormentoso, por las borracheras casi continuas de Burton y Taylor, que degeneraban en ocasiones en insultos y agresiones no solo entre ellos sino hacia los miembros del equipo técnico. Los jovencísimos George Segal y Sandy Denis, que hacían los papeles secundarios, no entendían nada de lo que acontecía en el enrarecido clima del plató si bien Nichols les hacía señas por detrás para que aguantaran hasta que Richard y Liz volvieran a estar sobrios.

El título de la obra de Albee es un juego de palabras que suelen repetir los niños anglosajones –y por extensión los niños de todo el mundo- mientras interpretan una canción infantil basada en la vieja película de dibujos animados de Walt Disney “Los tres cerditos”. En ese filme, los animales son asediados por un lobo (“wolf”, en inglés), al que aprenden a distraer con valor e inteligencia, mientras se preguntan “¿quién teme al lobo feroz?”.

Según el escritor británico Anthony Burgess, “el nombre de la santa patrona de las feministas literarias, Virginia Woolf –quien se suicidó por problemas mentales en 1941 arrojándose al rio Oise- es el del animal depredador”.

“Aparentemente –añade Burgess-, hay gente que la teme o, de otra forma, su nombre no estaría en la canción de los tres cerditos. Hoy día, las mujeres nos llaman cerdos machistas a los hombres. Y los cerdos deberían temer a la más intelectual de las mujeres”.

Javier Parra

martes, 16 de diciembre de 2014

MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA (MAGIC IN THE MOONLIGHT)



Ficha técnica:
  • Año: 2014
  • Director: Woody Allen
  • Intérpretes: Colin Firth, Emma Stone, Simon McBurney
  • Guión: Woody Allen
  • Nacionalidad: Americana
  • Duración: 97 minutos

Comentario

Hace un año, por estas mismas fechas, publicábamos en este Foro un comentario sobre “Blue Jasmine”, la película recién estrenada de Woody Allen en aquella época. En aquel comentario, después de ensalzar la película, poníamos de manifiesto que Woody Allen había hecho una película más pesimista que lo que en  él era habitual y nos preguntábamos si la amargura que observábamos en sus personajes era una exigencia directa del guión o de que nuestro admirado director se había hecho mayor y malhumorado con el paso de los años. Terminábamos el comentario invitando a comprobar que pasaría a este respecto en “Magic in the moonlight”, la película que Woody Allen tenía en rodaje en aquellos momentos.

Pues “Magic in the moonlight”, “Magia a la luz de la luna”, ya está aquí y trata sobre lo acontecido al reputado mago Stanley Crawford, Colin Firth, que es invitado a una lujosa mansión en la Costa Azul francesa, propiedad de una acaudalada familia americana, para que ponga en evidencia los embustes de la joven y bella médium  Sophie, Emma Stone, que tiene sometida a la familia con sus dotes extrasensoriales y su capacidad para conectar con los espíritus del más allá. La acción transcurre en los años 20 del siglo XX, cuando la música de jazz y los más suntuosos placeres mundanos se esparcen entre los ricos  americanos residentes en la bonita costa del mediterráneo francés.

Como ocurre frecuentemente en la filmografía de Woody Allen, la película discurre en dos niveles diferentes. Por un lado se desarrollan las difíciles relaciones personales entre Stanley y Sophie y, por otro, se desarrolla un debate entre los  planteamientos vitales antagónicos del pesimista y racional Stanley y la optimista y espiritual Sophie sobre temas tales como el mundo físico y el mundo espiritual, la racionalidad y la ilusión, el amor, la religión, la magia y el ocultismo. Eros y Tanatos,  el Yin y el Yang debatiendo sobre temas tan antiguos como el ser humano.

Mención especial merecen en esta película el esplendoroso vestuario diseñado por Sonia Grande y, especialmente, la magnífica banda sonora, con canciones de Cole Porter y música de jazz, charleston, cabaret (hay una fugaz interpretación de Ute Lemper en un cabaret de Berlín) y  clásica con fragmentos de Beethoven, Ravel y la consagración de la primavera de Stravinsky.

A mi la película me ha gustado y me ha entretenido; seguramente es la mejor película en cartelera de estos momentos. Dicho esto, me parece que “Magic in the moonlight” aporta  poco nuevo a la filmografía de Woody Allen. Sigue manteniendo la mordacidad típica de los diálogos de los personajes de sus películas, pero con menos  frescura e ingenio. Sigue manteniendo la originalidad de sus guiones, pero todo resulta un poco más previsible. Bien, pero menos. Es como si la paleta multicolor de un pintor de campanillas se hubiera transformado con el paso del tiempo en una paleta de grises y colores pastel y su obra perdiera fuerza y belleza, aunque mantenga su calidad. Algo así me parece que le está ocurriendo al cine de  Woody Allen.

Y me parece que el pesimismo que ya se podía vislumbrar en “Blue Jasmine” y al que hacíamos referencia al principio de este comentario, se acentúa en “Magic in the moonlight”.  No recuerdo ningún personaje tan negativo como Stanley en las películas de Allen y, aunque, al final, hay un pequeño arabesco lateral que invita al optimismo, resulta poco creíble. Su (negativo) carácter impregna  la película.

En resumen, muy buena película, muy en la línea del cine de Woody Allen, pero con pocas sorpresas sobre las películas anteriores. Me parece que todos, director y espectadores nos vamos haciendo mayores y cada vez nos es más difícil encontrar en el cine de nuestro querido y admirado Woody Allen cosas nuevas, sorprendentes y originales que nos entusiasmen, como en el pasado. En cualquier caso, me parece obligado recomendar ver esta película, que, sin duda, es muy buen cine, lo mejor de la cartelera de estas Navidades.


JRL (16-12-2014)

sábado, 13 de diciembre de 2014

SINFONIA NUMERO 7 LENINGRADO DE DMITRI SHOSTAKOVICH



El 2 de septiembre de 1941  las fuerzas de la Wehrmacht, al mando del mariscal von Leeb, iniciaron el asedio de San Petersburgo, la Leningrado bolchevique. El asedio duró hasta el 12 de enero de 1943, fecha en la que las tropas soviéticas consiguieron levantar el cerco alemán a la ciudad. 500 días de lucha que despertaron el ardor patriótico de los sitiados, entre los que se encontraba Dmitri Shostakovich, nacido en esa ciudad en 1906 y considerado ya un reputado compositor, aunque cuestionado, en numerosas ocasiones, por los órganos oficiales y oficiosos de la URSS, por su supuesta música decadente y su falta de compromiso aparente con la revolución. Años más tarde Shostakovich acabaría siendo diputado del Soviet Supremo.

Shostakovich escribió  su séptima sinfonía durante el asedio alemán a Leningrado, en muy corto espacio de tiempo para los estándares habituales, con la  intención de que la sinfonía motivara a la resistencia a  los ciudadanos de Leningrado frente al invasor alemán. Se estrenó en marzo de 1942 con un éxito sin precedentes y la sinfonía se convirtió pronto en todo el mundo en un símbolo frente al nazismo. A Shostakovich le gustaba matizar que la sinfonía Leningrado era un símbolo frente a todo tipo de nazismo y un homenaje a la ciudad que “Stalin destruyó y Hitler remató”.

Con estos antecedentes, ya puede adivinarse que la séptima sinfonía de Shostakovich tiene un lenguaje musical apasionado, cercano al ambiente bélico y al totalitarismo que la rodeaba durante su gestación. El primer movimiento, el más famoso, tiene una melodía sencilla, que se repite “in crescendo” innumerables veces, tensionando al extremo al espectador, a la forma, quizá mal comparada, del bolero de Ravel. El segundo movimiento, con protagonismo de la música de viento y las arpas y el tercero, un adagio con momentos de gran sensibilidad, dan paso al cuarto, que comienza con una apabullante marcha fúnebre y finaliza con una espectacular conmemoración de la victoria frente al invasor, con la orquesta, cuerda y viento, a todo volumen y la percusión completamente “desenfrenada”. El final es apoteósico y muy difícil de olvidar para quien lo haya escuchado alguna vez.

La séptima sinfonía Leningrado de Shostakovich dirigida por el americano James Conlon es la composición seleccionada en el programa de la Orquesta Nacional de España de este fin de semana. En la representación del viernes la sala del auditorio nacional estaba al 80 % y el público disfrutó premiando a la orquesta y a su director con fuertes aplausos y numerosos bravos.

Sin duda merece la pena escuchar la Séptima Sinfonía Leningrado de Dmitri Shostakovitch y esta puede ser una buena oportunidad para ello.

JRL (13-12-2014)


domingo, 7 de diciembre de 2014

De “Interstellar”, de Christopher Nolan, y otras insensateces.

Queridos Cinéfilos:

Tenía dudas sobre si ir a ver la muy promocionada “Interstellar” o no, ya que, entre una mayoría de críticas profesionales con una calificación media de 8/10, o más, me llegaron algunas opiniones discrepantes, una de ellas procedente de un ex Cinéfilo, del que me consta que tiene un buen nivel de conocimiento cinematográfico, al que le pareció bastante mala. Lo que pasa es que yo tenía interés en poder conocerla y evaluarla personalmente, hasta tal punto que me “había preparado” para ello. ¿Cómo?: Viendo por primera vez en una sentada, desde hacía más de 40 años, “2001: Una odisea espacial”, la mítica película de Stanley Kubrick (a la que presuntamente Christopher Nolan rinde homenaje en “Interstellar”) que me siguió pareciendo maravillosa y de la que me admiró que se mantenga tan actual como cuando se estrenó, sin envejecer, salvo por el numeral del año de su título. Si no la conocéis, jóvenes miembros del Brat Pack, no sabéis lo que os perdéis, con un complemento que os aconsejo: leed la novela homónima escrita, poco tiempo después del estreno de la película, por Arthur C. Clarke, coguionista de aquélla junto con el mismo Kubrick, donde se dan más pistas para cerrar el final semiabierto del guión filmado.

La segunda parte de mi “preparación” fue volver a ver “El truco final (el Prestigio)” de Nolan (gracias, Susana, por facilitármela) para evaluar su labor de guión y dirección. Mi opinión: creo que es un director muy dotado, que en esta película consigue un producto de acabado intachable, pero como guionista, su obsesión de torcer y retorcer la trama para sorprender permanentemente al espectador hace que acabe aceptando incluir incongruencias y, lo que particularmente me decepciona, aberraciones técnico-científicas como, por ejemplo, la “multiplicación” de sombreros por la imposible máquina de trasmutación (o como se deba denominar) de la que, mira por donde, ni Tesla ni su ayudante se habían percatado, a pesar del montón de “dobles” que se incrementaba sin parar en el jardín a 25 mts de su laboratorio. Vamos, que en vez de ilustrar como un mago se servía de la Ciencia para sus trucos, convierte al extraordinariamente innovador científico Tesla en un medio mago con resultados milagrosos y acientíficos.

Dejando aparte la verosimilitud científica, resulta irracional que en cada ejecución del “truco final” sólo superviviera la “copia” que se obtenía porque previamente el “original” preexistente planificara “inmolarse” (desesperándose cuando se ahogaba, eso sí) a mayor gloria de su sucesora “copia”. ¡¡Un disparate!!. Todo vale para sorprender, incluso destruir un guión incluyendo unas cuantas incongruencias que son insalvables… al menos para los que no somos capaces de encontrar ni un gramo de calidad argumental en “Los juegos del hambre” que tuve el horror (y el valor) de soportar durante una media hora hace un par de domingos en la tele. ¡¡¡Nunca mais!!!.

A pesar de mis conclusiones tras revisar las dos primeras citadas películas y, además, haber leído un demoledor y despiadado comentario de Juan Manuel de Prada sobre “Interstellar” (para el que, más adelante, incluyo un enlace), mi fe en el Cine es tal que fui a verla … y ahora lamento profundamente haber desperdiciado tres horas de lo que me queda de vida en ello.

De vuelta a casa accedí a las críticas de los participantes en Filmaffinity y entre ellas encontré una que me exime de escribir la mía, “Carta de Kubrick a Christopher Nolan” de Giskdan, con la que me identifico plenamente, tanto en la forma (el autor “transcribe” una carta del gran Stanley dirigida a Christopher tras ver “Interstellar”; yo soy menos afortunado, les escribo a mis ídolos muertos pero ellos no me han respondido aún) como con las supuestas opiniones del creador de “2001” que vierte. Tan sólo quiero añadir que “Interstellar” cae, en mi opinión, en superiores incongruencias científicas a las que existían en “El truco final”, desde que un señor vuelva de dentro de un agujero negro (sin explicar ni pío de cómo) y que puestos a enviar desde 10 o 2.000.000 años luz (o 10.000.000.000, que no agotan el tamaño estimado del Universo conocido), a través de un “agujero de gusano”, un mensaje esencial para el futuro de la Humanidad (de contenido presuntamente complejo, vamos que no era trasmitir que E = MC2) a su hija, en el pasado de ambos, para mejorar el embrollo, ¡¡¡elige hacerlo en morse!!!. Por otra parte el episodio de la "ola" es un estúpido homenaje a los comedores de palomitas, fans de Roland Emmerich y sus “cosas filmadas”. Espantoso e irracional hipertsunami.

No os doy más la lata (un solo matiz: en la interpretación, mucho mejor Chastain, Hathaway y la niña preadolescente que "ellos"), pero si os apetece profundizar en el tema después de mi rollo, mejor entrad en los enlaces que adjunto para contrastar opiniones. Reitero: yo me adhiero a la de Kubrick que excelentemente “transcribe” Giskdan (chapeau, chapeau, chapeau también por su insinuación del presunto plagio en la solución para la Humanidad al final de la película de Nolan de la nave de "Cita con Rama", la excelente novela de Arthur C. Clarke en la que encontré, por primera y única vez en mi vida de lector, una referencia a la aceleración de Coriolis, ¿a que os suena, coleguillas dela ETSIN?; es que Clarke SÍ era un científico antes que escritor) donde las incongruencias se comentan, especialmente después del aviso de “spoiler”.

"Interstellar" Comentario de opinión de Juan Manuel de Prada en ABC:


“Un hogar en otros mundos”, crítica de Carlos Boyero en El País:


Crítica de Oti R. Marchante en ABC:


“Carta de Kubrick a Christopher Nolan”, crítica de Giskdan en Filmaffinity:


Buen Cine, Amigos.


Manrique

sábado, 6 de diciembre de 2014

Igor Strawinsky

Igor Strawinsky (1882-1971) y La consagración de la primavera

Le Sacre du Printemps se estreno en Paris en el teatro de los Campos Elíseos en 1913.
Los espectadores empezaron a reírse ya durante la introducción. Luego empezaron a maullar ruidosamente y a hacer apuestas acerca de cómo iría el curso de la representación. Una dama elegantemente vestida dio una bofetada a un joven que, a su lado, se reía a carcajadas. La anciana Contesse de Pourtalés se puso de pie en su palco y, temblando de ira, blandió el abanico gritando: << ¡Es intolerable!  Es la primera vez en sesenta años que alguien se atreve a burlarse de mí>>

Así se cuenta cómo transcurrió el estreno de La consagración de la primavera.
Treinta años después Wald Disney la utilizó (entre otras obras) como fondo musical de su película de dibujos Fantasia, en la lucha de los dinosaurios antediluvianos y de la erupción de los volcanes. Fue un gran éxito.
Desde entonces se representa regularmente en todos los auditorios y suele estar en el repertorio de las principales orquestas.
La escuché por primera vez en los años setenta en el teatro Real de Madrid, a la orquesta de RTVE dirigiendo Igor Markévich (1912-1983) que esa tarde había sido invitado a dirigir. Todo un lujo.
La obra musical comienza con sólo el fagot en un registro agudo que a mí me parece sublime, no me canso de escucharlo y me sigue emocionando como el primer día.
Volviendo a la obra, me parece interesante destacar algunas características importantes:
El ritmo es Aksak (del turco, “cojo”) pulsación desigual y es propia de la tradición de muchos pueblos del este de Europa
La melodía: es frecuente el uso de disonancias. Es importante señalar que para la creación de estas melodías Strawinsky utiliza escalas y modos “antiguos” que no son del todo ni de tonalidad mayor ni menor. También emplea pocas notas de la escala para crear melodías de poco recorrido y pocos saltos. Además son muy repetitivas. Otras se basan en escalas pentatónicas, de cinco notas. 
La armonía se aparta de la tonalidad clásica. La obra está cerca del atonalismo pero con un sentido muy estricto, aunque se usen acordes disonantes, todo tiene un sentido para dar brillo a la obra y sacar la sonoridad que se pretende.
Orquestación predominio de la percusión y los instrumentos de viento, evocadores de una naturaleza salvaje y primitiva. En algunos momentos el uso de instrumentos de viento madera tiene un efecto exótico y evocador. Otro tipo de recurso instrumental utilizado en la obra de Strawinsky es la mixtura de sonidos. Esta en concreto entre flauta contralto y violín solo tocando en armónicos una escala pentatónica. Merece la pena destacar el curioso papel reservado a las cuerdas en esta composición. Los violines, que por lo general son los encargados de llevar el peso de la obra, se limitan prácticamente a funciones de acompañamiento rítmico tocando notas breves y repetitivas, sin participar del protagonismo habitual. De hecho trata a la cuerda como un instrumento de percusión.
Esta obra puede considerarse como una obra inicial de la música clásica del siglo XX y, para mí, es la más importante obra de este siglo.
Quiero destacar a Igor Markévich como gran director de orquesta, que fundó la orquesta de RTVE en 1965. Le recuerdo alto, delgado y que vivió, ese gran día que fue para mí la audición de La consagración de la primavera, un incidente inusual en las salas de concierto. Acababa de comenzar el fagot cuando desde las últimas filas del teatro se oyó una voz gritar: “sin músicos no hay música” y una lluvia de octavillas cayeron por todo el teatro. En esos años los alumnos del conservatorio reivindicaban la titularidad superior para sus estudios. Igor Markévich bajo las manos, los músicos quedaron en silencio y después de unos minutos comenzó nuevamente la obra. No se volvieron a producir más incidentes.
Tengo una devoción especial por  La consagración..., no hay que buscar explicaciones más complicadas, despierta mi sensibilidad más profunda. Supongo que  cada uno de vosotros tenéis una obra musical o una canción que en el fondo de vuestra alma os hace vibrar. Animaos a escribir sobre ella y quizá podamos compartir vuestros gustos.




domingo, 23 de noviembre de 2014

“Perdida” (“Gone Girl” 2014) de David Fincher. Una pareja perfecta americana en su Cine: Factura muy profesional + astuto guión comercial.


Queridos Cinéfilos:


He pretendido que la segunda parte del “título” de este comentario resuma mi opinión, que ahora amplío para los que queráis ahondar un punto más en conocerla … y soportéis mis peroratas de cinéfilo terminal (procuraré ser breve esta vez).

Si yo tuviera que proponer el premio a la mejor película comercial americana que he visto este año, creo que lo haría para “Perdida”, porque:

• Su director, David Fincher, conoce perfectamente el gusto del público americano y borda el costillar de cerdo con salsa cajún y la home made apple pie (aunque en este caso, le eche un buen pellizco de jengibre-ginger al final), ya sea con “Seven” (sin up), “Zodiac” (sin playa), en la variante “Benjamin Button” (con el que sintonicé muy bien) o en Facebook (red social que caté en TVE1 una noche de domingo hace un par semanas y, personalmente, me produjo gastroenteritis anímica, quizás por mi alergia a las empanadas mentales colectivas). “Perdida” está, en mi opinión, perfectamente diseñada y elaborada para gustar al gran público americano … y mundial.
• Tiene un muy astuto guión (adaptación del best seller homónimo de Gillian Flynn) con todos los ingredientes para mantener alerta al espectador los 149 minutos que dura la película: pareja y ambiente “cool”, sexo, ambición, venganza, lujo, giros de 180º en las situaciones, asesinato, crítica social (eso sí, superficial)…
• La interpretación es notable: la británica Rosamund Pike, como Amy, actúa muy bien (he tenido que mirar en internet para descubrir que ya la había conocido en sendos papeles secundarios en “Orgullo y prejuicio” y en la excelente “An education”) y Ben Affleck, contra lo habitual, cumple razonablemente.

La crítica la ha calificado muy bien (con alguna punzante excepción, de la que abajo doy referencia) pero, en mi comercialmente insignificante opinión, le pongo principalmente dos “pegas”:

• El guión, en el que se detecta la razonable obsesión por mantener atento al espectador y, al mismo tiempo, dar permanentemente una imagen de modernidad “cool” (perdón por la reiteración del palabro), me parece de verosimilitud más que discutible por la acumulación de acciones difícilmente asumibles en su conjunto, especialmente tras su último “gran giro”, a unos 20 minutos del final.
• No he percibido, y esto es estrictamente subjetivo, el “chispazo mágico” que hace que una película me cautive, como sí me pasó, ¡¡y cómo!!, en aquélla de hace bastantes años (ambas podrían entrar en la misma categoría por su tema) en la que “Matty” (KT) seducía en un cálido y "caliente" ambiente de Florida al baqueteado abogado “Ned” (WH), película de la que no facilito el nombre para no dar más pistas sobre la trama de ésta. Aquélla merecía un 9,5, a ésta yo le daría un 7.

Pero mejor accedéis a las críticas profesionales siguientes, yo me identifico mucho con la de Boyero (algo menos con la última, negativa) que, mira por donde, puso a la “anterior película”, la que no desvelo explícitamente, por las nubes en su día. Luego juzgáis si merece la pena ver la presente (yo aconsejaría hacerlo… si no tenéis otra mejor en vuestra cartelera local):

Tráiler: 

https://www.youtube.com/watch?v=qwapS80xTTs 

“Retorcido y brillante Fincher”, crítica de Carlos Boyero en El País:

http://cultura.elpais.com/cultura/2014/10/09/actualidad/1412880733_122855.html 

“Autopsia del matrimonio”, crítica de Federico Martín en ABC:

http://hoycinema.abc.es/critica/20141010/abci-perdida-david-fincher-opiniones-201410091936.html

“Un mago llamado David Fincher”, crítica de Alberto Luchini en El Mundo:


Absurda, ilógica, con excesiva trama sin sentido y artificial como una alcachofa de cerámica… una de las mayores decepciones del año”, crítica de Rex Reed en The New York Observer:


Buen Cine, Amigos.


Manrique

sábado, 22 de noviembre de 2014

ARNOLD SCHOENBERG Y LOS GURRELIEDER

Arnold Schoenberg fue un compositor y pintor austriaco, de religión judía, nacido en Viena en 1874 y fallecido en Los Ángeles en 1951. Schoenberg fue de una generación posterior  a Mahler, también austriaco y judío, y eso se nota en su música. Si Mahler fue el líder de la denominada Primera Escuela de Viena y se le identifica con la composición de bellas y emocionantes sinfonías que hemos comentado alguna vez en este foro, Schoenberg fue el líder de la Segunda Escuela de Viena y se le identifica con el desarrollo del dodecafonismo, música compleja, de difícil comprensión y, muchas veces, escaso seguimiento.

Eso quiere decir que los melómanos  poco expertos del Auditorio Nacional miramos a Schoenberg con un ojo entornado, dudando de si su música  nos va a gustar o no, cuando le vemos incluido en algún programa de la OCNE.  Y este era el caso del programa de este fin de semana,  dedicado exclusivamente a Schoenberg con la interpretación por la OCNE de una única composición, “los Gurrelieder”, con el auxilio del coro de RTVE y cinco solistas internacionales.

Arnold Schoenberg compuso “los Gurrelieder” entre 1900 y 1911 y la obra se estrenó en febrero de 1913, poco después del fallecimiento de  Mahler, cuando Schoenberg emigró a Berlín, harto del antisemitismo oficial y del provincial  nacionalismo austriaco. Se trata de una composición lírica dividida en tres partes, con poemas del poeta danés Jens Peter Jacobsen traducidos al alemán, que narra los amores del rey Waldemar y su amada Tove, fallecida a manos de la reina, desbordada por los celos. Puro romanticismo, que se traduce en un lenguaje musical apasionado, abundante en instrumentos de viento y coros inmensos, amorosos y lúgubres y cantatas épicas y líricas a las que se une en la tercera parte un emocionante y bello recitativo del narrador en forma de poema. Espléndido Schoenberg que avergüenza al espectador que ha dudado de la belleza y emoción de sus composiciones.

El concierto de hoy lo ha dirigido el israelita Eliahu Inbal, experimentado director con numerosos galardones internacionales y han participado la ONE al completo, su coro y el de RTVE y cinco solistas internacionales. Aproximadamente 250 personas en total llenaban el escenario del auditorio ante un público que mayoritariamente  ha disfrutado con la representación.

Hacía diez años que no se interpretaban “los Gurrelieder” en el Auditorio Nacional. Se trata de una obra que se programa relativamente poco por su complejidad y la enorme magnitud de efectivos que requiere. En mi opinión merece la pena verla y disfrutarla.


JRL (21-11-2014)

viernes, 14 de noviembre de 2014

El juez

 Director: David Dobkin Guión: Bill Dubuque, Nick Schenk, David Seidler Reparto: Robert Downey Jr. (Hank Palmer) Robert Duvall(Joseph Palmer) Billy Bob Thornton (Dwigth Dickham) Vincent D’Onofrio (Glenn Palmer) Jeremy Strong (Dale Palmer) Vera Farmiga (Samantha Powell) Leighton Meester (Carla)

 Estamos ante un duelo entre un padre y un hijo, entre un abogado y su cliente, y entre dos grandes actores, aunque esto último es muy positivo para el resultado de la película.
Poco importan los hechos, lo verdaderamente importante son los sentimientos. ¿Pero es que los sentimientos se pueden llevar a una sala judicial? ¿No habíamos quedado que la verdad no importa si no se puede probar? Parece que todavía hay jueces que creen en la Justicia aunque se perjudiquen a sí mismos. Jueces, que después de más cuarenta años ejerciendo, no están dispuestos a salir por una puerta falsa, importándoles más su dignidad que su vida. Aunque para ello tengan que enfrentarse a su abogado o a su hijo, y tener que pasar en la cárcel los últimos días de su vida.

Por último, me pregunto quién de los tres guionistas es el responsable de tantas imágenes repetidas, tanto emborrachamiento de secuencias, que lo único que aportan es desviar la atención del tema principal.

Merece la pena ver esta película , sobre todo por algunas secuencias memorables:
1º Secuencia del sótano, con toda la familia reunida a causa de un tifón.
2º Secuencia del baño: el padre ha sufrido una indisposición y su hijo Hark le ayuda.
3º Secuencia en el despacho del joven abogado, a donde han llegado el juez y su hijo.
Y, desde luego, la secuencia en la sala judicial, de la declaración del juez.

jueves, 30 de octubre de 2014

La Dama del Perrito - Antón Chéjov - The Reader (Margarita Forné)

El placer de leer. El milagro de la lectura. El regalo de la palabra.

A pesar de los errores, de los sonidos de sirenas y de las torpezas, siempre es un placer ser lector. Yo también sentí este deseo desde que vi "The Reader". Era algo inevitable que algún día haría porque me recordaría tantas cosas y me daría tantas satisfacciones que merecería la pena ante cualquier cosa.

lunes, 20 de octubre de 2014

RELATOS SALVAJES

Ficha técnica:

  • Año 2014
  • Director: Damián Szifrón
  • Intérpretes: Ricardo Darín, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, Erica Rivas, Oscar Martínez.
  • Guión: Damián Szifrón
  • Nacionalidad: Argentina
  • Duración 122 minutos

Comentario

El cine argentino nos sorprende gratamente todos los años con alguna película destacable y este año el turno es para “Relatos salvajes”, un compendio de seis historias independientes con un denominador común: la venganza.

Que una película gire en torno a la venganza de sus protagonistas por hechos  acaecidos con anterioridad no tiene nada de original. Lo hemos visto infinidad de veces en el cine. Lo que hace que esta película sea  original es que en ella la venganza se sazona con tragedia y humor simultáneamente. El espectador ve un relato despiadado, una historia cruel, con una sonrisa a medio desplegar entre los dientes cuando no con una sonora carcajada. Y esto es mérito de un muy inteligente guión capaz de provocar en el espectador compenetración, e incluso complicidad, con un grave infractor del orden social establecido que actúa movido por la venganza. Los protagonistas hacen en las seis historias lo que te hubiera apetecido hacer a ti en una situación similar y que nunca harás porque tu educación te lo impide. Y eso le ocurre a la novia que en su casamiento descubre que su novio ha invitado a su amante,  a los conductores que se ven envueltos en un habitual incidente de tráfico, al ciudadano que sufre la  retirada de su coche por la grúa, al músico despreciado por la colectividad  y al millonario que por culpa de un desgraciado accidente sufre el abuso de leguleyos y fiscales.

Película sin duda entretenida en la que destacan Damián Szifrón por su excelente guión y su original dirección, la buena música de Gustavo Santaolalla y la correcta interpretación de sus numerosos actores y actrices, entre los que destaca el inevitable Ricardo Darín cuando se trata de cine argentino. Entre los productores están Pedro y Agustín Almodóvar.

En una palabra, buen humor negro para pasar una agradable tarde de cine.



JRL (20-10-2014)


viernes, 17 de octubre de 2014

La costa del betún

Si quieres leer el primer relato de esta serie, pulsa aquí
Con pena de dejar el paraíso de Svanetia, contratamos un monovolumen con conductor, a medias con una familia vasca que habíamos conocido en Borjomi, para hacer los trescientos kilómetros que nos separaban de Batumi.

Batumi es la capital de la república federativa georgiana de Ayaria,  en la frontera con Turquía y a orillas del Mar Negro. Sus veleidades separatistas pasaron a mejor vida cuando, tras la revolución de las rosas, su máximo dirigente Aslan Abashidze se vio obligado a autoexiliarse a Moscú tras destaparse un oscuro asunto de corrupción. ¿A que os suena esta historia a algo cercano? Lo malo es que la persona en la que estamos pensando es muy poco probable que se exilie. Ya se arreglará algo para que el poco honorable personaje no vaya a la cárcel.

En Batumi terminan tanto el ferrocarril como el oleoducto que conectan con Bakú, en el Mar Caspio. Por aquí llegan el gas y el petróleo azerí al mercado europeo, y hay planes de ampliar estas instalaciones para que también los hidrocarburos de Uzbekistán y Turkmenistán puedan consumirse en Europa sin cruzar Irán ni Rusia.

El intenso tráfico portuario, unido al de camiones procedentes de la cercanísima frontera turca, ha provocado en los últimos años un fuerte crecimiento de esta zona. La ciudad es una mezcla delirante de antiguos edificios de la época zarista u otomana en todos los grados posibles de abandono o de reconstrucción, bloques soviéticos de viviendas, a cual más deteriorado, y las muestras más horteras que había visto nunca de arquitectura moderna.

Así, al lado de una versión bastante fiel de la casa Batlló, pero con quince pisos de alto, se erguía un palacio neoclásico deconstruido. Un poco más lejos, un edificio de acero y cristal estaba coronado por unas torres inspiradas en las de la catedral de Praga, y en una de sus fachadas de muro-cortina, para romper la monotonía, se incrustaba un balcón medievalista de hierro fundido.

Nuestro propio hotel se alzaba en la Piazza, una imaginativa recreación de una plaza italiana, reforzada con detalles rococó, secesión y cubistas.

A la mañana siguiente, para descansar un poco de tanto trajín, nos encaminamos a la playa. Una de las peores playas en la que he estado en mi vida, opinión que evidentemente no compartían las oleadas de turistas georgianos, turcos, rusos, armenios y árabes que se apiñaban a la orilla del agua. Y lo de apiñarse no es una figura literaria. Los encargados del alquiler de tumbonas y sombrillas las ordenaban en apretadas filas, paralelas a la playa, con no más de un palmo entre tumbonas.

Por los pasillos que se formaban caminaban incansables los vendedores de bebidas, frutos secos y khachapuri, que pregonaban su mercancía indistintamente en georgiano, ruso y turco.

Los bañistas, y sobre todo las bañistas, mostraban una gran diversidad étnica y cultural. Desde los escuetos bikinis de las rusas, hasta los bañadores con faldita o pololos de las turcas; desde la piel blanca refulgente de las georgianas hasta el moreno agitanado de las anatolias. Las mujeres de la península arábiga, en general, no iban a la playa, ya que sus maridos las obligaban a ir absolutamente cubiertas. Los hombres mostraban menos variedad. La mayoría vestíamos calzones caleteros, aunque también se distinguían los rusos con cuerpos tipo armario ropero como los que se ven en “Promesas del Este”, de los turcos, más bajos, con bigote y barriga cervecera.

La playa no estaba compuesta por arena, sino por grava, que formaba un talud de cuarenta y cinco grados donde batían las olas. Por ese talud se bajaba y se subía del agua. Los locales con toda soltura, y yo en un muy precario equilibrio, roto en cuanto me golpeaba una ola. O dicho de otra manera, cada vez que entré o salí del agua acabé revoleado y andando a cuatro patas, como las focas de los programas de la 2.

Después de un par de días, y en vista de que Batumi tenía muy poquito que ofrecer, decidimos volvernos a Tbilisi para hacer las últimas compras, visitar los museos más importantes, y seguir callejeando por la ciudad vieja.

El trayecto de Batumi a Tbilisi, seis horas en un tren moderno, homologable a cualquiera de nuestros trenes de cercanías, poco tiene que contar.

Nuestra primera visita en Tbilisi fue al Janasia, un museo arqueológico de gran categoría, con una magnífica colección de joyería cólquida e ibera. Tenía un ala entera dedicada al arte oriental, en la que destacaba una colección de pinturas persas de los siglos XVII y XVIII, que no había encontrado antes en ningún otro museo del mundo, ni siquiera en Irán.

También contaba con una exposición permanente dedicada a la “ocupación soviética de Georgia”, atribuyendo todas las maldades a los rusos, y ocultando que varios de los principales dirigentes de la URSS eran georgianos. En cualquier caso, la exposición impresionaba, no por los objetos expuestos, sino por los datos fríos del número de personas muertas víctimas de los combates entre partidarios y enemigos del comunismo, y de la represión y las purgas estalinistas. ¡Doscientas mil personas sobre una población de solo cuatro millones!

Si el museo Janasia daba una imagen moderna, con sus salas amplias, sus rótulos y paneles en georgiano, inglés y ruso, y su tienda de recuerdos bien surtida, en el extremo opuesto tendríamos al Museo de Bellas Artes. Ya la misma entrada indicaba que se trataba de un museo de otra época. En la fachada principal del edificio, bajo el mismo soportal que protegía la entrada, se había instalado una mezcla de oratorio y tienda de artículos religiosos. Un pedazo de moqueta raída sobre la misma acera, y algunas velitas delante de los iconos, inducían a los visitantes del museo a detenerse y persignarse. Una babushka se ocupaba de la venta de iconos.

Ya dentro del edificio, en el vestíbulo mal pintado y peor iluminado nos encontramos a tres policías fuertemente armados, que nos señalaron un mostrador destartalado, sin ninguna indicación en ruso ni en inglés. La empleada, muy amable, nos informó en ruso del precio de la entrada, que incluía una visita guiada en inglés.

Acompañados por nuestra guía cruzamos tres puertas consecutivas, una de ellas blindada y con apertura por código, y otra de aspecto medieval, con cerraduras de época. A través de ellas accedimos a las salas del tesoro. La magnífica colección de arte sacro y joyería quedaba deslucida por el entorno: Viejas vitrinas de madera sin un solo rótulo, ni siquiera en georgiano.

No quedaba más remedio que seguir el ritmo, muy acelerado, que marcaba la guía, ya que las visitas estaban cronometradas. Si conseguíamos entretenerla ante algún icono especialmente interesante, para compensar se saltaba los dos siguientes. En cualquier caso, la colección resultaba interesantísima, y se podía apreciar perfectamente la evolución del arte georgiano, con sus curiosos altibajos.

Desde la magnífica joyería cólquida, contemporánea de la Grecia clásica y con motivos tan originales como un collar de murciélagos, se pasaba sin solución de continuidad al primitivismo de los primeros iconos, de los siglos IV a X de nuestra era. Desde ahí, el estilo iba evolucionando hasta la edad de oro georgiana, la época de David el Constructor, en el siglo XII.

A partir de ese momento venía el vacío de los siglos tenebrosos, marcados por las constantes invasiones mongolas, turcomanas, persas y turcas. Los iconos posteriores, del siglo XVI en adelante, denotaban un claro retroceso respecto a los de la edad de oro, cuatro siglos más antiguos.

Con todos sus museos, avenidas y monumentos, para mí lo mejor de Tbilisi era perderse por la ciudad vieja. Pasear sin rumbo fijo por la maraña de callejuelas que se extendía por la orilla derecha del río Kvari, con sus casas en equilibrio bastante inestable, escaleras exteriores, patios con parras y ropa tendida, viejas tahonas de las que salían los niños con un pan enorme debajo del brazo. Minúsculos talleres como el del joyero-relojero que, después de buscar y rebuscar por latas llenas de desechos, encontró el broche de pendiente que necesitaba mi cuñada. Le cobró un lari, menos de cincuenta céntimos, mientras un par de gatos dormitaba al sol en el poyete de la ventana.

Casas torcidas que parecían sacadas de una película de Murnau, solares llenos de escombros, conducciones de gas oxidadas, albañiles repellando cuidadosamente muros a punto de derrumbarse, ventanas de Climalit recién instaladas en una fachada que se caía a pedazos, vecinos sentados a la sombra de una parra bebiendo una jarra de vino Tsinandali joven, muy joven, acompañado con los higos del patio de al lado…

De noche, por estas calles sin alumbrado, no me habría sorprendido toparme con algún pariente lejano del Golem.

****

Con este texto, termino el relato de este viaje por Georgia, pero no digo adiós. Pretendo, si tu paciencia lo permite, seguir escribiendo sobre otros países.

La diferencia es que, así como hasta ahora yo decidía sobre qué país o viaje iba a describir, esta vez te pido colaboración. ¿A dónde vamos a viajar la próxima vez?

¿Te apetece volver a Asia, para recorrer las selvas indochinas siguiendo los cauces del Irawadi o el Mekong hasta llegar a la Cochinchina y a las ciudades abandonadas de Bagan y Angkor? Quizás prefieras que visitemos el imperio de sol naciente, que nos sintamos absolutamente “lost in translation”, que viajemos en bicicleta o en el tren bala, que comamos anguila asada
en la cantina de la estación de Sendai, o que vayamos a curiosear las modas adolescentes de Akihabara y Shibuyu. O, todavía dentro de Asia, tal vez te guste recorrer un tramo de la Ruta de la Seda, tras las huellas de Gengis Khan y del Gran Tamerlán, yendo desde el ateo Uzbequistán hasta la cristiana Armenia, pasando por el Irán chiita, y visitando ciudades tan míticas como Samarcanda, Bukhara, Khiva, Isfahán o Ereván.

O, saltando a otros continentes, podríamos darnos una vuelta por el Caribe y el Golfo de México, por la Cuba castrista y la Venezuela bolivariana, pero también por las comunidades zapatistas de Chiapas y los poblados wounan de la franja de Darién, después de que crucemos el Mississippi, descendamos el Orinoco y naveguemos por la laguna de Xochimilco. Incluso puede que prefieras perderte conmigo en el Gran Pantanal, entre pirañas y yacarés, para luego recorrer la arquitectura futurista de Brasilia, las iglesias barrocas de Ouro Preto y las playas cariocas. Y de paso, ya puestos, correr en un todo terreno por el tramo norte de la mítica Ruta 40, la que va desde Tierra de Fuego hasta Bolivia, una pequeña parte de la carretera más larga del mundo, la Panamericana.

Si no te gusta volar, podríamos cruzar el Estrecho de Gibraltar y visitar el Magreb más cercano, con las ciudades imperiales de Fez, Xauen y Rabat, el inicio de la ruta de las caravanas a Tombuctú o los vestigios del imperio español en África. Aunque probablemente esta zona ya la hayas visitado.

Eso sí, no me pidas que vayamos a Oceanía, donde todavía no he estado, a China, donde no tengo intenciones de ir, ni a la vieja y aburrida Europa, convertida en un parque temático global.

¿Te decides? ¿Sabes ya a dónde quieres viajar? Pues no tienes más que pinchar un poco más abajo, en donde pone “1 comentario” (o 2, o 3, o hasta puede que 100, quien sabe) y escribir tu propuesta. Puedes dejarla como un mensaje anónimo, pero si firmas con tu dirección de correo electrónico, prometo contestarte, y al final enviarte un resumen de los resultados. Prometo también, si la salud me acompaña, contarte el viaje que resulte seleccionado.

Eso sí, me gustaría que explicaras por qué quieres ir allí, de dónde viene tu interés por el país, qué sitios o qué aspectos de su cultura te gustaría conocer…

Si tardas mucho en decidirte, no podrás participar. Como en algún momento habrá que tomar una decisión, los comentarios solo se podrán escribir durante 4 semanas, hasta el 16 de noviembre.

Lo que no te prometo es ni cuándo escribiré los próximos relatos, ni que te guste lo que escriba. El cuándo, porque depende de muchos factores ajenos a mí, y –sobre todo- de las ganas que tenga de escribir. Y si el viaje resulta ser aburrido, vaya en mi descargo que lo habremos elegido juntos. De lo único que seré responsable es de que los relatos estén mejor o peor escritos.

¡Anímate!

“La desaparición de Eleanor Rigby” de Ned Benson (“The Disappearance of Eleanor Rigby: Them” USA 2013)

Queridos Cinéfilos:

Antes que nada, declaro que no me gustan nada las películas modelo “pastel romanticoide” y menos aún cuando se las aliña con un licor amargo, vamos que me pareció flojísima “Love Story” en los 70, por dar un ejemplo paradigmático, dicho lo cual voy a tratar de daros mi más meditada valoración sobre “La desaparición de Eleanor Rigby”, dirigida por Ned Benson, también su guionista, película que fui a ver sin tener referencias de ella (la semana previa no pude disfrutar “Días de Cine” en La 2), que me gustó bastante y, desde luego, de ninguna manera estimo que pueda ser clasificada dentro de la sensiblera categoría antes referida.

Quiero comentar algo que no conocía cuando vi la película (en VOSE) y por ello no entendí por qué tras aparecer el título en inglés (“The Disappearance of Eleanor Rigby”, a secas) unos segundos después (creo que ya en otra escena) se añadía “Them”. La explicación es que el Director había rodado dos películas narrando la misma historia pero contándola respectivamente por cada miembro de la pareja, así la del chico complementaba el título con “Him” y la de la chica con “Her”, y de esa manera se presentaron juntas, pero no revueltas, en el Festival de Toronto en 2013, pero, cuando llegó el momento de la distribución a nivel mundial, parece ser que la empresa encargada de la misma “sugirió” al director que sería preferible para todos que ambas películas se fundieran en una sola y así se transformaron en “Them”.

Entrando ya en faena, adelanto que coincido esencialmente con las tres críticas para las que incluyo un enlace al final de este comentario, que destacan el primer tercio como la mejor parte de la película. El comienzo me ha parecido espléndido y no me resisto a descubrirlo (a ver si os animo a verla, consejo que nunca daría a seguidores de los Farrelly, “crepusculares”, grises asombrados, fans de series tipo “Sin tetas no hay paraíso” y engendros similares):





Una pareja de treintañeros, que están cenando en un nada pretencioso restaurante neoyorquino, nos demuestran que todavía no se han convertido en una aburrida pareja y que aún son cómplices en alguna pequeña aventura, especialmente tras haber bebido una copa de más, de forma que, tras una velada sugerencia de Él (Conor Ludlow), montan una escapada a la carrera para irse sin pagar, no porque les falte el dinero, simplemente como una travesura, que acaba felizmente, con ellos riéndose y besándose en la hierba de un jardín…


En la siguiente escena, Ella (Eleanor, ya que su padre, el respetable y situado catedrático de psiquiatría Dr. Rigby, y su madre fueron de jóvenes fans de los Beatles y ante esa feliz concordancia decidieron bautizarla así) atraviesa en bicicleta un gran puente sobre el Hudson (supongo); hacia la mitad del mismo la apoya en la barandilla y se arroja a la corriente, siendo rápidamente rescatada con vida por la policía…


A lo largo de la película nos enteramos, mediante una muy bien dosificada serie de secuencias relevantes, de los hechos que explican el intento de suicidio de Eleanor y su comportamiento los meses siguientes. Es, en mi opinión, un ilustrativo análisis de la dificultad interna que determinadas personas, con mente complicada, tienen para ser ellas y permitir a sus parejas ser felices, situación incomprensible para personas más esenciales que sólo demandan encontrar un buen/a compañero/a con la que compartir la regata de la vida apoyándose espalda contra espalda a la hora de capear los inevitables temporales.




Y de la trama no voy a decir nada más, pero sí de las excelentes interpretaciones de Jessica Chastain (a la que nunca había visto actuar) y James Mc Avoy (a él sí, en “El último rey de Escocia”, “Expiación” y “La conspiración”, de las tres se ha escrito en este Foro), y en esta calificación hay unanimidad en las críticas referenciadas. Del resto de los actores, Viola Davis, William Hurt, Isabelle Huppert, Bill Hader, Nina Arianda, Ciarán Hinds, muy bien el magnífico y oscarizado William Hurt, en su papel de padre de Eleanor, y notables todos los otros secundarios salvo, ¡¡inconcebiblemente!!, Isabelle Huppert, que parece actuar con absoluta desgana y en un papel perfectamente vacuo (probablemente no sólo es culpa suya, sino también del director-guionista que aparentemente le asigna un personaje que si se eliminara no pasaría nada, claro que si viéramos “Him” y “Her” completas pudiera ser que la Sra. Rigby ganase peso específico).

Por si os interesaran, facilito los siguientes enlaces:

Buen CINE, Amigos.

Manrique

jueves, 9 de octubre de 2014

Tras las huellas del vellocino de oro

Si quieres leer el primer relato de esta serie, pulsa aquí.

Después de pasar unos días recorriendo los valles vinícolas de Teliani y Alazani, de visitar al menos seis de los monasterios más importantes de la zona, y de catar todos los vinos que se pusieron a nuestro alcance, volvimos a Tbilisi para devolver el coche de alquiler, dispuestos a seguir nuestro viaje de marschrutka en marschrutka, rumbo al noroeste de Georgia. No solo era muchísimo más barato, sino que, con tal de no sentarse en primera fila, no se vivía el peligro de manera tan intensa como en un coche. Ojos que no ven, corazón que no siente…

Después de pasar un par de días en la estación termal de Borjomi, cuna del agua mineral que tanto me gustaba, llegamos a Kutaisi, la capital de la antigua Cólquida, a donde se dice que arribaron Jasón y los argonautas buscando el vellocino de oro. Los historiadores creen que el mítico vellocino pudo haber existido, y que debió de ser un regalo de algún caudillo svano a Aeetes, un rey cólquido. Hasta hace muy pocas décadas, los svanos han conservado la práctica de recoger oro de los arroyos sumergiendo un vellón de oveja en las zonas con cierto potencial aurífero, ya que parece ser que las partículas de oro se quedaban prendidas en la lana. Y ¿qué mejor regalo o tributo a un rey que un vellón bien cargado de polvo de oro?

Los únicos vestigios de los cólquidas que quedan en Kutaisi se encuentran en el museo local, que tiene la inmerecida fama de ser el segundo mejor de Georgia. Ni el museo era gran cosa, ni tenía muchos objetos cólquidas, fuera de algunas figurillas de bronce muy similares a las hititas. Luego nos enteramos que la verdadera colección de orfebrería cólquida, de un valor artístico incalculable, estaba en el Museo Janashia de Tbilisi.

Cuando nos íbamos, un tal David, no sé si encargado o director, sin duda aburrido por la falta de visitantes, me cogió por banda y se pasó un buen rato explicándome las grandes similitudes entre el euskera y el georgiano. Según él, existían nada menos que cincuenta palabras coincidentes entre ambos idiomas, algunas tan significativas como Guridi, Etxebarría o Ibarruri. ¡A ver si iba a resultar que La Pasionaria y Stalin eran parientes!

La cosa no habría pasado de una conversación de cortesía, si al saber que yo era español no se hubiera puesto a contarme su admiración por Franco. Tuve que cortarle de raíz, y explicarle que Franco había sido un dictador sanguinario y sin escrúpulos, que a mí en concreto me había costado un par de detenciones y el pase por los infames sótanos de la Dirección General de Seguridad, y que cada vez menos españoles le tenían aprecio.

A la mañana siguiente nos plantamos tempranito en la estación de marshrutkas, para coger una que nos llevara hasta Mestia, capital de Svanetia. Como no nos había dado tiempo a desayunar, y no nos apetecía emprender un trayecto de más de seis horas con el estómago vacío, después de mucho buscar por los alrededores de la estación acabamos en el que, según todos los indígenas, era el mejor sitio para desayunar.

SI por fuera no tenía muy buen aspecto, por dentro era descorazonador. El suelo estaba cubierto por retales de moqueta, sucios y raídos. Del techo colgaban, cual estalactitas, girones del aislamiento térmico. Al fondo, una cortina mugrienta dejaba ver una especie de reservado. El mostrador exhibía tres alimentos: Un gran pedazo de carne colgado de un gancho, con su ración de moscas, una bandeja con una docena de lo que parecían parrochas, asadas la víspera, y un queso.

Le pedimos pan y queso, a lo que asintió sin problemas, pero cuando le dijimos que queríamos tres tés nos miró extrañado, como si no nos entendiera. Me di cuenta entonces de que la mitad de los escasos parroquianos estaba desayunando con cerveza. ¿Y la otra mitad? ¡Con vodka!

Como insistíamos en lo del té, y rechazábamos sus ofertas de algo con más graduación, acabó llamando a su mujer y transmitiéndole nuestra extraña petición. Cuando nos trajeron el té, casi
lamenté no haber aceptado la  cerveza, o al menos un buen tintorro kindzmarauli. Las tazas tenían en el fondo unos posos negros, que al principio supusimos que eran polvo de té, pero luego comprobamos que eran del óxido de la tetera. Las cucharillas tenían el fondo negro, y en el azucarero se apreciaban las huellas de haber introducidos cucharillas sucias de café. Por suerte, el pan y el queso, como siempre, eran excelentes, y se podían comer con los dedos, sin necesidad de usar los cubiertos de la casa. Y el té nos lo tomamos sin azúcar.

La marshrutka salió sin mucho retraso, y en poco más de una hora llegamos a Zugdidi. Su estación de autobuses, en la que paramos un cuarto de hora, era bastante más cutre que la de Kutaisi, pero muy animada, porque a pocos kilómetros estaba la frontera extraoficial con Abjasia. Como la independencia de Abjasia, conseguida con apoyo militar ruso en 1.992, solo la han reconocido la propia Rusia, Venezuela y Nicaragua, Georgia la sigue considerando como parte de su territorio, y no ejerce un control aduanero propiamente dicho. En consecuencia, el contrabando entre Rusia y Georgia es la principal fuente de ingresos para muchos de los habitantes de la zona. Eso, y el dinero que se deja la misión de paz de las Naciones Unidas, cuyos Land Cruisers flamantes nos cruzamos en varias ocasiones.

A partir de Zugdidi nos internamos en el valle del Enguri, el principal río de Svanetia. El rio nace en el monte Skhara, en la frontera con la república rusa de Kabardino-Balkaria, y recorre más de doscientos kilómetros antes de desembocar en el Mar Negro. En su curso medio se alza una presa impresionante, que, con una capacidad de más de un millón de metros cúbicos, produce casi la mitad del consumo energético de Georgia.

Cuando la divisamos a lo lejos y la señalamos, asombrados de su tamaño, el conductor nos indicó con un gesto que esperáramos. Poco más adelante, se salió de la carretera general, y al llegar a una barrera habló con el guarda, que la levantó. Unos cientos de metros más adelante detuvo la mashrutka y nos dijo a todos los pasajeros:

  • Foto Stop. Piatnadtsat minuta (quince minutos).

Luego nos acompañó, mientras se echaba un pitillo, hasta un mirador desde el que se veía perfectamente la bóveda, que luego averigüé que medía setecientos cincuenta metros de largo y doscientos cuarenta de alto.

Después de este descanso seguimos otras tres horas remontando el valle del Enguri, cada vez más estrecho y tortuoso, con unos precipicios de vértigo, entre bosques y cascadas, y con casi ninguna muestra de ocupación humana. La carretera era muy peligrosa incluso en verano, con curvas muy cerradas, cuestas de hasta el quince por ciento, y precipicios de más de cien metros que se desplomaban sobre el río. Si a esto le sumamos los continuos desprendimientos de rocas que caían en la carretera, y las vacas que paseaban o descansaban sobre el asfalto, no es de extrañar que cada pocos cientos de metros hubiera pequeños monumentos funerarios en recuerdo de viajeros fallecidos en accidentes de tráfico. Lo más curioso era que, en lugar de flores, los familiares dejaban botellas de aguardiente y unos vasos, para que los amigos del difunto pudieran pararse y beber a su salud.

Como conozcas a varias de las víctimas, y pretendas rendirle homenaje a todas, es casi imposible que llegues sobrio a tu destino. Por suerte, nuestro conductor no se detuvo a echar un trago en ninguno de estos monumentos. Estaba muy ocupado hablando con el móvil, entre otras cosas para conseguirle alojamiento a una parejita que viajaba con nosotros.

Por fin, el valle se abrió y llegamos a Mestia. No creo que tuviera más de dos mil habitantes, pero sí que tenía, como Castellón o Ciudad Real, un aeropuerto sin vuelos, y, como tantas ciudades españolas, un amplísimo “centro municipal de servicios”,también subvencionado por la UE y vacío en más de un 90%. Bueno, no exactamente vacío, ya que en muchos de los locales de la planta baja, una vez desaparecidos los cristales, se metían las vacas cuando llovía.

Mestia es el principal centro turístico de la zona, sobre todo para deportes de invierno. Al atractivo de las pistas de esquí y las rutas de montañismo y escalada se unen no menos de cuarenta torres defensivas, en bastante buen estado de conservación. En lugar de construir un castillo para el señor feudal, o una muralla que defendiera toda la aldea contra los ataques de cualquier enemigo, los svanos no se fiaban de nadie, y cada familia se construía su propia torre, adosada a la vivienda, para poder defenderse por igual de vecinos y extraños.

Tuve la oportunidad de subir a una, pomposamente calificada como “Museo Svaneti”. Se entraba primero a una vivienda, y desde el piso superior de la misma se accedía a una escalera exterior de madera, por la que se alcanzaba la única puerta que tenía la torre, situada a unos seis metros de altura sobre su base. Para subir a los siguientes niveles había que trepar por unas escalas hechas con ramas sin desbastar, que terminaban en aberturas practicadas en el piso de piedra. En cada uno de los siete niveles había una enorme losa para tapar el agujero que comunicaba con el nivel inferior, y un ventanuco adornado con huesos de animales.

En el nivel más alto, justo debajo del tejado, se abría una docena de troneras, que permitían tirar piedras y flechas a los atacantes, y otra escalerita que subía al tejado, de tablillas de abedul. El conjunto era prácticamente inexpugnable, pues solo con una potente artillería se podía derribar la torre, y el acceso por el interior se podía impedir con muy pocos defensores, simplemente retirando las escalas al piso superior y cerrando cada abertura con su losa de piedra.


Desde Mestia se divisaban algunas de las montañas más altas del Cáucaso, como el Tetnuldi (4.858 m), formado por dos conos perfectos, o el Ushba (4.710 m), con sus pináculos de piedra oscura que lo convierten en el pico más difícil de escalar de toda la zona. Aquello me pareció un pequeño paraíso, uno de esos sitios a los que prometo volver si me jubilo en un razonable estado físico y mental, para pasar un par de semanas disfrutando de sus paisajes de cuento, de sus bosques multicolores, de las caminatas, de la comida y de la bebida.

Allí, en el café Laila, probé por fin el chacha, un aguardiente muy muy potente. Vamos, de más de cincuenta grados. El que yo tomé era seco, de orujo, con un cierto sabor a peras, aunque no tan acusado como el Williamsbirne alemán. También lo hacían de distintas frutas, de cereales, y –como ya he contado-, en caso de necesidad hasta con pan duro.

Si en agosto los svanos que me rodeaban lo bebían con bastante alegría, me imagino que de octubre a junio, con más de dos metros de nieve, nadie saldría a la calle sin atizarse antes un buen lingotazo.

Mientras bebía mi pelotazo de chacha, entró en la plaza un BMW, derrapando y pegando bandazos por entre los paseantes. Su carrera terminó estampándose contra un Mitsubishi Montero, con la mala suerte que, de resultas del impacto, el Mitusibishi se desplazó y se clavó en la puerta trasera la maquinaria agrícola de un tractor, aparcado en frente de la comisaría.

Llegaron los policías de la comisaría, nos acercamos todos los clientes de los bares de la plaza, y del BMW salieron  sus tres ocupantes, milagrosamente ilesos pero dando traspiés de la borrachera que llevaban. Los policías ni les tomaron la filiación, ni les hicieron soplar. Creo que en Georgia, para que te detenga la policía de tráfico, tienes que haberle pegado tres tiros al otro conductor. Todo lo demás se debe considerar una infracción menor.

Comprendí la indiferencia de la policía cuando la tarde siguiente, aproximadamente a la misma hora, entró en la plaza otro BMW derrapando, aunque esta vez sin más consecuencias que el morrazo contra la acera que se dio el conductor, que también salió del coche claramente borracho. Se le reventó una rueda, pero la gente ni se acercó a mirar. Se ve que era una tradición, como el Toro de la Vega de Tordesillas. Y las tradiciones son sagradas, o eso dicen los que las defienden.

Tan jartibles como siempre, no nos bastaba con haber llegado a Mestia. Contratamos a Davit, que aseguraba ser ingeniero y arquitecto, con su todoterreno, para que nos llevara cuarenta kilómetros más lejos, hasta el valle de Ushguli. En ese grupo de aldeítas situado a 2.500 metros de altura, se encontraba el mayor conjunto de torres defensivas de la región de Svanetia.

A los pocos kilómetros de Mestia, el camino se convirtió en una simple pista. Al llegar a lo alto del puerto que separaba los dos valles, parada obligatoria. Por encima de las montañas cubiertas de abetos, arces que empezaban a enrojecer y abedules, se veían hasta cuatro glaciares.

El conductor nos contó que sobre el hielo de uno de esos glaciares los rusos habían construido una carretera de más de veinte kilómetros, no sé muy bien para qué.

Durante ocho meses al año, la pista que seguíamos estaba cubierta de nieve, y, como decía Davit con toda la razón, “school very problem, hospital very problem, small tourist”. Me dio la impresión de que, en general,  la vida en aquellas aldeas que íbamos dejando atrás debía ser “very problem” en el largo invierno.

Mientras tanto Davit, tan parlanchín como escaso de vocabulario, seguía explicándonos su visión del mundo, centrada ahora en los tan habituales turistas israelíes: “Israel tourist Egypt very problem, Lebannon very very problem, Turkey small problem, Iran very very problem, Georgia yes problem no”.

También nos contó, muy  orgulloso, que su sobrino era campeón de Europa de pulsos. Espero que algún día se reconozca este deporte popular, en el que nunca llegué muy lejos, y lo declaren olímpico.

El problema de la locuacidad de Davit era que, cuando le faltaban las palabras, soltaba las manos del volante para completar sus explicaciones con gestos. Y os aseguro que aquella pista no era para despistarse, cosa que nos iba corroborando Davit al indicarnos el número de muertos en cada punto negro del camino.

Después de casi cuatro horas de coche, llegamos a Ushguli. Las torres, de piedra negra, se alzaban por todas partes. Por las callejuelas circulaban bastantes más vacas que personas, hasta el punto de que el suelo estaba cubierto por una capa casi continua de estiércol de vaca más o menos fresco.

Aunque las viviendas tradicionales, las torres, y las montañas cubiertas de nieve atraían la mirada, no se podía avanzar sin mirar al suelo, bajo riesgo de acabar con las botas bien untadas de bosta.

En la aldea más grande de las cuatro que formaban Ushguli había varios alojamientos rurales más bien escuetos, por no decir directamente cutres. El cuarto de baño, por supuesto compartido, consistía en una auténtica letrina: una garita de madera levantada en una esquina del patio, con una apertura encima de la puerta que proporcionaba alumbrado de día y ventilación a todas horas. Dentro, un tablón a modo de asiento, con un agujero circular de unos veinticinco centímetros de diámetro, y un gancho en el que pendían varias hojas de periódico. Por debajo corría un regato. Si no muy higiénico, al menos bastante ecológico.

Al día siguiente nos dirigiríamos hacia el sur, hasta Batumi, casi en la frontera con Turquía.

Pero esa es otra historia