jueves, 26 de febrero de 2015

Cuaresma, tiempo de Requiem

El que suscribe este comentario, miembro de este interesante blog de Manrique, os comunica que el próximo jueves, 5 de marzo, en el cénit de la Cuaresma, cantará el Requiem en re menor, de Wolfgang Amadeus Mozart, en el Auditorio Nacional de Música de Madrid. Obviamente, yo no cantaré en solitario la inmortal pieza del genio de Salzburgo sino en compañía de otros cuatrocientos intérpretes aproximadamente, entre tenores, sopranos, contraltos y bajos-barítonos. Os aclaro tamboién que yo pertenezco a esta última tesitura vocal. Se trata de un concierto con la orquesta Filarmonía, bajo la dirección del acreditado maestro y compositor Pascual Osa, cuatro solistas y un coro participativo, así denominado porque en él convergemos voces de distintas agrupaciones corales que responden a una convocatoria de una agrupación determinada. Por lo que a mí respecta, añado que formo parte de otros dos coros: ExNovo (de cámara) y Fundación Gredos San Diego, donde se alternan los temas a capella con piezas acompañadas por orquesta.
Aunque apenas tengo formación musical –solo hice un curso de solfeo cuando estuve en el seminario en mi adolescencia-, llevo más de diez años formando parte de distintos coros que me han dado muchas satisfacciones y me han permitido desarrollar mis cualidades vocales en esta etapa postrera de mi existencia, tras la obligada jubilación. Con Filarmonía ya he hecho anteriormente dos participativos, también en el Auditorio Nacional: Carmina Burana, de Carl Orff, y la Novena Sinfonía – el llamado Finale Coral- de Beethoven. Según me informan en Filarmonía, ya quedan muy pocas entradas para este concierto –en el Centro Cultural Eduardo Urculo (tfno. 917321255), donde ensayamos, os pueden aclarar cuántas localidades quedan y a qué precios, por si estuvierais interesados en acudir a esa velada-, que cuenta con un programa muy atractivo. En la primera parte, la orquesta Filarmonía, con Enrique Pérez Piquer como solista, ejecutará el emotivo Concierto para clarinete en La mayor K. 622, el último que compuso Mozart, alguno de cuyos pasajes se pueden escuchar en la película Memorias de Africa, de Sydney Pollack, aunque la banda sonora fuera de John Barry. En la segunda parte, se interpretará el susodicho Requiem, que Mozart dejó inacabado, como muchos de vosotros sabréis. El 5 de diciembre de 1791, en torno a la una de la madrugada, el genio austríaco dejó de existir a consecuencia de una enfermedad sobre la que los expertos aún no se han puesto totalmente de acuerdo –aunque estudios recientes atribuyen el deceso a una bronconeumonía aguda, el compositor estaba obsesionado con la idea de que algún enemigo suyo le había envenenado- y cuando aún no había cumplido 36 años. ¿Qué obras insuperables no hubiera legado a la posteridad este extraordinario creador de haber vivido diez o quince años más? Supongo que todos vosotros recordaréis la película Amadeus, de Milos Forman –a partir de la obra teatral del británico Peter Shaffer-, en la que se dramatiza la rivalidad del mediocre músico italiano de la corte imperial de Viena Antonio Salieri –quien paradójicamente vivió 75 años pero no ha pasado a la posteridad precisamente como genio excelso de la música, aunque alguna de sus obras todavía figura en los repertorios menores- con Mozart, y donde se especula con la posibilidad de que fuera el responsable del supuesto envenenamiento del autor de Le nozze di Figaro (Las bodas de Fígaro) y Die Zauberflötte (La flauta mágica). Al margen de la verdad desconocida, en ocasiones impregnada de leyenda, en torno al final de la vida de Mozart, el Requiem está considerado como un testamento musical tan patético como sobrecogedor, y uno de los más interpretados, sino el que más, desde hace más de dos siglos por las mejores orquestas y coros de todo el mundo. En relación con la génesis de esta obra, está suficientemente contrastado que, hacia mediados de 1791, Mozart recibió el encargo de componer el Requiem para los funerales de la difunta esposa –muerta a edad temprana- de un noble y músico aficionado llamado Franz von Walsegg. Este pretendía hacer pasar la composición como obra suya ante sus amigos y familiares, por lo que envió a un emisario a la casa del compositor con una importante cantidad de dinero por adelantado para acelerar el proceso de creación de la pieza. Sin embargo, Mozart estaba en esos momentos muy ocupado con un viaje a Praga para presentar su ópera La clemenza de Tito. Pero la presencia constante del misterioso emisario del noble requiriendo de manera imperativa la conclusión del Requiem, provocó una crisis emotiva de tal calibre en Mozart que finalmente el músico pensó que un personaje sobrenatural le estaba demandando para ilustrar su propio oficio de difuntos final. Sea como fuere, el compositor austríaco no se puso ante la partitura en blanco hasta el otoño del año de su muerte. y cuandop su salud empezaba a resquebrajarse a marchas forzadas. El Requiem consta de catorce partes, pero el compositor solo dejó completamente terminadas ocho –el manuscrito original se interrumpe en el octavo compás de la Lacrimosa-, y el resto fue completado por uno de sus discípulos predilectos, Franz Xaver Süsmayr (1766-1803). Sin embargo, el hecho de que este músico discreto concluyera los pasajes de la partitura que faltaban no quiere decir que “terminara él mismo de componer” la obra, si bien varios expertos coinciden en que en el Sanctus es donde mas se ve la mano del aventajado discípulo. El genio de Salzburgo concibió su Requiem como un todo, en el que quedaron esbozadas desde el Introitus hasta la Communio y Lux Eterna, epílogo en el que una fuga sobrecogedora sitúa al oyente en la puerta de acceso al más allá. Debemos recordar en este punto que, en los últimos años de su existencia, Mozart era un afiliado ejerciente a la masonería y acudía con regularidad a las logias vienesas donde se discutía, entre otras cosas, sobre los aspectos que podían resultar sobrenaturalmente armónicos para el ser humano. No obstante, las anotaciones orquestales y los tiempos de las escalas vocales quedaron escritas o al menos pergeñadas en su práctica totalidad, según varios amigos que visitaban a Mozart durante la composición de esta misa de difuntos en los días previos a su último suspiro.
Aunque se han compuesto decenas de obras relacionados con este tema a lo largo de la historia, con diferentes matices y estilos, en nuestros días ha sobrevivido en torno al medio centenar, destacando, aparte del Requiem que nos ocupa, el Officium Defunctorum (1603), de nuestro compatriota Tomás Luis de Victoria; y los de Cherubini (1836), Hector Berlioz (1837), Bruckner (1848), o Liszt (1868). No podemos olvidar, dentro de este género, cumbres de misas fúnebres como Un Requiem alemán (1869), de Johannes Brahms, o el segundo más celebrado de todos a lo largo de la historia, el Requiem (1875), de Giuseppe Verdi, compuesto por el excelso genio italiano en memoria del poeta italiano Alessandro Manzoni. Ya casi al filo del siglo XX, son también memorables los que compusieron los franceses Gabriel Fauré (1879) o Charles Gounod (1893), o el checo Antonin Dvorak (1890). Y del siglo XX, yo destacaría especialmente cinco Requiem´s: los del húngaro György Ligeti (1965) –recordaréis que Stanley Kubrick utilizó numerosas partituras de este compositor para ilustrar muchas escenas de algunas de sus películas-, el ruso Igor Stravinski (1966), el polaco Krzysztof Penderecki (1990), el inglés Andrew Lloyd Weber (1984), y por encima de todo el tenebroso War Requiem (1961), del británico Benjamin Britten, compuesta con motivo de la reapertura al culto de la catedral de Coventry, destruida por la aviación nazi durante la Segunda Guerra Mundial y como homenaje a los millones de víctimas de aquella espantosa contienda que sembró Europa de millones de cadáveres. Si no podéis acudir a este concierto, os recomiendo que disfrutéis de las magníficas versiones de esta extraordinaria composición, bien rebuscando en vuestra discoteca bien rastreando youtube. Yo destacaría dos versiones por encima de todas –incluso frente a la de Herbert von Karajan con la Filarmónica de Berlin- que os recomiendo: en primer lugar la del austríaco Karl Böhm. Su ejecución, fechada en 1971, tiene como escenario la basílica de los Escolapios de Viena, con la participación de la orquesta sinfónica de esa ciudad y el coro de la Staatsoper, y con Gundula Janowitz (soprano), Christa Ludwig (contralto), Peter Schreier (tenor), y Walter Berry (bajo), en los papeles solistas. En segundo lugar, la versión del británico sir Colin Davis, a partir de una grabación de 1967 –insuperable realmente-, en la que dirige a la Orquesta Sinfónica de la BBC y al coro John Alldis, con Helen Donath (soprano), Yvonne Minton (contralto), Ryland Davies (tenor), y Gerd Nienstedt (bajo). ¡Que lo disfrutéis! Javier PARRA

Los Oscar de 2015: "Birdman", "El Gran Hotel Budapest" e "Ida", más algunos flecos y menos un reconocimiento


Queridos Cinéfilos:

Al final, "Birdman" ha copado los óscar a mejor Película, Director, Guión original y Fotografía, vamos, ha sido bastante merecidamente la gran triunfadora, mientras que "El Gran Hotel Budapest" se consuela con los más técnicos de Diseño de producción, Banda sonora, Vestuario y Maquillaje, e "Ida" ha ganado el óscar a la mejor película de habla no inglesa.

El domingo pasado, a las 21:11, le comenté en un correo a un gran amigo (no Cinéfilo), justo tras la reñida victoria del Real Madrid sobre el Barcelona en la final de Copa del Rey de baloncesto:

 Ha merecido la pena que esta tarde no fuera a la Filmoteca-Doré a las 20:00 para ver "Manderlay", ¡¡continuación de "Dogville"!!, que sólo daban hoy, y me quedara en casa ante la tele para ver como le "daban caña" al Barça.

Ahora ya sólo queda que esta noche: 
  • "Ida" gane el óscar a la mejor película de habla no inglesa y celebraremos que Dreyer y Bergman hayan resucitado. 
  •  La rompedorasísima  "El Gran Hotel Budapest" gane el de Mejor Película. Bueno, seamos generosos: No nos enfadaríamos si se lo dieran a "Birdman". 

Casi se han cumplido mis deseos, aunque, la verdad es que me ha quedado un amago de sabor amargo porque no le hayan dado el óscar para Mejor Actor a Michael Keaton, que borda su papel en "Birdman" ... y no parece probable que vaya a tener muchas más oportunidades futuras.

Justamente al revés: ya era hora de que Julianne Moore ganara un óscar, aunque sea debido al efecto de ventaja "buenista" que, mira por donde y en mi opinión, comparte su personaje protagonista en "Siempre Alice" con el equivalente Stephen Hawking de "La teoría del todo" que le ha valido al insultantemente joven Eddie Redmayne dejar ayuno al curtido Michael Keaton: ambos personajes sufren sendas enfermedades que nos aterrorizan (respectivamente Alzheimer y ELA), que, valga el sarcasmo, son un "filón de oro" para interpretarlos y, de rebote, ganar un óscar por el guiño sentimental a los jueces. No he visto "Siempre Alice", pero sí su tráiler hace pocas semanas y me pareció que la película debe ser perfectamente prescindible (todas las escenas me parecieron melodramáticamente estudiadas para ser muy efectivas, subrayado porque la protagonista empieza a desarrollar su enfermedad relativamente joven), como a continuación trato de justificar razonadamente.

Puestos a premiar buenas interpretaciones de mujeres que se "despeñan" en el abismo del maldito Alzheimer, habría que recordar a los doctos académicos votantes de los premios que ya había dos claros antecedentes de sendas excelentes actrices que representaron papeles similares al de Julianne Moore en "Siempre Alice", que también ambas ganaron el Globo de Oro y fueron nominadas al óscar por sus respectivos papeles, como Julianne Moore, pero a ellas dos no se lo concedieron, a pesar de que en ambos antecedentes no daba la impresión de que se hubiera melodramatizado en exceso el guión:
  • Judi Dench por "Iris" (2001), donde representaba, con sumo realismo, la historia verídica de los últimos años de la muy famosa escritora Iris Murdoch, con Kate Winslet en el papel de Iris siendo joven.
  • Julie Christie por "Lejos de ella" ("Away from Her" 2006), primera película  dirigida por la notable y joven actriz Sarah Polley, también autora del guión (basado en una historia de la Nobel Alice Munro). Nuestro colega en el Foro José Mª de Juan (Cinéfilo de corazón y cerebro,... lo que hace mucho más indefendible que no nos haya escrito nada en los últimos n años, como "doloridamente" le recriminé ayer), me la recomendó mucho ... y al final la vi, ya en TVE2, a pesar del sacrificio que me suponía comprobar cómo la actriz que he considerado más atractiva en toda mi vida, de la que me "enamoré" a mis 18 años, como os he confesado más de una vez (¡que sarcasmo!, el título de la película suya que me dejó impactado, empezaba por la misma palabra, era "Lejos del mundanal ruido", de John Schlesinger, pero ... 40 años antes que "Lejos de ella"), representaba con extraordinario y mensurado realismo un caso extremo de degradación mental y física, sin que por ello le concedieran el que hubiera sido su segundo óscar, tras robarle anteriormente otra oportunidad de tener dos (el primero y único lo ganó con "Darling" en 1965, también dirigida por John Schlesinger, que fue su lanzamiento, inmediatamente después rodó "Doctor Zhivago") en su merecida nominación por "Afterglow" (1997), cuando los académicos se lo "regalaron" a Helen Hunt por un bobo papel de anémica física y mental  en "Peor ... imposible" (sí, ya sé que es "Mejor...", pero realistamente yo le he "mejorado" el título a semejante simpleza propia de Telecinco), dirigida por un émulo de Mariano Ozores en versión americana y con la más tópica y peor interpretación de Jack Nicholson que recuerdo. ¡¡Y también a él le dieron el óscar!!. Por favor, vedla o volved a verla y recapacitad si no llevo razón con las ridiculeces sin límite de semejante bodrio.

No he visto (pero sí deseo y espero hacerlo) "Boyhood", "La teoría del todo" y "The Imitation Game"; me remito a lo que ya he escrito en este Foro sobre "Birdman" , "El Gran Hotel Budapest"  e "Ida", recomendando que las veáis e informando que las dos últimas, que se estrenaron en España hace un año y lógicamente desaparecieron de las carteleras en junio pasado o así, han sido repuestas en varios cines (especialmente de las cadenas Cinesa o Renoir) desde hace una semana, cuando ya se apostaba por ellas para los óscar. 

Una curiosidad al respecto: en un reportaje de "Días de Cine" en La 2, el distribuidor de "Ida" comentó que ahora (y lo dijo cuatro días antes de la entrega de los óscar), si tuviera que comprar sus derechos de distribución, tendría que pagar diez veces más que hace un año (cuando sólo se estrenó en 19 salas de toda España, frente a las 709 de "Capitán América" , como os comenté sobre "Ida" en abril pasado).    

Buen CINE, Amigos

Manrique 

jueves, 19 de febrero de 2015

Tánger: Los bereberes del sur

Lo de bereberes del sur viene de un viaje a Ouarzazate hace ya bastantes años. El empleado de una gasolinera en mitad del valle del Draa me preguntó de donde era, en un francés bastante macarrónico. Cuando, con mi francés todavía más macarrónico que el suyo, le expliqué que de “Al Andalus”, elevó la mirada al cielo y exclamó “Berbers du Nord!” O sea que si los gaditanos somos bereberes del norte, los tangerinos serán bereberes del sur, digo yo.

De Cádiz a Tarifa se tarda poco más de una hora en coche, lo que permite incluso acercarse a Tánger a pasar el día. Vamos, que tenemos más cerca Tanger que Málaga.

Al llegar a la estación marítima, nos topamos con el primer error del viaje: haber sacado los billetes con antelación. Un cartel en la ventanilla de Intershiping anunciaba que el ferry de las 18:00 estaba cancelado, y que la siguiente salida sería a las 20:00.

Por suerte, en un cuarto de hora zarpaba un ferry de otra naviera. Pagamos un nuevo billete, con la difusa esperanza de recuperar el dinero pagado a Intershipping, y embarcamos a la carrera, coincidiendo en la rampa de coches con un coro completo, con sus laudes, sus bandurrias y sus maletones con el vestuario. Por lo que hablaban, creo que iban a actuar a Tánger, aunque allí no haya carnavales.

Ya instalados a bordo, y antes incluso de largar amarras, vimos que se formaba una larga cola en el salón de la cafetería; por si acaso, yo me puse en la cola, sin saber todavía para qué servía. Al cabo de un cuarto de hora, mientras la fila avanzaba lentamente, por la megafonía del barco anunciaron que “el control de pasaportes se encuentra situado a la izquierda del barco”. Teniendo en cuenta que los barcos no tienen izquierda ni derecha, sino babor y estribor, y que el funcionario marroquí que sellaba los pasaportes se sentaba a estribor, el anuncio resultaba un tanto confuso. Eso sí, lo siguieron repitiendo cada dos minutos hasta que llegamos a Tánger, añadiendo versiones en inglés y en francés. Ni rastro de árabe.

Con el sellado del pasaporte hay que tener un poco de cuidado. Si ya has visitado Marruecos con el mismo pasaporte, al lado de los sellos de entrada y salida tendrás impreso un número de registro. En ese caso, conviene que se lo enseñes al funcionario. Si no lo haces y él no se da cuenta y te estampa un segundo número, puedes tener serios problemas a la salida de Marruecos.

Como en invierno hay que atrasar una hora el reloj al pasar de España a Marruecos, acabamos llegando a Tánger a la misma hora en que salimos de Tarifa. Los controles de entrada, en temporada baja, fueron razonablemente ágiles y ordenados, y después de declinar cortés pero firmemente varias ofertas de “grand taxi” (Mercedes de enésima mano que no usan taxímetro), salimos de la terminal y nos acercamos a una fila de oficinas prefabricadas, una de las cuales albergaba una casa de cambio de divisas.

El cambista, con la amabilidad típica marroquí, buscó nuestro hotel en Google Maps y nos trazó un detalladísimo mapa para llegar hasta él andando. Vamos, tan detallado que necesitó dos folios enteros para dibujarlo.

Entre la apertura del nuevo puerto de Tanger Med, que ha absorbido todo el tráfico de carga y gran parte del de pasaje, y el dinero aportado por la Unión Europea, el puerto está cambiando a toda velocidad. Se han derribado galpones, casetas y otros tugurios, se han eliminado los aparcamientos de camiones, y lo más vistoso, se están recuperando las fortificaciones de la Medina que miran al mar. Se nota que están apostando por el turismo, una vez perdido casi todo el negocio portuario.

Lo que no ha cambiado nada es la Medina. El mismo laberinto de callejuelas, escalones y pasadizos, las mismas tiendas de alimentación, de recuerdos, de ropa tradicional, barberías, farmacias, sastres semi callejeros, fabricantes de parchís, perfumerías a granel, panaderías. El mismo barullo incesante de chiquillos jugando, comerciantes charlando a la puerta de sus negocios, amas de casa cargadas con la compra del día, algunos turistas despistados, y hasta hippies siguiendo las huellas de Bowles y Kerouac.

Sí que eché en falta a los numerosos inmigrantes subsaharianos (negros, en lenguaje tradicional) que en visitas anteriores se veían deambulando en torno a las pensiones baratas cerca del Zoco Chico, a la espera de una ocasión para cruzar el Estrecho. Parece ser que la policía los ha expulsado de la ciudad, y que ahora malviven entre la costa del Estrecho y la carretera Tánger-Tetuán.

Después de un paseo de media hora, llegamos al hotel, La Tangerina, ubicado en lo más alto de la Kasbah, justo al lado del antiguo palacio del Sultán. Una buena casa familiar de comienzos del siglo pasado, restaurada, acondicionada y decorada con un gusto exquisito por sus dueños, Jürgen y Farida. La casa se organizaba en torno a un patio cubierto por una montera, rodeado por arcos en la planta baja y por galerías en los pisos altos, y está rematada por una azotea en dos niveles, con vistas a la ciudad, a la playa, al Estrecho y a España. De noche se distinguían perfectamente las luces de Gibraltar por el este y dos faros al norte, que pensé que serían los de Trafalgar y Roche.

Nuestra habitación se dividía en tres ambientes: un dormitorio minimalista, ocupado casi completamente por una cama, un saloncito decó con cama turca y escritorio, y un cuarto de baño ultra moderno, pero decorado al estilo marroquí.

Tras registrarnos y deshacer el escaso equipaje salimos, ya de noche, a dar un paseo por la Kasbah. Muy poca gente, callejones sin salida, escaleras arriba y abajo, paredes teñidas de almagre o de añil, una mezquita en obras en la que se prohíbía el paso a los infieles…

Seguimos bajando a través de toda la Medina, el Zoco Chico y el Zoco Grande, hasta el Bulevar Pasteur y sus edificios decó, entre los que destacan la Librería de las Colonias, el Hotel Rembrandt y La Grand Poste. Son los restos que sobreviven de la época más cosmopolita de Tánger, la de la Conferencia de Algeciras y la  Zona Internacional, administrada entre 1925 y 1940 por  Bélgica, España, Estados Unidos, Francia, Italia, Países Bajos, Portugal, el Reino Unido y la U.R.S.S.

Tiempos de espías, de agentes dobles o triples, de contrabandistas, de casinos y cabarets, pero también de miseria, prostíbulos y explotación. De guerra mundial y de guerrillas, de rifeños y sus kabilas contra españoles y regulares. Por cierto, para conocer cómo era la vida de los quintos españoles que venían a morir a esta absurda guerra del Rif, nada como “La forja de un rebelde”, de Arturo Barea, uno de mis escritores favoritos.

El Bulevar Pasteur rebosaba de la animación típica de un viernes por la noche, los innumerables cafés, llenos hasta arriba de hombres pero vedados de facto a las mujeres, la juventud paseando por las aceras o concentrada en lo que debe ser lo más moderno de la ciudad: el centro comercial Tanger Boulevard, con sus cafés cool como el Passion, sus pizzerías familiares y su terraza-mirador pública para los muchos que no podían pagarse una consumición.

La vuelta andando al hotel se nos hacía, literalmente, muy cuesta arriba, así que estirándonos un poco cogimos por sesenta céntimos de euro un petit taxi hasta la Plaza del Tabor, escuchando por el camino las quejas del taxista sobre lo mal que estaba la vida, lo cara que era la gasolina, y el dinero que perdía al aceptar una carrera tan corta como la nuestra. Nada nuevo.

Nos metimos a cenar en el que está considerado como uno de los mejores restaurantes de la ciudad, Le Morocco Club. Ya el jefe de sala que nos recibió, un negro espectacular, auguraba que aquello no era un sitio del montón, pero lo que siguió superó ampliamente nuestras expectativas. Los platos, es verdad que no muy abundantes, estaban excelentemente preparados y delataban la existencia de un cocinero de categoría. Pastela inidvidual en forma de rollito de primavera, presentada sobre un lecho de cebolla caramelizada y azafrán; cromesquis de queso de cabra con compota de pera, y molde de tajin de cordero con cuscús competían en calidad. El vino, un Ait Souala mezcla de uvas merlot, tannat y arinarnoa, tenía verdadero sabor a frutas del bosque y era suficientemente digno para un país de mayoría musulmana y abstemia.

Los postres merecen un capítulo aparte. Tanto el tiramisú sobre salsa de rosas y lichis como el “chocolatíssimo”, que combinaba cinco tipos diferentes de chocolate, eran difícilmente superables. Como broche final una copa –cortesía de la casa- de auténtico limoncello. No ese chupito de licor aguado que sirven en muchos restaurantes españoles, sino una auténtica copa de alcohol de noventa con limón y azúcar. Eso sí, el precio no se quedó atrás.

El sábado amaneció lloviendo, pero después un desayuno acorde con la categoría del hotel nos abrigamos y volvimos a bajar hasta el centro, aunque esta vez por el exterior de las murallas, por la Rue de la Kasbah y Rue d’Italie, recorriendo lo que en su día fue el barrio español y viendo lo poco que queda de locales míticos como el café Colón o los cines Capitol y Alcázar.

Ya en el Zoco Grande recorrimos primero el mercado municipal, visita para mí obligada. Los puestos de encurtidos y de especias son los más fotogénicos, pero la nave del pescado no tiene nada que envidiar al mercado de Cádiz. Nada de piscifactorías, todo pesca artesanal. Lubinas y doradas salvajes, marrajos de más de un palmo de diámetro, meros de diez kilos, y una enorme variedad de pescados, todo colocado artísticamente para llamar la atención de los compradores.

Como seguía jarreando, después de patearnos el mercado nos compramos un enorme paraguas y nos lanzamos de nuevo a perdernos sistemáticamente por las esquinas más recónditas de la Medina, lejos de las principales calles comerciales. Los callejones subían serpenteando hacia la Kasbah, se bifurcaban, se internaban por pasadizos bajo las viviendas, se abrían en plazoletas con gatos, niños y gallinas, y la mayoría de las veces terminaban en un rincón sin salida.

Cuando llegamos a lo más alto, vuelta a bajar, pero ahora siguiendo las callejuelas más cercanas al talud que mira hacia el mar, en torno a la Calle de las Aceitunas. Paseando entre hornos donde seguían haciendo el pan con leña de eucalipto, sastres sin máquina de coser, jóvenes parados que intentaban ganarse la vida sirviéndonos de guía y motocarros cargados de bombonas de butano o de material de construcción, llegamos al mítico e incombustible Hotel Continental. Dicen las malas lenguas que no ha recibido una limpieza a fondo desde sus años de gloria, cuando la aduana estaba ubicada justo a sus pies y era el único hotel de categoría en toda la Medina, en la época en que allí se alojaban artistas de cine, escritores y tahures. No sé si será cierto, pero puedo dar fe de que en mi última estancia me volví a encontrar, intacta, la huella que en el anterior viaje había trazado con un dedo en el polvo que cubría el espejo del vestíbulo del segundo piso.

Todavía fuimos capaces de caminar un par de kilómetros más bajo la lluvia, a lo largo del Bulevar Mohammed V, hasta que encontramos un restaurante que nos gustara y donde sirvieran alcohol. El Tangerino (nada que ver con nuestro hotel La Tangerina) era el típico restaurante de pescado y marisco, sin una gran cocina pero con mercancía de muy buena calidad. El dueño, ataviado con abrigo y sombrero, ejercía a la vez de maitre, de cajero y de jefe de sala.

Cuando salimos del restaurante, había escampado: el paraguas había cumplido su misión. Cuando viajo, he comprobado que la mejor manera de que deje de llover es comprar un paraguas; me ha funcionado en todo el mundo menos en Galicia. Lo malo es que en los viajes largos tengo que cargar con él todo el viaje. Si lo pierdo o lo abandono, suele volver la lluvia.

Un poco cansados de tanto caminar, otro petit taxi nos llevó hasta Casabarata, el Rastro de Tánger, un enorme mercado de ropa nueva y usada, zapatos, comida, electrodomésticos, material de construcción, antigüedades… En fin, todo lo que uno se pueda imaginar y bastantes cosas más. Una tienda con las estanterías atiborradas de cargadores y mandos a distancia de todo tipo de aparatos, apilados sin orden ni concierto. Otra en la que no se podía ni entrar, literalmente llena de taladros, de martillos neumáticos, de radiales, de sierras mecánicas, y de la que un dueño mal encarado me prohibió hacer fotografías. Un poco más allá, una zapatería con varios  miles de zapatos usados, embutidos a presión en los estantes o colgados del techo en racimos. Al lado, una barbería de unos dos metros cuadrados, donde cabían muy justos el sillón, el barbero y el parroquiano. Enfrente una casa de comidas, en la que un par de docenas de hombres mojaban pan en cuencos de harira, sentados en banquetas frente a un par de mesas corridas. En un rincón, tres esteras y una foto de La Meca acotaban un espacio para la oración.

Agotados, pero no rendidos, todavía tuvimos fuerzas para pelear por un taxi que nos devolviera al  Zoco Grande, a hacer las compras de rigor. Galerías Tinduf, el Zoco Chico y la Medina conforman un triángulo de las Bermudas del que no es fácil escapar sin un par de cuencos, una chilaba o una cajita de madera de cedro.

Caímos por fin en el hotel, ahora sí que exhaustos. Un par de horas de lectura y escritura junto a la chimenea, con un buen programa de jazz de fondo, nos revivieron lo suficiente como para ir a cenar al Hammadi, un restaurante tradicional en el extremo más bajo de la Rue de la Kasbah. Música en directo, harira y tajín de cordero con orejones y ciruelas pasas nos mandaron directamente a la cama. Ahora sí, con los pies en alto, dimos por bien aprovechado el día. Total, solo habíamos estado caminando unas nueve horas.

El domingo arreció el viento norte, que tenía a media España cubierta de nieve, y el encargado del hotel nos recomendó que nos volviéramos a España cuanto antes, ya que a mediodía se esperaba un empeoramiento del tiempo y podía llegar a suspenderse la salida de los ferries. Deliberación y cambio de planes. En lugar de visitar el cercano Museo de la Kasbah, que por otra parte ya teníamos muy visto de viajes anteriores, cogimos un petit taxi para intentar pillar el ferry de las once.

Como era de suponer, al llegar a la estación marítima nos enteramos de que lo habían suspendido por algún motivo desconocido, y que el siguiente zarpaba a  la una. Eso sí, en la oficina de venta de billetes se ofrecieron a cuidarnos el equipaje. Desorganización + amabilidad = normalidad.

Incapaces de esperar dos horas sentados en la horrorosa terminal de pasajeros, vuelta al centro para hacer las últimas y absolutamente evitables compras: cuatro clases diferentes de aceitunas, pastelillos surtidos, dos hogazas de pan de leña y unas pastelas de pollo. A punto estuvimos de comprar pescado para la semana, pero nos dio miedo de que acabaran cancelando todos los ferries y nos encontráramos varados en Tánger con varios kilos de pescado, por muy fresco que fuera.

La seguridad en la estación marítima era, por decirlo suavemente, laxa. Un enorme cartel a la entrada, flanqueado por dos policías que ni nos miraron decía: “Terminantemente prohibida la entrada sin la acreditación de la autoridad portuaria”. Paso obligado de pasajeros y equipajes a través de sendos escáneres, que no funcionaban. Rellenamos los formularios amarillos de salida, que entregamos en el control de pasaportes. Al lado, una oficina acristalada, cerrada, y llena de pilas de formularios amarillos usados, que subían hasta el techo y luego caían hasta el suelo cual una cascada. ¿Para qué valían los formularios? Misterio.

Y por fin, tras un nuevo retraso y otra hora de travesía en una mar bastante agitado, llegamos de vuelta a Tarifa, con un poquito de África en la mirada y la mente.

Una excursión fácil y agradable que recomiendo a cualquiera que se acerque por Cádiz provisto de pasaporte.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Tres autores del siglo XX

Philip Roth, Murakami y Patrick Modiano

Cuentan, que fue tan discutida la última concesión del nobel de literatura entre los partidarios de Roth y los de Murakami, que, al final se lo llevo Modiano.

La trayectoria del autor americano es de sobra conocida y reconocida: Premio Pulitzer por Pastoral americana en 1997. En 1998 recibió la Medalla nacional de las Artes y las Letras en la Casa Blanca, y la Medalla de oro de Narrativa. Ha sido galardonado en dos ocasiones con el National Book Award y el National Book Critics Circle Award. Ha ganado el PEN/Faulkner Award tres veces. En 2005, La conjura contra America obtuvo el Premio de la Society of American Historians. Ha recibido los dos premios PEN de mayor prestigio: en 2006 el PEN/Nabokov Award y en 2007 el PEN/Saul Bellow Award por logro en literatura estadounidense. En 2011 se ha sumado a esta formidable lista el Man Booker International. Premio príncipe de Asturias 2012. A pesar de tan larga lista, creo que me dejo algún premio más.

He leído algunos de sus mejores libros y me quedo con Pastoral americana, me parece imprescindible para profundizar en el alma americana, para conocer la sociedad del siglo XX y si esto no fuera suficiente, porque esta tan magníficamente bien escrito que apetece releerlo; yo lo he hecho dos veces y cada vez me gusta más.
Philip Roth va derecho al tema que más le preocupa, no da un rodeo, no elude ningún asunto por espinoso que sea, es valiente y audaz. Y, además, su tono narrativo es tan ameno que, por muy agotado que te encuentres de leer, eres incapaz de dejarlo.
Puedo recomendar otros libros suyos como La mancha humana, Zuckerman encadenado, Me casé con un comunista o Némesis.



De Murakami ya se ha hablado en este Foro, así que no voy a añadir nada.

Vamos con Modiano, autor que yo desconocía antes de darle el Nobel así que me lancé con el primero que encontré que resultó ser el último publicado: La hierba de las noches. Es difícil poner adjetivos a este libro o a los siguientes que he leído del mismo autor. Voy a intentar hacer un retrato aproximado: los personajes son como sombras, no sólo para el lector sino para ellos mismos, no se creen si son reales o imaginados, lo que no quiere decir que no sufran, o amen o huyan de peligros reales o imaginados. Pero no se trata de un tráiler, aunque se pueda leer así, es como si todo, ya estuviera dicho, sabido, pero no olvidado, por lo tanto, obsesiona. Modiano se desplaza a épocas que no ha vivido y las imagina tortuosas, agobiantes, sin esperanza, pasados que siempre vuelven para no dejarnos en paz.
En fin es un autor original, que puede angustiar, objetivo que parece proponerse.
Otros libros leídos  son: Trilogía de la ocupación, El horizonte, Calle de las tiendas oscuras. Títulos, astutamente bien elegidos para atraer al lector. Pero  su lectura ya es otro cantar, siempre parece que le falta algo, queremos saber más, pero nos lo niega, parece como si dijera quedaros con esto, es bastante. Así que al final, estamos casi igual que al principio. Produce una especie de vacío. ¿Es esto lo que se ha propuesto el autor?






lunes, 16 de febrero de 2015

“Los cuentos de la peste” de Mario Vargas Llosa en el Teatro Español de Madrid



Vargas Llosa en su discurso de aceptación del Nobel
Queridos Cinéfilos:

Este es un comentario especialmente dirigido a los que más amáis la Literatura y el Teatro y, por ello, lo inicio con una cita del discurso de Mario Vargas Llosa en su aceptación del premio Nobel:

“Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener, cuando apenas disponemos de una sola”

Esta es, para mí, una de las más esenciales verdades que he leído nunca sobre la Literatura.

Reitero declarar que Mario Vargas Llosa es mi escritor vivo favorito, al que, además, puedo leer sin que un “traduttore-traditore”, que sabiamente dicen los italianos (¿verdad, Rogelio?), distorsione el original, ya que, desgraciadamente, ni mi inglés ni mi francés son suficientemente buenos como para apreciar lingüísticamente un original de Paul Auster o del último Nobel, Patrick Modiano (al que estoy deseando conocer: me apetece empezar con su “Trilogía de la liberación”; los que le hayáis leído ya, ¿me aconsejáis mejor otra iniciación?).

Como ya creo haber declarado en este Foro, nunca he leído nada de Vargas Llosa que no me haya parecido de bueno para arriba, más aún, generalmente muy bueno, llegando a las tres, en mi opinión, “cumbres ocho-miles” suyas que hasta ahora conozco (aún me falta por descubrir mucha de su obra): “La ciudad y los perros”, “La guerra del fin del mundo” y “La fiesta del Chivo”. Las tres son deslumbrantes y os las aconsejo a todos, aunque al menos sobre dos de ellas ya he publicado un comentario en este Foro, a la última con motivo de su elección como mejor novela mundial de lo que iba del siglo XXI en una encuesta del Cultural del ABC en junio de 2011 con motivo de su nº 1000 entre 25 escritores españoles (Javier Marías, Soledad Puértolas, Jorge Martínez Reverte, Espido Freire, César Antonio Molina, Enrique Vila-Matas, Ignacio Martínez de Pisón, Javier Reverte, Juan Manuel de Prada, Lorenzo Silva, Ricardo Menéndez Salmón …, universo estadístico que asegura la “no adscripción al medio organizador” y la necesaria variedad ideológica, que uno vigila la calidad del agua que bebe; esto lo aclaro para inquisidores postmodernos alérgicos al inicio del abecedario … aunque lo hayan deletreado muy poco o nada en años. Todas las respuestas a la encuesta, comentarios y resultados en http://www.abc.es/especiales/20-anos-1000-numeros/).

No menos lo fue su extraordinario discurso en Estocolmo de aceptación del Nobel, (según os comenté en http://elforodemanrique.blogspot.com.es/2010/12/mario-vargas-llosa-enhorabuena-maestro.html ): de referencia para la Literatura, la Ética … y la Vida. Entiendo como un deber escucharlo atentamente por su impecable defensa de la Libertad contra todas las dictaduras y caracterización de la Cultura como la mejor vacuna contra la barbarie, lema este último que, muy modestamente, también yo creo defender en cualquier foro o circunstancia . Todo ello en su perfecto español-castellano, con admirables párrafos como cuando cita lo que le han enseñado múltiples escritores reconocidos, entre ellos: “… (aprendí) de Camus y Orwell: que una Literatura desprovista de moral es inhumana…”. Vaya, en más de un nombre coincidimos con Vargas Llosa (¿no?, Samuel: a ver si escribes algo en el Foro, te echamos de menos). Podéis verlo-oírlo completo en https://www.youtube.com/watch?v=HiiwGvOE4kM 


Ugolino con Boccaccio
Con estos antecedentes no es de extrañar que con dos semanas de antelación a su estreno sacara entradas para ver en el Teatro Español el montaje de su obra “Los cuentos de la peste”, dramatización muy personal basada en el “Decamerón” de Boccaccio, con un montaje físicamente “rompedor” (dirección de Joan Ollé y escenografía de Sebastià Brossa) ya que han desplazado el escenario al centro del tradicional patio de butacas (que se ha quedado en una tarima, no elevada), se ha dispuesto una grada con asientos en el fondo del habitual escenario para los espectadores “desplazados” de la platea, obviamente orientados hacia el centro del patio, donde ahora se actúa. En la antigua platea queda sólo una fila única de butacas, rodeando el nuevo “escenario”, de forma que los que tuvimos la suerte de conseguir estas localidades nos sentamos a un metro de los intérpretes (Belén: igual que en el montaje de “La gaviota” que ambos vimos y comentamos en el Foro en mayo de 2012 http://elforodemanrique.blogspot.com.es/2012/05/la-gaviota-de-chejov-en-el-teatro.html ). A mí, esta disposición, desde mi asiento, me ha parecido muy atractiva, claro que tendría que haber probado desde diferentes asientos del teatro que se hayan mantenido para poder dar una opinión colectiva.


Ugolino enfrentado a Santa Croce
Vamos al "meollo": El texto integra ocho cuentos del “Decamerón” (que no he leído) que ilustran perfectamente la dicotomía Eros-Tanatos que es la vida humana de condenados a muerte, donde se anestesia el miedo, cuando acecha con inminencia en escena, como en el caso de la peste negra, con una embriaguez de sexo-procreación, ya que éste es el binomio que permite la trasmisión de la vida, le guste a quien le guste y no le guste a quien no le guste. No inventemos, veamos lo que dice el Autor en una entrevista sobre “Los Cuentos de la Peste: Mario Vargas Llosa tras las huellas de Boccaccio” por Julio Bravo en ABC (  http://www.abc.es/cultura/teatros/20150123/abci-cuentos-peste-vargas-llosa-201501221706.html ): 

“Me fascina Boccaccio, y es una de las razones por las que es uno de los personajes en la obra. Es un hombre al que la peste lo cambia completamente. Era un hombre de bibliotecas, interesado por los clásicos, y probablemente sin la peste hubiera sido un escritor para escritores e intelectuales de alto nivel, y jamás hubiera escrito un libro como el “Decamerón”. Se enfrentó a la muerte, a una sociedad que está desapareciendo, pudriéndose físicamente; al mismo tiempo, él cuenta como la peste descalabra todos los parámetros morales en los que había vivido la ciudad y todo el mundo sintió que podía hacer lo que quería, que no había prevenciones de tipo poético, de tipo moral para la conducta. Y al mismo tiempo que había esa muerte física había esa degeneración colectiva, resultado de la desesperación, de la inminencia de la muerte». Todo eso a él lo transformó en otro escritor; un escritor popular, sensible a las preocupaciones materiales incluso de la gente más humilde: campesinos, artesanos. Pero lo más maravilloso es que los cuentos están escritos con un lenguaje popular, irreverente, maleducado, y de una riquísima vitalidad. Y ese lenguaje está apuntado de alguna manera en mi texto; no es el mismo lenguaje, ni muchísimo menos, porque hubiera sido una obra criollista, que a mí no me gusta nada; pero sí hay un espíritu muy irreverente y popular”.


Ugolino y Santa Croce recapitulando
Mi calificación sobre la obra es buena, pero no maravillosa, porque: 

La dramatización de Vargas Llosa, con su magnífico aliño poético-vital alcanza a estar, para mi gusto, muy por encima de la que consiguió Pasolini en su película. Lo que ocurre es que no llega a haber, ¿cómo lo llamaría?, una “fusión mágica” a lo largo de toda la obra, aunque sí varios momentos-pasajes en los que se alcanza ese clímax, pero no continuado.

Con motivo de este estreno he leído que a Vargas Llosa le entusiasma actuar en escena y, obviamente, se ha “preparado” un papel muy principal, actuando tanto de narrador, al principio, (en la, me temo, imprescindible introducción para que los espectadores de las muy jóvenes generaciones, a los que en la LOGSE, losa o lo que sea, parece ser que no les han contado nada de la medieval peste negra del siglo XIV, a pesar de que hubo países en los que se estima que la mortalidad global llegó a un tercio de la población, ni del “Decamerón”, ni de Florencia, si me apuras, se puedan enterar del entorno en que, cuándo y cómo se engarza la historia que se nos cuenta) como de Duque Ugolino en el resto de la obra, “organizador” del autoenclaustramiento del grupo de personajes en una finca para escapar del contagio de la peste que asolaba Florencia y casi toda Europa en aquel 1348.
 
Castigo eterno de Aminta

Pero, lamentablemente, Vargas Llosa no es un gran intérprete y, en mi opinión, debería haber actuado únicamente como narrador, cuyas intervenciones pueden ser más “asépticas” y no sería necesario “interpretarlas” tanto como demandan, y no consigue, las de Ugolino, y, por otra parte, me atrevería a sugerir (con la máxima humildad y respeto) que en determinadas escenas, en las que el Duque Ugolino participa, el narrador hubiera podido intervenir haciendo comentarios dirigidos al público, exactamente como hacía el coro en el teatro clásico griego, lo que, a mi entender, le hubiera venido de maravillas a una obra como ésta. Vargas Llosa tiene el aspecto y porte necesarios para el papel de Duque, pero no para actuar con la intensidad y matices que podría darle, se me ocurre, Héctor Alterio, por ejemplo, especialmente en los más duros encontronazos con la Condesa de la Santa Croce o con Aminta, su lado oscuro, papeles ambos muy bien representados por Aitana Sánchez-Gijón.

Pedro Casablanc como Boccaccio (principalmente, porque hay que aclarar que cada actor representa varios papeles como consecuencia de los diferentes cuentos que conforman la obra) resulta eficaz, pero yo diría que estaba más convincente como Arzobispo Carrillo en la serie “Isabel” de TVE. 


Los dos saltimbanquis, con Boccaccio al fondo
Los que me parecieron extraordinarios en sus variados papeles fueron Marta Poveda y Óscar de la Fuente, que completan el reparto. Estos dos actores, que siempre representan a la correspondiente pareja de personajes jóvenes de cada cuento y, en el grupo de refugiados en la finca, a los dos saltimbanquis, Pánfilo y Filomena, que allí se cuelan, actúan excelentemente, como ángeles o diablillos, según los personajes que “tocan”. ¡Anda que no se nota que los dos provienen de la C. N. del Teatro Clásico!. Tan sólo una pequeña crítica al impostado acento medio “gallego”, “pijo” o lo que sea, que, supongo, el director les impuso en el habla de los personajes de uno de los “cuentos”. No entendí para qué.

Unos enlaces por si queréis acceder a más amplias referencias: 

Los ensayos en el Teatro Español: 

“Una jornada particular: Vargas Llosa intérprete de sus Cuentos de la Peste”, crítica de Horacio Otheguy en Culturamas.es: 

“Las mil y una noche más”, crítica de Miguel Ayanz en Notas desde la fila siete:
http://notasdesdelafilasiete.blogspot.com.es/2015/01/los-cuentos-de-la-peste.html 

“El veneno del teatro prendió hace tiempo en Vargas Llosa” Comentario y antecedentes por Juan Cruz en El País:

Concretando: Yo le daría un notable y me alegro mucho de haberla visto. Mi consejo es que vayáis … si encontráis entradas, lo que veo difícil (estaba a tope y todos los días parece que llenan), pero …¡hay que intentarlo!. 

Buena LITERATURA llevada al TEATRO, Amigos. 

Manrique.

sábado, 14 de febrero de 2015

EL BALCON EN INVIERNO, de Luis Landero




 Hace unos días, almorzando con Luis Landero, del que fui compañero y sin embargo amigo como diría aquel cronista, me aseguró que ya lleva cinco ediciones de “El balcón en invierno”, lo que supone una tirada de bastantes miles de ejemplares, todo un éxito editorial en estos tiempos difíciles para los autores, y yo diría que merecido. Porque las 245 páginas de “El balcón en invierno”, publicado por primera vez en septiembre de 2014, se degustan en un santiamén, o eso fue al menos lo que me ocurrió a mí, que las devoré entre las tres de la tarde y las tres de la madrugada de un día del pasado enero.

Claro que muchos de los referentes autobiográficos que ilustran este tierno relato del escritor extremeño ya los conocía por conversaciones con su protagonista, con el que trabé amistad en el campus de la Universidad Complutense cuando coincidimos, a principios de la década de los 70 del pasado siglo, matriculados en la licenciatura de Lengua y Literatura Hispánicas, devenida después en Filología Hispánica.

Luis siguió la senda de la enseñanza en un centro público tras aprobar las correspondientes oposiciones, una época en la que había perspectivas de futuro para los licenciados cuando España estaba a punto de salir de la larga noche de la dictadura franquista. Al menos había oferta pública de empleo y muchos compañeros de carrera optaron por conseguir alguna de aquellas plazas.

Por esas mismas fechas, yo alternaba los estudios en la Facultad de Letras con los de Periodismo en la Escuela de la Iglesia –entonces no había aún Facultad de Ciencias de la Información- y muy pronto comencé a ejercer esa apasionante profesión a la que estuve ligado por espacio de cuarenta años, y con la inmensa suerte de practicarla en medios diferentes.

Una vez que concluimos nuestros estudios universitarios, la relación con Landero se interrumpió unos años pero, afortunadamente, y gracias a unos amigos comunes de la época de la Facultad retomamos el contacto que coincidió con la época en que publicó su primera y fascinante novela, Juegos de la edad tardía (1989), que le valió los premios de la Crítica de aquel año y el Nacional de Narrativa de 1990. Aquel libro –espero que muchos de vosotros lo hayáis leído- supuso una verdadera conmoción en el panorama literario español.

Luis, que tiene la misma edad que yo (66), trabajó con ahínco en la elaboración del texto de aquella novela, cuya redacción perfiló durante varios años y llegó a escribir tres versiones hasta que a su autor le pareció que podría ser digna de publicarse. Juegos de la edad tardía tenía mucho de crónica de la posguerra española y muchas notas de perfil autobiográfico porque, a fin de cuentas, todo escritor que se precie habla siempre del yo y de sus circunstancias, parafraseando a Ortega y Gasset. Su protagonista, Gregorio/Faroni, bien puede ser un trasunto del propio escritor.

Tras aquel primer éxito, Landero ha publicado otras siete libros de relatos y novelas –Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007), Retrato de un hombre inmaduro (2010), Absolución (2012) y El balcón en invierno- que han demostrado su calidad literaria en el soberbio manejo de situaciones y ambientes y en la descripción de sus personajes.


Foto reciente de mi amigo Luis Landero
El balcón en invierno tiene mucho de realidad íntima de su autor y muy poco o nada de ficción. A lo largo de los distintos capítulos, Landero describe cómo se hizo a sí mismo, buscándose la vida tras dejar el pueblo natal de la lejana Extremadura y venirse a Madrid con su familia dispuesto a ser “un hombre de provecho”, según prometió a su padre, una figura poderosa que marca las vicisitudes del autor en aquellos años en que comienza a alternar sus trabajos en comercios, talleres y oficinas con sus estudios nocturnos, lo que le permite descubrir su verdadera vocación, la literatura, aún a costa de renunciar a otra de sus grandes pasiones, la guitarra. Animado por un primo suyo, tal como cuenta en el libro, Landero aprendió a manejar el bello instrumento en una academia, lo que le permitió intervenir en conciertos y viajar por España y por el mundo.

Pero la aventura equinoccial tocó a su fin y Landero comenzó a leer con fruición a los clásicos y a los contemporáneos hasta que logró fundir sus ansias de “hombre de provecho” con las de escritor de fama.

Y en esas estamos. Ahora me toca leer Absolución, que fue proclamada la mejor novela de 2012 por la crítica. Cuando la termine ya os contaré. De momento os aconsejo que os asoméis a este “balcón”, editado por Tusquets, por la módica cantidad de 17 euros y me digáis qué os parece…

Javier PARRA


jueves, 5 de febrero de 2015

El Tanque - Fury - Corazones de Acero

Confieso que me enfado. Confieso que en ocasiones he sentido ira y he querido que el mundo a mi alrededor desapareciera y que lo hiciera lo más rápido posible y de cualquiera de las maneras. Confieso que he pronunciado palabras que han ofendido a otros, que he dicho verdades impronunciables que han provocado daño, que me he quejado de mis desventuras  y eso ha perjudicado a otros. Confieso que no siempre he hecho por los demás todo el bien que hubiese podido hacerles. A pesar de todas mis confesiones me considero una persona no violenta. Detesto la guerra desde que tengo uso de razón. Aborrezco la violencia. Me paraliza el pensamiento y el cuerpo cualquier acto violento ante mí. Soy incapaz de levantar una mano. Cuando he sido consciente de mi capacidad para hacerle daño a alguien, he optado por desaparecer de su vida, alejarme, como precaución. Saco pecho como los pavorreales, pero tras el alarde no hay nada más. Mato los bichos que entran en mi casa sólo, y sólo, desde que soy madre.

Años atrás tuve muchos escrúpulos por trabajar en una industria militar y cuyos productos eran bélicos -aún me resiento. Eludía decir innecesariamente dónde trabajaba a recién conocidos. Sufrí mis dicotomías participando en manifestaciones anti-OTAN en Madrid durante los 80. Jamás he empuñado un arma que no sea el cuchillo de trinchar la carne; que por cierto es un estupendo instrumento que compré en Toledo, como debe ser.

Pues bien, al hilo de mis extravagancias y ejercicios de desasimiento de las cosas, hace también muchos años dejé de ver la tele. Me propuse no verla. De esa forma, durante más de un año no encendí el televisor que tenía en el salón de mi estupendo apartamento de Altamira en Madrid. En ningún momento sentí necesidad de ver la tele, fue un año magnífico y una experiencia que me enorgullece y cuyo recuerdo me reconforta en tiempos bajos. Pero, un día leyendo la sección de Espectáculos  de El País supe que emitían aquélla noche una película de la cual había leído y me habían hablado de ella y que, irremediablemente, sabía que tendría que ver: “Johnny cogió su fusil” (1971). Esa noche encendí el televisor en mi vida otra vez. Creo que lloré. Muy poco tiempo después, y también en la cartelera de El País, supe que proyectaban en los cines Alphaville de Madrid otra película que en su estreno no pude ver y que necesitaba hacerlo: “Apocalypse Now” (1979). En el intermedio de la película encendieron las  luces de la sala y el público salió al vestíbulo a estirar las piernas, fumar y, sobre todo a soltar un poco de presión de lo que estábamos viendo allí dentro. Reconozco que lamenté haber ido sola, de no tener a nadie a mi lado para hablar, para comentar, para soltar un poco de presión…, o quizás reír. Estuve a punto de forzar la conversación con un tipo con tal de no sentirme tan mal, pero no lo hice. Aguanté y volví a la sala. También recuerdo cuando y de qué manera tragaba saliva mientras se sucedían rápidamente las escenas más dramáticas que se podían esperar de una película después de haber tenido un comienzo tan feliz. ¡Espanto, qué espanto! “El Cazador” (1978). El horror, el dolor, el destrozo, lo peor, lo peor… Nada suple el dolor del sufrimiento hondo, no hay medalla, no hay homenaje, no hay aplauso ni reverencia o reconocimiento que enjugue esa lágrima que brota de los adentros. Yo había recién cumplido mi mayoría de edad cuando vi a Christopher jugándosela a la ruleta rusa, y a De Niro intentando reparar todo el daño que la guerra había arrebatado a sus amigos, intentando que volviesen a ser lo que fueron. Y vi cómo era algo imposible.
Las veces que he oído “Cavatina”, de Stanley Myers, he tenido que buscar algún lugar donde dejar que mi espalda se apoyara. En esa música está todo lo que estoy diciendo; todo está.

Cada una de esas películas, y otras más, las he visto con todo el respeto que siento por los que dejaron su vida en nombre de otros, en beneficio de otros y por el desvarío de unos pocos. Es casi como ir a un funeral. A todas ellas las he considerado miembros del paradigma del antibelicismo. Poseen un toque especial, algo que les da esa condición. No sé qué es, pero lo tienen. Fueron concebidas para denunciar la aberración. Su razón de existir es que los demás vivamos. Contar lo que pasó, con toda su dureza, sirve, claro que sirve, tiene que servir, eso es… tiene que servir para que no pase más. Que no pase más. No más. No.

De guerras está la Historia llena y de historias están las guerras repletas. No creo que haya existido un participante en una contienda que no haya tenido un relato espeluznante que contar desde los tiempos de Aquiles. Esto de la guerra puede ser hasta recurrente para hacer chistes y ganarse la vida con ello, pero en esta ocasión no ha sido ninguna broma visionar “Corazones de Acero” (2014) cuyo verdadero título es “Fury” y que bien se lo podían haber mantenido en la versión española ya que es el nombre del tanque. Es más… yo, de mí, la hubiese llamado “Tanque”. Sí. No sé, quizás sea que me he vuelto insensible, que también yo soy ya un poco dura (seguro), o que mi ojo derecho tiene la suerte de ver la vida de otra manera, no sé, quizás sea porque soy más exigente que aquélla que fue al Alphaville o aquélla que encendió la tele tras un año de no darle al botón. No sé, no sé, podrá ser por lo que sea, pero en Fury no vi más que una producción, efectos de ordenador, y cientos de miles de tiros que posiblemente correspondían a un bucle “do while (n"<"balasatirar){disparabala(n);n=n+1})” Y una vez que han tirado mil balas, por qué no cuatro mil. Y una vez que hay cuarenta muertos en el suelo, por qué no unos pocos más, sólo hay que multiplicar. En fin… que sólo observé un alarde de producción de las tecnologías de la época en la que vivimos. Ni siquiera me sedujo en esta ocasión el Pitt (¡caramba! estoy mayor). Visionarla fue gratuito para mí; me la podía haber ahorrado.

Lo malo, lo realmente malo y que me hizo estremecer fue cuando volví al mundo real y leí en las noticias de El País que una niñita de diez años había saltado por los aires tras la explosión de las bombas que llevaba adheridas a su cuerpecito y que en la explosión habían muerto veinte personas más que estaban alrededor de ella en un mercado, que la niñita ni sabía lo que le habían adosado a su cuerpo y que hasta allí llegó porque su nigeriano padre se la había vendido a Boko Haram.

Marga.
No volveré a ver ninguna otra película de guerra más en mi vida. Amén.


domingo, 1 de febrero de 2015

Birdman (y el águila Vengador o Edward Norton, que es lo mismo)

Qué estupendo sería todo si sólo tuviésemos que valorar aquello que conocemos.

El cogote de Michael Keaton es inconfundible. Lo tiene recortado algo más alto que lo habitual y la cantidad de pelo, aunque ya lo va perdiendo a manojitos, parece delicadamente perfilado en el corte. Y no se me hizo extraño verle levitar en meditación adoptando la postura del loto. A partir de ahí ya me dispuse a cualquier cosa.

Me pregunté qué habría estado haciendo Keaton durante todo este tiempo atrás. No lograba recordar ninguna película reciente en la que hubiese trabajado y me autoculpaba por mi ignorancia o por no haber estado atenta a su trabajo.

En el justo instante en el que Michael se recuperó de su éxtasis la cámara tomó el papel casi protagonista. Una cámara en mano es un arte, permite meter al espectador en la escena, te invita a sentarte a la mesa, a ver las cosas desde atrás, adelantarte a los sucesos, fijar la vista en los detalles, tomarte tu tiempo hasta que sucedan los acontecimientos. En fin, que una cámara en mano es el mayor regalo que un director de cine ofrece a un espectador y en el caso que nos ocupa aún más puesto que pareciera que el escenario tomase otra dinámica, adquiriese movimiento, giros en los que la escena se dinamiza, se cuartea, se une y divide en partes distintas. Los actores le dan la vida a la dinámica; con sus magistrales diálogos, sus entradillas, sus réplicas dan piruetas en el aire haciendo del arte de la interpretación un derroche de exhibición. El patio de butacas en el teatro del cine y el del cine de mi teatro mantenían silencio absorto. Los cortes de escenas se aprovechan en un pomo de puerta, que nos introduce en otro plano; o en una vista al cielo, que nos lleva a otro universo.

He leído algo del original Birdman y cuentan las crónicas que era un personaje de Hanna-Barberá de finales de los 60, que adquiría sus poderes por los rayos del Sol, que su gran amigo era el águila Vengador y que sus compinches eran el Trío Galaxia con los que rescataba a la Tierra de grandes desastres. En cada episodio Birdman caía prisionero, conseguía liberarse y luego derrotaba por goleada al enemigo que lo había vencido a él minutos antes y en iguales circunstancias. Así era Birdman.

Y volviendo a Keaton… si no recuerdo mal… sí, interpretó a Batman y lo hizo en dos ocasiones. No sé si lo hizo bien o mal, pero quizás sea eso lo que provocó que yo no supiese qué había sido de su trabajo en los últimos años. No sé… a ver si la interpretación de Batman le costó un precio impagable. Birdman ha hecho justicia con Batman devolviéndome a Michael Keaton con menos pelo (no me importa), con mil arrugas en el rostro (tampoco me importa), compartiendo escena con Edward Norton -águila Vengador-,  y que pasea su cuerpo en calzones sin más pudor que el de ser un actor fuera de lugar hasta que consigue volver al teatro y lo hace pletórico, con el control en su voz, en la escena, magnífico.

Así las cosas, y recordando de nuevo los diálogos, las escenas ensayadas y pre-estrenadas, las suciedades en las paredes, las bambalinas sorpresivas, las exposiciones a la implacable cámara, todo me hizo pensar que me encontraba ante una preciosa oda al miedo al fracaso.

Marga.