jueves, 29 de junio de 2023

El desierto rojo

   En el vuelo de Melbourne a Alice Springs hicimos una larga escala en Adelaida, donde me llevé la sorpresa de encontrar un cartel de propaganda de las Fuerzas Armadas australianas en el que aparecía un destructor que me resultaba familiar. Mis excompañeros de trabajo de Navantia me confirmaron que se trataba de la primera unidad de la serie Hobart, diseñado por mi antigua empresa y construido en Australia con tecnología española. Al parecer, los tres buques han costado un total de seis mil millones de euros. Lo pongo con cifras (6.000.000.000 €) para que comprendamos mejor la locura que representan los gastos militares.

   Aterrizamos en Alice Springs anocheciendo y con un calor bochornoso, que nos acompañaría durante nuestra estancia. En el aeropuerto no había nadie esperando a los pasajeros, por lo que agradecimos la oferta de un residente de compartir con él el taxi que había pedido por teléfono. Llegó una furgoneta en la que nos metimos siete u ocho turistas despistados, con nuestros equipajes. Sin que dijéramos nada, el taxista nos cobró a cada uno nuestra parte del coste del trayecto.

   Alice Springs, destino del mítico viaje en autobús de Priscilla, reina del desierto, es considerada la capital del desierto central, una división administrativa de más de medio millón de kilómetros cuadrados poblada por solamente 40.000 personas, de las cuales la cuarta parte son aborígenes. Esto nos da una densidad de 0,08 habitantes por kilómetro cuadrado; para calibrarlo basta pensar que tanto en Mongolia Exterior como en la antigua provincia española del Sáhara Occidental la densidad es de dos habitantes por kilómetro cuadrado, veinticinco veces superior. 

      Alice, como le llaman los australianos, tiene unos veinticinco mil habitantes. Para hacernos una idea de lo aislada que está, pensemos que no hay ninguna ciudad más grande en mil quinientos kilómetros a la redonda.

   En Alice se puede contemplar en toda su crudeza la dura situación de los aborígenes, que constituyen, a mucha distancia de los blancos, el segmento más pobre de la población. Es muy habitual encontrarlos por las calles del centro, sentados en la acera o tumbados en un parque, rodeados de niños, malolientes y muchas veces borrachos. Aunque representan la cuarta parte de la población del desierto central, su cultura parece estar perdiéndose a toda velocidad: ya solo uno de cada diez habla su idioma tradicional. El gobierno australiano, pese a todas sus declaraciones de respeto y reconocimiento hacia los pueblos indígenas, no parece hacer muchos esfuerzos por su integración; de hecho, es muy difícil encontrar un empleado público indígena, como tampoco camareros, conductores de taxi o trabajadores de la construcción. Los empleos mejor pagados parecen estar reservados para los blancos de origen anglosajón, seguidos por otros blancos (griegos, italianos, españoles, iberoamericanos) chinos, vietnamitas, indonesios y otros habitantes del sudeste asiático. Algo nos habíamos olido en el vuelo Melbourne – Adelaida, cuando embarcaron unos cincuenta estudiantes y diez profesores de un colegio, Saint Patrick, que supuse privado. Entre ellos había uno de aspecto asiático, otro negro y una aplastante mayoría de blancos rubios y con la cara colorada. Ni un solo aborigen.

   Otra prueba de esta discriminación la podemos encontrar en los poderes del Estado. En la actualidad, solo once de los doscientos veintisiete miembros del parlamento central se definen como aborígenes y el primero que llegó a ese organismo lo hizo en 2010. Bien es verdad que la primera mujer que llegó al Senado lo consiguió en 2013, y no me refiero solo a mujeres aborígenes sino a mujeres en general.

   El centro de Alice Springs, como el de la mayoría de los pueblos grandes y ciudades pequeñas de Australia, está formado por ocho o diez manzanas en las que se concentran casi todos los hoteles, bares, oficinas y tiendas; el resto de la ciudad se compone de viviendas unifamiliares, rodeadas de jardines cada vez más extensos conforme te alejas del centro.

   Lo primero que hicimos al día siguiente fue pasarnos por la oficina de información para visitantes a comprobar el estado de las carreteras que se adentraban en el desierto, ese outback tan apropiadamente nombrado. Allí nos dieron un buen mapa de la zona y nos indicaron que se esperaban lluvias, por lo que muchas de las carreteras, incluso las asfaltadas, podían resultar cortadas por inundaciones. En varias de ellas estaba prohibido circular si no era a bordo de un todoterreno “de fondo alto”, nos insistieron. Nos leyeron también una larga lista de prohibiciones, como salirse de la carretera en las zonas no específicamente señalizadas para ello, llevar perros sin correa, pasar la noche en un vehículo fuera de un camping o encender fuego salvo en las barbacoas públicas (que, por cierto, ofrecían gas gratis a sus usuarios). El resto del día lo pasamos comprándonos sendos sombreros australianos, imprescindibles con el sol que caía; acopiando provisiones para los picnics que pensábamos organizar en nuestros recorridos por el campo, e intentando comprar vino o cerveza, asunto complicado como pocos. Comprobamos así en primera persona la relación tan peculiar entre el gobierno australiano y sus súbditos, a los que trata como si fueran niños o adolescentes descerebrados incapaces de cuidarse por sí mismos, ciudadanos inconscientes de los peligros que se les pueden presentar en la vida diaria.

   Resulta que en todo el Territorio del Norte la venta y consumo de alcohol están muy restringidos, en un inútil intento de evitar el alcoholismo entre los indígenas. Así, en todo Alice Springs solo se puede comprar vino o cerveza para llevar en un par de locales, custodiados por policías armados que te piden la documentación y te preguntan dónde y con quién lo vas a consumir. Luego, el tendero te pide de nuevo tu pasaporte para registrarlo y te advierte que ese día ya no puedes comprar más alcohol.

   Al atardecer, con la temperatura un poco más soportable, subimos a la colina Tharrartleneme, ahora llamada Annie Meyer. Allí, además de una buena vista sobre la ciudad, pudimos acercarnos a unos walabis y enterarnos de una parte del sueño de la creación de Alice Springs.

   Los Arrernte, habitantes originales de los alrededores de Alice, se consideran descendientes de tres orugas ancestrales. Ntyaarlke, Utenrrengatyye y Yeperenye son las que crearon la ciudad y el manantial que le da nombre; la colina a la que habíamos subido era la cabeza de Ntyarlike.   

Esa noche decidimos acercarnos al Festival de luz Parrtjima, un evento artístico inspirado en la cultura aborigen, con diversas instalaciones luminosas y la proyección de un espectáculo multimedia sobre la cercana cordillera MacDonnell Occidental.   Durante el festival, María sufrió un pequeño accidente que pudo haber dado al traste con nuestros planes de viaje. Por suerte, todo se quedó en un susto y en unas molestias en la rodilla que durante unos días le impidieron emprender rutas complicadas de senderismo y que al día siguiente nos aconsejaron acercarnos al Hospital General.

   Este hospital da servicio a todo el desierto rojo con la colaboración de los Flying Doctors, un servicio de médicos que se desplazan en avioneta a donde sea necesaria su presencia. Se veían muy pocos blancos entre los pacientes, supongo que la mayoría tendrían seguros privados. No había cola en la sala de triaje, donde tres enfermeras nos atendieron inmediatamente. Mientras avisaban al traumatólogo, pasé a secretaría a rellenar papeles por ser extranjero y enseñarles la tarjeta de crédito con la que luego pagaríamos los cuatrocientos euros que costaba la consulta. La empleada me comentó que era un día muy ajetreado; ya me gustaría verla en urgencias del Hospital Puerta del Mar de Cádiz, donde puedes esperar una hora para llegar a triaje y cuatro o cinco para que te vea un médico.

   Enseguida nos atendió el traumatólogo. Unas preguntas, unas manipulaciones de la pierna dolorida y un diagnóstico inmediato y esperanzador: no había lesiones, solo una inflamación fuerte que desaparecería en pocos días a base de vendas e ibuprofeno, como así fue. Ni una radiografía, ni un TAC ni ninguna otra prueba larga y costosa.

   Por contraste con esta eficacia de la sanidad pública australiana, el seguro privado de viajes que teníamos contratado con Adeslas nos proporcionó una atención bastante deficiente. Peloteo desde unos números de teléfono a otros, indicaciones erróneas sobre sus horarios de atención y una página web en la que era imposible cargar todos los documentos que nos pedían. Cinco semanas han tardado en reintegrarnos los gastos del accidente.

   Solucionados los problemas sanitarios y mientras intentábamos habituarnos a las temperaturas de hasta 38 grados, salimos en coche hacia el tramo más cercano de la cordillera MacDonnell Oriental. Se trataba también de que María se acostumbrara a conducir por la izquierda en una ruta corta y poco concurrida. No es que sea especialmente complicado este cambio de lado, pero la cosa se complica en las escasas rotondas, donde se gira en el sentido de un reloj, y en los semáforos que permiten el giro a la derecha, cuya lógica nunca llegamos a entender del todo.

   Otro aspecto dificultoso, del que se quejan los mismo australianos, es la ubicación de los mandos de luces y limpiaparabrisas. En algunos modelos, estos mandos se organizan igual que en España, con las luces en el lado izquierdo del volante y el limpiaparabrisas en el derecho; en otros modelos es exactamente al revés, por lo que con mucha frecuencia poníamos en marcha las escobillas cuando queríamos adelantar o encendíamos los intermitentes si se ponía a llover.

   Nuestra idea original era ir en coche hasta la garganta Emily, seguir andando hasta la garganta Jessie y volver andando hasta donde pensábamos dejar el coche. Era la misma ruta que había seguido Yeperenye, una de las tres orugas ancestrales, mientras creaba las pozas de agua y las gargantas antes de convertirse ella misma en la actual cordillera.

   En la garganta Emily el paso a las pinturas rupestres, que al parecer representan el sueño de las orugas, estaba cortado por la subida del nivel de la poza tras las recientes lluvias. En vista de esto y de que María no podía acompañarme, decidí no ir andando hasta la garganta Jessie. Siete kilómetros caminando a 35 grados, con el riesgo de que el sendero estuviera impracticable, me pareció demasiado esfuerzo.

   Al llegar en coche a la segunda garganta, un letrero advertía a las mujeres y niños aborígenes que no debían ver las pinturas. El tabú no nos afectaba a los extranjeros, pero otro letrero indicaba que, para respetar las creencias de los aborígenes, no se permitía fotografiar las imágenes sagradas.

   Al día siguiente salimos temprano de Alice, dispuestos a nuestro primer recorrido largo por el outback, y nos encontramos con algo que no nos esperábamos: lluvia, intensa, todo el día. Cada pocos kilómetros nos veíamos obligados a cruzar una charca o a vadear una rambla. En la garganta Ormiston, uno de los pocos pasos que permiten que personas, animales salvajes y ganado crucen la cordillera MacDonnell Occidental, se anunciaba una cafetería con tienda de artesanía gestionada por unos aborígenes. Ante la total indiferencia de los dos empleados, nos tomamos un café y curioseamos entre los objetos (cuadernos, bolsas, postales, marcalibros) decorados con diseños indígenas y a unos precios muy superiores a los que habíamos visto la víspera en las tiendas del centro de Alice Springs.

   La lluvia no tenía trazas de escampar, los charcos eran cada vez más profundos y, cuando a las dos de la tarde llegamos al comienzo del Mereenie Loop, un tramo sin asfaltar de ciento sesenta kilómetros, una pista de tierra roja que imponía, nos paramos para pensar y tomar una decisión. Podíamos seguir por aquella pista hasta Kings Canyon, donde habíamos previsto pernoctar, con el riesgo de que la ruta estuviera cortada más adelante y tener que pasar la noche en el coche, o retroceder hasta Alice Springs para llegar a nuestro destino desde el sur, en un rodeo de unos ochocientos kilómetros que tendríamos que recorrer en gran parte por la noche.

   Mientras discutíamos, vivimos en directo una de esas muestras de solidaridad que permiten la supervivencia a las pocas personas que residen en el desierto rojo. Un coche, el único que nos adelantó en todo el camino, se detuvo un momento a nuestro lado para preguntarnos si teníamos algún problema. Sabían que en aquella zona, sin cobertura de telefonía móvil, no podías recibir más ayuda que la que te prestaran otros conductores. Este mismo comportamiento solidario se repitió en varias ocasiones a lo largo de nuestro recorrido por el país, incluso en carreteras asfaltadas.


      Al final tomamos, por suerte, la decisión correcta: continuar camino por la pista de barro. Cruzamos docenas de arroyos, patinamos por los barrizales y nos cruzamos con caballos, burros, vacas y hasta un dingo, pero ni un solo coche vimos en cuatro horas, salvo un microbús todoterreno cargado de turistas, parado al borde del camino para hacer fotos. Cumplimos con el rito de detenernos y saludar, pero el conductor iba en el mismo sentido que nosotros y no estaba seguro de si la pista estaría abierta. Además, ya nos quedaban pocos kilómetros para llegar a nuestro hotel, el único en toda la ruta, junto con la única gasolinera, el único supermercado y el único bar y restaurante.

   Cuando, ya atardeciendo, llegamos a Kings Canyon, nuestro coche, cubierto de barro por completo, causó sensación. Todos los demás que había en el aparcamiento, unos todoterrenos inmensos, equipados con palas, planchas metálicas y todo lo necesario para alcanzar el fin del mundo, lucían impolutos después de haber llegado por el sur. Varios conductores, cuando les confirmamos lo evidente, que habíamos venido por el norte, nos preguntaron por el estado de la pista Mereenie, que algunos pensaban intentar recorrer al día siguiente. Con aquellos cochazos seguro que lo conseguían sin ningún problema.

   Nosotros tuvimos la suerte de que la dirección del complejo había decidido alojarnos en un bungalow de lujo, amplio, con veranda, aire acondicionado y baño privado, en lugar de en la cabinita prefabricada y sin cuarto de baño que habíamos reservado.

   Esa noche celebramos el final feliz de la pequeña aventura con una buena cena en Hungry Dingo, el pub de Kings Canyon, con música country en directo y buenos vinos. El alcohol para llevar no lo vendían antes de las once de la mañana, lo que me parece razonable, pero solo si eras huésped del camping o del hotel cercanos, lo que constituía una clara discriminación contra los aborígenes Matutjara que vivían en un asentamiento cercano.

   A la mañana siguiente fuimos al supermercado a comprar provisiones para las rutas de senderismo que pretendíamos recorrer. Cuando nos preguntaron de dónde éramos, sorpresa: según las dependientas, éramos los primeros españoles que habían pasado por allí.

   Decidimos no abordar la ruta más bonita y complicada, una circular que incluía un desnivel de cien metros hasta el borde superior del cañón Kings, el que da nombre al complejo turístico; la lesión de María, aunque había mejorado mucho, todavía no le permitía muchas subidas y bajadas; en su lugar, hicimos otra mucho más sencilla, de ida y vuelta por el fondo del cañón, a lo largo del arroyo del mismo nombre.

   Los aborígenes llaman al cañón Watarka Karru y cuentan que los hombres gato recorrieron todo el río desde el sudoeste y celebraban sus ceremonias al pie de la cascada que cae desde lo alto del cañón. Un tabú les prohíbe cortar madera, ni para hacer boomerangs ni para las hogueras. Muchos tabús tienen su motivo; este, en concreto, les obligaba a conservar intacta la vegetación del cañón para así poder capturar a los animales que se acercaban a beber. A los turistas se nos permite ver los árboles, pero no tocarlos.

   

   En el cañón Kings, como en toda Australia, se toman muy en serio el senderismo. Las rutas están perfectamente señalizadas y clasificadas en función de su dificultad. Hay rótulos que explican las leyendas aborígenes relacionadas con la zona a atravesar e información abundante sobre la flora y fauna que te puedes encontrar o sobre los restos arqueológicos (algunos de no más de cincuenta años). En los inicios de cada ruta hay aseos limpios y con papel higiénico; en los puntos de riesgo, escaleras y barandillas. Hay depósitos de agua potable, sombrajos con barbacoas de gas, mesas y sillas para comer. Por todas partes hay bancos para descansar, habitualmente situados a la sombra de un árbol y con buenas vistas.

   También hay recomendaciones y prohibiciones, muchas. Prohibido iniciar la ruta si se esperan temperaturas elevadas a lo largo del día, fumar, tirar papeles, beber alcohol, acampar y permanecer en los parques naturales después de la puesta del sol si no se dispone de un permiso para una noche y un lugar concreto, creo que hasta gritar o poner música, por lo silencioso que caminan.

   Los que no son tan silenciosos son los grupos de estudiantes que te encuentras por todas partes. Como en España, los pequeños son bullangueros pero atienden con interés las explicaciones de sus benditos maestros, mientras que los adolescentes, con cara de asco permanente y la vista fija en sus móviles, no prestan ninguna atención a lo que están visitando.

   La normativa de los parques te aconseja cosas obvias y otras no tanto. Calzado, ropa y sombrero adecuados, dos litros de agua por persona y hora, pasar por el centro de información más cercano o consultar en internet la posible presencia de cocodrilos, de medusas o de dingos o el estado de los senderos… Me da la impresión de que los australianos se autoengañan con su pasión por la libertad y los espacios abiertos. Con sus enormes todoterrenos se limitan a circular ordenadamente de un punto de parada autorizado a otro, sin plantearse siquiera romper las reglas.

   Los australianos adoran su país y lo recorren con mucha afición. De hecho, en el outback la inmensa mayoría del turismo es nacional, seguido por un pequeño porcentaje de chinos y muy pocos europeos. Españoles no encontramos ni uno en todo el desierto rojo.

   Viajar por Australia es caro hasta para sus propios habitantes; por eso muchos de ellos optan por las autocaravanas, a veces de un tamaño un poco exagerado, y procuran comprar todo lo que van a consumir en los centros comerciales de las grandes ciudades. Hemos visto todoterrenos o camionetas cargados de cerveza como si fueran un camión de reparto de Cruzcampo, o autocaravanas con un remolque-barbacoa.

   Su vestuario de turistas es también un tanto peculiar. Pantalones cortos o de camuflaje; botas con cordones y cremallera por encima del tobillo; sombreros de ala ancha, de cuero o de fieltro y con o sin colmillos de cocodrilo, cazadoras de cuero y bandanas al cuello o en la frente. Una mezcla entre Cocodrilo Dundee, Mad Max e Indiana Jones.  

Durante el recorrido, sentados en un banco a la sombra de unos eucaliptus de corteza deslumbrante bajo el sol, comprendimos que el lugar fuera sagrado para los indígenas. El frescor y la humedad constituyen un refugio salvador durante los largos e intensos veranos australianos y, para un pueblo sin armas de fuego, un lugar ideal para cazar a algún canguro de los que acuden a beber. 

   Desde el final del sendero contemplamos con los prismáticos a los senderistas que recorrían la otra ruta, la que discurría por el borde superior del cañón. Buenas vistas, sin duda, pero también un recorrido de varias horas y una subida de quinientos escalones que no estábamos en condiciones de abordar.

   Continuamos la ruta en coche y pasamos frente a un desvío que conducía a la comunidad aborigen Lila, oculta también a la sombra de un cañón y a cuya entrada una señal nos recordó la prohibición de acceso sin permiso. No era una norma del gobierno sino un deseo de la propia comunidad, que no quiere ser molestada por los turistas blancos y prefiere seguir viviendo al estilo tradicional.

   Así llegamos al comienzo de la segunda ruta que habíamos planificado para ese día: los manantiales Kathleen. Allí nos encontramos un buen ejemplo de los choques económicos y culturales entre colonos y aborígenes. Los aborígenes consideran que estos manantiales, que no se secan en todo el año, están protegidos por la serpiente arcoíris; por eso, durante veinticinco mil años los han tratado con gran respeto y nunca se bañan en ellos. Cuando las temperaturas bajaban y les permitían desplazarse a mayor distancia para cazar, recolectar o, simplemente, visitar a sus parientes, los dejaban “descansar” hasta que el calor los convertía de nuevo en un oasis imprescindible. Solían construir sus cabañas a un par de kilómetros del agua, para no espantar a los animales salvajes que se acercaran a beber.

   Además de la serpiente arcoíris, también recorrió esta zona la mítica serpiente pitón Inturrkunya, que dejó sus huellas en la roca.

   Si el grupo necesitaba carne, formaba una cadena humana que cerraba la salida del cañón y empujaba a los animales hacia el fondo, sin salida, donde no les era difícil cazarlos con sus lanzas.


   En 1872 llegaron los primeros exploradores blancos, que consiguieron una licencia para explotar la tierras como pasto para dos mil quinientas cabezas de ganado. Los pastores se establecieron en la zona y se apropiaron de los manantiales. Diecisiete años después la zona sufrió una larga sequía, de la que surgieron los primeros conflictos entre pastores y aborígenes. Con la sequía, regresaron los aborígenes, que pretendían seguir viviendo como era su costumbre y cazar los animales que entraban a beber en la garganta, fueran vacas o canguros, como habían hecho desde el tiempo del ensueño. La policía intervino en favor de los pastores blancos y la mayoría de los indígenas murió de hambre, aunque las luchas por el uso del agua duraron veinte años más. Solo sobrevivieron los pocos que aceptaron trabajar para los blancos y que pronto adquirieron fama de buenos conocedores del terreno ¡Menos mal! El ganado fue retirado en 1982, con el establecimiento del parque nacional.

   Nosotros caminamos hasta los manantiales, al fondo de la garganta, procurando no molestar a la serpiente arcoíris; luego hicimos un breve almuerzo a la sombra de los eucaliptus, sobre los restos del cercado construido por los pastores para controlar a sus vacas. Solo una pega le encontramos a este y otros recorridos a pie por el desierto rojo: las moscas. Innumerables, se abalanzan sobre ti cuando caminas, cuando te sientas, cuando intentas comer algo o descansar un rato. Allí entendimos por qué muchos turistas llevaban mosquiteras integradas en sus gorras.

   Después regresamos al coche para pasar la tarde descansando en nuestro fantástico bungalow de lujo. Al día siguiente nos esperaba la mitológica roca de Uluru, pero esa es otra historia que puedes leer pinchando aquí.

Otros capítulos de este cuaderno:

Un país soñado

El salvaje norte

De chicharras y medusas

La ciudad del mar

Wollongong y Melbourne

 

domingo, 25 de junio de 2023

De Hierro a Ferrol: Rapa 1. Asesinato en A Capelada, y RAPA 2. Desaparece una comandante en el Arsenal. Muy buena serie en Movistar.

 Queridos "Cinéfilos":

La verdad es que no soy muy aficionado a las series en TV, pero de vez en cuando veo alguna que, por sus buenas referencias y/o por mi afición sobre su temática, considero que me puede interesar. Circunscribiéndome a las del siglo XXI (porque si no tendríamos que hablar de algunas muy antiguas, como "Historias para no dormir""Yo, Claudio", "Fortunata y Jacinta", "Cosmos", "Arriba y abajo" y otras, que sólo los que superamos los 70 años podemos recordar), en los últimos años he descubierto algunas que me han gustado mucho, tanto que hasta he comendado en este Foro unas pocas, pero que yo recuerde las que he aconsejado con más convencimiento han sido:

  • "Crematorio", española de hace una década, excelentemente dirigida por Jorge Sánchez-Cabezudo (recibió el Premio Ondas a la mejor serie nacional) y con guion basado en la muy reconocida novela homónima de Rafael Chirbes, a su vez ganadora en 2007 del Premio Nacional de la Crítica, que vi con bastante retraso y la recomendé aquí en diciembre de 2018. La serie está todavía disponible en Movistar a través de este enlace.
Tiene cuatro temporadas, de las que la T1+T2  (8+8 caps) completan un tema único, para mí interesantísimo y con un fondo histórico real al 100%, que como conjunto fueron las premiadas por la Academia Europea. Debo advertir que es una serie muy honestamente cruda a la hora de desvelar la miseria y podredumbre social y política que fueron contaminando inexorablemente la convivencia en la Alemania de Weimar 
desde 1918 a 1933, arruinada por la perdida Primera Guerra Mundial y esquilmada, vengativa y estúpidamente, por los vencedores, muy especialmente por Francia, que ansió durante décadas poder vengarse de la Prusia que la derrotó total y rápidamente en su guerra de 1870. Las consecuencias fueron nefastas ya que humillado y asustado por la situación una mayoría del pueblo alemán creyó las soflamas populistas de los Nazis, se agarró a ellas como a un clavo ardiente y así llegó Hitler al poder, democráticamente, para implantar en unos meses una dictadura apoyada por una mayoría de la población alemana, lo que concluyó doce años después con el país y gran parte de Europa continental totalmente destruidos en 1945; registrando el propio Tercer Reich más de tres millones de soldados y dos y medio de civiles muertos. Alguien escribió que los pueblos que no conocen la Historia volverán a cometer antiguos errores...

La T3 (12 caps), aunque formalmente con la misma muy alta calidad, por su tema policíaco me impactó menos, pero tiene el atractivo documental extraordinario de que se desarrolla durante la filmación de una  película del mítico Cine expresionista alemán en 1929, que se muestra con cierto detalle y buenos recursos. 

La T4 la tengo pendiente de ver, afortunadamente las cuatro están disponibles en Movistar, empezando por la T1, cuyo segundo capítulo es, en mi opinión, formal y cinematográficamente magistral, Me atrevo a afirmar que es el capítulo  que yo más hubiera preferido dirigir entre los de cualquier serie de TV que yo haya visto, tanto por su espectacularidad como por su capacidad de trasmitir cinematográficamente ideas y mensajes sin palabras. ¡Absolutamente genial!

  • El Comisario Montalbano
    Y he dejado para el final la serie que más repetidamente he aconsejado, tanto por mi identificación psíquica, ética, mediterránea, gastronómica  y hasta "capilar" con su personaje protagonista, "Comisario Montalbano" (que trata de servir más al espíritu de la Justicia que a su aplicación mecánica legal) como por su perfecta localización, ambientación y personajes sicilianos (hice una visita de sólo ocho días a Sicilia, con un espléndido guía, y me enamoré de esa Isla) y por la alta calidad literaria del autor de las novelas y creador de ese personaje, que son la base de todos los guiones de la serie, el reconocidísimo Andrea Camilleri, al que Ana Díaz dedicó aquí un sentido obituario con motivo de su fallecimiento. 
El resultado contrastado es un caso único de serie repuesta en La 2 de TVE, siempre en hora estrella de la noche, hasta cinco veces completas, la última el verano pasado, además de los dos pases iniciales, cuando aún sólo había comprado los primeros 26 caps, que son en conjunto los mejores para otros y para mí, aunque yo listé específicamente mis diez favoritos en la carta de despedida que le dirigí desde este Foro el otoño pasado "Arrivederci, Salvo Montalbano", a la que os remito. En Italia ha sido la serie más vista y apreciada en la historia de la TV.. Hay que agradecer a TVE que, debido al éxito creciente de esta serie en España desde su primera emisión en 2013 (con un retraso de 14 años respecto a su estreno en la RAI) y la última reemisión en 2022, haya decidido dejarla completa accesible en HD en este enlace (desde el primer al último capítulo).

Perdonad esta larga introducción antes de centrarme en "Hierro" y "Rapa"; digamos que lo he hecho para cancelar una deuda con Piedad y, de paso, facilitar estas referencias y enlaces a otras personas que quieran ver buenas series de TV este ver
ano. 

Cartel de la primera temporada
Movistar coprodujo con Arte France la original serie policíaca "Hierro", creada y muy bien dirigida por los gallegos hermanos Pepe y Jorge Coira, con guion del primero y de Fran Araújo, cuya acción se desarrolla en esa isla, que es el territorio español más alejado al suroeste de la Península, con dos temporadas, la primera en 2019 (seis caps de 50 min) y la segunda en 2022 (ocho caps) sobre sendos
 casos de asesinatos que son instruidos por una jueza (bien Candela Peña) que acaba de llegar destinada a un juzgado herreño.

En mi opinión, la primera temporada es muy buena, con guion complejo y creíble, excelente ambientación y localización y, como un plus, informa colateralmente 
Reparto de la primera temporada de "Hierro"
del proceso de cómo funciona una plantación platanera. 

Muy adecuadas interpretaciones, yo destacaría la de Darío Grandinetti y la de algunos secundarios, todos canarios, entre éstos la de la actriz que interpreta a una cabo de la Guardia Civil,  actriz que yo no conocía, a pesar de ser ya de media edad, Mónica López, tocaya con nombre y apellido compartidos con una meteoróloga de TVE, con la que no hay que confundirla. La segunda temporada estimo que tiene un guion no tan bien trabado, aunque su factura siguió siendo buena. Ambas están disponibles en Movistar a través de este enlace.

Cartel de RAPA 1ª temporada, mayo 2022
Tras el éxito de crítica y comercial de "Hierro", el mismo equipo, mayoritariamente gallego, de dirección, guion y producción, quizás por "morriña",  decidió en 2022 realizar la primera temporada (6 caps de 55 min) de una nueva mini serie policíaca, "Rapa", sin ninguna conexión en su argumento con la anterior, desarrollándose la acción en la bonita villa de Cedeira (6.500 habitantes) en las Rías Altas coruñesas y su entorno, arrancando la trama con el descubrimiento del cruel asesinato de su alcaldesa, política populista que había ejercido el poder municipal durante décadas apoyada por una agrupación municipal local y con las suficientes ramificaciones económicas y sociales necesarias para conseguir su permanencia, reelección tras reelección. 

En esta nueva serie es protagonista la jefe de la Guardia Civil en Cedeira, sargento Maite Estévez (interpretada magníficamente por Mónica López, su personaje aquí no es el mismo de "Hierro" tras ascender, no debo aclarar por qué no puede serlo, divorciada amistosamente y con una hija que acaba de ir a estudiar a la Universidad de Santiago) que inicia sus pesquisas interrogando a Tomás Hernández, que en uno de sus paseos prescritos por su médico  ha encontrado a la moribunda alcaldesa en la sierra A Capelada,  lo que se nos muestra el primer minuto de la serie. Profesor de Literatura en el Instituto de Cedeira, divorciado y en las primeras fases de sufrir ELA, muy bien interpretado por Javier Cámara, mostrando creíblemente su poliédrico estado de ánimo, que oscila entre el cinismo, la desesperanza, el cabreo y el miedo ante la cruel enfermedad que le matará en muy pocos años. Va a ganar a pulso el papel de coprotagonista. 

Maite y Tomás, los protagonistas
Partiendo de una nula empatía mutua inicial entre ambos personajes principales, la creciente implicación de Tomás en el caso, que asume como un ejercicio vital y desafío que distraiga su mente, para  apartarla de su muy grave problema de salud, logra que la sargento acepte su ayuda desinteresada como informante, tanto más cuanto que él ha dado clase a los estudiantes de bachillerato
 en el instituto durante los últimos 15 años y tiene acceso a ciertos antecedentes.

Le paso la palabra a Federico Martín Bellón, que escribió en El Cultural de ABC del 25.05.2022 sobre el estreno de esta primera temporada una crítica, para mí acertadísima, 

 'Rapa': Salto mortal en la nieblaaccesible en este enlace y de la que copio sus dos primeros párrafos: 

Norma (Lucía Veiga) y su madre (Berta Ojea)
 No hay escena mala en 'Rapa' . Y las hay fabulosas. Si al lector le va la mala leche y las reseñas en las que el airado crítico destroza una obra cualquiera, a ser posible con un punto de rencor y dos gotas de amargura, es mejor que lea otra cosa. De la serie de Pepe Coira y Fran Araújo para Movistar solo se pueden, o se deben, decir cosas buenas. También sabe desconcertar, que conste. 

 De entrada, y más allá del recital de Mónica López y Javier Cámara , es fácil pasar por alto las virtudes, agazapadas en una estructura engañosamente sencilla. Y en 'Rapa' todo se entiende. Es tan poco pedante la propuesta que casi resulta tentador mirarla por encima del hombro, postura incómoda para ver la tele. Sin marcarse un Iñárritu del montaje ni emular el cubismo hipnótico de 'Pulp fiction' , tan difícil de copiar bien, los creadores gallegos juegan con aspectos más sutiles. Hasta el humor es gaseoso. Luego, se entregan a una pequeña ruleta rusa del guion , inofensiva para los mortales e invisible para el aficionado. En malas manos, acabaría en tragedia creativa....

Añado mi gran reconocimiento a los actores secundarios, casi todos entre buenos y muy buenos, destacando muy especialmente a Lucía Veiga en el importante papel de Norma, la fisioterapeuta de Tomás, a Berta Ojea, como su madre, a Paula Morado como Paquita, la yonqui, en su breve pero intenso papel, y a Ricardo de Barreiro, como Samuel, hijo de la asesinada alcaldesa. 

Cartel de RAPA 2ª temporada, junio 2023
Desvelo que, como a veces hacía Hitchcock, ¡a partir del capítulo segundo ya sabemos quien asesinó a la alcaldesa!, pero no las razones para hacerlo, si se podrá probar esa culpabilidad y si habrá otro crimen, concluyendo en un final sorprendente, un poco al estilo Montalbano, para mí excelente y creíble.

Dirección y fotografía, muy buenas, localizaciones y ambientación extraordinarias. No puedo dejar de subrayar la preciosa secuencia real insertada de una celebración de "A rapa das bestas", fiesta tradicional anual en la que se capturan y encierran en unos cercados los caballos salvajes, me parece que propiedad de los municipios, para ser controlados, marcados y cortarles las crines, liberándolos luego hasta el próximo año. Lo que sí es cierto es que no hay prácticamente razón para titular la serie "Rapa".

 Aclaro que viví 14 años de mi vida en Ferrol, visité muchas veces la cercana Cedeira para comer el famoso rape al "estilo" de esa villa, y doy fe de que los acentos y expresiones utilizadas en los diálogos son absolutamente típicos de la zona, lo que ocurrirá también en la segunda temporada, que paso a comentar.

Tomás con su chófer/cuidador, Tacho
Estrenada por Movistar hace sólo una semana, en sus seis capítulos se cambia la localización del nuevo "caso" a Ferrol (64.000 habitantes) uno o dos años más tarde, en cuyo más importante cuartel de la Guardia Civil está ahora destinada 
la sargento, a las órdenes directas de un teniente. Tomás, que ya vivía en Ferrol en la anterior temporada, está ya prejubilado por su enfermedad, que ya no le permite conducir y camina con bastón, habiendo decidido ambos alquilar sendos pisos en el mismo edificio, ya que se han convertido en grandes amigos, no pareja. 

La trama se inicia con la desaparición de una comandante de Infantería de Marina, responsable de la seguridad interna en el Arsenal de El Ferrol, caso que la Juez Togada  asigna investigar a la Guardia Civil, como Policía Judicial, al no haber constancia de que el tema cayera íntegramente en el puro ámbito militar, siendo la Sargento Estévez la responsable de las actuaciones policiales. Obviamente no puede evitar la implicación colateral y no oficial de Tomás  en las investigaciones, ya que él, que no tiene otra cosa mejor que hacer en su triste condición y astutamente, como en la primera temporada, disfruta "chantajeándola" para que le acepte extraoficialmente al ofrecerle las informaciones que ha averiguado por su cuenta.

Chamorro (Melania Cruz)
Sí. Obviamente no es original lo de la pareja de "detectives", esquema literariamente usado desde sus más famosos antecesores, Holmes con Watson o Poirot con el capitán Hastings, pero aquí uno está en sus últimos años/meses de vida semiactiva y no es tan "inferior 
mentalmente" como Watson o Hastings lo eran  respecto a sus dominantes "superiores".

La trama es movida y absorbente, está bien estructurada y, como pasaba a menudo en los casos de Montalbano, ¿por casualidad?, no, la investigación de la desaparición de la comandante se entrelaza con la sospecha de que un crimen cometido veinte años atrás estuviera policialmente mal resuelto.

En casa hemos visto esta segunda temporada en tres "sentadas" de dos capítulos y nos ha gustado mucho. Yo no puedo decir con certeza cuál de las dos más, aunque a mí me pareció que el desenlace de la primera era más rompedor y superior respecto al caso principal de esta última, aunque aquí el subcaso adicional "revivido"  tiene su importancia y a vG le ha gustado especialmente..

El Vicealmirante (Carlo Blanco)
La calidad de la producción sigue siendo excelente y no voy a repetir generalidades al respecto. En la interpretación, además de lo ya dicho sobre los dos protagonistas, quiero destacar al joven actor Darío Loureiro que interpreta excepcionalmente a 
Tachodelincuente al que contratan como  cuidador y chófer de Tomás, en un papel secundario pero bastante importante. Exactamente igual opino del trabajo de Melania Cruz  interpretando a Chamorro (aclaro que es un nombre de pila todavía relativamente frecuente en Ferrol cuando yo llegué a trabajar en 1973, ya que su patrona  es la Virgen de Chamorro, en cuya ermita se ha rodado una escena del primer capítulo de esta segunda temporada). También me ha parecido acertada la interpretación que Carlos Blanco hace del vicealmirante jefe del Arsenal

Creo que la totalidad de los intérpretes secundarios son gallegos y eso se refleja excelentemente en los tonos de los diálogos, y demás los textos se han cuidado mucho para reflejar la muy diferente manera de hablar el español de personas pertenecientes a clases y círculos sociales variados. Adicionalmente expresiones como "de aquella" en vez de "entonces", "conacho" por un "don nadie" o la típica utilización del pretérito indefinido en vez del pretérito perfecto (refiero los tiempos como se llamaban en mi lejana época de bachillerato, no como ahora han redefinido los "modernos") eran, y me imagino que seguirán siendo, muy usuales en el habla popular de la calle en Ferrol.

Uno de los muchos buenos graffitis en Canido
Me han resultado muy familiares las localizaciones, ya que, además de haber vivido en Ferrol,  estuve destinado en el Arsenal, donde se desarrollan bastantes secuencias de esta temporada, los seis meses de prácticas de la milicia naval universitaria de entonces, tras terminar la carrera. 

Al inicio del primer capítulo, preciosa la visualización del acceso navegando desde la mar hasta el puerto siguiendo la  ría y pasando entre las artilladas fortalezas de la Palma, en la orilla de estribor, justo delante de la preciosa villa marinera de Mugardos, y la de San Felipe, a babor, que defendían la ciudad del acceso de buques enemigos desde finales del siglo XVI.

Totalmente reconocidas la Calle Real, la Plaza del Marqués de Amboage, una escena en que se ve como suben las niñas uniformadas al que fue colegio de mis hijas en los 80s y, en otra, los guardias civiles están tomando cervezas, fuera de servicio y de paisano, al atardecer en la muy bonita playa de Valdoviño, que sigue casi tan virgen como hace 50 años. En cambio celebro constatar la mejora urbana de algunas zonas y la rompedora decoración de paredes medianeras en el barrio de Canido con muy trabajados grafitis, muchos de ellos de variaciones de las Meninas velazqueñas.

Una sola localización existente en las dos temporadas me resulta extraña, aunque no mala: el buen edificio en la plaza  delante de la Puerta del Dique del Arsenal con un gran cartel "JUZGADOS", en realidad era y sigue siendo el Teatro Jofre.

El Teatro Jofre, en Rapa 2 hace de Juzgados

Inserto sendos enlaces para ver los trailers oficiales de ambas temporadas, el de la primera y el de la segunda.

 Creo que soy honesto aconsejándoos que veáis "Rapa" por sus valores reales y no por mi nostalgia de Ferrol, porque es, en mi opinión, una muy buena serie, Amigos.

Manrique    

PD: Que conste que lo he "trabajado"  a conciencia para que os sirva de posible guía para vuestro disfrute este verano. Espero, "Cinéfilos" y "Asimilados" que, si veis alguna de estas series, la comentéis aquí desde la más libre independencia respecto a mis opiniones. 

jueves, 22 de junio de 2023

Un país soñado

   


  Desde muy joven soñé con ir a Australia. La emigración a dicho país de uno de mis compañeros de enseñanza primaria fue el pretexto que utilizó don Antonio, nuestro maestro, para contarnos algo de aquel lejano continente, descubierto en 1770 por el marino británico James Cook. Don Antonio era un maestro excelente; no voy decir de los de antes, porque los de ahora están igual o más entregados a su oficio. Nos habló de antípodas y canguros, de selvas y desiertos, de colonos y de indígenas y consiguió mantener nuestra atención durante varios días, en aquellas horas difíciles de después del recreo.

   Tras conocer casualmente en octubre de 1996 a una australiana, Juanita Furness, en Waikabubak (isla de Sumba, archipiélago de la Sonda), entablé una amistad con ella que ha durado hasta ahora. Después de dos estancias suyas y de su marido Peter en Cádiz y una vez jubilada María, mi mujer, había llegado el momento de devolverle las visitas y transformar aquel sueño juvenil en realidad.

   Antes de viajar, a través de diversos libros y de la película Donde sueñan las hormigas verdes, dirigida por Herzog en 1984, ya conocía la existencia de los sueños de la creación de Australia, pero hasta llegar allí no fui plenamente consciente de la importancia de aquellos sueños, cuyo recuerdo se remonta a hace unos ochenta mil años.

   Altjeringa o Jukurrpa es como llaman los aborígenes australianos a la época, el tiempo de los sueños, en que se creó su mundo, su continente. Antes, érase una vez que diríamos nosotros, el mundo era llano y estaba vacío. Aparecieron entonces los animales primigenios o totémicos, que recorrieron Australia a la vez que soñaban y creaban los accidentes geográficos, los seres vivos y los usos y costumbres que los hombres debían observar para cuidar aquel mundo recién creado. Por eso, los indígenas no se consideran propietarios del país en el que viven, sino meros cuidadores.

   Como la cultura aborigen no conocía la escritura, los innumerables relatos que nos cuentan la creación se recogieron en formas de canciones de sueños o líneas de sueños, que a su vez se podían plasmar de manera gráfica en las paredes de los abrigos rocosos o en otros soportes. Tengamos en cuenta que, por respeto a las creencias de los aborígenes, no se deben reproducir los nombres o las imágenes de indígenas ya fallecidos y que muchas de estas leyendas e imágenes no pueden ser mostradas a los no iniciados.

   Un buen ejemplo de canción de sueño es la historia de Warramurrungungdji, la madre ancestral, tal y como la cuentan los Bininj en la zona de Katherine (Territorio del Norte):

En el tiempo del ensueño, la anciana Warramurrungungdji, nuestra madre de la Tierra, llegó del mar y nos creó a nosotros, a nuestro país y a todo lo que hay sobre él. Ella y su marido, Wurragag, salieron del mar en Wangaran, lo que ahora llamáis Bahía Malaya, llevando un palo para excavar y zurrones llenos de alimentos. Ella tenía el estómago lleno de niños y excavó hoyos para plantar banianos. Su camino llegó hasta Mungenella, hasta Mangulwan, hasta Gariargan Marriarwu, donde crecen tan altos los árboles de corteza de papel y las palmeras iwark. Allí dejó niños para que hablaran Iwaidja y plantó tubérculos comestibles.

Wurrawang, su marido, estaba cansado y se convirtió en una roca para seguir soñando eternamente. Warramurrungungdji continuó andando hasta Mamul, lo que ahora se llama Cooper’s Creek, y dejó niños para que hablaran Amarduk, plantó castañas de agua y arroz silvestre. Creó la llanura de Mangarrargul para los gansos urraca, un nido aquí, otro nido allá. Ella dijo que los dejaría para todos los habitantes de aquel lugar de ensueño de los gansos.

Luego dijo: “Ahora me voy a Gindjala a buscar un sitio para acampar”. Se sentó en una charca, pero le picaron las sanguijuelas, así que creó Indjalbarralbi, la tierra seca.

Warramurrungungdji había creado todos los huevos de pato y de ganso. No había ningún animal en aquella tierra hasta que ella los creó. Luego envió niños, con sus idiomas, para que hablaran Ngarduk, Gagudju, Erre, Urningangk, Limilngan, Gunbudj, Bugurniidja, Gun-djeihmi, Ngumburr, Umbugarla, Narwinj’il, Jawoyn.

Todos esos somos nosotros, el pueblo de Kinga, el cocodrilo. Ahora Warramurrungungdji es esa roca de ahí enfrente, ese es su sueño.

   Cada uno de estos “cantos de ensueño” describe una parte del país, un mito, una historia; en este caso, el canto contiene la ruta para ir desde la punta norte de Australia hasta un lugar situado dos mil kilómetros al sur. Cada clan tiene los suyos y muchos de ellos solo se pueden compartir dentro de un grupo determinado, sea de hombres, de mujeres o de iniciados de un cierto nivel. Durante el proceso de aprendizaje de los niños, los ancianos se encargan de trasmitirles conocimientos prácticos, como técnicas de caza o de cultivo, pero también estos cantos. Muchas veces, un canto puede salvarte la vida durante una expedición de caza, ya que te explica cómo llegar a una fuente, a un abrigo, a un árbol de frutos comestibles.

   El tiempo del ensueño terminó bruscamente cuando llegaron los colonos (blancos) de origen inglés y holandés. Ellos también traían un sueño; el de un país vacío, terra nullius, donde podrían hacer realidad sus fantasías: libertad, prosperidad… El choque entre ambos sueños fue brutal y asimétrico. Unos tenían como objetivo cuidar la naturaleza, conservarla como estaba para que los siguiera alimentando durante decenas de miles de años; los otros querían domarla, conquistarla, ponerla a su servicio. En el sueño inglés no había espacio para los aborígenes (negros), esos salvajes que caminaban desnudos por selvas y desiertos, que se negaban a trabajar por un salario, que se oponían a la construcción de carreteras, cercados y ferrocarriles para no molestar el sueño de sus animales ancestrales, que preferían que en las pozas bebieran los canguros en lugar de las ovejas, a las que los colonos no les permitían cazar. Por eso, los ingleses negaron la existencia de una sociedad establecida, de una cultura, de cultivos, de religiones. Luego, para evitar futuras reclamaciones, se dedicaron a eliminar sistemáticamente aquellos rasgos de humanidad. A los indígenas que sobrevivieron a las luchas por la tierra y a las enfermedades importadas desde Europa los obligaron a concentrarse en las misiones, les prohibieron hablar su lengua y practicar sus ritos y les arrebataron sus hijos para educarlos en el seno de la nueva cultura.

   Pero la casi extinción de los indígenas no fue la única pesadilla que trajeron los ingleses. Para entretenerse con la caza, importaron zorros y conejos, que llevaron a muchos animales nativos a la extinción. Para cazarlos también trajeron perros ingleses, que pronto se mezclaron con los dingos hasta el punto de que hoy en día es difícil encontrar un dingo de pura raza.


   Tras esta rápida introducción, a continuación comienzo a transcribir las notas tomadas durante el viaje, cuyo recorrido intento mostrar en el mapa adjunto.

   Ya en el aeropuerto de Barcelona tuve un indicio de la mentalidad práctica y poco formalista de los australianos, que luego pude corroborar en los contactos que tuvimos allí. Al ir a facturar el equipaje, el empleado de Singapur Airlines me dijo que había un problema con mi visado de entrada a Australia, que “el sistema” no lo aceptaba. Revisamos juntos la documentación, yo bastante preocupado, hasta descubrir que, por un error mío, el visado estaba emitido a nombre de Arturo Matínez. La falta de una erre en mi apellido hacía que el visado no coincidiera con el pasaporte. Cuando ya me estaba preparando para cancelar el viaje, el empleado me tranquilizó:

   —No se preocupe. Ahora mismo llamo por teléfono a las autoridades australianas de inmigración, les explico lo que pasa y lo arreglan.

   Lo miré con incredulidad, pero vi cómo marcaba un número, le descolgaban inmediatamente y explicaba la situación. A los pocos segundos, me entregó las tarjetas de embarque.

   Volamos desde Barcelona hasta Melbourne, con escalas en Milán y Singapur, en un viaje agotador de treinta y seis horas de duración. En el aeropuerto nos estaban esperando Juanita y su marido, Peter, a los que nunca terminaré de agradecer su ayuda y su hospitalidad. Ya en el camino hasta su casa en Kyneton se cumplió uno de mis deseos: ver un canguro. En cuanto salimos del aeropuerto, el paisaje viró a negro. Ni una luz rompía la oscuridad que nos rodeaba; Peter nos confirmó que las pocas granjas estaban muy distantes unas de otras y, en general, lejos de la carretera. Su propia casa, amplísima para los estándares europeos y a la que llegamos en poco más de una hora, había sido construida hace más de cien años con adobes fabricados por el granjero que la habitó inicialmente. Estaba oculta tras unos árboles y a más de un kilómetro de la granja más cercana. Antes de llegar a su casa, un ejemplar de canguro gris cruzó la carretera y, deslumbrado por los faros de nuestro coche, acabó enganchándose en la alambrada que cercaba un prado.

   La mañana siguiente a nuestra llegada nos despertaron los cantos de la urraca australiana, mucho más melodiosos que los de la europea. Desayunamos ante la mirada curiosa de un grupo de canguros que se habían acercado desde el bosque cercano y una bandada muy escandalosa de cacatúas blancas.

   Luego nos llevaron a conocer Kyneton, el pueblo más cercano, a diez kilómetros de distancia.


   Kyneton se había fundado en 1850, un año antes del comienzo de la fiebre del oro del estado de Victoria, durante la cual se triplicó la población de Australia y se extrajeron mil novecientas toneladas de oro, que sirvieron para pagar toda la deuda exterior del imperio británico y pusieron las bases de su posterior desarrollo industrial. En la actualidad, Kyneton cuenta con cinco mil habitantes, una pequeña estación de ferrocarril, una sucursal bancaria, cinco pubs, seis iglesias y doce cafeterías (los australianos han abandonado la costumbre inglesa del té y son unos grandes y exigentes consumidores de café). Sorprende la calidad de vida y el fuerte sentimiento solidario, con mucho voluntariado y establecimientos basados en la economía social y sostenible, en uno de los cuales pude comprarme un chaleco acolchado de segunda mano, para hacer frente a la ola de frío que estaba adelantando la llegada del invierno. En el mismo establecimiento, dirigido por un hijo de Juanita y Peter, funcionaba un comedor social similar al que gestionan en Cádiz las mujeres de Amigas al Sur.

   En la calle principal de Kyneton, Piper Street, han conservado bastantes edificios de la época de la fiebre del oro, lo que le da un aspecto muy del oeste americano. Visitamos una de las panaderías más antiguas de Australia y el pub que lleva funcionando más años consecutivos. En este pub comimos unas deliciosas “Buffalo Wings”, que no son alas de búfalo como su nombre parece indicar, sino alitas de pollo fritas al estilo de Buffalo (NY). Junto a la puerta del local se exhibía un retrato de una jovencísima Isabel II.

   Antes mis preguntas sobre el mantenimiento de esa dependencia del recién coronado Carlos III, que es también rey de Australia y sigue ostentando la Jefatura del Estado a través de un gobernador general, me explicaron que en 1990 habían tenido un referéndum para elegir entre seguir como una monarquía o pasar a un sistema republicano, con el resultado de una mayoría del cincuenta y seis por ciento a favor de la monarquía frente al treinta y nueve por ciento en contra. Como posibles motivos para ese resultado me explicaron que no pagaban ningún impuesto a su rey ni a la familia real, que la intervención del gobernador general en los asuntos del país era meramente simbólica y que su condición de súbditos de un rey inglés reforzaba su identidad europea frente a la creciente inmigración asiática.

   Estoy convencido de que, si en España se celebrara un referéndum similar, los resultados serían muy diferentes. De todas maneras, es probable que la situación en Australia cambie en un futuro no muy lejano, ya que las últimas encuestas dan un predominio de republicanos (42%) frente a monárquicos (35%). 

   Al día siguiente, nuestros amigos nos llevaron a conocer Melbourne, la capital del estado de Victoria. Recorrimos el paseo marítimo de san Kilda, un barrio en el que se conservan muchas viviendas minúsculas en primera línea de playa, habitadas inicialmente por trabajadores y hoy en día con precios disparatados. Como curiosidad y enlazando con el libro Relatos píos que espero publicar en unos meses, parece ser que nunca ha existido un santo de nombre Kilda. Lo mismo le pasa a mi patrón, san Arturo.

   Después recorrimos con ellos el centro de Melbourne para, aprovechando que se estaba celebrando un festival de cine francés, ir a ver Les Cyclades, por cierto muy divertida. 

   Melbourne es, quizás, la más europea y cultureta de todas las ciudades australianas. No esperemos encontrar allí teatros griegos, foros romanos ni murallas medievales, pero en algunos de los callejones del centro, casi ocultos entre rascacielos, puedes sentarte en cafés con terraza, comprar en pequeñas galerías comerciales de hace cien años o fotografiar paredes cubiertas de grafiti, como en este callejón AC/DC, en el que aparecemos con nuestros amigos.

   Una de las cosas que me enseñaron Peter y Juanita fue cómo debía comportarme en un pub. Las consumiciones se piden en la barra y se abonan al pedirlas, no cuando te vas a marchar. Las bebidas te las suelen servir en el momento y para la comida te entregan un soporte con un número, que debes colocar sobre tu mesa para que te la lleven cuando esté lista. Es un sistema similar al de los pubs ingleses, con la diferencia de que, en Australia, las propinas son muy poco habituales. En general, se considera que los sueldos de los camareros son buenos, que los convenios colectivos se cumplen escrupulosamente y que las propinas no tienen sentido. En muchos locales hay avisos de que las consumiciones en sábado o domingo llevan un diez o un quince por ciento de recargo, dinero que se destina íntegramente a los empleados. Eso sí, los precios de las consumiciones suelen ser entre un cincuenta y un cien por ciento más altos que en España; en cualquier pub un tercio de cerveza o una copa de vino cuesta en torno a doce dólares australianos, unos ocho euros.

   Esa noche, cuando llegamos a la casa de nuestros amigos, nos recibió un grupo de cinco o seis canguros que estaban pastando en su césped delantero.

   Estoy seguro de que recordaréis Picnic en Hanging Rock, la magnífica película dirigida por Peter Weir en 1975 y protagonizada por Anne-Louis Lambert, Vivian Gray y Helen Morse. En ella, tres alumnas de un colegio que habían ido de excursión con su maestra y sus compañeras de clase desaparecieron para siempre, dentro de un ambiente especialmente opresivo.

   Pues bien, la famosa roca colgante, Hanging Rock, existe y está ubicada en el estado de Victoria, a no muchos kilómetros de Kyneton, en lo alto de una colina. En toda la comarca la consideran una de sus principales atracciones turísticas, por lo que no es de extrañar que Juanita y Peter nos propusieran visitarla.

   Aunque la historia que narra la película se basa en una leyenda local y no hay pruebas de que haya sucedido nunca, al visitar el lugar se te hace totalmente verosímil. Las formas inquietantes de las rocas, los eucaliptos quemados en los frecuentes incendios forestales y las numerosas cuevas y grietas te hacen pensar que cualquier cosa pudo haber sucedido.

No muy lejos de allí, en lo alto del monte Macedon, hace más de doscientos años que los habitantes más ricos de Melbourne comenzaron a construir sus chalés de verano para escapar del calor de la llanura. En la actualidad sigue siendo una zona privilegiada, con grandes residencias victorianas, tilos y cedros descomunales y pubs que te hacen sentir de vuelta en la vieja Inglaterra, que es lo que, en el fondo, buscaban sus habitantes.

   Esa misma noche nos cocinó Peter una estupenda cena a base de gambas tailandesas y una ensalada que luego añoraríamos muchas noches a lo largo de nuestro recorrido por Australia.

   Al día siguiente saldríamos hacia Alice Springs, la capital del Red Centre, el desierto rojo que ocupa el centro del continente. Comenzaba así un largo recorrido en avión y en coche que durante cuarenta días nos llevaría del sudeste fértil al desierto central, a la selva del norte, a la Gran Barrera de coral y a la mayor ciudad del país, Sídney, y que pretendo recoger en este cuaderno no como canto de ensueño ni guía de viajeros, sino como recuerdo de un país que me enamoró, pero esa es otra historia que puedes leer pinchando aquí.

Otros capítulos de este cuaderno:

Las rocas sagradas

El salvaje norte

De chicharras y medusas

La ciudad del mar

Wollongong y Melbourne