Se trata de una obra de teatro escrita por Robert Patrik y estrenada en 1975 en Londres. La ponen ahora en el Teatro Alcalá y yo he acaecido por allí el sábado.
La dirección es de José María Pou y está interpretada por Maribel Verdú, Emma Suarez, Ariadna Gil, Alex García y Fernando Cayo.
Para ser honesto dedería haber puesto ya dos signos de interrogación. El primero cuando digo que Los Hijos de Kennedy es una obra de teatro. En realidad es un monólogo o cinco monólogos sobre un mismo tema. No es lo mismo. En una obra de teatro los actores dialogan y al final se suicidan como Romeo y Julieta, o no; un monólogo es por ejemplo lo que nos cuenta Pedro J. los domingos en el Mundo si consigues convencer a alguien de que te lo lea en voz alta, creo que hay una diferencia sustancial. Llamar teatro a los monólogos es como llamar sexo al onanismo.
La segunda interrogación debería ponerla justo detrás del nombre del autor. Sabemos poco de este. Lo primero es que tienen la mala suerte de llamarse igual que un fabuloso actor de cine que trabajó en Terminator ¡ahí es nada! esto le relega a la segunda o tercera página de Google. Lo segundo que sabemos es que tuvo una escolarización escasa pero que su madre le inculcó el hábito de la lectura y gracias a ello consiguió ser un pionero del teatro gay en el Off-Off Broadway en los años 60.
¿Por qué Pou ha elegido esta obra para que incrementemos nuestro aprecio por su persona y su obra? Esto es un misterio que voy a tratar de explicar a continuación.
La obra trata de la generación que maduró en los sesenta y setenta, y arranca con el asesinato de Kennedy en el 63, gente nacida en los 40. Cinco puntos de vista, cinco monólogos: una oficinista devota de Kennedy, un soldado del Viet Nam, una hippie, una aspirante a suceder a Marilin dispuesta a perder su virginidad cuantas veces fuese preciso y un homosexual, actor "underground". Cada uno repasa los acontecimientos según su punto de vista. La idea es muy buena y los actores francamente están bien.
Sin embargo la obra es excesivamente localista, se menciona a políticos y personajes públicos de la época que no le dicen nada al público español y probablemente tampoco al americano de hoy. También se comprende la dificultad de traducir la jerga de los hippies o de los soldados en Viet Nam, pero hay que hacer un esfuerzo, el público lo merece. Al final la obra queda deslabazada, cada monólogo va por su lado y parece que está escrita juntando recortes de periódico.
Lamento que no me haya gustado porque los 60 y los 70 fueron geniales a pesar de las guerras, las drogas y de James Mason. Quizás esperaba más para hablar de unos años a los que quiero tanto.