martes, 28 de junio de 2022

Catania

   Llegamos a Catania a las tres de la tarde. Aquí todo indicaba que las cosas no eran como en Siracusa: enormes pilas de basura por todas partes, coches aparcados sobre las aceras, bocinazos… Luego nos enteramos de que mientras en Siracusa gobierna una coalición de partidos de izquierda, Catania es un feudo tradicional de la derecha y que la Cosa Nostra y la corrupción se extienden por los servicios públicos.   

   Nuestro apartamento estaba situado frente al castillo normando de Ursino, en su día ubicado al borde del mar pero al que una erupción del Etna, siempre visible en el horizonte, había dejado rodeado de lava y a medio kilómetro de la costa. El barrio, aunque bastante degradado, todavía conserva un alto porcentaje de los vecinos tradicionales, de lo que dan fe los numerosos negocios no turísticos, como ferreterías, funerarias y hasta un talabartero. Varias carnicerías especializadas en carne de caballo tienen también mesas en las que puedes degustar unas albóndigas con tomate o un buen filete. Al día siguiente probamos en una pizzería cercana un contundente pizzoli a cavallo, una especie de pizza doble rellena de carne de caballo picada, queso y aceitunas.

      No puedo dejar de mencionar el local que teníamos justo al salir del portal, el Ristorante da Antonio. Con precios muy asequibles y unos camareros que hacían todo lo posible por entendernos, tenía una carta de vinos con más de cien referencias. La comida, especializada en pescado y marisco, era deliciosa y se notaba que muchos de los clientes eran habituales, por la confianza con que trataban a Antonio, el propietario, que recorría mesa por mesa para solucionar cualquier problema que pudiera surgir.

      Este ambiente de barrio cambiaba radicalmente conforme nos acercamos a la Piazza del Duomo. Las tiendas tradicionales han sido desplazadas por minisupermercados pakistaníes, tiendas chinas de todo a cien y locales de venta de recuerdos.

      Pasamos el día de iglesia en iglesia (cinco en solo doscientos metros en la Via dei Crociferi) y de palacio en palacio, hasta que llegué a odiar el barroco. Esa noche, cuando conseguí dormirme unos minutos entre el petardeo de las motos, los bocinazos y el ruido de las terrazas de los bares, tuve pesadillas en las que me perseguían volutas y dorados.

      Se me han quedado clavadas algunas imágenes insólitas, como la de la momia del cardenal Dusmet, expuesta en una urna bajo un altar lateral de la catedral.  La veneración que sienten por él los habitantes de Catania viene de cuando, en 1886, fue capaz de detener una colada de lava que amenazaba la ciudad utilizando para ello el sudario de Santa Ágata.  

   Otro lugar pintoresco, directamente relacionado con esta santa local, patrona de la ciudad y de toda Sicilia, es la iglesia de Santa Ágata Encarcelada, que se levanta sobre la mazmorra en donde, según el hagiógrafo Santiago de la Vorágine, fue encerrada después de cortarle los pechos por rechazar los deseos libidinosos del emperador Decio. Allí, según el mismo experto, la visitó San Pedro para consolarle y curarle sus heridas. La imagen de Santa Ágata con los pechos cortados y sangrantes es muy frecuente en la iconografía siciliana, mientras que a su traducción española, Santa Águeda, lo habitual es representarla con una bandeja que sostiene sus pechos cortados.   

      Esta devoción a Santa Ágata roza lo enfermizo. Solo en la ciudad de Catania hay tres iglesias dedicadas a ella: la ya citada de Santa Ágata Encarcelada, la Catedral y la Abadía de Santa Ágata.

      El día siguiente, último que pasaríamos completo en Sicilia, decidimos dedicarlo a visitar edificios civiles y hacer algunas compras. Así, recorrimos la Vía Etnea, con el volcán al fondo coronado de humo y llamas, donde compramos ropa, utensilios de cocina y otros artículos más o menos inútiles. Yo entré en una antigua camisería a comprarme una pajarita para mi colección. Mi mujer acabó regalándome una azul, preciosa, y mis otras dos compañeras de viaje una camisa de lino ,entre veladas acusaciones de la dueña, que no encontraba la primera pajarita que me había probado.

      Otro lugar interesante es el teatro romano. Está engastado de tal manera en una de las manzanas del centro de la ciudad que no se ve desde el exterior. Tienes que entrar por un portal de la Vía Vittorio Emanuele para encontrarte con un teatro en bastante buen estado de conservación. En cambio, del anfiteatro no quedan prácticamente restos, ya que fue expoliado sistemáticamente durante siglos para construir otros edificios como la catedral, la cercana iglesia de San Blas y numerosos palacios. 

      Antes de comer, nos metimos en el Castillo Ursino, al lado de nuestro apartamento. Lo más interesante me resultó la planta baja, tanto por los arcos y bóvedas normandas que se conservan como por la sección arqueológica del museo municipal. En cambio, las plantas superiores, dedicadas a exposiciones temporales y a pintores locales de los siglos XVIII y XIX.

      Un episodio curioso de la historia de Catania es la revuelta conocida como “Nun si parti”, no se va (a la guerra), una sublevación antimilitarista muy similar en su motivación a la Semana Trágica de Cataluña de 1919. A finales de 1944, cuando los alemanes habían sido expulsados de Sicilia y de todo el sur de Italia, el rey Vittorio Emanuele III intentó reclutar a varios miles de nuevos soldados, para sumarse a las tropas aliadas que pretendían avanzar hacia el norte de Italia. La mayoría de los jóvenes, hartos de guerras, decidieron no presentarse en los centros de reclutamiento. Fue en Catania donde las protestas pacíficas se convirtieron en una sublevación en toda regla. Los manifestantes incendiaron el ayuntamiento, en la Plaza de la Catedral, y se enfrentaron a los militares que pretendían disolverlos a tiros. Ardieron de paso los archivos municipales, usados para la recaudación de impuestos y el reclutamiento, y el Círculo del Progreso, punto de reunión de la nobleza local.

      Cuatro días después el Ejército logró recuperar el control de la ciudad, pero la rebelión ya se había extendido por muchas ciudades cercanas y las protestas no cesaron hasta dos meses después, con el resultado de docenas de manifestantes muertos, unos cien heridos y miles de detenidos. Aunque anarquistas, comunistas y fascistas han tratado de atribuirse la dirección de estas protestas, parece que el verdadero detonante fue el descontento de los jóvenes con la guerra y con la tradicional falta de perspectivas económicas de la isla.

      Ya era la hora de comer, y qué mejor sitio para celebrar mi cumpleaños que el Ristorante da Antonio, del que ya he hablado. La comida fue excelente y el precio, si no contamos las dos botellas de un buen Nero d’Avola que nos bebimos, no llegó a veinte euros por cabeza. Para rematar la buena impresión que nos hemos traído del local, bastó decirle a Antonio que ese día celebrábamos mi sexagésimo noveno cumpleaños para que me agarrase por un brazo y no me soltara hasta haberme regalado una botella de prosecco, que me entregó entre abrazos y felicitaciones de camareros y clientes.

   Esa misma noche volvimos a celebrar mi cumpleaños, esta vez en el balcón de nuestro apartamento, con mis regalos y el prosecco de Antonio.

   Al día siguiente iniciaríamos el regreso a España, pero esa es otra historia que probablemente nunca cuente…


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Per sicula siculorum

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Tras las huellas de Montalbano

Noto

El teatro griego más pequeño del mundo

El teatro griego más pequeño del mundo

   De camino a Catania decidimos desviarnos unos cuarenta kilómetros y pasar por Palazzolo Acreide, una más de las docenas de ciudades barrocas del sudeste de Sicilia. En esta ocasión, lo que nos atraía eran las ruinas griegas de Akrai, que nos habían recomendado unos amigos.

   Ya el aparcamiento nos hizo presagiar que la visita iba a ser de lo más tranquila. Solo dos coches lo ocupaban; uno de ellos era del portero-vigilante-taquillero y el otro de una pareja, las únicas personas que vimos en todo el recorrido. Un gran cambio después de Neápolis, donde la víspera habíamos tenido que compartir espacio con docenas o cientos de visitantes.   

   El teatro no sé si es el más pequeño del mundo, como afirman las guías, pero sí es cierto que solo tiene trece hileras de gradas y veintitrés metros de radio, frente a las sesenta y siete hileras y ciento diez metros del de Neápolis.

   Rodeando el teatro por el este, se llega a una cantera, la Latomia dell’Intagliata. Durante la época romana, cuando la ciudad decayó en importancia y cesaron las tareas de construcción, la Latomia se utilizó como necrópolis. Al fondo de la cantera se encuentran dos catacumbas, a las que se puede acceder sin restricciones y donde se conservan en bastante buen estado numerosas tumbas.   

   Después, con los bizantinos, las catacumbas se convirtieron en viviendas para los más pobres, hasta que la llegada de los musulmanes significó el traslado definitivo de la población al actual Palazzolo Acreide.

   Palazzolo es un sitio demasiado grande para llamarlo pueblo y demasiado pequeño para ser una ciudad. Construido sobre una colina muy empinada, su trazado urbano es un auténtico laberinto, con multitud de callejones que se van bifurcando y que, en muchas ocasiones, acaban en patios sin salida.   

   En la Piazza del Popolo, situada entre la iglesia de San Sebastián y el Ayuntamiento, no es difícil imaginarse al alcalde comunista Peppone y al párroco Don Camilo enfrascados en una discusión de las que tan bien describía Giovanni Guareschi.

De allí salimos para Catania, última etapa de nuestro viaje, pero esa es otra historia que podéis leer pinchando aquí.

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Noto

Noto

     Visitar cualquier ciudad con treinta y cuatro grados a la sombra es de locos. A Noto, ciudad barroca donde las haya, llegamos antes de las diez de la mañana para intentar evitar las horas peores. Aparcamos cerca de la plaza del 16 de mayo (no he conseguido averiguar qué sucedió en dicha fecha para que la plaza lleve ese nombre). El termómetro ya alcanzaba los treinta y dos grados. Grupos de turistas desesperados se apiñaban en las escasas zonas de sombra que proyectaban los palacios barrocos. Bajo el único árbol de la plaza, unos jubilados sentados en sillas plegables hacían guardia para que ningún turista los expulsara de su ubicación privilegiada.

   Según la excelente web www.viajealpatrimonio.com , tras el terremoto de 1693, que arrasó todo el valle, el virrey de Sicilia, Juan Francisco Pacheco, designó a Giuseppe Lanza, duque de Camastra, como responsable de la reconstrucción. Pacheco, junto a la alta nobleza siciliana, diseñó un plan integrado. Empezó por no cobrar impuestos a las zonas afectadas, para luego levantar las principales y estratégicas fortalezas defensivas con la ayuda del ingeniero Carlos de Grunenberg. A partir de aquí se centró en las ciudades afectadas, para las cuales había que elegir una de estas opciones: completo traslado, reconstrucción de edificios seleccionados o una solución intermedia con nuevos barrios al lado de un centro reconstruido. En los tres casos, el barroco tardío impregnó plazas, edificios públicos e iglesias dando una total unidad estilística a la región.

   El terremoto fue una oportunidad aprovechada para que los arquitectos y escultores sicilianos desarrollaran por fin un estilo con personalidad propia. Este barroco destaca por su extravagancia con sus máscaras y querubines sonrientes. 

   Algunas ciudades vieron remodelaciones, pero otras como Noto cambiaron de localización completamente. Esto, junto a la concentración de la propiedad, permitió a los arquitectos y urbanistas poner en práctica ideas que ya los renacentistas impulsaron en lugares como Pienza: la ciudad ideal. Amplias calles cortadas en ángulos rectos y diseños radiales partiendo de una gran plaza fueron los dos principios. Los diseños no solo buscaron la estética, sino que intentaron preparar a las ciudades para futuros terremotos. Noto, a unos kilómetros de la todavía en ruinas Noto Antica, fue diseñada por Giovanni Battista Landolina. Este aristócrata local aprovechó para orientar las calles hacia la luz y dividir la ciudad de acuerdo a la jerarquía social: la nobleza en la parte alta, el clero en torno a la plaza, las calles amplias para los negocios y el resto donde pudieran. El edificio más destacado es la catedral, construida a lo largo del XVIII.

   La traza borbónica de la ciudad, perfectamente cuadriculada, nos permitía ver cómo la insolación se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Las calles rectilíneas e interminables me recordaban el barrio de la Magdalena de mi Ferrol natal, construido bajo el mismo rey y prácticamente a la vez que Noto. Hay quienes ven similitudes entre Noto y Puerto Real, pero el centro urbano de esta última ciudad se construyó doscientos años antes que el de Noto y es de inspiración no barroca sino renacentista.

   Por un momento creí encontrarme en el mundo fantástico de la novela “El problema de los tres cuerpos”, de Lixin Ciu, y ya esperaba oír por la megafonía la orden de “Deshidrataos, deshidrataos”, que permitía a los habitantes de aquel planeta sobrevivir a las olas de calor producidas cuando sus tres soles coincidían en el firmamento.

   Un grupo de gente hacía cola frente al Convitto delle arti, una galería en la que anunciaban la exposición “Mitos, heroínas y rebeldes”. La muestra me pareció excepcional, con más de cien obras magníficamente seleccionadas, desde mi adorada Artemisia Gentileschi hasta Yayoi Kusama, pasando por Sofonisba Anguisola, Tamara de Lempicka, Frida Kahlo y Yoko Ono.

   
Me llamó especialmente la atención un busto de terracota de Constanza Piccolomini, obra de Bernini. El escultor sedujo a Constanza tras contratar a su marido como ayudante, pero sus amores terminaron abruptamente cuando Bernini se enteró de que Constanza también era amante de su hermano Luigi. Bernini intentó matar a su propio hermano y envió un sicario para intentar desfigurar la cara de Constanza de una cuchillada.

   El resultado fue más que previsible; el escultor resultó impune pero a ella la condenaron a prisión, de donde salió para regresar a vivir con su marido y convertirse en una gran coleccionista de arte.

    Después de la sombra y el frescor de la galería de arte, salimos al horno del Corso Vittorio Emanuele, que en unos cientos de metros pasa por seis iglesias y tres palacios para terminar en la Porta Ferdinandea, construida en 1838 con motivo de la visita del monarca Fernando II de las dos Sicilias.

   A duras penas recorrimos dos iglesias y un convento antes de comprender que un cuarto de hora más al sol podría provocarnos quemaduras irreversibles. Yo no conseguía sacarme de la cabeza la canción “La bossa nostra” de Les Luthiers con su sol cocinheiro da gente,  por lo que empezamos a buscar un sitio a la sombra en el que tomar una cerveza antes de comer. La tarea parecía imposible. Largas filas de mesas al sol nos guiñaban el ojo, intentando atraernos; las pocas que había a la sombra estaban reservadas para comer. Ni siquiera la promesa de beber algo y dejar la mesa libre en poco tiempo convenció a los camareros y tuve que recurrir a un sargento de carabinieri, que nos señaló una calle y nos indicó que a cien metros había un bar muy agradable. Tenía razón, por lo que varias cervezas y media hora después pudimos emprender el regreso a Siracusa.

   Una buena siesta en nuestro magnífico apartamento nos permitió volver a salir a dar un paseo por las calles más frescas y umbrías de Ortigia, para hacer el tiempo hasta la hora de cenar. Es dura la vida del turista.

   A la mañana siguiente, incansables, nos subimos a un autobús urbano para acercarnos a Neápolis, el barrio que fue nuevo en el siglo III a.C, cuando el tirano Hierón II ordenó construirlo tras la primera guerra púnica. En el autobús no hubo manera de pagar. Cuando le enseñé el dinero al conductor me hizo un gesto de que me sentara; luego le pregunté a un pasajero, que se encogió de hombros y me indicó que no me preocupara. Los que sí se preocuparon de nosotros fueron los demás pasajeros, que nos avisaron antes de llegar a nuestra parada y nos explicaron cómo llegar hasta la entrada del yacimiento.

   Durante el recorrido por las ruinas, unas tres horas caminando al sol con treinta y dos grados a la sombra, me crucé con varios grupos de turistas españoles que encajaban perfectamente en la categoría de “quinitos” que citaban con frecuencia mis compañeros catalanes en un viaje por Vietnam, allá por el año 1993. Son esos turistas que se quejan permanentemente, hasta el punto de que uno llega a preguntarse para qué salen de viaje. El nombre de quinitos procede del catalán, ya que sus expresiones más frecuentes son Quina calor! (¡qué calor!), quina boira! (¡qué niebla!), quin cansament! (¡qué cansancio”) y otras muchas similares para exteriorizar las muchas penalidades que sufren. Uno de los quinitos con que me crucé en Neápolis lo reconocí porque, mientras subíamos una cuesta desde la Latomia del Paraíso, lo escuché decir: ¡Cojones! Aquí el día que no subes diez pisos es como si no estuvieras en Sicilia.

   Quienes vivimos en una ciudad como Cádiz sabemos que el turismo es un coñazo, tanto para el que lo practica como para el que lo recibe. Los turistas circulan en manadas arrolladoras, como una estampida de ñus en el parque de Marai Mara. Visten con una ropa que ofende a la vista, hablan idiomas incomprensibles, comen paella con coca cola y no saben pedir un manchado. Cuando cambio de papel y me pongo a recorrer mundo, compruebo que en todas partes hace más frío o más calor que en Cádiz, que te pasas el día recorriendo monumentos o visitando museos tan insólitos como faltos de interés, que los camareros no saben tirar correctamente una cerveza y que, en general, te cobran más de lo que consideras conveniente, opinión de la que no te saca nadie aunque no tengas ni idea de cuánto costarían en Cádiz las dos raciones de calamares que acabas de tomar. A veces, comprendo a los quinitos.

   Pero no todo eran turistas en Neápolis. Además de los habituales teatros, anfiteatros y templos, lo más singular de este lugar son las llamadas Latomias, cuevas excavadas en las laderas calizas para extraer piedra de construcción y luego usadas como cárceles o lugares de enterramiento. Quizás la más conocida sea la Latomia del Paraíso citada más arriba, actualmente una hondonada de paredes casi verticales, en cuyo fondo crecen naranjos, laureles, acantos y muchas otras plantas. A su sombra la temperatura se reducía casi diez grados, de donde creo que le viene el nombre.

   En una de las paredes de esta hondonada se puede visitar la Oreja de Dionisio, cueva artificial con veintitrés metros de altura y una forma que, según Caravaggio, recuerda al interior de un pabellón auditivo. Cuenta la leyenda que el tirano Dionisio utilizaba la excelente acústica de la cueva para espiar las conversaciones de sus enemigos políticos, encerrados en la misma.

   En la actualidad nunca falta un espontáneo que aprovecha esta acústica para demostrar sus cualidades de cantante. 

Al día siguiente abandonaríamos la idílica Siracusa y viajaríamos a la inhóspita Catania, pero esa es otra historia, que podéis leer pinchando aquí.

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Tras las huellas de Montalbano

Catania

Tras las huellas de Montalbano

       Ragusa, situada a unos cien kilómetros de nuestra base de Siracusa, es quizás la más bonita de las ciudades del valle de Noto. Quizás por eso Camilleri la eligió como base de operaciones de su comisario Montalbano, del que se encuentran rastros por toda la ciudad. Aunque sería más lógico hablar de “las ciudades”, porque Ragusa tiene tres partes claramente diferenciadas y separadas por barrancos. Está la ciudad que llaman del novecento, con los principales centros oficiales, la estación de ferrocarril y varios grandes edificios de estética fascista; la del settecento, de trazado en cuadrícula y numerosos palacios barrocos, e Ibla, quizás la parte más interesante, en la que palacios e iglesias barrocas se esconden entre las callejuelas de un trazado claramente medieval. En la imagen podemos ver esta zona de Ibla vista desde la ciudad del settecento.

   Dejamos el coche en un enorme aparcamiento subterráneo junto a la estación de ferrocarril y cruzamos todo lo rápidamente que nos permitía el calor la ciudad contemporánea. En la Piazza Libertá (ex-Impero) encontramos un conjunto muy completo de edificios fascistas, que incluían la Casa del Mutilato, la Casa del Combattente, la Guardia de Finanza, el Teatro Ideal y otros edificios oficiales.

      Después de visitar la catedral nueva y varios palacios, nos asomamos al barranco que nos separaba de Ibla, una de las vistas más fotografiadas de la ciudad. A mitad del vertiginoso descenso hacia el puente que permite cruzar el barranco, merece la pena visitar la pequeña iglesia de Santa María de la Escalera. Es de las pocas de Ragusa que conserva partes góticas y renacentistas, anteriores al terremoto de 1693. El 11 de enero de ese año, la tierra tembló durante cuatro minutos con una intensidad de 7,4 en la escala Ritcher y un epicentro muy cercano a la costa sureste. El terremoto y sus tsunamis provocaron 60.000 muertos, incluyendo dos tercios de la ciudad de Catania, y unos 5.600 kilómetros de área afectada, en muchos casos con corrimientos de tierras

   Esta iglesia significó un doble descanso: del agotador recorrido por Ragusa, cuesta arriba y abajo bajo un sol radiante y a treinta y cinco grados a la sombra, y del hartazgo de fachadas ondulantes y tímpanos partidos que me estaba provocando tanto barroco.

   Un buen ejemplo de aquel barroco recargado y omnipresente son estas ménsulas de los balcones del Palazzo Consentini, junto a la Piazza Republicca, donde se iniciaba una fuerte subida que nos conduciría al corazón de Ibla.

   Era mediodía, la temperatura seguía subiendo y esperábamos que un nuevo terremoto no destruyera en las próximas horas el Duomo de San Giorgio, por lo que decidimos que lo más sensato era meterse a comer en la Osteria Imperfetta, ubicada bajo unas bóvedas del siglo XII que habían resistido al terremoto de 1693. El lugar, la comida, el servicio y las bebidas alcanzaban tal grado de perfección que le pregunté a Marco Giudice, su propietario, por qué le había puesto ese nombre. Con una cierta guasa, me contó que era un homenaje a Mónica Vitti, su actriz preferida, considerada en su momento imperfecta por su voz de roquera, su nariz demasiado larga y sus ojos miopes. 

   Se non è vero, è ben trovato, como dijo Giordano Bruno.

   Más repuestos, conseguimos llegar a la plaza de la catedral, donde esperamos a que abriera el Duomo tomando un granizado de frambuesas. Si no hubiera hecho tanto calor, la plaza habría merecido un recorrido por los varios palacios barrocos que la rodean, pero yo me quedé con el Circolo di Conversazione o Caffè dei Cavalieri, uno de los pocos edificios neoclásicos de la ciudad. Era una especie de casino, construido por los nobles locales en 1850 para poder reunirse y charlar sin ser molestados por el resto de ciudadanos. No hace falta que os cuente que no me dejaron entrar a visitarlo.

   El Duomo, con su fachada alta y estrecha que se alza sobre una escalinata de 54 peldaños, impresiona a cualquiera que lo mire desde la plaza. Nosotros pudimos entrar mientras preparaban la nave central para una boda que se celebraría unas horas después. Me imaginé a la madrina, que calzaba unos vertiginosos tacones de aguja, cayendo a cámara lenta por la escalinata, emulando al cochecito de bebé que filmó S.M. Eisenstein en “El acorazado Potemkin”.

   Bajamos la escalera con mucho cuidado, y seguimos descendiendo hasta los jardines Ibleos, desde donde un autobús nos devolvió al aparcamiento.

Al día siguiente visitaríamos Noto, pero esa es otra historia, que podéis leer pinchando aquí.

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El teatro griego más pequeño del mundo

Catania

Eureka

     En Siracusa, donde pensábamos dormir cinco noches, tuvimos la suerte de alojarnos en Casa Lucía, un precioso y enorme apartamento ubicado en un edificio barroco muy transformado, en el número 14 de Via Vittorio Veneto. En realidad, Siracusa está formada por tres partes claramente diferenciadas: la isla fortaleza de Ortigia, fundada en el siglo VI a.C y unida a tierra firme por dos puentes; la ciudad griega de Neápolis, que se construyó 300 años después, y la propia ciudad de Siracusa.

   Ortigia, donde se encontraba nuestro apartamento, fue el punto en el que se establecieron los primeros habitantes, procedentes de Corinto. Toda Ortigia está declarada zona de bajas emisiones, como pronto será el casco antiguo de Cádiz, por lo que está muy restringido el uso de vehículos a motor. En los pocos accesos hay cámaras que captan las matrículas no autorizadas y multan automáticamente con cien euros, como bien nos advirtió Alberto, el encantador propietario de nuestro apartamento.

   Solo hay una mínima parte de la isla a la que puede acceder un coche no registrado, y es el aparcamiento municipal disuasorio de Palete. El sistema de pago del aparcamiento tiene que haber sido diseñado por un informático con una mentalidad perfectamente lógica y unos resultados incomprensibles para una persona normal. Todos los días se formaban ante las máquinas de prepago largas colas de turistas desesperados, intentando una y otra vez pagar hasta que aparecía alguien con cierta experiencia que explicaba los esotéricos pasos a seguir.

   ¿Por qué el proceso de pago comenzaba pulsando la tecla “CANCEL”? ¿por qué en un momento determinado había que apretar la tecla “CREDIT CARD”, si el sistema no admitía otra forma de pago? Al segundo día me tocó a mí explicar el proceso a las tres personas que me precedían en la cola, ayudado por otro cliente que traducía mis explicaciones del inglés al italiano. A nuestro lado, varias personas sin hogar intentaban dormir.

   En cuanto deshicimos el equipaje nos lanzamos a una primera toma de contacto con Ortigia, merecidamente declarada Patrimonio de la Humanidad. Varias cosas sorprenden en esta islita: su limpieza, su ausencia de ruido y su casi absoluta turistificación.

   La limpieza, muy superior a la de las demás ciudades italianas que he visitado, se explica en parte por la existencia de un ambicioso plan de separación de residuos, que por lo que pude observar se cumplía con bastante rigor. En nuestro apartamento teníamos cinco contenedores: Papel y cartón, vidrio, plásticos y envases, restos orgánicos y ”secco”, denominación que engloba al resto de residuos domésticos. Cada atardecer bajábamos la bolsa que correspondiera ese día y la dejábamos en uno de los contenedores del portal. Por la noche pasaba un camioncito eléctrico que vaciaba los contenedores. Los bares y restaurantes tenían recogida diaria y no se veían bolsas de basura abandonadas en las aceras.

   El silencio de las calles se debía, en gran parte, a las restricciones de tráfico privado, compensadas en parte por la existencia de un autobús gratuito que recorría frecuentemente la isla de extremo a extremo. Pero había algo más, la absoluta educación de los conductores, tan poco frecuente en Italia. Muchas calles eran peatonales, pero incluso en las llamadas de plataforma única compartida, en las que no cabían simultáneamente un coche y un peatón, no se oía un bocinazo. Los conductores esperaban pacientemente a que circulasen los peatones, que a su vez procuraban resguardarse en un portal para dejar paso a los coches. Ni un camión ni furgoneta circulaba por esas calles estrechas, y el reparto se realizaba con carretillas o motocarros, muchos de ellos eléctricos.  


El verdadero problema de Ortigia es a la vez su principal recurso: la turistización, cuyas consecuencias empezamos a ver en Cádiz. La demanda de viviendas turísticas dispara los precios de compra y alquiler y expulsa a los residentes originales, que se ven obligados a mudarse a la nueva Siracusa. A la vez, los bares, restaurantes y tiendas de recuerdos desplazan a los comercios tradicionales. No era sencillo encontrar una ferretería, una copistería ni un supermercado. A cambio, aunque desconozco las estadísiticas, supongo que un porcentaje muy alto de los residentes se dedican a la hostelería, el alquiler de apartamentos y otros servicios relacionados.

   A la mañana siguiente salimos dispuestos a  recorrer los principales monumentos de la isla. Comenzamos, como es habitual en nuestros viajes, por el mercado municipal, que en esta ocasión me resultó algo decepcionante. El bonito edifico del mercado estaba cerrado permanentemente, y a su alrededor se levantaban filas de puestos callejeros, muchos de ellos respaldados por bajos comerciales minúsculos. Carnicerías, pescaderías, fruterías, charcuterías y tiendas de especias se mezclaban sin orden ni concierto con otros tenderetes dedicados al menaje de hogar o a los recuerdos turísticos. Nosotros queríamos comprar queso, embutido, fruta y verdura para cenar en el apartamento, pero en casi todos los puestos nos trataban como lo que éramos, turistas, y —en opinión de una de mis compañeras— pretendían engañarnos en el precio o en el peso. No le quito la razón, aunque la verdad es que desconozco a cómo está en España el kilo de pistachos. Las compras, los regateos y las explicaciones de los vendedores nos ocuparon un par de horas.

   Nuestro siguiente paseo comenzó, a pocos pasos del apartamento, por la Via Giudecca, corazón de lo que en su momento fue uno de los barrios judíos más importantes de Europa. Desgraciadamente, los judíos fueron expulsados de Sicilia en 1492, a la vez que de España. No en vano reinaba en la isla el católico Fernando II de Aragón, que también mandaba en Nápoles, Cerdeña y Navarra.

   En el sótano de unos de los palacios, transformado ahora en un hotel con encanto, se encuenta el "miqwè" (baño de purificación ritual judío) más importante y evocador de Europa, construido en la época bizantina. Cuando los judíos se vieron obligados a abandonar la isla, tapiaron el acceso a estos baños rituales para impedir su profanación. Su entrada no se descubrió hasta hace pocos años, con motivo de las obras de restauración del palacio.

   Se accede a los baños mediante una escalera excavada en la roca, que desciende a una pequeña sala rectangular situada a 18 metros por debajo del nivel de la calle, en el centro de la cual hay tres estanques en los que todavía brota agua procedente del rico acuífero de Siracusa, que también da vida a la Fuente de Aretusa. Los miembros de la comunidad judía de Siracusa se sumergían en él para borrar sus pecados. Otras dos salas porticadas contienen sendos baños de menor tamaño, que al parecer se usaban en los rituales previos a las bodas.

   Nosotros coincidimos en la visita con un pequeño grupo de turistas italianas, bastante escandalosas,  y con una anciana judía estadounidense, muy emocionada por ese retorno a sus ancestros y que no paraba de hacer preguntas, a muchas de las cuales la guía/vigilante no era capaz de responder.   

En este barrio de calles estrechas, muchas veces sin salida, en las que te puedes encontrar una dedicatoria tan bonita como esta, que mi amiga Soco ha traducido para quien no entienda el italiano: “A Luigi Capuana, maestro de crítica serena y precisa, investigador sutil de los ocultos trabajos humanos, poeta de la virtud ignorada del almas oscuras y dolientes”, se ubica la antigua sinagoga, construida poco antes de la expulsión de los judíos y transformada luego en iglesia de San Juan Bautista.

   A estas alturas del día el calor apretaba cada vez más, por lo que nos limitamos a una rápida visita a la iglesia de la abadía de Santa Lucía, la mártir a la que se suele representar con una bandejas en la que lleva sus ojos, arrancados durante las persecuciones del emperador Diocleciano por negarse a adorar a los dioses oficiales. Pero la verdadera razón de la devoción de los siracusanos por Santa Lucía no se debe a que haya nacido en esta ciudad ni a su defensa cerrada de sus creencias, sino a que en 1646, en medio de una larga hambruna, la santa desvió hasta el puerto de Ortigia dos naves cargadas de trigo. ¿Piratería?

   En la fachada de la iglesia se conservan, bien visibles, dos escudos de la monarquía española de principios del siglo XVIII, cuando en la isla reinaba Felipe V “el Animoso”. Por desgracia, el mayor tesoro de esta iglesia, un óleo de Caravaggio representando el entierro de la santa, ha sido trasladado a un museo.

   En la misma plaza se encuentra el palacio Borgia-Impellizzeri. Allí me enteré que Borgia era la versión italiana de un apellido de origen español, Borja. La familia Borgia/Borja se trasladó a Roma en el siglo XV, y dos de sus miembros llegaron a ser papas bajo los nombres de Calixto III y Alejandro VI.

   En esta plaza, verdadero corazón de Ortigia, se levantan también el Ayuntamiento, la sede episcopal y, sobre todo, la catedral, construida aprovechando la cimentación y las columnas del tempo griego de Atenea, que habían resistido más de mil años hasta que quedaron englobadas en la estructura de una iglesia cristiana. Los musulmanes convirtieron la iglesia en mezquita y los normandos la devolvieron al culto católico. Otros mil años después se derribó la vieja iglesia para construir la actual catedral, que sigue conservando las columnas romanas.

   Lo último que visitamos ese día, cuando el sol comenzaba a caer y con él bajaban las temperaturas, fue el Castello Maniace, en el extremo sur de la isla. El fuerte debe su nombre al comandante bizantino Giorgio Maniace, que a comienzos del siglo XII expulsó de la ciudad a los musulmanes, aunque solo por cinco años. Hubo que esperar cuarenta años a que llegaran los normandos y la ciudad pasara definitivamente a manos cristianas. Vinieron luego los suabos y los genoveses, hasta que Federico II de Hohenstaufen, poeta, soldado y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, mandó construir el actual castillo. Este personaje, conocido en su época como stupor mundi, el asombro del mundo, hablaba nueve idiomas y escribía en siete. Fundó la escuela poética siciliana y la Universidad de Nápoles, con lo que se convirtió en un precursor del Renacimiento.

   No podemos terminar este primer día en Siracusa sin recordar a uno de sus hijos más ilustres, Arquímedes. Nació y vivió aquí en el siglo III a.C., y fue un excelente matemático, físico e ingeniero. Además de descubrir el principio que lleva su nombre mientras se bañaba, calculó un valor muy exacto para el número Pi, desarrolló fórmulas para calcular el área y la superficie de una esfera, ideó varios artefactos de guerra contra las naves romanas que intentaban conquistar la ciudad, construyó el buque más grande de la época e inventó la rueda dentada y el tornillo de Arquímedes.

Al día siguiente comenzamos nuestro recorrido por Ragusa, pero esa es otra historia que podéis leer pinchando aquí.

El Valle de los Templos

    Pasamos el resto de la tarde paseando por las calles más céntricas de Agrigento y nos hicimos fotos con una estatua de Andrea Camilleri, nacido en Porto Empedocle, a pocos kilómetros de allí. Aproveché también para comprarme un sombrero de paja, imprescindible para recorrer Sicilia en mitad de una ola de calor.

   Al día siguiente, pese a las advertencias de que haría mucho calor y de la cantidad de turistas que nos íbamos a encontrar, no conseguimos madrugar y nos presentamos en la entrada del Valle de los Templos a las diez de la mañana. No nos habían engañado, una larga fila de visitantes serpenteaba entre puestos de sombreros de paja, postales y todo tipo de recuerdos hasta llegar a las taquillas de venta de entradas. Esa multitud no nos abandonó ni un solo momento hasta que salimos del recinto dos horas después.  Este importante yacimiento arqueológico en realidad no está situado en un valle, sino en lo alto de un colina que se extiende entre la actual ciudad de Agrigento y el mar.

   La colonización griega de Sicilia comenzó en el siglo VII a.C., cuando barcos procedentes de Atenas o de Corinto comenzaron a fundar ciudades a lo largo de la costa. Hacia el siglo VI a.C., Gela, una de estas ciudades costeras ubicada al sudeste de Agrigento, inició su propia expansión hacia el interior de la isla. Esta zona les debió de parecer perfecta, cerca del mar, con dos ríos que regaban un valle muy apropiado para el cultivo de cereales y unos riscos fácilmente defendibles, por lo que fundaron sobre ellos la  ciudad de Akragas.

   Eran tiempos revueltos y pronto empezaron los intentos de conquista, primero por parte de los cartagineses y luego de los romanos. La historia de Sicilia, una sucesión ininterrumpida de invasiones, se reprodujo también aquí durante unos cuatrocientos años, hasta que las continuas guerras provocaron la decadencia de la ciudad y su abandono paulatino.

   Pese a la cantidad de visitantes y al sol abrasador, el recorrido por el complejo merece ampliamente la pena. En ningún punto de Grecia he encontrado una concentración tan importante de templos en tan poco espacio. Me resultó curioso que solo se conservaran edificios religiosos o militares. Ni un foro, ni el ágora, ni un mercado… Supongo que, como en Atenas, esos edificios estuvieron ubicados en el valle.

   No voy a describir todos los templos que visitamos, ni a detallar cuantas columnas (todas ellas dóricas) formaban el frontal de cada uno de ellos. Creo que es suficiente con una foto del templo de la Concordia para hacerse una idea del tamaño y grado de conservación de los edificios principales.

   Este templo comparte una peculiaridad con la Mezquita de Córdoba, ya que en el siglo VI d.C. se modificó su interior para transformarlo en una basílica cristiana. Pero, al contrario que la Mezquita, en la actualidad vuelve a ser propiedad del estado italiano, que lo ha restaurado eliminando los añadidos de la basílica.

 

   A unos cien metros de este templo se encuentra un entrañable monumento dedicado a los caídos por Italia, categoría que engloba desde los luchadores por la unificación italiana hasta los partisanos de la II Guerra Mundial o los famosos jueces Giovane Falcone y Paolo Borsellino, asesinados por la Cosa Nostra en 1992.

   La historia de esta organización criminal, según algunas fuentes, comienza con el descubrimiento del remedio contra el escorbuto en 1753 por parte del médico escocés James Lind. Esta enfermedad, que hacía estragos entre los tripulantes de los buques que emprendían travesías largas, podía prevenirse mediante el consumo diario de cítricos por su alto contenido en vitamina C. La demanda mundial de naranjas y limones se disparó, lo que hizo que los cultivadores sicilianos vieran aumentadas notablemente sus ganancias. Según estos historiadores, la Cosa Nostra surgió como respuesta a la necesidad de organización y protección de los productores.

   En mi opinión, una organización criminal tan poderosa y extendida como la Cosa Nostra no aparece sin más, sino que ya estaba ampliamente implantada en toda la isla y aprovechó la demanda de cítricos para crecer rápidamente.

   Doy más crédito a otros historiadores que piensan que el origen de esta organización estaba en una situación muy particular del campo siciliano. Como hemos visto, Sicilia ha sido durante casi toda su historia una colonia de una potencia extranjera. Esto llevó a que los latifundios, habituales en muchas sociedad feudales, estuvieran cada vez más en manos de propietarios que no residían en el país, fenómeno que se fue agudizando con la mejora de las comunicaciones. Así, a principios del siglo XIX el poder en las zonas agrícolas estaba concentrado en manos de dos grupos sociales, los massari y los gabellotti, que administraban las tierras en nombre de la nobleza. Este poder fue creciendo hasta el punto de que muchos de estos gabellotti acabaron comprando las tierras y los títulos a una nobleza arruinada. Para mantener la opresión sobre los siervos, los nuevos terratenientes utilizaron dos caminos: la contratación de sicarios que mantenían el orden por métodos violentos y la colocación de sus hijos menores en puestos de la administración civil (jueces y policías) y eclesiástica (sacerdotes).

   Así, cuando años después llegó la bonanza de los cítricos, esta nueva clase vio incrementados sus beneficios y su poder. En torno a 1880, el principal ingreso de lo que poco a poco se había convertido en una organización criminal y expulsado al Estado procedía de la extorsión a los cultivadores de cítricos y otros agricultores. En la mayoría de las ocasiones, ante un problema era mucho más sencillo y eficaz recurrir a la Cosa Nostra que a la policía o a la justicia.

   Con las emigraciones masivas a Estados Unidos, la Cosa Nostra creó sus bases al otro lado del Atlántico, a partir del control de la actividad portuaria, lo que facilitaría después su entrada en el contrabando de alcohol y otras drogas. Hay muchas novelas que cuentan episodios de esta implantación, como “Ciudad en llamas”, de Don Winslow, por cierto bastante mal escrita y peor traducida.

   Hoy en día la Cosa Nostra sigue existiendo y se ramifica por todos los niveles del Estado italiano, pero también ha surgido un importante movimiento social antimafioso.

    Al terminar nuestro recorrido por el Valle de los Templos nos subimos a un trenecillo turístico que en un momento nos acercó al aparcamiento y nos ahorró una larga cuesta arriba bajo el sol de mediodía, a una temperatura que ya hacía rato había pasado de 32 grados.

   Todavía tuvimos ánimos para visitar el Museo Arqueológico Pietro Griffo antes de emprender camino hacia Siracusa.

Pero esa es otra historia, que podéis leer pinchando aquí.

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La Villa Romana del Casale

      La Villa Romana del Casale, a pocos kilómetros de Piazza Armerina, contiene los que quizás sean el conjunto de mosaicos romanos más extenso y mejor conservado del mundo, aunque como mosaico individual el más grande sea el de Noheda, en Cuenca, de más de doscientos metros cuadrados.

   

   Este dibujo muestra el aspecto que debía tener la villa a mediados del siglo IV de nuestra era, recién terminada de construir por orden de Lucio Aradio Valerio Próculo Populonio, gobernador de Sicilia. Todo un derroche de lujo para un edificio que se usó exclusivamente como pabellón de caza en los breves intervalos de descanso de su propietario entre guerra y guerra.

   El mosaico de mayor tamaño (sesenta y seis metros de largo por cinco de ancho) es el llamado “de la Gran Caza”, que muestra todo el proceso de aprovionamiento de animales salvajes para su uso en el Coliseo de Roma. Leones, tigres, avestruces, elefantes o rinocerontes aparecen en las distintas etapas de su captura en el norte de África, traslado hasta la costa, embarque y desembarque para cruzar en el Mediterráneo, todo ello supervisado por los funcionarios imperiales. La villa y sus mosaicos han llegado en muy buen estado a nuestra época, al parecer debido a un corrimiento de tierras que la sepultó a poco de ser abandonada.

   Sin duda, el mosaico más conocido de la villa es el de las diez muchachas, donde aparecen varias mujeres haciendo ejercicio y ataviadas con ropajes que recuerdan mucho a los bikinis actuales.

   


   Una doctora en Arqueología por la Universidad de Cádiz pretende utilizar estos mosaicos para "deconstruir la creación de la historia inventada bajo el prisma patriarcal ", para lo que hace afirmaciones tan curiosas como que "si existió alguna vez un primer humano, debió ser mujer, ya que es la única capaz de reproducir”

   En mi opinión, es la villa romana más interesante de todas las que he visitado. Aunque no pudimos seguir los consejos de una de mis compañeras y llegar a las nueve de la mañana, cuando abría al público, tuvimos la suerte de entrar en un momento de poca afluencia y pudimos recorrerla entre el silencio respetuoso de la mayoría de los visitantes, roto solamente por los gritos de un grupo de italianas de cierta edad, al parecer más interesadas en charlar entre ellas o atender las llamadas telefónicas que hacían o recibían constantemente.

   De la Villa del Casale nos dirigimos al Museo Arqueológico Regional de Aidone, a poco más de veinte kilómetros de distancia, en el que se conservan las piezas encontradas en las cercanas excavaciones de Morgantina.

   El museo, que tiene una entrada muy poco atractiva a través de una antigua iglesia repleta de imágenes religiosas, resulta un tanto abrumador ya que en él se exhibe una gran cantidad de piezas menores, aparentemente todas las encontradas en treinta años de excavaciones.

   Hay dos salas que se salvan de este apelotonamiento y que por sí solas justifican la visita. Curiosamente, ambas salas contienen piezas expoliadas, trasladadas ilegalmente a Estados Unidos y devueltas recientemente, unas por la Universidad de Virginia y otras por el Museo Paul Getty.

   En la primera sala se exhiben los acrolitos que se pueden ver en la portada de este librillo, pertenecientes a las estatuas de las diosas Demeter y Kore, muy veneradas en la antigüedad en Sicilia central. La teatralidad y sobriedad con que están expuestas refuerzan su carácter sacro.

   En la segunda sala la pieza central es una estatua en la que se distinguen perfectamente los acrolitos de manos y cabeza tallados en mármol blanco, del resto del cuerpo realizado en toba calcárea de mucho peor calidad. Se cree que la estatua, de más de dos metros de alto y conocida como La Venus de Morgantia, en realidad representa a Perséfone y fue tallada por algún discípulo de Fidias poco antes del 400 a.C.

   Siguiendo los consejos de una empleada del museo, nos metimos a comer en una trattoria,  Antichi Sapori Aidonesi, que no tiene nada que ver con la cadena Antichi Sapori, especializada en comida barata para turistas y cuyos locales se pueden encontrar en varias ciudades de la isla.

   Cuando llegamos solo había otro cliente, que pronto se unió a la larga y profusa conversación entre una de mis compañeras, nacida en Granada y vecina de Málaga, con el cocinero y su padre sobre las diferencias y analogías entre los bares y restaurantes de Málaga y Granada, el precio y tamaño de sus tapas, las (malas) condiciones laborales de sus camareros, los productos típicos de ambas provincias y, en general, sobre las posibilidades que una trattoria como la suya triunfara en el sur de España.

   Después de comer espléndidamente por un precio muy asequible, pasamos la tarde peleando con el navegador para intentar llegar a Agrigento, en un recorrido que mostraba las consecuencias del poder de la Cosa Nostra. Las autopistas estaban, en general, sin terminar o con numerosos tramos cerrados por obras. Los viaductos, larguísimos y aparentemente innecesarios, presentaban muestras evidentes de la mala calidad de los materiales empleados y el nulo control de calidad ejercido por el Estado; las carreteras secundarias estaban llenas de baches y socavones; los edificios de viviendas de diez o doce pisos se levantaban sin orden ni concierto, en ocasiones en medio del campo u ocultando el perfil de un casco histórico. No creo que haya puesto más peligroso y a la vez más lucrativo que el de concejal de urbanismo de cualquiera de los municipios que íbamos atravesando.

   Lo que estábamos viendo era una demostración práctica de lo que nos espera en España si la derecha y la ultraderecha continúan afianzándose: libertad absoluta para hacer negocios, para destruir los servicios públicos, para cobrar comisiones, para adjudicar contratos a dedo y para enriquecerse rápidamente. En contraste, el agua de muchas ciudades no es potable, las terrazas de bares y restaurantes invaden por completo las aceras, obligando a los peatones a caminar entre los coches y las motos, que circulan con total impunidad y aparcan literalmente donde les da la gana.

   En Agrigento tuvimos nuestro segundo contacto con la economía informal, eufemismo del fraude fiscal y la evasión de impuestos. Nos alojamos en un apartamento en un edificio de catorce pisos con magníficas vistas al Mediterráneo y al Valle de los Templos. La trasera del edificio daba a una placita del casco antiguo, la cual, según nos contó un vecino, antes tenía para disfrute colectivo esas preciosas vistas que ahora monopolizaban los residentes en el edificio.

   El pago del alquiler lo tuvimos que hacer una vez más en metálico y, por supuesto, sin recibo. Al día siguiente, mirando hacia Agrigento desde el Valle de los Templos, comprobamos que gran parte del frontal de la ciudad estaba ocupado por edificios tan altos y horrorosos como el nuestro.

   Pero esa es otra historia, que podéis leer pinchando aquí.

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Per sicula siculorum

    Este viaje comenzó mal y terminó peor. Faltaban cuatro días para subirnos al avión cuando empecé a sentir los primeros síntomas del coronavirus, confirmados inmediatamente por un test de antígenos.


   Aunque intenté convencer a mis compañeras de que no cambiaran sus planes por mi enfermedad y de que viajaran en las fechas previstas, las tres se negaron y decidieron que atrasaríamos todo el viaje tres semanas. Así me encontré, con un poco de fiebre y bastante malestar, intentando modificar todas las reservas con el menor coste posible. Todos los alojamientos aceptaron cambiar las fechas sin coste o incluso cancelarlas cuando no tenían habitaciones disponibles en las nuevas fechas, pero tengo que mencionar el antiético comportamiento de la compañía Vueling. Habíamos pagado una tarifa más cara de lo normal que, en teoría, permitía cambios de fecha sin coste. Digo en teoría porque, en realidad, los nuevos billetes nos costaron una media de cien euros más por persona, en concepto de “diferencia de tarifas”. Con las prisas y la fiebre acepté el sobreprecio, pero, cuando me encontré mejor, comprobé que un billete “nuevo” para primeros de junio costaba exactamente lo mismo que los que habíamos comprado hacía tiempo para mediados de mayo.

   Ya en el avión, nos encontramos con que el único azafato de la tripulación llevaba la mascarilla colocada permanentemente por debajo de la barbilla o por debajo de la nariz. Mientras, por la megafonía nos recordaban que las mascarillas eran de uso obligatorio “tapando nariz y boca excepto en el momento de comer o de beber”.

   El pasajero sentado a mi lado escuchaba en su móvil (sin auriculares) coplas de carnaval que iba alternando con sevillanas rocieras. Luego se quitó la mascarilla para roncar más cómodamente, con un sonido que a mí me recordó el que emitían los brontosaurios de Jurassic Park. Este comportamiento, junto con sus frecuentes viajes al aseo y el sombrero de Fino Quinta que llevaba puesto, me llevaron a deducir que la noche anterior la había pasado en la feria de El Puerto de Santa María.

   Cuando aterrizamos en Palermo ya estaba anocheciendo. Con prisas recogimos el coche de alquiler, un precioso Lexus tan automatizado que tuvimos que pedir ayuda a un empleado para que nos configurase el navegador. En ese momento tuvimos un golpe de suerte, ya que alcancé a oír a una de mis compañeras decirle al técnico que íbamos a Caltanissetta. Una pequeña diferencia que nos podía haber dejado a cuarenta kilómetros de nuestro destino para esa noche. Por otra parte, las indicaciones del navegador del coche eran muy poco fiables, lo que, unido a los frecuentes desvíos por obras, acabaron dejándonos al fondo de un sendero sin asfaltar, frente a la valla metálica de una finca. Allí decidimos dar la vuelta, en contra de las indicaciones del navegador, que seguía insistiendo: "Continúe durante cien metros, luego gire a la derecha”.

   El B&B Da Pietro resultó ser exactamente lo que me había imaginado: un lugar sin ningún encanto ni más huéspedes que nosotros, atendido por el mismo Pietro, un señor mayor al que evidentemente habíamos despertado con nuestra llegada, pero que nos aclaró rápidamente que el pago era en metálico y que no esperáramos una factura.

   Horroroso es poco para describir la decoración. En nuestro dormitorio, un enorme armario de cuatro cuerpos competía por el espacio con una cómoda no menos descomunal, muebles ambos perfectamente inútiles en un establecimiento que estaba claramente destinado a clientes de una sola noche; en las paredes habían rotulado varias frases de esas que se publican en Facebook con intención de hacerte pensar. 

   El alojamiento, cuya piscina era hinchable y estaba vacía, se encontraba en medio del campo, con todas sus ventajas. A las cuatro de la mañana, mientras el cielo comenzaba a palidecer, me despertaron varios gallos, a los que pronto acompañaron un par de pavos reales y otras aves cuyo graznido me recordó al de las ocas.

Sabía que no era el momento de levantarme y ponerme a escribir, pero no soportaba más el canto de los gallos. En el porche, un gato que devoraba los restos de una empanada me recordó la llegada. Menos mal que en el aeropuerto de El Prat había logrado convencer a mis compañeras de que el B&B no era lo que parecía en los anuncios y que sería muy poco probable que a las once de la noche estuviera abierto el restaurante. Compramos un par de botellas de agua y alguna cosa de comer, cuyas sobras liquidaba ahora el gato.

 Por suerte, alguien había apagado las guirnaldas de bombillas de colores y las dos bolas giratorias de discoteca que animaban el porche a nuestra llegada y pude contemplar como la silueta de Enna, en lo alto de una colina al otro lado del valle, se iba definiendo contra el horizonte. Estas magníficas vistas servían de fondo a la mayor colección que he visto nunca de “horrores de jardín”: gnomos, ciervos, búhos, vírgenes, halcones y hasta un Santa Claus de tamaño natural y de cara a la pared, que me recordaron inmediatamente a uno de los protagonistas de Full Monty, muy aficionado a ese tipo de figuras.

   Cuando el primer rayo de sol incidió contra lo que parecía la parte más alta y mejor conservada de una fortaleza, se hizo patente la fea realidad. Lo que había confundido con unos torreones amenazantes, sin duda de origen normando, era en realidad una fila de bloques de viviendas de diez o doce pisos que afearán durante siglos esta ciudad, fundada por los sículos hace dos mil setecientos años.

   En Enna tuvimos una rápida inmersión en la cultura siciliana. Como el señor Pietro ya nos había dejado bien claro que la tarifa, pese al rótulo B&B bien visible en la fachada, no incluía el desayuno, nos subimos al coche dispuestos a parar en el primer bar o cafetería que encontramos, que resultó ser la Pasticceria Di Maggio.

   El dueño o encargado, pese a mis intentos de hablarle en italiano, desde el primer momento decidió llamarme Míster y hablarme en un inglés muy elemental. Después de discutir con mis compañeras las proporciones exactas de leche y café que deseaban No, un americano no, el mío que tenga un poco menos de café, Di Maggio me preguntó qué deseaba. El míster quería un té negro, mi desayuno habitual cuando voy de viaje. Me miró como si hubiera pedido un chuletón poco hecho en un restaurante vegano. ¿Un té? ¿Caldo? El diálogo se complicó al no recordar yo que caldo, en italiano, significa caliente. Llegamos por fin a un acuerdo y me sirvió una tacita mínima de té, caldo y desteinado. Comprendí que no era el momento de ponerme exigente y abandoné mi intención de pedir una tostada de pan con aceite. Tenían pan, aceite y tostadora, pero en aquella pasticceria los hombre acompañaban el café con grapa y las pocas mujeres con pasteles.

   Al salir del bar nos vino al encuentro otro aspecto de Sicilia: la hospitalidad con los forasteros. El maletero del Lexus era muy pequeño y nuestros cuatro maletines de cabina levantaban la bandeja trasera y eran visibles desde el exterior, por lo que intentamos comprar un pedazo de plástico negro para taparlos, una pequeña precaución que reducía las probabilidades de robo. Le pregunté a uno de los parroquianos que desayunaban en la terraza del café y me encaminó a una ferretería cercana, que no conseguí encontrar. Cuando me vio regresar con las manos vacías, me hizo una seña para que lo acompañara hasta su coche. Del maletero sacó un fajo de bolsas de basura de cien litros, insistió en que me llevara todas las que necesitase e incluso me ayudó a cortar una y cubrir con ella las maletas. 

   Una hora más tarde estábamos entrando en la Villa Romana del Casale, pero esa es otra historia que podéis leer pinchando aquí

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domingo, 26 de junio de 2022

La excelente "Misión de audaces" ("The Horse Soldiers", USA 1959) de John Ford, mañana lunes a las 22:00 en TVE 2

 

Queridos Cinéfilos:

Cuando un director experto y superdotado rueda una película, con un un buen guion basado sobre un singular hecho histórico, contando con un presupuesto notable, un buen cuadro actoral  y  honestamente aplica una visión poliédrica sobre la  ética del tema que se trata en la cinta, es "normal" que consiga un resultado magnífico, que es lo que, en la opinión general de la crítica profesional y en la mía propia, ocurre en el caso de "Misión de audaces", película de las dedicadas "a la Caballería" por el grandísimo director John Ford, que vi con mis padres en el cine Capitol de la Gran Vía y me gustó "a secas", por las mismas razones que ahora me gusta y por otras adicionales ahora más: yo, cuando todavía era niño, no era capaz de captar y entender los mensajes éticos que impregnan la película y que adulto aprecio mucho.

Salto a la arena a defenderle ante la liga de falsos progresistas que, no sé si por ignorancia o  por seguir ciega y fielmente obtusas directrices políticas, le acusan de:

  • Derechista radical: ¿Hay alguna otra película que denuncie más vivamente el trato recibido por los humildes granjeros desahuciados en Estados Unidos durante la gran depresión de 1929 que su espléndida "Las uvas de la ira"?, ya comentada aquí por Ana Díaz. ¿Y la explotación de los mineros galeses que, en su no menos buena, "¡Qué verde era mi valle!"?
  • Racista: ¿No se han enterado de nada o es que no han visto su "Sargento negro"?, que tiene un mensaje antirracista muy similar al de la obra maestra de Robert Mulligan "Matar un ruiseñor", nada menos. Pero ante esa falsa acusación, hay otra defensa no menos potente: la orgullosa  dignidad de los jefes indios de una reserva esperando horas, de pie y bajo un sol de justicia, a las autoridades del Gobierno Federal en "El gran combate". El desarrollo posterior de la trama es apabullantemente favorable a las razones de los indios frente a las del establishment USA.
  • Machista: En la Irlanda campesina de los años 40, no olvidemos el contexto, ¿puede negarme razonadamente alguien que la triunfadora de la diatriba sobre su dote es Mary Kate (maravillosamente interpretada por Maureen O'Hara) frente a su botarate hermano, llegando incluso a obligar a su marido, Sean (recordemos que había prometido nunca más pegarse con nadie, traumatizado por haber matado a un hombre cuando era boxeador profesional, muy bien interpretado por un estólido John Wayne) que llegue al extremo de la pelea física para defender sus derechos como hermana casamentera en la mítica "El hombre tranquilo"?
  • Pero vamos a la defensa de la primacía de la ley frente la poder de los grupos criminales: Desafío a cualquiera a que me cite una gran película que supere a la magistral "El hombre que mató a Liberty Valance" en la defensa de la Ley y la prensa libre. 
Volviendo a "Misión de audaces", describe una rápida expedición de un regimiento de caballería yanqui, durante la Guerra Civil Norteamericana, por territorio enemigo para destruir un importante centro ferroviario en el profundo Sur, en cuyo desarrollo el conflicto de base es la permanente discrepancia entre el enérgico coronel al mando (John Wayne) con el capitán médico del regimiento (William Holden) confrontando sus respectivas prioridades en esa misión. Pero además hay otras dos razones de conflicto entre ellos, que no desvelo, pero que se desarrollan a medida que progresa la acción.

El coronel con la señorita, como enfermera eventual
En la película se muestran claramente los terribles daños de la guerra, especialmente en las curas de los heridos, más aún cuando aquélla es civil enfrentándose compatriotas y a veces hasta antiguos compañeros de la escuela militar.

En ese ambiente, una distinguida señorita sureña (muy bien... y guapa, Constance Towers) madura de golpe descubriendo como enfermera eventual el horror de la guerra, todo ello fantásticamente rodado, destacando la secuencia del contraataque sudista para recuperar la ciudad ferroviaria, que acaba en una carnicería, nada gloriosa.  

Como Ford es tan hábil (calificación  obvia entre cinéfilos, como ya le reconocí aquí en 2013 cuando le felicité por el 40º aniversario de su jubilación definitiva) sabe introducir dos o tres secuencias optimistas, entre las que yo destacaría el testimonial, pero valiente, ataque que el batallón de los alumnos adolescentes de una escuela militar de la Confederación, perfectamente uniformados y al mando de su septuagenario director, hace contra el regimiento yanqui, curtido en mil combates, y cómo este último opta por la retirada...

Capitán sudista con el médico y el coronel yanquis
Paso la voz a la crítica profesional:

Fotogramas opinó: 
"... Su majestuosa composición combina el vigor con la amargura, la mitificación con la lucidez, el humor con algunos de los momentos más dramáticos del cine de John Ford. Sin llegar a la categoría de obra maestra, es un film realmente grande"

Fernando Morales en El País
"Maravilloso western protagonizado por unos inconmensurables Wayne y Holden. Un lujo"

Si os he convencido, no la conocéis o recordáis y, por ello, la veis,  Cinéfilos,  comentadla con vuestra opinión alternativa.

Para mí, muy buen Cine, Amigos.

Manrique

lunes, 13 de junio de 2022

"Eva al desnudo" ("All About Eve" 1950), una de las obras maestras de Joseph L. Mankiewicz, esta noche a las 10 en La 2.

Queridos Cinéfilos:

Hay años en los que la cosecha de Cine incluye un ramo de obras maestras cuya suma de calidad difícilmente se repite en una década o en un mayor plazo de tiempo... nunca hasta ahora. 

A ojo de buen cubero, mi elección de la mejor cosecha de la Historia del Cine sería la del año 1950, ya que ese año se realizaron las siguientes obras maestras, hablando de memoria y sin el menor estudio previo, por lo que prudentemente añado, "entre otras que ahora no me vienen a la mente": 

  • "El crepúsculo de los dioses" de Billy Wilder, ¡nada menos! Para mí un 10 absoluto. Ganó Oscar a mejor Guion Original y dos técnicos. Nominada en otros 9 apartados. En otra ocasión, cuando la vayan a emitir en TV abierta la analizaré con más profundidad.
  • "Eva al desnudo" de Joseph L. Mankiewicz (su "La huella" tiene otro de mis pocos 10 absolutos), consiguió los Oscar a Mejor Película, Dirección y Guion adaptado (ambos para Mankiewicz), Actor secundario (George Sanders, excelente cínico a vuelta de todo, en esta película ...y en su vida) y dos técnicos. Nominada en otros 8 apartados 
  • "La jungla del asfalto" del grandísimo John Huston, mi película favorita sobre un robo..., bueno, junto con "El Golpe" que es genial, con otro tipo de robo que no se le parece en nada. Nominada a Mejor Dirección, Guion, Actor Secundario y Fotografía, no ganó ninguno. Estaban muy "caros" ese año. 
  • "Rashomon" del gran maestro Akira Kurosawa, ganó el Premio a la Mejor Película Extranjera, ya que no había aún establecido un Oscar anual para ese apartado.
  • Pero es que, además, en esa convocatoria entraba una magnífica película británica de 1949, por razones que desconozco, ¡"El tercer hombre"!, de Carol Reed, que al menos ganó, entre sus cuatro merecidas nominaciones, el Oscar a la mejor Fotografía. En mi opinión, y me atrevo a decir que también en la de nuestro colega de Foro Rogelio, merecía haber sido premiada con dos o tres más, al menos, pero es que ese año fue fantástico. Rogelio: me pregunto, ¿tendrá algo que ver que tú y yo nacimos él? Me temo que no y que tampoco mis padres me bautizaros como Manrique en homenaje a Mankiewicz... Desde luego no tenemos el ego tan "subido" como los personajes-actrices de las dos primeras películas aquí tratadas. 

Las dos contrincantes, con "una joven", y George Sanders. 
Centrándonos en "Eva al desnudo", que la emite en abierto La 2 esta noche a las 10, ¿de qué va?:

Con motivo de la entrega anual del premio de la temporada teatral a la mejor actriz en Nueva York, se nos desvela la ascensión de Eva, desde sus comienzos, pasando a ser una emergente actriz hasta que consigue desplazar a sus más importantes predecesoras, en las que de alguna manera se apoyó para ir progresando con la necesaria astucia y falta de escrúpulos.

 Geniales Anne Baxter (Eva) contra Bette Davis, las dos nominadas al Oscar como Mejor Actriz Principal  ...y no ganarlo. Claro que lo estaba también Gloria Swanson por "El crepúsculo de los dioses", en la que interpretaba magistralmente un personaje inspirado en ella misma. La secuencia final de esta última película es, en mi opinión la mejor que yo conozco de la Historia del Cine y un homenaje al mismo inigualable, más inteligente que el de "Cinema Paradiso", que era emocionalmente excelente. 

Fotogramas opinó de esta película:

"Posiblemente la obra maestra de su director, este film habla -entre otras muchas cosas- de la ambición, la vanidad, la decadencia, el arribismo o la pasión creativa. El mundo del teatro -observado con mimo pero también con impertinente ironía- sirve de detonante para una historia de admirable construcción dramática que aúna la inteligencia con la brillantez"

Presentación en TVE2 de la película (5 min) en este enlace.

Pues ya sólo queda que la veáis los que aún no la conozcáis. Espero que no os defraude, siento tan buen Cine, Amigos.

Manrique

PD. Un detalle curioso: tanto en "Eva al desnudo" como en "La jungla del asfalto" trabaja una todavía juvenil actriz, Marilyn Monroe, en sendos pequeños papeles.