lunes, 30 de diciembre de 2013

“Hasta la vista, Peter”. Carta a Peter O’Toole


Lawrence de Arabia con un noble árabe
Dear Peter,

Sigo en español porque tú, con tu nivel cultural de perfecto gentleman irlandés/escocés, seguro que eres capaz de leer el idioma común de “Cinéfilos”. ¡¡Si hasta llegaste a entenderte perfectamente en cantonés, en una de tus postreras interpretaciones de una gran película, con el más importante alumno que un maestro pueda soñar tener, el Hijo del Cielo!! (para nosotros, bárbaros mortales del poniente, Pu Yi, en "El Último Emperador"). Perdona pero me enrollo, como siempre que hablo de CINE.

Pero como esta es una carta personal (por más que la publique en nuestro Foro a ver si algún otro Cinéfilo la suscribe con su particular dedicatoria) paso a su objetivo esencial: darte las gracias por tu enorme aportación a mi aventura personal de amor eterno al CINE, ya que fuiste el actor responsable de la primera interpretación que fui capaz de apreciar de un modo ya incipientemente adulto: la de Enrique II Plantagenet en “Becket” (1964), dirigida por Peter Glenville, que vi un año después ya con 15 años.

Te juro que me impactó sobremanera esa película porque hasta entonces los actores habían sido para mí  héroes o villanos que casi identificaba con sus personajes. En ella fui capaz, por primera vez, de darme cuenta del esfuerzo del intérprete por meterse en la piel de su personaje y hacerlo tú, en ese caso, con un espléndido toque teatral que me parece demandaba la transposición a la pantalla de la obra de Jean Anouilh “Becket ou l'honneur de Dieu” en la línea de las interpretaciones clásicas de la escuela británica, ya fuera la de Sir Lawrence Olivier en “Hamlet” o las de Marlon Brando y James Mason en "Julio César" , del gran Mankiewicz. Y fíjate que, según una macroencuesta de hace unos años entre críticos cinematográficos de todo el mundo, ese esfuerzo de identificación entre el personaje y el actor había encontrado su mejor ejemplo en la historia del Cine en tu interpretación de “Lawrence de Arabia” (1962, ¡tan sólo tu cuarta película!) que yo había visto, pero entonces aún me faltaba cocción mental para poder apreciarla adecuadamente.

Enrique II y Thomas Becket, su Lord Canciller
Tanto por tu interpretación como por la de tu oponente, Richard Burton dando vida a Thomas Becket, mucho más “calmada”, en línea con su personaje, a pesar de mantener con el tuyo un duelo memorable, así como por las cuestiones éticas que se planteaban en la trama, desde el suicidio “por honor” de Gwendoline (Siân Phillips, actriz, por cierto, esposa tuya en la vida real), pasando por el enfrentamiento Iglesia-Corona, en el que Becket juega secuencialmente en ambos bandos, hasta concluir con la magnífica recreación del sacrílego asesinato de Becket, ya Arzobispo de Canterbury, por cuatro barones normandos (cuyos nombres fueron eliminados para siempre de la nobleza inglesa desde aquel crimen que, ya escribí una vez, se relata al final de la muy famosa novela “Los pilares de la Tierra”) cuando se disponía a oficiar el culto en su catedral el 29 de diciembre de 1170 (ayer hizo 843 años), me conquistaron y durante varios años tuve a “Becket” como la mejor película vista por mí.

Pero es que cuatro años después, Peter, con otro director, Anthony Harvey, vas y ruedas el gran “segundo acto” de la vida de Enrique II, “El león en invierno” (“The Lion in Winter” 1968), basada en la obra de teatro homónima de James Goldman que él mismo convirtió en guión.

El profesor británico del joven Emperador
Aquí la acción que se desarrolla 13 años después de la muerte de Becket, ahora ya en otro temible duelo, esta vez durante un corto encuentro en el castillo de Chinon entre dos esposos nada bien avenidos: Enrique II (ya mayorcito, en su “invierno”) y Leonor de Aquitania (encarnada nada menos que por Katharine Hepburn, que ganó por esta película su tercer… y penúltimo óscar) personaje cuyo chato tratamiento en el guión de “Becket” fue posiblemente el mayor defecto de esa película, ya que esta reina fue una de las más inteligentes de la Edad Media. En “El león en invierno” se le hace justicia mostrando el feroz duelo entre ambos cónyuges, con un predominante estilo teatral, entonces muy de moda en el cine histórico. Y toda la pelea coreada por una camada de tres cachorros creciditos dispuestos a los peores golpes bajos para heredar la corona (un dato para los del Brat Pack: en esta película se estrenó Anthony Hopkins, actuando como el joven Ricardo Corazón de León; el problema es que este actor ya entonces no parecía joven). Fue un gran éxito de público.

Pero entre ambas películas también debes recordar con orgullo tus trabajos en “Lord Jim” (1965) y “La noche de los generales” (1967). Los 60s fueron tu década prodigiosa, sin duda.

Después, con serios problemas de salud en alguna fase, no has tenido la fortuna de rodar un destacado papel con un notable director (incluso cometiste el tremendo error de participar en el bodrio, casi pornográfico, “Calígula” haciendo de Tiberio bajo la dirección de un tal Tinto Brass, con un guión infumable de Gore Vidal, claro que también engañaron a Malcolm Mc Dowell, que iba de protagonista, y hasta a Helen Mirren. ¡Un horror!), tan sólo el citado secundario destacado con Bertolucci en “El último emperador”, que te valió el David de Donatello, y el de protagonista de “Venus” (2006 de Roger Michell), obteniendo tu octava nominación al óscar, que siempre confié que te sería concedido al fin.

Últimamente te he visto en la tele en un papel menor, como Papa, en  la muy buena serie “Los Tudor”.

Bueno, Peter, ahora es el momento de ajustarle las cuentas a los “funcionarios” hollywoodienses de la Academia, esos GIP (no te aclaro más mi calificativo por miedo a algún Gran Hermano soriano, de Soros, no de la preciosa ciudad castellana, pero piensa mal y acertarás) que se negaron a concederte al menos un solo muy merecido óscar, dándote posteriormente uno de “consolación”, lo cuál es un perfecto insulto. ¡¡Malditos bastardos!!... Me refiero a la película de Tarantino. ¡Cómo se me va la cabeza!.

Pensándolo mejor, olvídate de los funcionarios de las Colonias y vete con Richard-Becket (a otro que nominaron siete veces … y ni un óscar) a tomar unas copas, que ahí arriba no creo que haya ley seca. Dale un abrazo de mi parte, ya que, seamos justos, de los 100 puntos de interpretación en “Becket” el partido lo ganaste tú, pero por ¿60-40?. Los dos estabais nominados y se lo dieron a Rex Harrison por su fácil papel en la para mí flojita, muy flojita, “My Fair Lady”, aunque Rex Harrison me cae bien. Él no fue culpable. Pelillos a la mar.

Enrique II, Leonor, Ricardo y su "ex prometida"

A lo mejor dentro de unos años, no demasiados, me dejáis acompañaros, por favor que no falten Dirk Bogarde, ni Alec Guinnes, ni Alan Bates, ni otros británicos que me olvido,  cuando ya estén también allí Terence Stamp (para mí tu más claro emergente competidor en los 60s, bueno, sin olvidar al gran Michael Caine) y Albert Finney, que he leído fue compañero tuyo en una escuela de actores y sigue dando guerra de la buena … en las Colonias.

Lo dicho, Peter:

See you later, Aligator. In the way, Crocodile.

Manrique 





PD (sólo para mortales todavía vivos)

Os adjunto los siguientes enlaces por si fueran de vuestro interés:

Trailer de “Becket” en Youtube:

Trailer de “El león en invierno” en Youtube:

Vídeo completo de “Becket”, en Youtube (aconsejo al que no pueda verla entera (2 h 28 min) lo haga, al menos, en la secuencia de la cena real a partir de 2 h 05 min de la grabación, dura 10 min; si disponéis tan sólo de 5 minutos, concentraos en el soliloquio de Peter O’Toole-Enrique II desde 2 h 10 min) en:

Comentario “Los oscuros intereses de los oscar”  de “Father Caprio” en Filmaffinity (clasificado en ese foro como el comentario más fiable por los usuarios que han leído los correspondientes a “Becket”)


Las interpretaciones de O'Toole y Hepburn son magníficas. Debutan con mérito Anthony Hopkins y Timothy Dalton” afirma “Miquel” en su comentario “Consejo en Chinon”  en Filmaffinity (clasificado como el más fiable sobre “El león en invierno”)



sábado, 28 de diciembre de 2013

Todo empezó en Kupang

Todo empezó en Kupang, la capital de la provincia indonesia de Timor Occidental, en el archipiélago de las islas menores de la Sonda.  Llegué allí en octubre de 1996, saltando de isla en isla desde
Yakarta. Mi objetivo inicial era visitar Timor Oriental, en aquel momento bajo dominio indonesio, por una parte para conocer lo poco que quedaba de la arquitectura tradicional de la isla, y por otra pensando que al haber sido colonia portuguesa durante tanto tiempo,  no sería difícil encontrar gente que hablara portugués, lo que me permitiría un contacto más directo con sus habitantes, y facilitaría los aspectos prácticos de recorrer una zona con una nula infraestructura turística, como encontrar alojamiento o conseguir comida y transporte.
Aunque ahora puede parecer raro, en aquella era en que Internet estaba empezando a arrancar, lo normal era presentarse en cualquier ciudad sin tener reservado alojamiento.

Como era de suponer, el único hotel decente de Kupang estaba completo, por lo que acabé alojado en el Raja Pantai Hotel (Hotel Real de la Playa), que no creo que haya sido nunca frecuentado por la realeza. Eso sí, estaba en la orilla del mar, junto a una playa llena de basuras y restos de vegetación arrastrados por el mar, y en la que desembocaban todas las alcantarillas de la zona. La única habitación disponible, en la planta baja y colindante con la cocina, tenía tal cantidad de cucarachas que si matabas una entraba todo un pelotón para llevarse sus restos.

Menos mal que contaba con un par de camareras encantadoras, católicas, pavas y flojas como pocas. Para tomar nota de tu pedido se sentaban en tu mesa, pero no en plan alterne, sino para estar más cómodas. Las rechiflaba hacerse fotos conmigo, y cuando al volver a España se las envié con una carta, se apresuraron a responderme para darme las gracias, y pedirme que les mandara un diccionario de español y un bolso. Tengo que confesar que ni les contesté, ni les envié el diccionario ni el bolso.
Otro aliciente del hotel eran las bodas. El hotel contaba con un salón de celebraciones en un edificio anexo, en el que de vez en cuando se celebraban bodas. Una boda suele ser un espectáculo en todas las culturas, y las bodas indonesias de clase media – alta que tenían lugar en el hotel no eran una excepción. No por los ritos, muy similares a los católicos, sino sobre todo por los vestidos de los hombres. Los hombres solían acudir vestidos a la europea, pero con unas americanas elaboradas con la misma tela para todos los miembros masculinos de cada rama familiar. Algo así como el tartan de los clanes escoceses, con mucha más imaginación. Las telas familiares eran unas cretonas super coloridas, con las que yo no me atrevería a tapizar ni una butaca, pero que ellos llevaban con toda dignidad.

Como no era cosa de quedarse muchos días en aquel tugurio, me puse inmediatamente a buscar transporte para llegar a Dili, la capital de Timor Oriental, a más de 400 km de distancia y a un tiempo indefinido en autobús. Un detalle curioso del transporte público de Kupang es que estaba formado por una impresionante flota de “bemos”, furgonetas tipo Volskwagen decoradas en puro estilo pop-grafitero, con los asientos traseros sustituidos por sendos bancos a los costados,  y unos altavoces gigantescos en el interior por los que continuamente sonaba música disco a toda pastilla.
Primero me dirigí a una explanada que hacía las veces de estación de autobuses, pero entre confusas explicaciones (“mucho problema”, “mejor no ir”) no fui capaz de conseguir billetes a Dili. Lo más que me vendían era un billete de autobús a Soe, un pueblo a solo 100 km de Kupang, y desde el que nadie me aseguraba que pudiera seguir hasta Dili.

Un poco desesperado, decidí irme a tomar unas cervezas Bintang al Teddy´s Bar, un bar junto al mar que funcionaba como punto de reunión de los guiris que visitaban la zona. Era algo así como una mezcla entre el Rick’s Café de Casablanca y el Foreing Correspondents Club de Phnom Penn. Hombres de negocio de varios países, chicas de la cerveza, agentes más o menos secretos de no sé qué potencia…

Ya más relajado, al rato me puse a charlar con unos australianos que estaban allí por “negocios”, aunque nunca conseguí averiguar qué negocios podían ser. Cuando les conté mis planes, aparte de desaconsejarme el viaje, me dijeron que la única forma fiable de moverse por la isla era contratando un coche con conductor. Como por arte de magia, a los pocos minutos se presentó Tim, un guía que me aseguró que me podía llevar en coche a Dili por 500.000 rupias, poco más de 30.000 pesetas de las de entonces. No me dio muy buena impresión, no parecía demasiado profesional, y hoy en día sigo sospechando que actuaba como confidente policial, pero no había mucho donde escoger. Después de una larga negociación, en la que conseguí que bajara hasta 20.000 pesetas  y de acordar minuciosamente los detalles del viaje, Tim prometió recogerme a las 7 de la mañana siguiente en el hotel.

Por supuesto, dado el concepto indonesio de la puntualidad, a la hora prevista no apareció Tim. Tras media hora de espera, llegó tan tranquilo con un Kijang todoterreno y un conductor (un guía que se precie no se rebaja a conducir él mismo). Me llevaron entonces a la oficina de la agencia de viajes para la que trabajaba, donde se repitió la negociación sobre el itinerario, escribimos el plan de viaje y pagué el precio acordado. El plan consistía en un día de ida hasta Dili, dos días con base en Dili recorriendo la zona, y otro día para la vuelta.

Por fin, aunque con tres horas de retraso, salimos de Kupang. No me lo podía creer, meses soñando con visitar la antigua colonia portuguesa, y por fin me ponía en marcha. Entre otras cosas, estaba deseando poder hablar directamente con la gente normal, sin tener que limitarme a los poquísimos que hablaban inglés, o a mi indonesio de supervivencia, muy útil para manejarse en un restaurante o una estación de autobuses, pero con el que me era imposible tener una relación un poco más profunda con la gente que me iba encontrando en el viaje. Y por supuesto, conocer las famosas viviendas palafíticas de madera con tejados decorados.

Por el camino hicimos varias paradas interesantes pero no programadas: Primero fue un mercadillo en mitad del campo en el que se vendía de todo, desde productos agrícolas al por mayor hasta pastillas contra la malaria a granel. La siguiente me dejó muy impresionado, especialmente el hecho de que Tim lo considerara una “atracción turística”. En mitad de un paisaje deprimente por lo agostado y mustio de las plantaciones de hortalizas, sombreadas por unos  plataneros moribundos por la sequía, nos detuvimos frente a una cabaña tradicional miserable, con el techo de paja, sin ventanas, solo con un agujero de menos de un metro de alto en la pared, por el que se accedía al interior. En la puerta estaba una mujer joven pero demacrada, que cargaba a un niño con la tripa hinchada. Por señas (no hablaba indonesio) nos invitó a entrar. Dentro no había nada. Ni un mueble, ni una prenda de ropa, ni siquiera una cama y un fogón. En una esquina había una estera enrollada, que me imagino se usaba para dormir, y en el centro los restos de una hoguera aun humeantes, directamente sobre el suelo. El humo se filtraba como podía por entre la paja del techo, no había chimenea. No se veían alimentos almacenados, como es habitual en cualquier vivienda de agricultores. La miseria más absoluta. Me quedé sin capacidad de reacción, ni siquiera cuando Tim le dio unas monedas, imagino que pocas, como “pago” por la visita.

Después de otra parada en una playa idílica, solitaria y bordeada de palmeras de copra, que alivió un poco el impacto de la choza, llegamos a comer a Soe. Mi sorpresa vino cuando, en lugar de buscar una casa de comidas, entramos con el coche en una parcela ajardinada, en cuyo centro se levantaba una preciosa casa colonial de madera, con veranda y miradores. Me explicaron que era la casa del “Rajah Desa”, el Rajá de la aldea. Dado que Indonesia es una república, teóricamente los rajás no tienen más que un poder simbólico o ceremonial, pero en la práctica las cosas no son así. Mucho más ricos que sus vecinos, y dueños de las mejores tierras, controlan todos los resortes del poder, con un papel muy parecido al de los caciques gallegos. Ante la ausencia del Rajá, saludamos a su esposa la Raní, que nos invitó a comer. Me daba bastante corte aceptar la invitación de esta señora desconocida, por lo que la que rechacé cortésmente un par de veces, hasta que Tim me indicó que, como visitante  europeo, sería un desaire no aceptarla, rindiendo así tributo al poder del rajá.
Acepté por tanto la invitación, y tuve la ocasión de volver a disfrutar de la “comida Padang”. Es un estilo de cocina, muy peculiar, originario de la ciudad de Padang, en la costa occidental de Sumatra. Consiste en una gran variedad de platitos con verduras, pollo, pescado y otros alimentos difíciles de identificar. Se sirve un gran cuenco de arroz blanco en el centro de la mesa, y cada comensal se va sirviendo a su gusto de los diferentes platitos, sobre una base de arroz. Por cierto, los platitos son a cual más picante, o sea que el resultado es una mezcla de cultura china (por los muchos platillos) y tamil (por el grado de picante de la comida). Este estilo de comida se ha popularizado por toda Indonesia, de forma que los restaurantes especializados “Makan Padang” se pueden encontrar en la mayoría de las ciudades de todas las islas, y muchas veces son la única alternativa.

Aunque yo estaba deseando levantarme y salir para Dili, la comida transcurrió con toda la calma del mundo, envueltos en un calor asfixiante, con una cerveza sólo ligeramente fresca y una charla interminable sobre lo divino y lo humano. La sobremesa se iba alargando pese a mis intentos por reanudar la marcha, hasta que me convencí de que Tim, por algún motivo que se me escapaba, no tenía ninguna prisa por llegar a Dili. Primero se trataba de esperar a que volviera el rajá, pero pronto empezó a caer la tarde, y me convencieron de que era muy peligroso viajar de noche. Resignado, nos dirigimos por fin al único “losmen” de la aldea. Un losmen (del inglés “lodgement”) puede ser desde un hotel de una estrella hasta un albergue de lo más espartano. Por suerte, el losmen de Soe entraba en la primera categoría, aunque el calor y los mosquitos me tuvieron dando vueltas en la cama gran parte de la noche.

A la mañana siguiente, tras un buen desayuno de nescafé con leche condensada y arroz frito con tortilla francesa, salimos de nuevo hacia el Este. A la media hora, primera parada: Niki Niki. Una aldea al borde de la carretera, y nueva parada a visitar al rajá. Este sí que estaba en su casa, y después de los saludos de rigor nos llevó a la casa de reuniones comunal, una cabaña de techo de paja y sin paredes, pero con las vigas del techo talladas con relieves naif de los antepasados del rajá. Allí comenzó, entre sonrisas,  el diálogo habitual de cortesía con todo extranjero, en el que no basta con responder a las preguntas que te hagan, sino que también el visitante debe hacer alguna pregunta que demuestre su interés por la vida privada del anfitrión: Siapa nama anda? (¿cómo te llamas?) Dari mana? (¿de dónde eres?) Dimana Spanyol? (¿Dónde está España?) ¿Cuánto se tarda en autobús? ¿casado o soltero? ¿cuántos hijos? ¿A dónde vas?. Este fue el problema. Cuando le dijimos que a Dili, todos pusieron cara muy seria, y nos insistieron en que no fuéramos, que había “muchos problemas”. Lo que no había manera de averiguar era cuáles eran esos problemas. A las preguntas comprometidas, te respondían con el silencio o con otra pregunta sobre cualquier otro asunto.
Para relajar un poco el ambiente, el rajá nos contó sus recuerdos de la Segunda Guerra Mundial, cuando el rajá era su padre. La llegada de los japoneses fue muy bien recibida al principio por la población local. Llegaban los hermanos asiáticos para liberarlos de la opresión colonial holandesa. Pronto se dieron cuenta de que los japoneses eran peores que los holandeses, y que lo único que querían era utilizar la isla como trampolín para invadir Australia. Eso sí, mientras tanto arramblaban con cuanta comida y mujeres jóvenes encontraban. O sea que cuando llegaron los comandos australianos para contratacar a los japoneses, fueron apoyados clandestinamente por la población local.

Después de toda esta charla, no podíamos marcharnos sin comer. Me temía otra comilona interminable, pero se ve que esta aldea era mucho más pobre que Soe, por lo que la comida fue más bien frugal, y pudimos seguir camino.

A media tarde del segundo día llegamos a Kefamenanu, un par de horas más lejos. Yo ya estaba un tanto desesperado. Llevábamos día y medio de viaje y todavía no estábamos ni a mitad de camino de Dili, a donde en realidad teníamos previsto llegar el primer día, según el programa de viaje largamente discutido antes de salir de Kupang. Nos paramos en Kefa, como le llaman sus habitantes, y cómo no, visita al rajá. Éste, mucho más moderno que los anteriores, vestido con cazadora de cuero negro y gafas de sol, en lugar de en un palacio o casa tradicional nos recibió en una oficina con aire acondicionado. Moderno y muy tajante: “Absolutamente imposible” seguir hacia Timor Oriental, debido a unos problemas que seguían sin especificar. Ante mi educada y paciente insistencia, en pocos minutos se presentó el jefe local de policía, que me confirmó que debía quedarme a dormir en el pueblo (donde casualmente él poseía un losmen), y a la mañana siguiente volverme para Kupang.

A estas alturas, mi nivel de cabreo debería haber sido máximo. Dos días de viaje, un relativo dineral por el coche y el guía, y veía como mi proyecto de visita a Timor Oriental se iba esfumando sin ningún motivo claro. Paradas no previstas, retrasos injustificables, y los famosos y misteriosos problemas. Veía que tranquilamente podíamos tardar otros dos días más en llegar a Dili. Pero por suerte, no sé si por el calor aplastante, por la cálida acogida en cada pueblo, o por el subconsciente convencimiento de que no había nada que hacer, me iba tomando razonablemente bien cada contratiempo. Ayudaba mucho la conversación con Tim, en la que, por ejemplo, se interesaba en el precio del gas oil en España, y planeaba un negocio de exportación de combustible desde Indonesia, vista la diferencia de precios. Por desgracia, los costes de transporte del combustible no entraban en sus cálculos.

Otra noche de perros. Parece mentira el calor que puede llegar a hacer en estos pueblos, y el ventilador del techo de la habitación se paraba a las 10 de la noche, cuando apagaban el generador. En ese momento tenías dos alternativas: quedarte en la cama sudando como un pollo, o sentarte en una mecedora en la veranda a que te picaran los mosquitos. Por la mañana, en contra de las protestas de Tim y el conductor, seguimos camino hacia Dili, pero a los pocos kilómetros, a la entrada de la aldea de Oelolok, un severo control policial, en el que sin ninguna explicación nos impidieron seguir hacia Dili, me convenció por fin de que lo más sensato era obedecer y volver a Kupang.

Ahora sí, la alegría de volver a casa puso alas al conductor y llegamos a Kupang en sólo cuatro horas. Un tanto quemado, ya que no solo no había podido llegar a Timor Oriental, sino que había malgastado tres días de viaje, el dueño de la agencia se negó a devolverme ni una rupia del precio acordado, y el hotel decente seguía completo, me fui a tomar unas cuantas Bintang al Teddy´s Bar. Entre el cachondeo de los demás clientes (perfectamente al corriente de mi previsible aventura), Teddy me recomendó que me fuera a la playa de Nemberala, en la cercana isla de Roti. Pero esa es otra historia.

Por cierto, al regreso a España y leyendo El País, me enteré de los “problemas” que había habido en Dili.

Yo ya sabía que, como consecuencia de la Revolución de los Claveles en Portugal, el FRETILIN había proclamado la independencia de Timor Oriental en 1975. Indonesia no aceptó esta independencia, y con el apoyo de Estados Unidos y Australia invadió el país a sangre y fuego, aniquilando cientos de aldeas mediante bombardeos con napalm y marginando el portugués y los idiomas locales frente al obligatorio indonesio. Pero pasados veintiún años de la independencia y de la invasión indonesia, yo pensaba que todo aquello era agua pasada y que Timor Oriental estaba razonablemente tranquilo.

Lo que yo no sabía era que, durante mi estancia en Indonesia, se le había concedido el Premio Nobel de la Paz a dos luchadores por la independencia de Timor Oriental: Carlos Felipe Ximenes Belo y José Ramos-Horta. Este premio reavivó los anhelos independentistas, y los habitantes se echaron a la calle justo cuando yo me dirigía hacia allí. Por eso las autoridades no querían testigos extranjeros, pero lo para mí inexplicable sigue siendo por qué no habían querido darme explicaciones ni contarme lo que estaba pasando.

Por cierto, y como para poner un final feliz a este capítulo, tres años después, tras un referéndum ganado ampliamente por los independentistas, y pese a la brutal represión por parte del ejército y las milicias indonesias, gracias a la intervención de los cascos azules, Timor Oriental consiguió la independencia.

Para ir al siguiente relato de esta serie, pincha aquí.

martes, 17 de diciembre de 2013

BLUE JASMINE

Ficha técnica:

  • Año 2013
  • Nacionalidad: USA
  • Director: Woody Allen
  • Director de fotografía: Javier Aguirresarobe
  • Reparto: Cate Blanchett, Alec Baldwin, Sally Hawkins, Bobby Cannavale
  • Duración 98 minutos
Comentario

Woody Allen vuelve en Blue Jasmine a los EE.UU. tras su periplo por Europa de las últimas películas (Vicky Cristina Barcelona, Midnight in Paris, To Rome with love, Matchpoint, …), pero esta vez vuelve a San Francisco, la ciudad más europea de los EE.UU. Su amada Nueva York  aparece  esta vez como el “alter ego” de San Francisco. Eros y Tanatos.

Woody Allen ha rodado Blue Jasmine con 78 años y para mi  es su película más triste. No sé si el genial newyorkino ya se ha hecho mayor y  pesimista, pero el público no sale de esta película con la media sonrisa habitual de sus películas más afamadas, sino más bien con el corazón encogido.

Blue Jasmine cuenta, en forma de flash back continuo,  la vida de Jasmine (Cate Blanchett), una “glamourosa” mujer, centro de la sociedad más rica de Nueva York gracias a su matrimonio con un tiburón financiero sin escrúpulos, Hal (Alec Baldwin), y que pasa al otro extremo de la escala social tras la trágica muerte de su marido y su traslado a San Francisco para vivir con su hermana  adoptiva Ginger (Sally Hawkins), cajera  de un supermercado, eterna mujer  de desheredados sociales, que aspira a algo mejor, pero que es capaz de convivir, sin dramas, con su limitada fortuna.
 
Todo lo que rodea a Jasmine en Nueva York es lujoso y todo lo que rodea a Jasmine en san Francisco es cutre.

La australiana Cate Blanchett hace un extraordinario papel, representando a esa mujer glamourosa, neurótica, consumidora continua de tranquilizantes, que habla sola,  que miente continuamente para aparentar lo que ya no es, que es incapaz de acomodarse a su nueva situación, que no es capaz de mantener  relaciones con su hijo adoptado, que no sabe encontrar un empleo, que no es capaz de encontrar una nueva relación sentimental y que se consume en su camino hacia un triste final. Cate Blanchett puede ser, sin duda, Oscar a la mejor actriz 2013 gracias a este papel. Para mí lo merece. Los demás intérpretes le acompañan dignamente en sus papeles.

La música de jazz, de varios autores, que hace de banda sonora es extraordinaria.

Woody Allen ha hecho para mí otra magnífica película, no la mejor, pero si suficiente para satisfacer a sus millones de seguidores. Sigue mostrando su ironía habitual y es mordaz como siempre en sus películas, pero le ha añadido esta vez unas gotas de esencia de amargura, que no sé si son ocasionales y específicas para Blue Jasmine o fruto natural del devenir de los tiempos. Lo veremos en su próxima película, Magic in the Moonlight, en la que ya trabaja.

JRL (17-12-2013)

domingo, 8 de diciembre de 2013

"El malentendido" de Albert Camus


Queridos "Cinéfilos" amantes del TEATRO:


No tengo experiencia para enjuiciar cómo habrá sido este otoño desde el punto de vista de la calidad y cantidad de setas recogidas, pero en lo que al TEATRO respecta y según mis "catas" personales, limitadas a tres obras, es un comienzo de temporada magnífico: en la primera me topé con una casquivana Reina de Corazones entre sorprendida y aterrorizada, Maribel, en la segunda con la historia de un Jack erasmista enfrentado a un Rey de espadas, y termino encontrándome con la historia de dos Damas negras con un cordero pródigo, como víctima, en una simbólica obra de gran profundidad y con un montaje, para mí, excelente, "El malentendido" de Albert Camus.


Lamenté no poder ver este mismo montaje en la Sala Valle Inclán del CDN en enero pasado porque estaba completamente vendido todo el aforo de los 20 o 30 días que quedaban, por eso, cuando me he enterado que lo reponían en el Matadero (con muy poca promoción), fuimos a verla el pasado martes y nos encantó.

Al revés que en Maribel, aquí no hay la menor risa, ni sonrisa; al contrario que con Tomás Moro, aquí no hay ninguna grandeza de espíritu, sino desesperanza y dureza forjada en una vida gris: puede ser que por haber sido escrita (y he leído que estrenada) durante la ocupación alemana, a Albert Camus le pudiera más la "grisura" de un existencialismo que no consigue ser iluminado en dos o tres intentos de redención durante la breve y parabólica trama (no he leído la obra, pero al menos esta versión, de la excelente Yolanda Pallín, acaba con un desolador "¡¡¡No!!!"). Me imagino que a Bergman le hubiera gustado mucho verla. ¡Qué estúpido soy!: seguro que la vio.


Magnífica dirección de Eduardo Vasco, elegante escenografía minimalista (esta vez, plenamente adecuada, en mi opinión, con proyecciones de fondos simbólicos en una inmensa pantalla posterior) y música incidental en vivo de acordeón y contrabajo marcando estados anímicos.

Respecto a la interpretación, una nota muy alta para todos, con sobresaliente para Cayetana Guillén Cuervo, que es la impulsora de este montaje siguiendo la petición casi en "artículo mortis" de su padre, Fernando Guillén, que, junto con su madre, Gemma Cuervo, protagonizaron el estreno en España de esta obra en 1970, para que la repusiera con motivo del centenario del nacimiento de Camus (como comprobaréis en uno de los links que inserto). Vamos a darle un accesit a la excelente veterana Julieta Serrano, en el papel de "madre", y otro a Ernesto Arias, en el del "hijo pródigo" (no solamente iba a trabajar en la serie "Isabel", como mano derecha, catalano/aragonesa, del joven Fernando el Católico). 

Absolutamente aconsejable (en mi opinión) y sólo posible hasta el día 15.

Vídeo montaje y pequeña presentación por Cayetana Guillén Cuervo: 
http://www.mataderomadrid.org/ficha/2865/el-malentendido.html

Comentario de Mª Teresa Compte Grau sobre "El malentendido" en:
‘El malentendido’: denso entramado de anhelos, lamentos y frustraciones

Crítica de Javier Vallejo en “El País”: 
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/02/02/madrid/1359834663_107611.html

Buen TEATRO, Amigos.

Manrique



"El consejero" de Ridley Scott

Javier Bardem (Reiner) es el alma de esta película, sin su magnífica interpretación, el director no hubiera filmado una historia tan singular. “El consejero” tiene todos los elementos que Cormac McCarthy conoce bien: la frontera entre Méjico y Estados Unidos, la violencia, un mundo sin Dios, las armas cada vez más sofisticadas, el dolor, el amor y el sexo. Los personajes se mueven en la frontera entre los dos mundos: aquellos que piensan que hay ida y vuelta, fracasan. Los que saben que no hay marcha atrás, son traicionados. Esta es la realidad, que el abogado no se cree, pero que le golpeará brutalmente. Reiner es un personaje ambiguo en muchos sentidos, alegre, divertido, estúpidamente enamorado, sabe que el dolor no existe en su mundo y, sin embargo, no puede evitarlo, intenta aleccionar al abogado y no lo consigue. Malkina (Cameron Díaz) sabe muy bien en qué lado de la frontera se encuentra y juega su papel. Westray (Brad Pitt, siempre convincente), sucumbe a una chica guapa. Laura (Penélope Cruz) víctima inocente e ingenua de todo este embrollo. Resumiendo: se habla de un mundo en que la vida humana no vale nada, se mata por muy poco, la codicia lo domina todo, pero también la supervivencia. Cormac McCarthy no decepciona, pero también la mano de Ridley Scott se deja sentir, para dar su toque personal.

martes, 3 de diciembre de 2013

Fernando Argenta

Ha muerto Fernando Argenta. ¡Cómo podré olvidar su voz! Me enseñó a amar la música, a divertirme con la música, a emocionarme con ella, a soñarla, a sentirla. El arte más abstracto que hay, el más difícil de explicar, se convertía en un divertimiento a través de la dirección, la simpatía y el “bien hacer” de Fernando Argenta. Ya no era el hijo de Ataulfo sino que tenía personalidad propia. El “Viejo Peluca” o el “Sordo Genial” se volvieron familiares en aquella hora, primera de la tarde, en que me sentaba a escuchar mi programa favorito, eran los años setenta. Pero Clásicos populares desapareció, como tantas otras decisiones aberrantes que hay en RNE. Ahora ha desaparecido el alma de ese programa, ni a uno ni a otro podré olvidar.