martes, 25 de abril de 2017

Como todos los días

      - Buenos días, don Juan
      - Buenos días, Pepe
   
El portero me saludó como todos los días, demasiado obsequioso para mi gusto. El perrillo tiraba de la correa, como todos los días, y meaba en cada farola, también como todos los días.

En el kiosco de la esquina compré el Diario de Cádiz, como todos los días, y me senté a leerlo en la terraza del Miami, como todos los días.

      -Estoy harto de hacer lo mismo, exactamente lo mismo, cada mañana desde que me he jubilado. No sé para qué pedí la anticipada, estaba más entretenido en la oficina.

En eso pensaba cuando noté una cierta agitación entre los viandantes. Todos miraban para lo alto del edificio de Seguros Generali y señalaban algo.

Yo, como todos los días, me había dejado en casa las gafas de lejos.

      -Soy incorregible, para algo que pasa me lo voy a perder- pensé.

Me volví hacia el camarero y le pregunté:

      -Antonio, ¿qué es lo que pasa? No me he traído las gafas de lejos.
     
Antonio me explicó que había una chica en la cornisa del quinto piso y me fue relatando paso a paso sus movimientos, su titubeo, la salida a la cornisa de una compañera…

      -Creo que es Nati, la de Contabilidad- me informó –siempre se pide un carajillo- continuó bajando la voz.

El tráfico se había paralizado, solo se escuchaban los sonidos contenidos de la multitud, los gritos desde otras ventanas del edificio. El perro se removía inquieto bajo mi silla.
     
Cuando Antonio me dijo que las dos chicas habían saltado juntas al vacío, cogidas de la mano, pagué el café y me volví a casa, como todos los días.
     
Al llegar a casa la Mari me preguntó, como todos los días:

      -¿Qué tal? ¿Alguna novedad?
      -Nada, lo de siempre.
     
Tengo que acordarme de ponerme las gafas cuando salgo.

domingo, 23 de abril de 2017

Eduardo Mendoza, Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2016




Recibiendo el Premio Cervantes en Alcalá de Henares 
Queridos Cinéfilos, amantes de la Literatura:

Descubrí a Eduardo Mendoza tardíamente, en los primeros 90, con "Sin noticias de Gurb", la única narración que me ha hecho reír a carcajadas. Corrijo, que nos hizo reír a carcajadas a todos en casa en una situación insólita y no repetida: se me ocurrió leer en voz alta unos párrafos escogidos y al día siguiente había disputa entre mis hijas para usufructuar la novelita.

Luego seguí con "El misterio de la cripta embrujada" y "El laberinto de las aceitunas", que me había recomendado Fernando, compañero de trabajo que algunos conocéis, y mi aprecio por Eduardo Mendoza se acrecentó. Pocos años después me gustó "Una comedia ligera".

Tras muchos años sin reencontrarme con el autor, con motivo de la entonces inminente entrega del Premio Cervantes, hace un mes quise aprobar una de mis "asignaturas pendientes" y por fin he leído "La ciudad de los prodigios". Me ha parecido magnífica, amenísima ilustración de un muy interesante periodo histórico en Cataluña, en mi opinión incluso con atractivos toques de "realismo mágico" y hasta resonancias de la saga de "El Padrino", naturalmente trasladada a la Barcelona de finales del siglo XIX y principios del XX. Absolutamente aconsejable.

En su discurso de aceptación del Premio Cervantes, Eduardo Mendoza se ha mostrado como lo que es, un gran autor y mejor persona; nada vanidoso ni prepotente, sino digno, elegante y con sentido del humor, sin que ello le obste para impregnar su obra con una profunda crítica a los comportamientos antisociales de trepas y corruptos, crítica tanto más eficaz cuanto que se hace desde la inteligencia y no desde la bilis putrefacta que, presumo por problemas de vesícula, parece haber infectado a algún otro autor anteriormente premiado, quién supongo que, en su correspondiente edición, solo se dignó a aceptar el premio, que él mismo había despreciativamente descalificado años antes, para acopiar los 125.000€ como financiación para curar sus males en el colédoco. Esperemos que lo haya conseguido.

Volviendo a Eduardo Mendoza, también quiero agradecerle su utilización masiva, pero no única, del castellano en su producción literaria, por cierto toda la que conozco dedicada a historias y tramas desarrolladas en Cataluña y mostrando en ellas un ferviente amor a Barcelona, lo que no ha impedido que, en múltiples ocasiones, la Generalitat no se haya dignado a incluirlo, junto con Joan Marsé y otros , en las listas de escritores catalanes en su participación institucional en ferias internacionales de Literatura, simplemente porque estos "represaliados" no utilizan únicamente la lengua catalana.

Mi consejo es, leed a Eduardo Mendoza. Lo agradeceréis. Yo sigo teniendo pendiente, mea culpa, mea maxima (sic) culpa, "La verdad sobre el caso Savolta" y "Riña de gatos". Espero no tardar en saldar mis deudas.

Y si por un casual, Eduardo Mendoza lee esta humilde crónica, le envío mi más sincera felicitación por su merecido Premio, mi agradecimiento por el regalo de sus novelas y tan sólo le deseo un pequeño, minúsculo disgusto: Que hoy pierda su muy amado Barça, porque se proclama profundamente culé ... y ¡yo me quedo con el Real Madrid!.

Muy buen literato y educada persona el último Premio Cervantes, que tanto honra a D. Miguel.

Manrique 




Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza, premio Cervantes 2017


Si de un premio me alegro más que de cualquier otro, es del premio a Eduardo Mendoza. No sólo por las horas que me ha hecho pasar tan desternillantes de risa, ni por las críticas soterradas a la sociedad actual, sino por su indiscutible calidez literaria.
Todo el discurso de aceptación del premio está dedicado al Quijote. Dice Mendoza que de Cervantes aprendió que se podía hacer cualquier cosa: relatar una acción, plantear una situación, describir un paisaje, transcribir un diálogo, intercalar un discurso o hacer un comentario, sin forzar la prosa, con claridad, sencillez, musicalidad y elegancia. Y, es que la prosa de Mendoza es una da sus grandes virtudes. Cuando empiezas a leer un libro de este autor, no puedes dejarlo, se produce una ansiedad irreversible en leer más y más.
Continúa Mendoza en su discurso contándonos lo que descubrió en la lectura de madurez del Quijote: había otro humor en la obra de Cervantes. Un humor que no está tanto en las situaciones ni en los diálogos, como en la mirada del autor sobre el mundo. Un humor que camina en paralelo al relato y que reclama la complicidad entre el autor y el lector. Una vez establecido el vínculo para lo que pase que se diga, el humor lo impregna todo y todo lo transforma. ¿No es esto lo que sentimos al leer los libros de Mendoza, cualquier libro?
Dice Mendoza: Es precisamente el Quijote el que crea e impone este tipo de relación secreta. Una relación que se establece por medio del libro, pero fuera del libro, y que a partir de ese momento constituye la esencia de lo que denominamos la novela moderna. Una forma de escritura en la cual el lector no disfruta tanto de la intriga propia del relato como de la compañía de la persona que lo ha escrito. Esta compañía es lo que yo he sentido cada vez que leía los libros de Mendoza.

Sin embargo, cuando se lee el Quijote, uno nunca sabe lo que puede pasar. Todo personaje de ficción es transversal. Va de lector en lector, sin detenerse en ninguno. Eso mismo hace don Quijote. Exceptuando a Sancho, todos los personajes del libro están donde Dios los puso. Don Quijote es lo contrario: va de paso y atraviesa fugazmente por sus vidas. (…) Sin la incidencia atropellada de don Quijote, hidalgos, venteros, labriegos, curas y mozas del partido reposarían en la fosa común. Gracias a Don Quijote hoy están aquí, con nosotros mismos y, en algunos casos, quizás un poco más.
Esta es, a mi juicio la ficción. No dar noticia de unos hechos, sino dar vida a lo que, de otro modo, acabaría convertido en un mero dato, en prototipo y estadística. Por eso la novela cuenta las cosas de un modo ameno, aunque no necesariamente fácil, para que las personas a lo largo del tiempo, la consuman y la recuerden sin pensar.
Efectivamente, no siempre es fácil leer una novela, algunas requieren más de una lectura. Una vez escuché a Mendoza en una conferencia en la Fundación Juan March, decir, que nadie piense que leer es algo relajado, muy al contrario, nos tiene que conducir a un punto de reflexión, nos tiene que cambiar la mentalidad, es decir, nos tiene que servir para algo más que el mero entretenimiento, desconfiad de aquellas lecturas que nos dejan indiferentes.
Terminó, Mendoza su discurso de agradecimiento al premio Cervantes, con un párrafo que a mí, me gustó especialmente, quizás porque es también el final de la gran novela de Cervantes, momento en que me invade la melancolía, cada vez que la leo. Ahora que los dos vamos de vuelta a casa, me gustaría discrepar de don Quijote cuando afirma que no hay pájaros en los nidos de antaño. Sí que los hay, pero son otros pájaros.

En fin, no se puede añadir ni una palabra más, está todo dicho y muy bien dicho.