- Buenos días, don Juan
- Buenos días, Pepe
El portero me saludó como todos los días, demasiado obsequioso para mi gusto. El perrillo tiraba de la correa, como todos los días, y meaba en cada farola, también como todos los días.
En el kiosco de la esquina compré el Diario de Cádiz, como todos los días, y me senté a leerlo en la terraza del Miami, como todos los días.
-Estoy harto de hacer lo mismo, exactamente lo mismo, cada mañana desde que me he jubilado. No sé para qué pedí la anticipada, estaba más entretenido en la oficina.
En eso pensaba cuando noté una cierta agitación entre los viandantes. Todos miraban para lo alto del edificio de Seguros Generali y señalaban algo.
Yo, como todos los días, me había dejado en casa las gafas de lejos.
-Soy incorregible, para algo que pasa me lo voy a perder- pensé.
Me volví hacia el camarero y le pregunté:
-Antonio, ¿qué es lo que pasa? No me he traído las gafas de lejos.
Antonio me explicó que había una chica en la cornisa del quinto piso y me fue relatando paso a paso sus movimientos, su titubeo, la salida a la cornisa de una compañera…
-Creo que es Nati, la de Contabilidad- me informó –siempre se pide un carajillo- continuó bajando la voz.
El tráfico se había paralizado, solo se escuchaban los sonidos contenidos de la multitud, los gritos desde otras ventanas del edificio. El perro se removía inquieto bajo mi silla.
Cuando Antonio me dijo que las dos chicas habían saltado juntas al vacío, cogidas de la mano, pagué el café y me volví a casa, como todos los días.
Al llegar a casa la Mari me preguntó, como todos los días:
-¿Qué tal? ¿Alguna novedad?
-Nada, lo de siempre.
Tengo que acordarme de ponerme las gafas cuando salgo.
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