domingo, 9 de enero de 2022

In Memoriam. Luis.

Ahora que sé que no está, siento un profundo arrepentimiento por no mantener más contacto con él en estos últimos años. Desde que ayer Mercedes me dijo que se había ido siento una tristeza que me abraza a ratos y me impide despegarla de mí. Regresa a mí esa sensación desagradable de sabor amargo, el mundo ahora es peor. Del recuerdo regresan imágenes de momentos vividos en unos años de mi juventud en los que él jugó un importante papel. Creo que parte de mi faceta comedida se la debo a, entre otras personas, él.

Llegó a aquél edificio de Miguel Ángel 21 ( y 23) en Madrid de la mano de otro peso pesado de la época, Joaquín Ramírez. Iban a informatizar la recién nacida Dirección Técnica. Tras una apariencia de persona corriente estaba alguien con una colección de facultades profesionales y, sobre todo, personales, que nos ayudarían a que la vida en aquéllas oficinas fuera mejor. Todo regado por una humildad y sencillez dignas de personas que valoran la vida y la humanidad.

Creo que él fue el detonante para que yo me inclinase hacia la tecnología informática. Debió ser por el 1982 que se adquirió para la ingeniería un macro servidor, el PR1ME; sí, con un uno en vez de la supuesta i. Además de Fortran 77, Cobol, Basic y otros, traía un paquete llamado Runoff, creo que no contaban con él cuando eligieron el sistema; se trataba del primer tratamientos de textos que tuvo la Empresa. Así fue que pidieron a Tomás Zamorano, que tan prematuramente también se nos fue y que dejó un vacío enorme entre el maravilloso colectivo de las grandes y casi perfectas personas (vaya, se me acumula la tristeza); pues, como digo, le pidieron a Tomás que nos formase, árido manual en mano, a Mercedes y a mí en el manejo del tal Runoff que, para usarlo, también era preciso conocer el manejo del sistema operativo (Primos) y del editor (ED). Tomás era la perfección; un hombre brillante. No se le podía poner ningún pero. Todo en él era admirable. Fue muy querido y nos quiso. Siempre era el mejor en aquello que hiciese. Y como amigo era una delicia.

Mercedes no terminaba de ver que estábamos siendo protagonistas de un cambio sin precedentes en el sistema laboral. La ofimática llegaba a la vida del trabajo para quedarse y las dos éramos pioneras, así que pronto dejó claro, y con mucha salamería, que ella tenía ya un trabajo a dedicación completa y usando las herramientas tradicionales que le daban el rendimiento que ella necesitaba y que la dejasen de historias. Así fue como comencé a darle órdenes a una máquina, a escribir comandos para manejar ficheros que nadie había visto y que eran dogmas de fe, y a construir textos con mandatos entre etiquetas que aportaban toda la cosmética necesaria para su correcta comprensión lectora.

Llegó el verano y tocó bajar a Cádiz a estar con la familia. Luis veraneaba en Cádiz. Su familia paterna era gaditana y a sus hijos y mujer les encantaba la playa y la ciudad. Así que coincidimos en un bar de tapas en un aperitivo dominical y al irse se volvió y me dijo: “Ah, en septiembre, nada más llegar, tienes que hacer una demostración del uso del Runoff al Director y a los Jefes de Departamento utilizando la Especificación del Patrullero Tipo Cormorán.” Se me atragantó el sorbo de cerveza y lo que me restaba de vacaciones.

Aunque mi amiga Mercedes me diga una y otra vez que no he tenido suerte en la vida, o que mi amigo Manrique me haya dicho con frecuencia que las cartas de la vida me las dieron mal, yo lo niego. No es así. He sido tremendamente afortunada. Una de mis mayores fortunas ha sido la de coincidir en etapas críticas con algunas personas que, llenas de delicadeza, me hicieron ser mejor. Algunas fueron mis palancas o me empujaron a lanzarme a retos, a vencer el vértigo del quiero y no puedo porque me sentía paralizada. Una de esas personas fue Luis y ese empujón con Runoff fue el primero de otros muchos retos a los que me precipitó. Fue uno de los principales protagonistas de mis mejores escenas en la película de mi vida en Madrid.

Llegó septiembre, preparé la demo, me conciencié en no dejarme llevar por los nervios ante la presión. Propuse un ejercicio lo más completo posible de utilización de la herramienta para las funciones de edición de las Especificaciones Técnicas y una mañana surgió la magia de, por primera vez, sacar por una impresora matricial un capítulo de especificación con reemplazos masivos, borrado, añadido y modificación de textos, repaginados automáticos, negritas, cursivas, cambios de fonts, márgenes, listados, enumeraciones,... , es decir, lo más básico, pero a la vez lo más importante y que aún persiste de forma imprescindible. Y allí estaba a mi lado Luis, con su calma, con su templanza, con su voz pausada, con su mirada limpia y dándome toda la confianza que yo necesitaba para que aquél encargo saliera bien. Y salió. Ese fue mi primer reto laboral logrado con sabor dulce. El azúcar lo puso Luis.

Se convirtió en la bisagra entre el personal de Convenio y los llamados Técnicos Superiores. Tenía el don de saber transmitir las situaciones desde un mundo al otro mesurando los temas para que no rechinase nada. Siempre nos ayudó muchísimo, fue fácil sacar adelante los momentos de duro trabajo que vivíamos en muchas ocasiones en aquéllas oficinas. Sabía mediar en los conflictos y también sabía dar paso cuando era necesario.

Luis es un amigo con el que siempre estaré en deuda. Tuvo conmigo detalles importantes como cuando en 1984 afronté un divorcio el entorno no era propicio para superar las situaciones personales que suponía; recuerdo que mi abogado me iba a llamar por teléfono por la mañana y no tuve más remedio que dar el número de la oficina. Luis me vio preocupada, me preguntó qué me pasaba y le conté la situación. Su respuesta fue rápida y algo así como: “En un ratito me tengo que ir a Castellana 55 y no sé si volveré, desvía la llamada a mi despacho y cierra la puerta.” Pasado un tiempo, ya estábamos en Miguel Ángel 11, en el Pantano de San Juan tuve una caída con un enorme esguince de ligamentos en el tobillo. Luis sabía que vivía sola en aquél maravilloso apartamento de Altamira en Madrid. No sé de dónde sacaba el tiempo; venía a casa y me hacía la compra del super, o me ayudaba a bajar al parque y hasta me acompañó al traumatólogo cuando me quitaron la escayola y yo me moría de miedo al pensar que tendría que caminar sola y sin la férula. En otra ocasión tuve una parálisis facial. Mi autoestima cayó por el suelo y me sentía morir. Luis venía a casa un rato y tomábamos café y me miraba a la cara como si no hubiera pasado nada y me contaba historias con las que me hacía reír y yo me reía sin notar que mi cara no era mi cara.

En otras muchas ocasiones, en esos momentos que son los malos, siempre estuvo al lado. No tenía más que aparecer, silenciosamente, delicadamente, como traído por la brisa, y allí ya no podía pasar nada malo. Luis ha sido una de las personas que más ha fortalecido mi autoestima.

El día que me dijo que se jubilaba lloré como nunca lo había hecho en la oficina. No era llanto, eran lágrimas que brotaban de mis ojos sin poder evitarlo. Pero ayer, cuando mi querida Mercedes Salgado me dijo que Luis Salas había fallecido, no salieron lágrimas, sino dolor. Hoy, mientras escribo, me acompañan las lágrimas. Unas son de tristeza, otras de alegría, otras de agradecimiento y la mayoría de ellas de homenaje merecido para una de las más queridas y mejores personas que han formado parte de mi vida. A partir de ahora le recordaré con una sonrisa.

Que la tierra te sea leve, mi querido Amigo Luis.

Marga.