Pasamos el resto de la tarde paseando por las calles más céntricas de Agrigento y nos hicimos fotos con una estatua de Andrea Camilleri, nacido en Porto Empedocle, a pocos kilómetros de allí. Aproveché también para comprarme un sombrero de paja, imprescindible para recorrer Sicilia en mitad de una ola de calor.
Al día siguiente, pese a las advertencias de que haría mucho calor y de la cantidad de turistas que nos íbamos a encontrar, no conseguimos madrugar y nos presentamos en la entrada del Valle de los Templos a las diez de la mañana. No nos habían engañado, una larga fila de visitantes serpenteaba entre puestos de sombreros de paja, postales y todo tipo de recuerdos hasta llegar a las taquillas de venta de entradas. Esa multitud no nos abandonó ni un solo momento hasta que salimos del recinto dos horas después. Este importante yacimiento arqueológico en realidad no está situado en un valle, sino en lo alto de un colina que se extiende entre la actual ciudad de Agrigento y el mar.
La colonización griega de Sicilia comenzó en el siglo VII a.C., cuando barcos procedentes de Atenas o de Corinto comenzaron a fundar ciudades a lo largo de la costa. Hacia el siglo VI a.C., Gela, una de estas ciudades costeras ubicada al sudeste de Agrigento, inició su propia expansión hacia el interior de la isla. Esta zona les debió de parecer perfecta, cerca del mar, con dos ríos que regaban un valle muy apropiado para el cultivo de cereales y unos riscos fácilmente defendibles, por lo que fundaron sobre ellos la ciudad de Akragas.
Eran tiempos revueltos y pronto empezaron los intentos de conquista, primero por parte de los cartagineses y luego de los romanos. La historia de Sicilia, una sucesión ininterrumpida de invasiones, se reprodujo también aquí durante unos cuatrocientos años, hasta que las continuas guerras provocaron la decadencia de la ciudad y su abandono paulatino.
Pese a la cantidad de visitantes y al sol abrasador, el recorrido por el complejo merece ampliamente la pena. En ningún punto de Grecia he encontrado una concentración tan importante de templos en tan poco espacio. Me resultó curioso que solo se conservaran edificios religiosos o militares. Ni un foro, ni el ágora, ni un mercado… Supongo que, como en Atenas, esos edificios estuvieron ubicados en el valle.
No voy a describir todos los templos que visitamos, ni a detallar cuantas columnas (todas ellas dóricas) formaban el frontal de cada uno de ellos. Creo que es suficiente con una foto del templo de la Concordia para hacerse una idea del tamaño y grado de conservación de los edificios principales.
Este templo comparte una peculiaridad con la Mezquita de Córdoba, ya que en el siglo VI d.C. se modificó su interior para transformarlo en una basílica cristiana. Pero, al contrario que la Mezquita, en la actualidad vuelve a ser propiedad del estado italiano, que lo ha restaurado eliminando los añadidos de la basílica.
A unos cien metros de este templo se encuentra un entrañable monumento dedicado a los caídos por Italia, categoría que engloba desde los luchadores por la unificación italiana hasta los partisanos de la II Guerra Mundial o los famosos jueces Giovane Falcone y Paolo Borsellino, asesinados por la Cosa Nostra en 1992.
La historia de esta organización criminal, según algunas fuentes, comienza con el descubrimiento del remedio contra el escorbuto en 1753 por parte del médico escocés James Lind. Esta enfermedad, que hacía estragos entre los tripulantes de los buques que emprendían travesías largas, podía prevenirse mediante el consumo diario de cítricos por su alto contenido en vitamina C. La demanda mundial de naranjas y limones se disparó, lo que hizo que los cultivadores sicilianos vieran aumentadas notablemente sus ganancias. Según estos historiadores, la Cosa Nostra surgió como respuesta a la necesidad de organización y protección de los productores.
En mi opinión, una organización criminal tan poderosa y extendida como la Cosa Nostra no aparece sin más, sino que ya estaba ampliamente implantada en toda la isla y aprovechó la demanda de cítricos para crecer rápidamente.
Doy más crédito a otros historiadores que piensan que el origen de esta organización estaba en una situación muy particular del campo siciliano. Como hemos visto, Sicilia ha sido durante casi toda su historia una colonia de una potencia extranjera. Esto llevó a que los latifundios, habituales en muchas sociedad feudales, estuvieran cada vez más en manos de propietarios que no residían en el país, fenómeno que se fue agudizando con la mejora de las comunicaciones. Así, a principios del siglo XIX el poder en las zonas agrícolas estaba concentrado en manos de dos grupos sociales, los massari y los gabellotti, que administraban las tierras en nombre de la nobleza. Este poder fue creciendo hasta el punto de que muchos de estos gabellotti acabaron comprando las tierras y los títulos a una nobleza arruinada. Para mantener la opresión sobre los siervos, los nuevos terratenientes utilizaron dos caminos: la contratación de sicarios que mantenían el orden por métodos violentos y la colocación de sus hijos menores en puestos de la administración civil (jueces y policías) y eclesiástica (sacerdotes).
Así, cuando años después llegó la bonanza de los cítricos, esta nueva clase vio incrementados sus beneficios y su poder. En torno a 1880, el principal ingreso de lo que poco a poco se había convertido en una organización criminal y expulsado al Estado procedía de la extorsión a los cultivadores de cítricos y otros agricultores. En la mayoría de las ocasiones, ante un problema era mucho más sencillo y eficaz recurrir a la Cosa Nostra que a la policía o a la justicia.
Con las emigraciones masivas a Estados Unidos, la Cosa Nostra creó sus bases al otro lado del Atlántico, a partir del control de la actividad portuaria, lo que facilitaría después su entrada en el contrabando de alcohol y otras drogas. Hay muchas novelas que cuentan episodios de esta implantación, como “Ciudad en llamas”, de Don Winslow, por cierto bastante mal escrita y peor traducida.
Hoy en día la Cosa Nostra sigue existiendo y se ramifica por todos los niveles del Estado italiano, pero también ha surgido un importante movimiento social antimafioso.
Al terminar nuestro recorrido por el Valle de los Templos nos subimos a un trenecillo turístico que en un momento nos acercó al aparcamiento y nos ahorró una larga cuesta arriba bajo el sol de mediodía, a una temperatura que ya hacía rato había pasado de 32 grados.
Todavía tuvimos ánimos para visitar el Museo Arqueológico Pietro Griffo antes de emprender camino hacia Siracusa.
Pero esa es otra historia, que podéis leer pinchando aquí.
Tras las huellas de Montalbano
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