Ragusa, situada a unos cien kilómetros de nuestra base de Siracusa, es quizás la más bonita de las ciudades del valle de Noto. Quizás por eso Camilleri la eligió como base de operaciones de su comisario Montalbano, del que se encuentran rastros por toda la ciudad. Aunque sería más lógico hablar de “las ciudades”, porque Ragusa tiene tres partes claramente diferenciadas y separadas por barrancos. Está la ciudad que llaman del novecento, con los principales centros oficiales, la estación de ferrocarril y varios grandes edificios de estética fascista; la del settecento, de trazado en cuadrícula y numerosos palacios barrocos, e Ibla, quizás la parte más interesante, en la que palacios e iglesias barrocas se esconden entre las callejuelas de un trazado claramente medieval. En la imagen podemos ver esta zona de Ibla vista desde la ciudad del settecento.
Dejamos el coche en un enorme aparcamiento subterráneo junto a la estación de ferrocarril y cruzamos todo lo rápidamente que nos permitía el calor la ciudad contemporánea. En la Piazza Libertá (ex-Impero) encontramos un conjunto muy completo de edificios fascistas, que incluían la Casa del Mutilato, la Casa del Combattente, la Guardia de Finanza, el Teatro Ideal y otros edificios oficiales.
Después de visitar la catedral nueva y varios palacios, nos asomamos al barranco que nos separaba de Ibla, una de las vistas más fotografiadas de la ciudad. A mitad del vertiginoso descenso hacia el puente que permite cruzar el barranco, merece la pena visitar la pequeña iglesia de Santa María de la Escalera. Es de las pocas de Ragusa que conserva partes góticas y renacentistas, anteriores al terremoto de 1693. El 11 de enero de ese año, la tierra tembló durante cuatro minutos con una intensidad de 7,4 en la escala Ritcher y un epicentro muy cercano a la costa sureste. El terremoto y sus tsunamis provocaron 60.000 muertos, incluyendo dos tercios de la ciudad de Catania, y unos 5.600 kilómetros de área afectada, en muchos casos con corrimientos de tierras
Esta iglesia significó un doble descanso: del agotador recorrido por Ragusa, cuesta arriba y abajo bajo un sol radiante y a treinta y cinco grados a la sombra, y del hartazgo de fachadas ondulantes y tímpanos partidos que me estaba provocando tanto barroco.
Un buen ejemplo de aquel barroco recargado y omnipresente son estas ménsulas de los balcones del Palazzo Consentini, junto a la Piazza Republicca, donde se iniciaba una fuerte subida que nos conduciría al corazón de Ibla.
Era mediodía, la temperatura seguía subiendo y esperábamos que un nuevo terremoto no destruyera en las próximas horas el Duomo de San Giorgio, por lo que decidimos que lo más sensato era meterse a comer en la Osteria Imperfetta, ubicada bajo unas bóvedas del siglo XII que habían resistido al terremoto de 1693. El lugar, la comida, el servicio y las bebidas alcanzaban tal grado de perfección que le pregunté a Marco Giudice, su propietario, por qué le había puesto ese nombre. Con una cierta guasa, me contó que era un homenaje a Mónica Vitti, su actriz preferida, considerada en su momento imperfecta por su voz de roquera, su nariz demasiado larga y sus ojos miopes.Se non è vero, è ben trovato, como dijo Giordano Bruno.
Más repuestos, conseguimos llegar a la plaza de la catedral, donde esperamos a que abriera el Duomo tomando un granizado de frambuesas. Si no hubiera hecho tanto calor, la plaza habría merecido un recorrido por los varios palacios barrocos que la rodean, pero yo me quedé con el Circolo di Conversazione o Caffè dei Cavalieri, uno de los pocos edificios neoclásicos de la ciudad. Era una especie de casino, construido por los nobles locales en 1850 para poder reunirse y charlar sin ser molestados por el resto de ciudadanos. No hace falta que os cuente que no me dejaron entrar a visitarlo.
El Duomo, con su fachada alta y estrecha que se alza sobre una escalinata de 54 peldaños, impresiona a cualquiera que lo mire desde la plaza. Nosotros pudimos entrar mientras preparaban la nave central para una boda que se celebraría unas horas después. Me imaginé a la madrina, que calzaba unos vertiginosos tacones de aguja, cayendo a cámara lenta por la escalinata, emulando al cochecito de bebé que filmó S.M. Eisenstein en “El acorazado Potemkin”.
Bajamos la escalera con mucho cuidado, y seguimos descendiendo hasta los jardines Ibleos, desde donde un autobús nos devolvió al aparcamiento.
Al día siguiente visitaríamos Noto, pero esa es otra historia, que podéis leer pinchando aquí.
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