jueves, 22 de junio de 2023

Un país soñado

   


  Desde muy joven soñé con ir a Australia. La emigración a dicho país de uno de mis compañeros de enseñanza primaria fue el pretexto que utilizó don Antonio, nuestro maestro, para contarnos algo de aquel lejano continente, descubierto en 1770 por el marino británico James Cook. Don Antonio era un maestro excelente; no voy decir de los de antes, porque los de ahora están igual o más entregados a su oficio. Nos habló de antípodas y canguros, de selvas y desiertos, de colonos y de indígenas y consiguió mantener nuestra atención durante varios días, en aquellas horas difíciles de después del recreo.

   Tras conocer casualmente en octubre de 1996 a una australiana, Juanita Furness, en Waikabubak (isla de Sumba, archipiélago de la Sonda), entablé una amistad con ella que ha durado hasta ahora. Después de dos estancias suyas y de su marido Peter en Cádiz y una vez jubilada María, mi mujer, había llegado el momento de devolverle las visitas y transformar aquel sueño juvenil en realidad.

   Antes de viajar, a través de diversos libros y de la película Donde sueñan las hormigas verdes, dirigida por Herzog en 1984, ya conocía la existencia de los sueños de la creación de Australia, pero hasta llegar allí no fui plenamente consciente de la importancia de aquellos sueños, cuyo recuerdo se remonta a hace unos ochenta mil años.

   Altjeringa o Jukurrpa es como llaman los aborígenes australianos a la época, el tiempo de los sueños, en que se creó su mundo, su continente. Antes, érase una vez que diríamos nosotros, el mundo era llano y estaba vacío. Aparecieron entonces los animales primigenios o totémicos, que recorrieron Australia a la vez que soñaban y creaban los accidentes geográficos, los seres vivos y los usos y costumbres que los hombres debían observar para cuidar aquel mundo recién creado. Por eso, los indígenas no se consideran propietarios del país en el que viven, sino meros cuidadores.

   Como la cultura aborigen no conocía la escritura, los innumerables relatos que nos cuentan la creación se recogieron en formas de canciones de sueños o líneas de sueños, que a su vez se podían plasmar de manera gráfica en las paredes de los abrigos rocosos o en otros soportes. Tengamos en cuenta que, por respeto a las creencias de los aborígenes, no se deben reproducir los nombres o las imágenes de indígenas ya fallecidos y que muchas de estas leyendas e imágenes no pueden ser mostradas a los no iniciados.

   Un buen ejemplo de canción de sueño es la historia de Warramurrungungdji, la madre ancestral, tal y como la cuentan los Bininj en la zona de Katherine (Territorio del Norte):

En el tiempo del ensueño, la anciana Warramurrungungdji, nuestra madre de la Tierra, llegó del mar y nos creó a nosotros, a nuestro país y a todo lo que hay sobre él. Ella y su marido, Wurragag, salieron del mar en Wangaran, lo que ahora llamáis Bahía Malaya, llevando un palo para excavar y zurrones llenos de alimentos. Ella tenía el estómago lleno de niños y excavó hoyos para plantar banianos. Su camino llegó hasta Mungenella, hasta Mangulwan, hasta Gariargan Marriarwu, donde crecen tan altos los árboles de corteza de papel y las palmeras iwark. Allí dejó niños para que hablaran Iwaidja y plantó tubérculos comestibles.

Wurrawang, su marido, estaba cansado y se convirtió en una roca para seguir soñando eternamente. Warramurrungungdji continuó andando hasta Mamul, lo que ahora se llama Cooper’s Creek, y dejó niños para que hablaran Amarduk, plantó castañas de agua y arroz silvestre. Creó la llanura de Mangarrargul para los gansos urraca, un nido aquí, otro nido allá. Ella dijo que los dejaría para todos los habitantes de aquel lugar de ensueño de los gansos.

Luego dijo: “Ahora me voy a Gindjala a buscar un sitio para acampar”. Se sentó en una charca, pero le picaron las sanguijuelas, así que creó Indjalbarralbi, la tierra seca.

Warramurrungungdji había creado todos los huevos de pato y de ganso. No había ningún animal en aquella tierra hasta que ella los creó. Luego envió niños, con sus idiomas, para que hablaran Ngarduk, Gagudju, Erre, Urningangk, Limilngan, Gunbudj, Bugurniidja, Gun-djeihmi, Ngumburr, Umbugarla, Narwinj’il, Jawoyn.

Todos esos somos nosotros, el pueblo de Kinga, el cocodrilo. Ahora Warramurrungungdji es esa roca de ahí enfrente, ese es su sueño.

   Cada uno de estos “cantos de ensueño” describe una parte del país, un mito, una historia; en este caso, el canto contiene la ruta para ir desde la punta norte de Australia hasta un lugar situado dos mil kilómetros al sur. Cada clan tiene los suyos y muchos de ellos solo se pueden compartir dentro de un grupo determinado, sea de hombres, de mujeres o de iniciados de un cierto nivel. Durante el proceso de aprendizaje de los niños, los ancianos se encargan de trasmitirles conocimientos prácticos, como técnicas de caza o de cultivo, pero también estos cantos. Muchas veces, un canto puede salvarte la vida durante una expedición de caza, ya que te explica cómo llegar a una fuente, a un abrigo, a un árbol de frutos comestibles.

   El tiempo del ensueño terminó bruscamente cuando llegaron los colonos (blancos) de origen inglés y holandés. Ellos también traían un sueño; el de un país vacío, terra nullius, donde podrían hacer realidad sus fantasías: libertad, prosperidad… El choque entre ambos sueños fue brutal y asimétrico. Unos tenían como objetivo cuidar la naturaleza, conservarla como estaba para que los siguiera alimentando durante decenas de miles de años; los otros querían domarla, conquistarla, ponerla a su servicio. En el sueño inglés no había espacio para los aborígenes (negros), esos salvajes que caminaban desnudos por selvas y desiertos, que se negaban a trabajar por un salario, que se oponían a la construcción de carreteras, cercados y ferrocarriles para no molestar el sueño de sus animales ancestrales, que preferían que en las pozas bebieran los canguros en lugar de las ovejas, a las que los colonos no les permitían cazar. Por eso, los ingleses negaron la existencia de una sociedad establecida, de una cultura, de cultivos, de religiones. Luego, para evitar futuras reclamaciones, se dedicaron a eliminar sistemáticamente aquellos rasgos de humanidad. A los indígenas que sobrevivieron a las luchas por la tierra y a las enfermedades importadas desde Europa los obligaron a concentrarse en las misiones, les prohibieron hablar su lengua y practicar sus ritos y les arrebataron sus hijos para educarlos en el seno de la nueva cultura.

   Pero la casi extinción de los indígenas no fue la única pesadilla que trajeron los ingleses. Para entretenerse con la caza, importaron zorros y conejos, que llevaron a muchos animales nativos a la extinción. Para cazarlos también trajeron perros ingleses, que pronto se mezclaron con los dingos hasta el punto de que hoy en día es difícil encontrar un dingo de pura raza.


   Tras esta rápida introducción, a continuación comienzo a transcribir las notas tomadas durante el viaje, cuyo recorrido intento mostrar en el mapa adjunto.

   Ya en el aeropuerto de Barcelona tuve un indicio de la mentalidad práctica y poco formalista de los australianos, que luego pude corroborar en los contactos que tuvimos allí. Al ir a facturar el equipaje, el empleado de Singapur Airlines me dijo que había un problema con mi visado de entrada a Australia, que “el sistema” no lo aceptaba. Revisamos juntos la documentación, yo bastante preocupado, hasta descubrir que, por un error mío, el visado estaba emitido a nombre de Arturo Matínez. La falta de una erre en mi apellido hacía que el visado no coincidiera con el pasaporte. Cuando ya me estaba preparando para cancelar el viaje, el empleado me tranquilizó:

   —No se preocupe. Ahora mismo llamo por teléfono a las autoridades australianas de inmigración, les explico lo que pasa y lo arreglan.

   Lo miré con incredulidad, pero vi cómo marcaba un número, le descolgaban inmediatamente y explicaba la situación. A los pocos segundos, me entregó las tarjetas de embarque.

   Volamos desde Barcelona hasta Melbourne, con escalas en Milán y Singapur, en un viaje agotador de treinta y seis horas de duración. En el aeropuerto nos estaban esperando Juanita y su marido, Peter, a los que nunca terminaré de agradecer su ayuda y su hospitalidad. Ya en el camino hasta su casa en Kyneton se cumplió uno de mis deseos: ver un canguro. En cuanto salimos del aeropuerto, el paisaje viró a negro. Ni una luz rompía la oscuridad que nos rodeaba; Peter nos confirmó que las pocas granjas estaban muy distantes unas de otras y, en general, lejos de la carretera. Su propia casa, amplísima para los estándares europeos y a la que llegamos en poco más de una hora, había sido construida hace más de cien años con adobes fabricados por el granjero que la habitó inicialmente. Estaba oculta tras unos árboles y a más de un kilómetro de la granja más cercana. Antes de llegar a su casa, un ejemplar de canguro gris cruzó la carretera y, deslumbrado por los faros de nuestro coche, acabó enganchándose en la alambrada que cercaba un prado.

   La mañana siguiente a nuestra llegada nos despertaron los cantos de la urraca australiana, mucho más melodiosos que los de la europea. Desayunamos ante la mirada curiosa de un grupo de canguros que se habían acercado desde el bosque cercano y una bandada muy escandalosa de cacatúas blancas.

   Luego nos llevaron a conocer Kyneton, el pueblo más cercano, a diez kilómetros de distancia.


   Kyneton se había fundado en 1850, un año antes del comienzo de la fiebre del oro del estado de Victoria, durante la cual se triplicó la población de Australia y se extrajeron mil novecientas toneladas de oro, que sirvieron para pagar toda la deuda exterior del imperio británico y pusieron las bases de su posterior desarrollo industrial. En la actualidad, Kyneton cuenta con cinco mil habitantes, una pequeña estación de ferrocarril, una sucursal bancaria, cinco pubs, seis iglesias y doce cafeterías (los australianos han abandonado la costumbre inglesa del té y son unos grandes y exigentes consumidores de café). Sorprende la calidad de vida y el fuerte sentimiento solidario, con mucho voluntariado y establecimientos basados en la economía social y sostenible, en uno de los cuales pude comprarme un chaleco acolchado de segunda mano, para hacer frente a la ola de frío que estaba adelantando la llegada del invierno. En el mismo establecimiento, dirigido por un hijo de Juanita y Peter, funcionaba un comedor social similar al que gestionan en Cádiz las mujeres de Amigas al Sur.

   En la calle principal de Kyneton, Piper Street, han conservado bastantes edificios de la época de la fiebre del oro, lo que le da un aspecto muy del oeste americano. Visitamos una de las panaderías más antiguas de Australia y el pub que lleva funcionando más años consecutivos. En este pub comimos unas deliciosas “Buffalo Wings”, que no son alas de búfalo como su nombre parece indicar, sino alitas de pollo fritas al estilo de Buffalo (NY). Junto a la puerta del local se exhibía un retrato de una jovencísima Isabel II.

   Antes mis preguntas sobre el mantenimiento de esa dependencia del recién coronado Carlos III, que es también rey de Australia y sigue ostentando la Jefatura del Estado a través de un gobernador general, me explicaron que en 1990 habían tenido un referéndum para elegir entre seguir como una monarquía o pasar a un sistema republicano, con el resultado de una mayoría del cincuenta y seis por ciento a favor de la monarquía frente al treinta y nueve por ciento en contra. Como posibles motivos para ese resultado me explicaron que no pagaban ningún impuesto a su rey ni a la familia real, que la intervención del gobernador general en los asuntos del país era meramente simbólica y que su condición de súbditos de un rey inglés reforzaba su identidad europea frente a la creciente inmigración asiática.

   Estoy convencido de que, si en España se celebrara un referéndum similar, los resultados serían muy diferentes. De todas maneras, es probable que la situación en Australia cambie en un futuro no muy lejano, ya que las últimas encuestas dan un predominio de republicanos (42%) frente a monárquicos (35%). 

   Al día siguiente, nuestros amigos nos llevaron a conocer Melbourne, la capital del estado de Victoria. Recorrimos el paseo marítimo de san Kilda, un barrio en el que se conservan muchas viviendas minúsculas en primera línea de playa, habitadas inicialmente por trabajadores y hoy en día con precios disparatados. Como curiosidad y enlazando con el libro Relatos píos que espero publicar en unos meses, parece ser que nunca ha existido un santo de nombre Kilda. Lo mismo le pasa a mi patrón, san Arturo.

   Después recorrimos con ellos el centro de Melbourne para, aprovechando que se estaba celebrando un festival de cine francés, ir a ver Les Cyclades, por cierto muy divertida. 

   Melbourne es, quizás, la más europea y cultureta de todas las ciudades australianas. No esperemos encontrar allí teatros griegos, foros romanos ni murallas medievales, pero en algunos de los callejones del centro, casi ocultos entre rascacielos, puedes sentarte en cafés con terraza, comprar en pequeñas galerías comerciales de hace cien años o fotografiar paredes cubiertas de grafiti, como en este callejón AC/DC, en el que aparecemos con nuestros amigos.

   Una de las cosas que me enseñaron Peter y Juanita fue cómo debía comportarme en un pub. Las consumiciones se piden en la barra y se abonan al pedirlas, no cuando te vas a marchar. Las bebidas te las suelen servir en el momento y para la comida te entregan un soporte con un número, que debes colocar sobre tu mesa para que te la lleven cuando esté lista. Es un sistema similar al de los pubs ingleses, con la diferencia de que, en Australia, las propinas son muy poco habituales. En general, se considera que los sueldos de los camareros son buenos, que los convenios colectivos se cumplen escrupulosamente y que las propinas no tienen sentido. En muchos locales hay avisos de que las consumiciones en sábado o domingo llevan un diez o un quince por ciento de recargo, dinero que se destina íntegramente a los empleados. Eso sí, los precios de las consumiciones suelen ser entre un cincuenta y un cien por ciento más altos que en España; en cualquier pub un tercio de cerveza o una copa de vino cuesta en torno a doce dólares australianos, unos ocho euros.

   Esa noche, cuando llegamos a la casa de nuestros amigos, nos recibió un grupo de cinco o seis canguros que estaban pastando en su césped delantero.

   Estoy seguro de que recordaréis Picnic en Hanging Rock, la magnífica película dirigida por Peter Weir en 1975 y protagonizada por Anne-Louis Lambert, Vivian Gray y Helen Morse. En ella, tres alumnas de un colegio que habían ido de excursión con su maestra y sus compañeras de clase desaparecieron para siempre, dentro de un ambiente especialmente opresivo.

   Pues bien, la famosa roca colgante, Hanging Rock, existe y está ubicada en el estado de Victoria, a no muchos kilómetros de Kyneton, en lo alto de una colina. En toda la comarca la consideran una de sus principales atracciones turísticas, por lo que no es de extrañar que Juanita y Peter nos propusieran visitarla.

   Aunque la historia que narra la película se basa en una leyenda local y no hay pruebas de que haya sucedido nunca, al visitar el lugar se te hace totalmente verosímil. Las formas inquietantes de las rocas, los eucaliptos quemados en los frecuentes incendios forestales y las numerosas cuevas y grietas te hacen pensar que cualquier cosa pudo haber sucedido.

No muy lejos de allí, en lo alto del monte Macedon, hace más de doscientos años que los habitantes más ricos de Melbourne comenzaron a construir sus chalés de verano para escapar del calor de la llanura. En la actualidad sigue siendo una zona privilegiada, con grandes residencias victorianas, tilos y cedros descomunales y pubs que te hacen sentir de vuelta en la vieja Inglaterra, que es lo que, en el fondo, buscaban sus habitantes.

   Esa misma noche nos cocinó Peter una estupenda cena a base de gambas tailandesas y una ensalada que luego añoraríamos muchas noches a lo largo de nuestro recorrido por Australia.

   Al día siguiente saldríamos hacia Alice Springs, la capital del Red Centre, el desierto rojo que ocupa el centro del continente. Comenzaba así un largo recorrido en avión y en coche que durante cuarenta días nos llevaría del sudeste fértil al desierto central, a la selva del norte, a la Gran Barrera de coral y a la mayor ciudad del país, Sídney, y que pretendo recoger en este cuaderno no como canto de ensueño ni guía de viajeros, sino como recuerdo de un país que me enamoró, pero esa es otra historia que puedes leer pinchando aquí.

Otros capítulos de este cuaderno:

Las rocas sagradas

El salvaje norte

De chicharras y medusas

La ciudad del mar

Wollongong y Melbourne

1 comentario:

  1. Incluyo a continuación la opinión, en inglés y en castellano, de mi amiga Juanita Furness sobre la situación de los aborígenes.

    Thank you so very much I have read both chapters and look forward to the remaining ones. I thoroughly enjoyed reading your views of this great land of ours.

    I did find a few discrepancies in relation to indigenous and non indigenous. It’s such a complex issue and whith the majority of Australians supporting efforts for indigenous People to lead the way in recovering their language and Dreamtime . There were once over 200 dialects before the arrival of the English now there are over 100 being actively spoken and now being encouraged in schools for all. Alcohol , drunkenness and abuse within the community caused by long ago mistreatments are issues very difficult to overcome but slowly it’s happening. We all are now more understanding of the great knowledge we can learn from to protect this amazing , unique race of people we share our lives and country with.

    Muchas gracias, he leído ambos capítulos y espero con ansias los restantes. Disfruté mucho leyendo tus puntos de vista sobre esta gran tierra nuestra.
    Encontré algunas discrepancias en relación con indígenas y no indígenas. Es un tema tan complejo y con la mayoría de los australianos apoyando los esfuerzos de los pueblos indígenas para liderar el camino en la recuperación de su idioma y Dreamtime. Hubo una vez más de 200 dialectos antes de la llegada del inglés, ahora hay más de 100 que se hablan activamente y ahora se fomentan en las escuelas para todos. El alcohol, la embriaguez y el abuso dentro de la comunidad causado por los malos tratos de antaño son temas muy difíciles de superar pero que poco a poco se va logrando. Ahora todos comprendemos mejor su gran conocimiento, del que podemos aprender para proteger a esta increíble y única raza de personas con las que compartimos nuestras vidas y nuestro país.

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