jueves, 26 de febrero de 2015

Cuaresma, tiempo de Requiem

El que suscribe este comentario, miembro de este interesante blog de Manrique, os comunica que el próximo jueves, 5 de marzo, en el cénit de la Cuaresma, cantará el Requiem en re menor, de Wolfgang Amadeus Mozart, en el Auditorio Nacional de Música de Madrid. Obviamente, yo no cantaré en solitario la inmortal pieza del genio de Salzburgo sino en compañía de otros cuatrocientos intérpretes aproximadamente, entre tenores, sopranos, contraltos y bajos-barítonos. Os aclaro tamboién que yo pertenezco a esta última tesitura vocal. Se trata de un concierto con la orquesta Filarmonía, bajo la dirección del acreditado maestro y compositor Pascual Osa, cuatro solistas y un coro participativo, así denominado porque en él convergemos voces de distintas agrupaciones corales que responden a una convocatoria de una agrupación determinada. Por lo que a mí respecta, añado que formo parte de otros dos coros: ExNovo (de cámara) y Fundación Gredos San Diego, donde se alternan los temas a capella con piezas acompañadas por orquesta.
Aunque apenas tengo formación musical –solo hice un curso de solfeo cuando estuve en el seminario en mi adolescencia-, llevo más de diez años formando parte de distintos coros que me han dado muchas satisfacciones y me han permitido desarrollar mis cualidades vocales en esta etapa postrera de mi existencia, tras la obligada jubilación. Con Filarmonía ya he hecho anteriormente dos participativos, también en el Auditorio Nacional: Carmina Burana, de Carl Orff, y la Novena Sinfonía – el llamado Finale Coral- de Beethoven. Según me informan en Filarmonía, ya quedan muy pocas entradas para este concierto –en el Centro Cultural Eduardo Urculo (tfno. 917321255), donde ensayamos, os pueden aclarar cuántas localidades quedan y a qué precios, por si estuvierais interesados en acudir a esa velada-, que cuenta con un programa muy atractivo. En la primera parte, la orquesta Filarmonía, con Enrique Pérez Piquer como solista, ejecutará el emotivo Concierto para clarinete en La mayor K. 622, el último que compuso Mozart, alguno de cuyos pasajes se pueden escuchar en la película Memorias de Africa, de Sydney Pollack, aunque la banda sonora fuera de John Barry. En la segunda parte, se interpretará el susodicho Requiem, que Mozart dejó inacabado, como muchos de vosotros sabréis. El 5 de diciembre de 1791, en torno a la una de la madrugada, el genio austríaco dejó de existir a consecuencia de una enfermedad sobre la que los expertos aún no se han puesto totalmente de acuerdo –aunque estudios recientes atribuyen el deceso a una bronconeumonía aguda, el compositor estaba obsesionado con la idea de que algún enemigo suyo le había envenenado- y cuando aún no había cumplido 36 años. ¿Qué obras insuperables no hubiera legado a la posteridad este extraordinario creador de haber vivido diez o quince años más? Supongo que todos vosotros recordaréis la película Amadeus, de Milos Forman –a partir de la obra teatral del británico Peter Shaffer-, en la que se dramatiza la rivalidad del mediocre músico italiano de la corte imperial de Viena Antonio Salieri –quien paradójicamente vivió 75 años pero no ha pasado a la posteridad precisamente como genio excelso de la música, aunque alguna de sus obras todavía figura en los repertorios menores- con Mozart, y donde se especula con la posibilidad de que fuera el responsable del supuesto envenenamiento del autor de Le nozze di Figaro (Las bodas de Fígaro) y Die Zauberflötte (La flauta mágica). Al margen de la verdad desconocida, en ocasiones impregnada de leyenda, en torno al final de la vida de Mozart, el Requiem está considerado como un testamento musical tan patético como sobrecogedor, y uno de los más interpretados, sino el que más, desde hace más de dos siglos por las mejores orquestas y coros de todo el mundo. En relación con la génesis de esta obra, está suficientemente contrastado que, hacia mediados de 1791, Mozart recibió el encargo de componer el Requiem para los funerales de la difunta esposa –muerta a edad temprana- de un noble y músico aficionado llamado Franz von Walsegg. Este pretendía hacer pasar la composición como obra suya ante sus amigos y familiares, por lo que envió a un emisario a la casa del compositor con una importante cantidad de dinero por adelantado para acelerar el proceso de creación de la pieza. Sin embargo, Mozart estaba en esos momentos muy ocupado con un viaje a Praga para presentar su ópera La clemenza de Tito. Pero la presencia constante del misterioso emisario del noble requiriendo de manera imperativa la conclusión del Requiem, provocó una crisis emotiva de tal calibre en Mozart que finalmente el músico pensó que un personaje sobrenatural le estaba demandando para ilustrar su propio oficio de difuntos final. Sea como fuere, el compositor austríaco no se puso ante la partitura en blanco hasta el otoño del año de su muerte. y cuandop su salud empezaba a resquebrajarse a marchas forzadas. El Requiem consta de catorce partes, pero el compositor solo dejó completamente terminadas ocho –el manuscrito original se interrumpe en el octavo compás de la Lacrimosa-, y el resto fue completado por uno de sus discípulos predilectos, Franz Xaver Süsmayr (1766-1803). Sin embargo, el hecho de que este músico discreto concluyera los pasajes de la partitura que faltaban no quiere decir que “terminara él mismo de componer” la obra, si bien varios expertos coinciden en que en el Sanctus es donde mas se ve la mano del aventajado discípulo. El genio de Salzburgo concibió su Requiem como un todo, en el que quedaron esbozadas desde el Introitus hasta la Communio y Lux Eterna, epílogo en el que una fuga sobrecogedora sitúa al oyente en la puerta de acceso al más allá. Debemos recordar en este punto que, en los últimos años de su existencia, Mozart era un afiliado ejerciente a la masonería y acudía con regularidad a las logias vienesas donde se discutía, entre otras cosas, sobre los aspectos que podían resultar sobrenaturalmente armónicos para el ser humano. No obstante, las anotaciones orquestales y los tiempos de las escalas vocales quedaron escritas o al menos pergeñadas en su práctica totalidad, según varios amigos que visitaban a Mozart durante la composición de esta misa de difuntos en los días previos a su último suspiro.
Aunque se han compuesto decenas de obras relacionados con este tema a lo largo de la historia, con diferentes matices y estilos, en nuestros días ha sobrevivido en torno al medio centenar, destacando, aparte del Requiem que nos ocupa, el Officium Defunctorum (1603), de nuestro compatriota Tomás Luis de Victoria; y los de Cherubini (1836), Hector Berlioz (1837), Bruckner (1848), o Liszt (1868). No podemos olvidar, dentro de este género, cumbres de misas fúnebres como Un Requiem alemán (1869), de Johannes Brahms, o el segundo más celebrado de todos a lo largo de la historia, el Requiem (1875), de Giuseppe Verdi, compuesto por el excelso genio italiano en memoria del poeta italiano Alessandro Manzoni. Ya casi al filo del siglo XX, son también memorables los que compusieron los franceses Gabriel Fauré (1879) o Charles Gounod (1893), o el checo Antonin Dvorak (1890). Y del siglo XX, yo destacaría especialmente cinco Requiem´s: los del húngaro György Ligeti (1965) –recordaréis que Stanley Kubrick utilizó numerosas partituras de este compositor para ilustrar muchas escenas de algunas de sus películas-, el ruso Igor Stravinski (1966), el polaco Krzysztof Penderecki (1990), el inglés Andrew Lloyd Weber (1984), y por encima de todo el tenebroso War Requiem (1961), del británico Benjamin Britten, compuesta con motivo de la reapertura al culto de la catedral de Coventry, destruida por la aviación nazi durante la Segunda Guerra Mundial y como homenaje a los millones de víctimas de aquella espantosa contienda que sembró Europa de millones de cadáveres. Si no podéis acudir a este concierto, os recomiendo que disfrutéis de las magníficas versiones de esta extraordinaria composición, bien rebuscando en vuestra discoteca bien rastreando youtube. Yo destacaría dos versiones por encima de todas –incluso frente a la de Herbert von Karajan con la Filarmónica de Berlin- que os recomiendo: en primer lugar la del austríaco Karl Böhm. Su ejecución, fechada en 1971, tiene como escenario la basílica de los Escolapios de Viena, con la participación de la orquesta sinfónica de esa ciudad y el coro de la Staatsoper, y con Gundula Janowitz (soprano), Christa Ludwig (contralto), Peter Schreier (tenor), y Walter Berry (bajo), en los papeles solistas. En segundo lugar, la versión del británico sir Colin Davis, a partir de una grabación de 1967 –insuperable realmente-, en la que dirige a la Orquesta Sinfónica de la BBC y al coro John Alldis, con Helen Donath (soprano), Yvonne Minton (contralto), Ryland Davies (tenor), y Gerd Nienstedt (bajo). ¡Que lo disfrutéis! Javier PARRA

2 comentarios:

  1. Un exhaustivo y magnífico comentario para no perderse este acontecimiento.
    Allí estaremos.
    Ana

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  2. Gracias, Ana. Espero que sea de tu agrado. Un saludo. Javier

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