El cogote de Michael Keaton es inconfundible. Lo tiene recortado algo más alto que lo habitual y la cantidad de pelo, aunque ya lo va perdiendo a manojitos, parece delicadamente perfilado en el corte. Y no se me hizo extraño verle levitar en meditación adoptando la postura del loto. A partir de ahí ya me dispuse a cualquier cosa.
Me pregunté qué habría estado haciendo Keaton durante todo este tiempo atrás. No lograba recordar ninguna película reciente en la que hubiese trabajado y me autoculpaba por mi ignorancia o por no haber estado atenta a su trabajo.
En el justo instante en el que Michael se recuperó de su éxtasis la cámara tomó el papel casi protagonista. Una cámara en mano es un arte, permite meter al espectador en la escena, te invita a sentarte a la mesa, a ver las cosas desde atrás, adelantarte a los sucesos, fijar la vista en los detalles, tomarte tu tiempo hasta que sucedan los acontecimientos. En fin, que una cámara en mano es el mayor regalo que un director de cine ofrece a un espectador y en el caso que nos ocupa aún más puesto que pareciera que el escenario tomase otra dinámica, adquiriese movimiento, giros en los que la escena se dinamiza, se cuartea, se une y divide en partes distintas. Los actores le dan la vida a la dinámica; con sus magistrales diálogos, sus entradillas, sus réplicas dan piruetas en el aire haciendo del arte de la interpretación un derroche de exhibición. El patio de butacas en el teatro del cine y el del cine de mi teatro mantenían silencio absorto. Los cortes de escenas se aprovechan en un pomo de puerta, que nos introduce en otro plano; o en una vista al cielo, que nos lleva a otro universo.
He leído algo del original Birdman y cuentan las crónicas que era un personaje de Hanna-Barberá de finales de los 60, que adquiría sus poderes por los rayos del Sol, que su gran amigo era el águila Vengador y que sus compinches eran el Trío Galaxia con los que rescataba a la Tierra de grandes desastres. En cada episodio Birdman caía prisionero, conseguía liberarse y luego derrotaba por goleada al enemigo que lo había vencido a él minutos antes y en iguales circunstancias. Así era Birdman.
Y volviendo a Keaton… si no recuerdo mal… sí, interpretó a Batman y lo hizo en dos ocasiones. No sé si lo hizo bien o mal, pero quizás sea eso lo que provocó que yo no supiese qué había sido de su trabajo en los últimos años. No sé… a ver si la interpretación de Batman le costó un precio impagable. Birdman ha hecho justicia con Batman devolviéndome a Michael Keaton con menos pelo (no me importa), con mil arrugas en el rostro (tampoco me importa), compartiendo escena con Edward Norton -águila Vengador-, y que pasea su cuerpo en calzones sin más pudor que el de ser un actor fuera de lugar hasta que consigue volver al teatro y lo hace pletórico, con el control en su voz, en la escena, magnífico.
Así las cosas, y recordando de nuevo los diálogos, las escenas ensayadas y pre-estrenadas, las suciedades en las paredes, las bambalinas sorpresivas, las exposiciones a la implacable cámara, todo me hizo pensar que me encontraba ante una preciosa oda al miedo al fracaso.
Marga.
Por fin he podido ver Birdman, aunque fuera un sábado por la tarde en el multicine de Chiclana, y un poco preocupado por la cantidad de gente que hacía cola en las taquillas, compraba palomitas o simplemente deambulaba por el vestíbulo.
ResponderEliminarPor suerte para mi y por desgracia para el Cine, la sala en la que proyectaban Birdman estaba casi vacía. No más de 10 personas, contándome a mí.
Comparto la admiración de Marga por el manejo de la cámara. Esos planos-secuencia, larguísimos y magistralmente enlazados entre sí, nos devuelven directamente a los tres principios del teatro clásico griego: Unidad de tiempo, unidad de lugar y unidad de acción. No sé cuántas veces habrán tenido que repetirlos durante el rodaje, pero demuestran una maestría de todos (director, cámara, actores) que pocas veces he disfrutado. Ese punto de vista absolutamente subjetivo encaja muy bien con la total subjetividad del guión, con la mezcla de realidad y sueño/imaginación, perfectamente conseguida.
En cuanto al fondo de la película, me resulta muy difícil opinar. Rara sí que es y no sabría encajarla en ningún género. Pero me dejó pensando durante varias horas, y todavía al día siguiente seguía dándole vueltas. ¿Qué pretendía Keaton con la pistola? ¿Por qué ese paseo por Times Square, casi tan increíble como las escenas oníricas.
Los actores, para quitarse el sombrero. Ese "teatro dentro del teatro" (o dentro de la película, en este caso), desnuda el oficio, los trucos, las mezquindades del mundo del espectáculo.
Totalmente recomendable.