miércoles, 19 de junio de 2024

Uarzazate, el Hollywood del desierto

   20 de abril de 2024

   En Uarzazate se concentra la mayor parte de la industria cinematográfica marroquí. En la propia ciudad y en sus alrededores se han filmado docenas de películas, desde Lawrence de Arabia hasta La Guerra de las Galaxias y Gladiator 2. Allí está el Museo del Cine, Atlas Studios, CLA Studios y muchas pequeñas empresas auxiliares del cine.

   En el punto más elevado de la ciudad se alza la kasbah de Taourit, quizás la mayor y —hasta hace poco— la mejor conservada del sur de Marruecos. Fue precisamente su tamaño y la seguridad que proporcionaba lo que hizo que el lugar se convirtiera en un punto de parada obligatorio en la ruta de las caravanas que, procedentes del desierto y más allá (algunas traían sal del Danakil y otras esclavos del golfo de Guinea) se dirigían a través del Atlas hasta Marrakech.

   En realidad, esta kasbah responde más al concepto de alcazaba que al de simple palacio fortificado. Por desgracia, no pudimos visitarla ya que había resultado muy dañada en el terremoto de septiembre del año pasado. En su lugar, decidimos pasear por la medina adyacente, donde también nos encontramos muchas viviendas afectadas.

   A la vuelta de una esquina, un rótulo marcaba la entrada a la mellah y otro identificaba una sinagoga. Yaekub, un joven que esperaba apoyado en la pared, se ofreció para guiarnos por dentro del edificio; según él, era un descendiente de los judíos que, hasta hace no muchos años, habían vivido en el barrio.

   Los muros del edificio estaban construidos íntegramente en tapial, y los techos eran de cañizo soportado sobre vigas de palmera; parecía imposible que hubiera resistido el terremoto. El interior era un auténtico laberinto de varios pisos y albergaba la sala de oración, la vivienda del rabino y la escuela judaica, todo ello en desuso. La planta baja parecía, más que una zona de oración, la cueva de Alí Babá o la tienda de un chamarilero.

   Alfombras, tapices, ropajes de seda, fotos antiguas y cientos de objetos rituales cubrían cada centímetro de las paredes. La iluminación tenue y los techos bajos contribuían a la sensación de agobio.

   Yaekub nos contó que en Uarzazate habían convivido hasta hace poco tres grupos de judíos. Los más antiguos, que él llamaba bereberes, habían llegado en el siglo I de nuestra era, tras la diáspora provocada por la represión romana de lo que se conoce como Gran Revuelta Judía. Él afirmaba pertenecer a ese grupo, lo que explicaría el tono muy oscuro de su piel.

   El segundo grupo, los sefardíes, con diferencia el más numeroso, llegó en los siglos XV y XVI, expulsado de España por los Reyes Católicos. El tercer y último grupo fue el de los asquenazis, que vinieron de Centroeuropa a partir del siglo XIX, huyendo primero de los pogromos rusos y luego del holocausto nazi. Parece mentira que un pueblo que ha sufrido tantas persecuciones basadas en su etnia y su religión aplique ahora esas mismas prácticas a los palestinos y que lo haga con una crueldad y a una escala nunca vistas.

   Debido a estos orígenes tan diferentes, en la mellah habían convivido gentes que se expresaban en cuatro idiomas bien distintos: el amazigh de los bereberes, el ladino de los sefardíes y el yiddish de los asquenazis, más el árabe que utilizaban para comunicarse con los no judíos. Según Yaekub, el hebreo solo se usaba para los ritos religiosos y convivían todos como hermanos. En la actualidad no quedan prácticamente judíos en Uarzazate ni en otros puntos de Marruecos. Los más pobres emigraron a Israel en los años cuarenta del siglo pasado y los ricos lo hicieron en los años sesenta y setenta.

   Siguiendo con la visita al edificio, la escuela judaica o yeshivá estaba formada por solo dos pequeñas aulas. En la primera, cuyo único mobiliario era una pizarra con el alfabeto hebreo, los niños más pequeños aprendían los rudimentos de dicho idioma; en la otra aula, sin ningún mueble, los mayores se sentaban en el suelo para estudiar la Torah, un compendio de comentarios a la Biblia y filosofía religiosa.

   En el umbral de cada habitación, Yaekub acariciaba piadosamente la mezuza, una cajita de plata o bronce que contiene un papel con el fragmento de la Torah que habla de la unicidad de Yahvé y de la designación de los judíos como pueblo elegido y propietario de las tierras de Israel. El mismo texto que utilizan ahora los fundamentalistas judíos para reclamar la propiedad de todas las tierras palestinas.

   Estas mezuza, que habitualmente se colocan en la parte exterior de los dinteles a la entrada de las viviendas judías, ha causado la muerte de miles de personas durante la persecución nazi. Para intentar salvarse del arresto y deportación, en muchas casas se arrancaron y escondieron estas mezuza ante la llegada de las tropas alemanas, pero la huella dejada en la madera bastó para delatar a sus habitantes.

   […]

   Esta mañana he recibido las galeradas del que será mi próximo libro, Los santos de mi vida, cuya corrección me obligará a ralentizar el ritmo de escritura en este cuaderno.

   […]

   La jornada en Uarzazate resultó un encadenamiento de desengaños. La famosa kasbah Tifultute, muy cercana a nuestro hotel, estaba en ruinas, no sé si por desidia o como consecuencia del terremoto del año pasado. En el barrio Aït Kadiff nadie parecía conocer el mercado semanal que, según la guía, se celebraba hoy allí. El mercado municipal de Uarzazate estaba cerrado por ser domingo, y el ksar de Aït ben Haddou, atestado de turistas y repleto de tiendas de recuerdos, no tenía nada que ver con el recuerdo que yo conservaba de mi anterior visita, en 1995, cuando la pista entonces sin asfaltar que conducía hasta él moría al otro lado del río y no pudimos cruzarla porque el agua estaba demasiado alta.

   Roger Mimó cuenta en su libro que Aït ben Haddou comenzó siendo, en el siglo XI, el ksar de los Aït Aisa U-Hamed. Su ubicación, en una de las pocas rutas que cruzaban el Alto Atlas, hacía que las caravanas con destino a Marraquech descansaran allí, lo que significaba para sus habitantes un buen ingreso en impuestos y comercio. Así, dentro de este pequeño ksar se levantan nada menos que cinco kasbah, dos de las cuales se pueden visitar. Gracias a los ingresos del turismo y a que en el lugar ha sido escenario para el rodaje de media docena de películas, el conjunto se encuentra en bastante buen estado. De los rodajes se conservan unas puertas monumentales del más puro estilo babilónico, que la declaración del pueblo como patrimonio de la humanidad no ha logrado derribar. La verdad es que son muy fotogénicas.

   Al volver a Uarzazate encontré un buen barbero que me hizo un corte rápido y cuidadoso sin hablar más de cuatro o cinco palabras, que es lo que más aprecio entre los de su oficio.

   21 de abril de 2024

   Hoy pensábamos desviarnos de nuestra ruta a Marrakech para visitar la kasbah de Telouet, perteneciente a la poderosa familia de los Glawi, pero nos enteramos a tiempo de que había quedado destruida por el terremoto.

   Los Glawi o Mezuari, de los que ya he hablado en el texto dedicado a Skoura, lograron gran parte de su poder gracias a su colaboración con las fuerzas de ocupación francesas. Mohammed el Mezuari fue nombrado caíd de Telouet a mediado del siglo XIX; su hijo El Madani llegó a ser gobernador de todo el valle del Todra y la región de Tafilálet, para luego alcanzar el puesto de primer ministro del sultán, mientras que su hermano Thami, conocido como Pantera Negra, León del Atlas y Gazela de las Montañas, fue el pachá de Marrakech durante cuarenta y cuatro años. Entre ambos llegaron a mandar sobre un millón de súbditos.

   Los franceses les dieron carta blanca en su territorio a cambio de que controlaran a las tribus más belicosas del Atlas, y la familia aprovechó sus prerrogativas para prosperar en todo tipo de negocios, incluido el bandidaje y la prostitución. Traicionaron al sultán Mohammed V para consolidar su poder familiar y consiguieron que los franceses lo deportaran a Madagascar. Por suerte, la independencia trajo el fin de su poder y el estado marroquí les expropió todas sus posesiones.

   22 de abril de 2024

   Después de más de tres horas de viaje y de cruzar el puerto de Tiz’n Tichka, a dos mil trescientos metros sobre el nivel del mar, pasamos del desierto de Uarzazate a las llanuras cultivables de Marraquech. Pero esa es otra historia.

Para leer otros capítulos de este cuaderno, pincha sobre el nombre.

Tetuán de las Victorias:

Mequínez, cerrada por obras

Del vergel al desierto

La arquitectura del barro

Uarzazate, el Hollywood del desierto

Marrakech, una distopía inminente

Sidi Ifni, nuestra historia olvidada

Essauira

Rabat, la república de los piratas

Fin de trayecto

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