Buenas noches, Charlton:
No me conoces, pero como creo que “es de bien nacidos ser agradecidos” te envío esta carta porque ... estoy en deuda contigo. No es una deuda de dinero, es de gratitud porque me proporcionaste inolvidables momentos de felicidad en mi niñez, ilustraste la vida de mi héroe favorito y, aunque parezca extraño, me orientaste en la elección de profesión. Te lo voy a explicar:
Ir al cine en los años 50 y primeros 60 en España, antes de la llegada masiva de la televisión, era un placer casi total, absolutamente inconcebible para la gente que nació después de esa época (y me pega que también en tu tierra, como muestra Woody Allen en su entrañable “La Rosa Púrpura de El Cairo”, aunque allí el cambio debió llegar más de una década antes que aquí). Los niños de entonces al entrar en el cine nos sumergíamos en un universo, ya en color, en el que nos identificábamos con los héroes de las aventuras que se desarrollaban delante de nuestros ojos y vosotros, los actores, os transformabais en los personajes que protagonizaban las historias que, magnéticamente, nos mantenían hipnotizados en nuestros asientos cada sábado por la tarde en los cines de barrio de sesión doble, gracias a Dios sin las odiosas palomitas (la peor cosa llegada al cine desde tu tierra, perdona, Charlton). Así te recuerdo como el supuesto nieto de un faraón que conducía a su pueblo real en su escapada a la libertad hace más de tres mil años, como un príncipe judío que caía en desgracia de los romanos para luego volver a su tierra convertido en hijo adoptivo de un noble general del César (por cierto, chapeau por dos escenas que me impactaron y me siguen impactando de esa película: cuando el espolón de la nave pirata atraviesa en la batalla naval el costado de la trirreme en la que ibas remando como galeote y la no superada carrera de cuadrigas, ni siquiera en “Gladiator”, que precisamente no está mal hecha, pero con toda su informática no llega a la bestial carrera; ¿es verdad que no tuviste un extra que rodase esas escenas en tu lugar?), como un capitán americano en el Pekín de la guerra de los boxers en ¿1900?, como un general inglés en Khartoum luchando contra el “Mahdi”, como un astronauta llorando ante la Estatua de la Libertad semienterrada en la arena de una playa (cuando se estrenó esta película, yo ya era un jovenzuelo) y muchas más, pero sobre todo, como mi héroe favorito de la Historia: Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid.
Me imagino que Ramón Menéndez Pidal, el ya entonces anciano historiador español (tan volcado en el estudio de El Cid que a su única hija le puso Jimena; era un nombre inusual en la España de la mitad del siglo XX, hoy no tanto) que actuó de asesor histórico de la película, tendría buena parte de responsabilidad en el tratamiento en el guión de la escena que más me gusta de la película: cuando Rodrigo le hace jurar a Alfonso VI en su coronación en Santa Gadea de Burgos que no ha conocido ni tenido intervención en la muerte de su hermano mayor, el rey Sancho II.
A mis diez u once años me impactaba cuando en la escena el todavía príncipe hurtaba poner su mano encima de los Evangelios y Rodrigo (con tu cara y gesto) se la cogía y, aplastándola contra libro, exclamaba imperiosamente “¡¡¡Jurad!!!”.... para acatar a continuación del “Sí, juro” al nuevo rey, que lo desterró de inmediato. Durante el resto de su vida, Rodrigo actuó como leal seguidor se su señor, negándose a que lo coronaran rey de Valencia tras tomarla, ciudad que aceptó solo como formando parte del Reino de Castilla (por mucho que se fastidie el Sr. Carod-Rovira), aunque se perdió una vez muerto y solo la recuperó Jaime el Conquistador más de 100 años después, para la Corona de Aragón formando parte del Reino de Valencia (por mucho que se fastidie de nuevo el Sr. Carod-Rovira).
Es un ejemplo perfecto, al menos para mí, de la honestidad y lealtad de una persona:
Honesto por que no duda en arriesgar su fortuna, carrera y vida ante un hecho por el que no quiere “pasar de puntillas mirando a otro lado”, que era lo política y mercantilistamente correcto, que diría Arthur Andersen. ¿Hay hoy en día muchos casos iguales de honestidad y hombría de bien?.
Leal: Hoy en día la lealtad parece que no se lleva nada de nada. Todo se mercantiliza hasta límites denigrantes.
Modestamente siempre he pensado que honestidad y lealtad deberían ser las principales virtudes exigibles y premiadas en cualquier organización humana, pero siempre bidireccionales: de abajo a arriba y de arriba abajo. Si falla en una dirección no se puede demandar en la otra.
Por otra parte, Charlton, también hiciste un papel secundario de una persona honesta y, sobre todo, leal: En “Horizontes de grandeza” de Willian Wyler (debiste gustarle por que al año siguiente te dirigió en "Ben-Hur”, donde ganaste el óscar) eras el fiel mayoral del terrateniente (Burl Yves, óscar a actor secundario por esa película) que después de no ser aceptado como marido por/para su hija (hombre, el escogido era Gregory Peck, que iba de protagonista), sigue fielmente en su puesto, es capaz de advertir a su dictatorial jefe que está cometiendo un error ... pero no le abandona cuando el viejo terco decide ir hasta el final en su secular disputa con el otro terrateniente.
Pero lo que te resultará más sorprendente es lo que te voy a decir ahora: muchas gracias, porque una película tuya ayudó ¿mucho?, creo que sí, a que escogiera mi senda profesional. No, nunca hiciste de ingeniero naval, que yo sepa, pero tu película “El misterio del buque perdido”, mejor en inglés “The Wreck of The Mary Deare” (tuya y de otro monstruo, Gary Cooper, que también está en los cielos, como dijo una directora española que hizo mejores películas que muchos directores de aquí, Pilar Miró. Dale un beso a ella de mi parte y un respetuoso abrazo a Gary...y, ¡ahora que me acuerdo!, extiéndelo a Richard Harris que se estrenó también en esa película, ¡el mundo es un pañuelo!) me maravilló a mis 10 años. El tema tenía mucho que ver con barcos: abandono de buques, intento de hundimiento para estafar a la compañía aseguradora y cobrar la póliza por la carga de motores de aviación ...sustituidos por cajas con piedras, un vetusto mercante (creo que un carguero Liberty con máquina alternativa de vapor, la repera), un juicio sobre la presunto pérdida y los derechos de salvamento, etc.. Me dije: ¡Cómo me gusta esto!. Y siete años después entraba nerviosillo en mi Escuela de la Ciudad Universitaria donde empecé a contactar con unos amiguetes, que junto con otra buena gente, formamos ahora un grupo de “Cinéfilos” (otro día te lo cuento).
Por último, Charlton, permíteme entrar en un tema delicado: a lo peor no llevas razón, desde mi óptica y en la fecha actual, en algunas de tus opiniones. Me refiero al tema de las armas. Pero a pesar de ello, me parece una injusticia profunda que gente que no me consta, ni de cerca ni de lejos, que sean superiores a ti te descalifiquen por esa opinión olvidando cosas como por ejemplo que, si estoy bien informado, fuiste de los poquísimos actores de fama que apoyaste públicamente a Luther King en su lucha contra la segregación racial, presionaste a la industria para que Orson Welles dirigiera “Sed de mal” e, incluso, financiaste su terminación (que no es una película de la extrema derecha republicana, precisamente) o te opusiste a que la productora intentase cambiar el guión de la ¿primera? película de Sam Peckimpah, “Mayor Dundee” en la que tú eras el mayor reclamo comercial.
Bueno, Charlton, como le dije a Sydney, guárdame un sitio en las verdes praderas y, con tiempo y paciencia, a lo mejor me enseñas a montar a caballo y a utilizar la espada. Como soy mucho más bajo que tú, nunca podría ser Rodrigo, pero a lo mejor, con un poco de trucaje podría ser Álvar Fáñez, el leal compañero de aquel leal vasallo que se merecía mejor señor.
¡Nos vemos!.
Ir al cine en los años 50 y primeros 60 en España, antes de la llegada masiva de la televisión, era un placer casi total, absolutamente inconcebible para la gente que nació después de esa época (y me pega que también en tu tierra, como muestra Woody Allen en su entrañable “La Rosa Púrpura de El Cairo”, aunque allí el cambio debió llegar más de una década antes que aquí). Los niños de entonces al entrar en el cine nos sumergíamos en un universo, ya en color, en el que nos identificábamos con los héroes de las aventuras que se desarrollaban delante de nuestros ojos y vosotros, los actores, os transformabais en los personajes que protagonizaban las historias que, magnéticamente, nos mantenían hipnotizados en nuestros asientos cada sábado por la tarde en los cines de barrio de sesión doble, gracias a Dios sin las odiosas palomitas (la peor cosa llegada al cine desde tu tierra, perdona, Charlton). Así te recuerdo como el supuesto nieto de un faraón que conducía a su pueblo real en su escapada a la libertad hace más de tres mil años, como un príncipe judío que caía en desgracia de los romanos para luego volver a su tierra convertido en hijo adoptivo de un noble general del César (por cierto, chapeau por dos escenas que me impactaron y me siguen impactando de esa película: cuando el espolón de la nave pirata atraviesa en la batalla naval el costado de la trirreme en la que ibas remando como galeote y la no superada carrera de cuadrigas, ni siquiera en “Gladiator”, que precisamente no está mal hecha, pero con toda su informática no llega a la bestial carrera; ¿es verdad que no tuviste un extra que rodase esas escenas en tu lugar?), como un capitán americano en el Pekín de la guerra de los boxers en ¿1900?, como un general inglés en Khartoum luchando contra el “Mahdi”, como un astronauta llorando ante la Estatua de la Libertad semienterrada en la arena de una playa (cuando se estrenó esta película, yo ya era un jovenzuelo) y muchas más, pero sobre todo, como mi héroe favorito de la Historia: Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid.
Me imagino que Ramón Menéndez Pidal, el ya entonces anciano historiador español (tan volcado en el estudio de El Cid que a su única hija le puso Jimena; era un nombre inusual en la España de la mitad del siglo XX, hoy no tanto) que actuó de asesor histórico de la película, tendría buena parte de responsabilidad en el tratamiento en el guión de la escena que más me gusta de la película: cuando Rodrigo le hace jurar a Alfonso VI en su coronación en Santa Gadea de Burgos que no ha conocido ni tenido intervención en la muerte de su hermano mayor, el rey Sancho II.
A mis diez u once años me impactaba cuando en la escena el todavía príncipe hurtaba poner su mano encima de los Evangelios y Rodrigo (con tu cara y gesto) se la cogía y, aplastándola contra libro, exclamaba imperiosamente “¡¡¡Jurad!!!”.... para acatar a continuación del “Sí, juro” al nuevo rey, que lo desterró de inmediato. Durante el resto de su vida, Rodrigo actuó como leal seguidor se su señor, negándose a que lo coronaran rey de Valencia tras tomarla, ciudad que aceptó solo como formando parte del Reino de Castilla (por mucho que se fastidie el Sr. Carod-Rovira), aunque se perdió una vez muerto y solo la recuperó Jaime el Conquistador más de 100 años después, para la Corona de Aragón formando parte del Reino de Valencia (por mucho que se fastidie de nuevo el Sr. Carod-Rovira).
Es un ejemplo perfecto, al menos para mí, de la honestidad y lealtad de una persona:
Honesto por que no duda en arriesgar su fortuna, carrera y vida ante un hecho por el que no quiere “pasar de puntillas mirando a otro lado”, que era lo política y mercantilistamente correcto, que diría Arthur Andersen. ¿Hay hoy en día muchos casos iguales de honestidad y hombría de bien?.
Leal: Hoy en día la lealtad parece que no se lleva nada de nada. Todo se mercantiliza hasta límites denigrantes.
Modestamente siempre he pensado que honestidad y lealtad deberían ser las principales virtudes exigibles y premiadas en cualquier organización humana, pero siempre bidireccionales: de abajo a arriba y de arriba abajo. Si falla en una dirección no se puede demandar en la otra.
Por otra parte, Charlton, también hiciste un papel secundario de una persona honesta y, sobre todo, leal: En “Horizontes de grandeza” de Willian Wyler (debiste gustarle por que al año siguiente te dirigió en "Ben-Hur”, donde ganaste el óscar) eras el fiel mayoral del terrateniente (Burl Yves, óscar a actor secundario por esa película) que después de no ser aceptado como marido por/para su hija (hombre, el escogido era Gregory Peck, que iba de protagonista), sigue fielmente en su puesto, es capaz de advertir a su dictatorial jefe que está cometiendo un error ... pero no le abandona cuando el viejo terco decide ir hasta el final en su secular disputa con el otro terrateniente.
Pero lo que te resultará más sorprendente es lo que te voy a decir ahora: muchas gracias, porque una película tuya ayudó ¿mucho?, creo que sí, a que escogiera mi senda profesional. No, nunca hiciste de ingeniero naval, que yo sepa, pero tu película “El misterio del buque perdido”, mejor en inglés “The Wreck of The Mary Deare” (tuya y de otro monstruo, Gary Cooper, que también está en los cielos, como dijo una directora española que hizo mejores películas que muchos directores de aquí, Pilar Miró. Dale un beso a ella de mi parte y un respetuoso abrazo a Gary...y, ¡ahora que me acuerdo!, extiéndelo a Richard Harris que se estrenó también en esa película, ¡el mundo es un pañuelo!) me maravilló a mis 10 años. El tema tenía mucho que ver con barcos: abandono de buques, intento de hundimiento para estafar a la compañía aseguradora y cobrar la póliza por la carga de motores de aviación ...sustituidos por cajas con piedras, un vetusto mercante (creo que un carguero Liberty con máquina alternativa de vapor, la repera), un juicio sobre la presunto pérdida y los derechos de salvamento, etc.. Me dije: ¡Cómo me gusta esto!. Y siete años después entraba nerviosillo en mi Escuela de la Ciudad Universitaria donde empecé a contactar con unos amiguetes, que junto con otra buena gente, formamos ahora un grupo de “Cinéfilos” (otro día te lo cuento).
Por último, Charlton, permíteme entrar en un tema delicado: a lo peor no llevas razón, desde mi óptica y en la fecha actual, en algunas de tus opiniones. Me refiero al tema de las armas. Pero a pesar de ello, me parece una injusticia profunda que gente que no me consta, ni de cerca ni de lejos, que sean superiores a ti te descalifiquen por esa opinión olvidando cosas como por ejemplo que, si estoy bien informado, fuiste de los poquísimos actores de fama que apoyaste públicamente a Luther King en su lucha contra la segregación racial, presionaste a la industria para que Orson Welles dirigiera “Sed de mal” e, incluso, financiaste su terminación (que no es una película de la extrema derecha republicana, precisamente) o te opusiste a que la productora intentase cambiar el guión de la ¿primera? película de Sam Peckimpah, “Mayor Dundee” en la que tú eras el mayor reclamo comercial.
Bueno, Charlton, como le dije a Sydney, guárdame un sitio en las verdes praderas y, con tiempo y paciencia, a lo mejor me enseñas a montar a caballo y a utilizar la espada. Como soy mucho más bajo que tú, nunca podría ser Rodrigo, pero a lo mejor, con un poco de trucaje podría ser Álvar Fáñez, el leal compañero de aquel leal vasallo que se merecía mejor señor.
¡Nos vemos!.
Manrique
PD: La misma semana que tú te ibas a las verdes praderas, cerraban el cine de Madrid que llevaba el nombre de Rodrigo: “Cid Campeador”. En mi barrio ya solo queda el Conde-Duque, personaje incomparablemente menos atrayente (un abrazo a Quevedo, que te puede hablar del Conde-Duque. Búscale en la sección caballero-poeta-honesto-español-siglo_XVII, seguro que sólo hay uno con esa especificación).
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