viernes, 14 de diciembre de 2018

FALLADOS LOS PREMIOS DEL XXV CONCURSO DE NARRACIONES CORTAS VILLA DE TORRE PACHECO Y DEL VII CONCURSO DE MICRORRELATOS DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL DE TORRE PACHECO

No puedo menos que compartir esta noticia. Por desgracia, no puedo publicar el texto ganador en el foro, pero prometo enviárselo por correo electrónico a quien me lo pida.

FALLADOS LOS PREMIOS DEL XXV CONCURSO DE NARRACIONES CORTAS VILLA DE TORRE PACHECO Y DEL VII CONCURSO DE MICRORRELATOS DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL DE TORRE PACHECO.

Mañana salgo para allí para recogerlo.

9 comentarios:

  1. Enhorabuena Arturo. Mándame el texto por favor: llabres@gmail.com

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  2. Yo también te mando mi enhorabuena, Arturo. Si no es un problema para ti, te agradecería que me lo mandaras a jlopezdi1@telefonica.net
    Un abrazo

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  3. La verdad es que muy pocas veces, si es que hubo alguna, me ha parecido menos afortunado el uso del engañoso verbo "fallar" que en el título de la presente noticia. Vamos, ¡¡que tiene su miaja de mala leche el "fallados" aplicado en un premio concedido a Arturo!! ¡¡No y no!!: deberían haber usado "Acertados", "Justos", "Merecidos" o "Atinados", Sres responsables del jurado de Torre Pacheco. Les hago llegar mi más enérgica protesta por haber utilizado un calificativo tan maquiavélicamente ambivalente.

    Para ti, Arturo, ¡¡Felicidades!! y, por favor, desvélame la historia por ti narrada que te han premiado.

    Un fuerte abrazo

    Manrique

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    1. Gracias, Manrique. Esto días he estado felizmente si ordenador, pero ya le he pedido a José Ramón que te lo envíe.

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  4. Enhorabuena, Arturo. Me alegro muchísimo este premio y, supongo, que te animará a seguir escribiendo.
    A mí también me gustaría leerlo, si me lo puedes hacer llegar te estaría muy agradecida.
    Saludos.
    Ana

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    1. Gracias, Ana, y que lo disfrutes. Acuérdate de respirar de vez en cuando.

      Un abrazo.

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  5. Incluyo a continuación mis palabras en el acto de entrega del premio: Presentación
    Empecé a escribir muy joven, lo que en mi caso significa hace unos sesenta años. Lo malo es que, ya desde aquel momento, el vicio de la mentira empezó a cruzarse con el vicio de escribir. Ya en mi primer texto se mezclaban verdades a medias, falsedades rotundas y afirmaciones dudosas.
    La introducción era, con toda seguridad, falsa: "Mi mamá me mima". En aquellos duros y felices años cincuenta, en el seno de una familia que me educaba espartanamente en la obediencia y la austeridad, no había peor insulto que el de niño mimado. Mi mamá no me mimaba.
    El nudo era, cuando menos, discutible: "Mi mamá me ama". No mejoraba la veracidad en el desenlace: "Amo a mi mamá". ¡Si todavía no sabía lo que significaba la palabra amar!
    Con los años seguí escribiendo textos cada vez más extensos, en los que surgían, como malas hierbas, los brotes verdes de la mentira: "Este fin de semana no he salido, he estado estudiando mucho", les contaba a mis padres, con la seguridad de que los seiscientos kilómetros que nos separaban les haría imposible comprobar mis afirmaciones.
    En aquellos tiempos convulsos, los primeros setenta, cuando se vislumbraba el fin de la dictadura, no me privé de redactar textos dirigidos a un público más amplio, panfletos a ciclostil y carteles escritos a mano, con proclamas anarquistas llenas de mentiras piadosas: el comunismo libertario, la igualdad entre el hombre y la mujer, la salud por el ajo y la cebolla… Menos mal que no los leían, en el mejor de los casos, más allá de veinte o treinta personas.
    Con la búsqueda de empleo, llegó el maquillaje del currículo, todo un género literario, con el que conseguí mi primer trabajo serio, aquí cerca, en Cartagena, mis informes contenían habitualmente cierta dosis no excesiva de imaginación, para suplir mi falta de dedicación o de conocimientos. Con razón decía mi padre que yo, lo que no sé, lo invento.
    Mis primeras publicaciones fueron unos cuadernos de mis viajes por el archipiélago indonesio. Para hacerlos más atractivos, describía anécdotas y situaciones en las que, por suerte, nunca me había visto envuelto. Geografías imaginarias, idiomas inventados, fotos sacadas de contexto, todo valía para atraer la atención de las lectoras.
    Solo unos años, por desgracia demasiado pocos, descubrí una solución que, combinando mis dos vicios más conocidos, el de escribir y el de mentir, los transformaba en una virtud, en algo aceptado socialmente. La panacea era dedicarse a “La Ficción Literaria”, así, con mayúsculas. Ahora, ya puedo contar impunemente mentiras, sin miedo a que me desenmascaren. Como se supone que me invento todo lo que escribo, a nadie le extraña encontrarse en mis relatos situaciones inverosímiles, personajes imposibles o lugares inexistentes.
    Lo malo es que, cuando por fin podría escribir tranquilo, y engarzar toda una sarta de falsedades hasta formar una novela, el virus me ataca desde otro ángulo. Comencé, primero con cuentagotas y luego a chorro, a mezclar verdades con lo que en teoría era pura ficción. Algunas, cada vez más, de las cosas que sucedían en mis novelas, no eran imaginarias, como yo afirmaba, sino que en realidad me habían sucedido a mí, o al menos a personas muy cercanas. Esta contaminación ha ido creciendo, hasta que a mí mismo me resulta difícil distanciarme de alguno de mis personajes, distinguir mis sueños y recuerdos de los suyos.
    Para terminar, y aunque mucho me temo que, a estas alturas, mis palabras ya no os ofrezcan ninguna credibilidad, os aseguro que el relato premiado en este concurso lo he escrito yo, no ese Filisberto que lo firma. De verdad. Lo prometo. O sea que si no os gusta, solo a mí me podréis echar la culpa.

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