Dresde, capital Del Estado federado de
Sajonia
Llegué a Dresde en el verano de 1999, la primera ciudad
alemana que visitaba. La elegí por su arte y no me defraudó, a pesar de
encontrarse en proceso de reconstrucción. Pero conservaba ese glamour que
tienen algunas ciudades europeas. Alguien la ha comparado con Florencia, la
Florencia del Elba, dicen. Los gustos son tan personales que es difícil
establecer cánones. Desde luego, para mí, una cosa es Florencia y otra es
Dresde. Ni una es mejor que la otra ni tampoco
se parecen. Prometí volver cuando la cúpula de la Frauenkirche estuviera
terminada y no he vuelto. En ese momento estaban todos los pedazos de la famosa
cúpula, como si de un puzle gigantesco se tratara, debidamente clasificados y acordonados en un
perímetro aproximado al tamaño de la plaza de España de Madrid. Eso me
emocionó, por eso decidí volver.
Era una ciudad que empezaba a levantarse de un pasado duro,
todavía se veían trabant, esa marca de coches de la República Democrática
alemana, con aspecto de que se iban a parar en cualquier momento para no volver
a arrancar. Calles con poca circulación, con lentos tranvías, parecía el tiempo
detenido. Pero sabíamos que no iba a seguir así por mucho tiempo, que la
reunificación iba en serio y, que en unos pocos años, Dresde se podría comparar
a cualquiera de las ciudades del oeste de Alemania.
El mayor esplendor de la ciudad comenzó en 1694 coincidiendo
con el comienzo del reinado de Federico Augusto I, el Fuerte; una estatua
ecuestre totalmente dorada y con armadura romana que desde un alto pedestal
parece que nos diera la bienvenida, nos lo recuerda; 69 años de reinado en el
que se dieron cita artistas, músicos, artesanos italianos, literatos, entre los
mejores de Europa y nos dejaron
bellísimas obras de arte.
El día de la
Ascensión, a las tres, penetraba un joven en la ciudad de Dresde por la Puerta
Negra, metiéndose, sin advertirlo, en un cesto de manzanas y de bollos que
vendía una vieja, de modo que toda la mercancía salió rodando y los chiquillos de
la calle se apresuraron a apoderarse del botín que tan generosamente les
proporcionaba aquel señor. (El puchero de oro. E. T. A. Hoffmann (Könisbreg, Prusia 1776- Berlín, Alemania,
1822)
Estamos en la mejor época de Dresde, la ciudad rococó por
excelencia. El nombre de rococó, que viene de rocaille se dio mucho más tarde por los adversarios en sentido
despreciativo y caricaturesco. Pasan los años, los gustos cambian y se ponen
las cosas en su lugar. Un estilo, que a menudo se considera heredado del
barroco y no es así, convive en la misma ciudad, como es nuestro caso y lo
supera en gracia, originalidad y belleza. Francia inició el proceso. Pero, por
lo menos, en arquitectura, Alemania produjo el mayor número de obras. El
Zwinger de Dresde es la obra maestra de
Matthäus Daniel Pöppelmann construido
entre 1711 y 1722 para Augusto el Fuerte. El Zwinger es un conjunto de salones
de baile, de juego, termas, grutas y galerías, destinado a albergar las grandes
fiestas de corte, único en su género en Europa. La estructura adoptada por
Pöppelmann en el pabellón del recinto del Zwinger, un cuerpo redondo en el
centro de dos alas bajas, fue la solución típica del Rococó alemán. Así, hay
que verlo para entenderlo.
No estoy menospreciando el barroco pero la diferencia de
estilos es importante. Mientras que el Rococó busca lo agradable, refinado y
desenvuelto, sutilmente sensual, el barroco tiende a lo imponente y sublime. Ambos
estilos subsisten a la vez, el barroco destinado a edificaciones más serias,
iglesias, el rococó más lúdicas. Es decir es la función lo que determina el
estilo. Así tenemos la impresionante cúpula de la Frauenkirche, iglesia de
Nuestra Señora, construida entre 1726-1743, de estilo barroco.
En escultura y pintura las diferencias son todavía más
notables; el abandono de los temas grandiosos, de las proporciones majestuosas,
en favor de los temas más ligeros y agradables, de pequeñas y refinadas
dimensiones, de colores mórbidos y airosos. Y, además, la valorización de las
artes menores, que en este periodo viven un gran momento: muebles, espejos,
tapices, porcelanas y plata.
Las primeras porcelanas europeas fueron fabricadas
precisamente en la manufactura sajona de Meissen, que mantuvo y mantiene un
altísimo prestigio.
En la estrecha calle Augustusstrasse, se encuentra la fachada
exterior de la Larga Galeria, aquí , sobre una longitud de 102 metros, el
pintor Wilhelm Walter había representado (1873-76) a los soberanos de la
dinastía de los electores de Wettin, el llamado “Desfile de los Príncipes”,
primeramente con la técnica del revoque rasguñado. Después de que aparecieran
daños en la construcción, en 1906 se reprodujo el monumental mural sobre 24.000
azulejos de porcelana de Meissen. Esta obra aguantó incluso la noche del
bombardeo de 1945 sin detrimento y documenta la historia milenaria de la
dinastía de los príncipes electores de Wettin así como la vestimenta y armas de
las distintas épocas.
En 1697, Augusto el Fuerte se pasa, con toda su corte, al
catolicismo y se convierte en rey de Polonia. Las primeras misas las mandaba
celebrar en la capilla del Palacio Residencial y, a partir de 1707, en el vacío
teatro de la ópera, junto al Palacio. En 1727 cuando la población evangélica
estaba a punto de crear, con la construcción de la iglesia “Frauenkirche”, la
obra arquitectónica religiosa protestante más importante de Europa. Augusto III
vio la necesidad de edificar una iglesia católica. La planificación y los
preparativos se llevaron en el máximo secreto, Fue encargada a Gaetano Chiaveri,
entre 1739-1755, que la decoró con 78 imágenes de santos en las balaustradas, al gusto italiano. La
Horfkirche o catedral de la Santísima Trinidad que así se llamó, tenía
prohibido el tañer de las campanas y las
procesiones deberían celebrarse dentro de la catedral.
En el siglo XVIII, un grupo de pintores venecianos,
Canalleto, Belloto, Guardi, Marieschi, crean un tipo de paisaje nuevo, son
vistas de Venecia en su mayoría, pero no sólo de ésta, también de otras
ciudades europeas a donde viajan y recrean su ambiente, los lugares donde se desarrolla
la vida cotidiana de sus ciudadanos, sus costumbres, mercados, meriendas en las
orillas de los ríos o en pequeñas embarcaciones, todo con el decorado de la
ciudad al fondo; son los que se llamarán vedutistas. Se pusieron tan de moda porque
muchos príncipes, aristócratas y adinerados personajes de la época deseaban
adquirir una de estas “vistas”.
Bernardo Belloto, llamado el Canaletto joven, (Venecia 1721-
Varsovia 1780) pintor y grabador, sobrino de Canaletto, viajó por distintas
ciudades europeas; llegó a Dresde en 1747 donde trabajó hasta 1758 y fue
nombrado pintor de corte de Augusto III. Nos dejó las más bellas vistas de la ciudad
con el Augustusbrücke sobre el Elba en primer término y la ciudad con su
esplendorosa cúpula de la Fraunenkirche en segundo término. Se pueden
contemplar todas sus obras en la Gemäldegalerie Alte Meister. Belloto en 1759
viaja a Viena, después Munich, pero en 1761 regresa a Dresde, devastada por la
guerra de los siete años, permanece allí otros seis años. Acabaría sus años en
Varsovia.
En la pinacoteca de los “Maestros Antiguos” además de muchas
otras pinturas
magistrales se puede admirar la famosa Madonna Sixtina, obra de
Rafael (1483-1520).
Ni en Dresde ni en las principales ciudades europeas se puede
vivir sin música. Ha formado parte de nuestra tradición desde siempre y ha
evolucionado paralelamente a nuestro desarrollo cultural y científico. Los
grandes compositores, los genios son europeos: alemanes, italianos, rusos sobre
todo, pero también, ingleses, franceses o españoles.
Por tanto se necesitaban hermosos teatros para escuchar tan
maravillosas melodías. Y
los arquitectos se lucían cuando había que hacer un auditorio o un palacio para representar ópera. No sólo la acústica sino también la belleza artística buscaban estos genios de la arquitectura. En Dresde, Gottfried Semper construye un palacio para ópera en 1841 y se convierte en la envidia de toda Europa. Un año después llega Richard Wagner como director de música. Pero el afamado y suntuoso edificio, de estilo renacentista italiano fue pasto de las llamas y quedó destruido en 1869. Nuevamente se le encarga a Semper la planificación de un teatro para ópera y otra vez realiza un maravilloso proyecto que será destruido en febrero de 1945. Pasaron 40 años pero se ha reconstruido fielmente el proyecto de Semper. Ojalá esta ciudad no tenga que sufrir nuevas reconstrucciones.
los arquitectos se lucían cuando había que hacer un auditorio o un palacio para representar ópera. No sólo la acústica sino también la belleza artística buscaban estos genios de la arquitectura. En Dresde, Gottfried Semper construye un palacio para ópera en 1841 y se convierte en la envidia de toda Europa. Un año después llega Richard Wagner como director de música. Pero el afamado y suntuoso edificio, de estilo renacentista italiano fue pasto de las llamas y quedó destruido en 1869. Nuevamente se le encarga a Semper la planificación de un teatro para ópera y otra vez realiza un maravilloso proyecto que será destruido en febrero de 1945. Pasaron 40 años pero se ha reconstruido fielmente el proyecto de Semper. Ojalá esta ciudad no tenga que sufrir nuevas reconstrucciones.
Continuación de El Puchero de oro de Hoffmann:
Ante el griterío que armó la vieja, abandonaron las comadres
sus puestos de bollos y aguardiente, rodearon al joven y lo llenaron de soeces
insultos; tanto, que el infeliz, mudo de vergüenza y de susto, sólo pensó en
entregar su no muy bien provisto bolsillo a la vieja; que lo cogió ávidamente,
haciéndolo desaparecer. Entonces se abrió el círculo; pero cuando el joven
salió huyendo, la vieja le gritó: “¡Corre…, corre…, hijo de Satanás, que pronto
te verás preso en el cristal! La voz chillona y agria de la mujer tenía algo de
horrible; los paseantes se quedaron parados en silencio y la risa de todos
desapareció. El estudiante Anselmo-que este era nuestro joven- aunque no
comprendía el sentido de las palabras de la vieja, se sintió sobrecogido por un
involuntario estremecimiento, y apresuró más y más el paso para escapar a la
curiosidad de las gentes. Conforme se abría camino entre la multitud, oía
murmurar: “¡Pobre muchacho!... ¡La maldita vieja!...”
…
Pasó de largo por la puerta de los Baños, y por fin fue a
refugiarse en el paseo a orillas del
Elba, que estaba solitario. Bajo un saúco que sobresalía de una tapia halló una
sombra amable; se sentó tranquilamente y sacó una pipa que le había regalado su
amigo el pasante Paullmann. Ante su vista jugueteaban las ondas doradas del
Elba, detrás de las cuales se levantaban las torres esbeltas de Dresde en el
cielo polvoriento del cielo, que cubría las verdes praderas floridas y los
verdes bosques; y en la profunda oscuridad se erguían las dentadas montañas,
nuncios del país de Bohemia.
Como Anselmo podemos sentarnos y
disfrutar de tan bellas vistas si, durante unas cortas vacaciones, decidimos
pasarnos por Dresde.
Los jardines de los Baños de Linke,
en la orilla derecha del Elba, eran uno de los sitios más frecuentados por los
habitantes de Dresde; se podía escuchar música y beber café con ron, cerveza o
aguardiente. La puerta negra hace referencia a una construcción
romana
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