sábado, 23 de marzo de 2013

Bebo Valdés, hasta el final.

Claro, es que no lo pude evitar: me entregaron mi coche nuevo un 31 de julio, justo cuando comenzaban mis vacaciones y, con un fantástico techo acristalado como tenía mi Peugeot, no pude hacer otra cosa más que pasar por casa, hacer las maletas, meter a mis hijas en el coche y tirar hacia Los Picos de Europa como destino. "Mamá, pero eso está muy lejos", "Calla, niña, que verás lo que vas a ver, je".

Casi siempre me había llevado música de Madredeus, Dulce Pontes, o alguna cosa celta en mis viajes por el Norte, y en aquella ocasión también estaban en el tragadiscos de mi flamante 307SkyWindow-StationWagon. Y con esas llegamos a Viella, lugar donde yo me había refugiado tantas y tantas veces cuando vivía en Madrid. Paseos por el monte en silencio... silencio en el coche al pasar el túnel cuando más que un túnel era un callejón en donde elegir si rozarte contra las paredes o contra los que vienen de frente, si no andas espabilado. De allí a Aigüestortes y Lago San Mauricio, caminatas, silencios, sonidos de aguas, vida. Y de allí, siguiendo siempre hacia los Picos..., Ordesa y su Monte Perdido, Valle del Salazar, Selva de Irati... y seguía sonando en el coche Madredeus o mi linda Dulce.

Apareció la costa en San Sebastián y ya no la pude dejar, me atrapó el mar. Sonaba Night Noise y también Bill Douglas, hasta que pasado Santander volvieron a aparecer los montes y di paso a Amalia Rodrigues y "Por uma lágrima túa". Me atraparon los acantilados de Suances, donde tantas veces también busqué aire en mis días de asfixia.

Desde Bulnes y disfrutando del Picu y en una milagrosa cobertura de movistar: "Hola, que estamos en Asturias...".

Ya no sonaba música, sonaban palabras bajo un espléndido y recio magnolio llenito de flores, charlas por el Paseo de San Pedro, silencios disfrutando de la belleza de Ballota y calor en la casa, sidrina y cariño. Y, mientras disfrutaba del cobijo de la piedra en la pared y de la madera alrededor, comenzó a oirse un piano. "¿No le conoces?, es Bebo". Era Bebo y también El Cigala en una combinación perfecta de jazz latino con un desgarrao flamenco. Impecable. Me habló de Calle 54, del cortometraje y del Bar en Madrid, de Fernando Trueba.

"... tiene lágrimas negras como mi vida..." "... aunque tú has muerto mis ilusiones..." "... en vez de maldecirte con justo encono, en mis sueños te colmo de bendiciones" "... y yo lloro sin que tú sepas que el llanto mío tiene lágrimas negras como mi vía".

Y ya no pude dejar de oirle, me atrapó Bebo y me atrapó El Cigala. "Toma, llévatelo".

Y el Cigala cantó hasta llegar a Cádiz y el Bebo le acompañó una y otra vez sin rechistar. Y tampoco rechistó nadie en el coche por oirles una y otra y otra vez.... "Se me olvidó que te olvidé, a mí que nada se me olvida".

"... seré en tu vida lo mejor en la neblina del ayer..."

Fue un viaje inolvidable del verano del 2003; hoy, diez años más tarde, aquí sentada en el sofá de mi casa, sin montañas, sin sidrina, sin chirucas, sin el cielo en un techo de cristal, me estoy enjugando algunas lágrimas negras porque también Bebo me ha dejado.

Marga.

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