Queridos Cinéfilos:
Cierro la “Trilogía
policíaca” con este comentario sobre el tema, cambiando completamente el
escenario, el tono y la actitud ante la vida: lo que en “Asesinos sin rostro” era gris pesimismo e infelicidad generalizada
en un entorno sueco, crecientemente nihilista pero con genes calvinistas heredados, que
compagina un alto nivel de vida y bienestar social con una elevada proporción
de suicidios, en “Los crímenes del Museo
del Prado” (2007) es un ambiente, ¿como lo calificaría?, católicamente carnavalesco, restallante de color en el que, camuflados en una delirante
trama policíaca (en la que sólo falta la “TIA”, aunque no la aparición de una
imagen de Mortadelo, no es broma) edulcorada con hispánico sentido del humor,
se nos suministran, como el que no quiere la cosa, gotas de amarga reflexión
sobre nuestros más profundos vicios patrios, todo ello trufado, que diría el
Sr. Guerra, de múltiples guiños culturales sobre Pintura (se nota que el autor
es un muy buen conocedor, incluso enamorado, del Prado: nos habla desde Van der
Weiden, El Bosco, Rafael, Patinir, El Greco y Velázquez, a Goya y otros muchos llegando a
… Federico Madrazo, contemporáneo éste del protagonista de la novela, ¡ya en el
siglo XXI(!?), pero mejor no dar demasiadas pistas) y Literatura e Historia de España
en el periodo romántico del XIX (por ejemplo, yo no tenía ni idea de quién era
Patricio de la Escosura, que en la trama también hace su cameo como amigo del
protagonista, pero constaté su realidad histórica consultando wikipedia, como
sospeché desde que sale a escena).
Una breve sinopsis de la
novela: Madrid, primera década del presente siglo. Un joven y anacrónico
periodista, Mariano Larra, sin “de”, y su compañero, reportero gráfico, el
mujeriego Fran Kapa, que han realizado un reportaje sobre el enorme éxito de
público de una exposición monográfica de Velázquez en el Museo del Prado, son
testigos de un asesinato en una de sus salas cuando la víctima se extasiaba
delante de “El triunfo de la Muerte”
de Brueghel y, como perfectos buitres de presa de la prensa amarilla, azuzados
por su director para obtener una serie de reportajes exclusivos, no cejarán en su
investigación hasta desentrañar el misterio con todas sus retorcidas
ramificaciones y desenmascarar al asesino. La guinda de la narración está
compuesta por un par de sorprendentes guiños finales: uno para concordar con la
Historia (¡Ay, Dolores Armijo!, yo no sabía de ti, “cherchez la femme”, dicen los franceses) y una boutade que, me imagino, le hubiera encantado a Woody Allen o a Tim Burton si hubieran podido realizar una película sobre esta novela … pero para eso era condición necesaria que tuvieran un buen conocimiento del entorno madrileño en que se desarrolla (un ejemplo de localización puntual: paso varias veces a la semana por delante de “La tienda del espía” donde los protagonistas compran unos gadgets) y del carácter celtibérico de los personajes que en ella aparecen. Si alguno tenéis trato con Alex de la Iglesia, avisadle; a él, responsable de “La comunidad” o “El día de la bestia”, sí que le vendría como anillo al dedo esta novela como base para el guión de una de sus películas más típicas o mucho me equivoco.
Voy a hacer una confesión:
tras dejar pasar unas semanas después de haber devorado “Los crímenes del Museo del Prado” y tratando de ser honesto, puedo
asegurar que no soy capaz de recordar ningún libro que al leerlo me haya
producido una explosión tal de endorfinas, serotonina o lo que sea que
dictaminen los biólogos como causa de una pura y dura mejoría de estado de ánimo. El caso
es que, en varias ocasiones, llegué a estallar en carcajadas en solitario,
cuando creo que esto sólo me había ocurrido leyendo “Sin noticias de Gurb” de Eduardo Mendoza, en menor grado en otras
dos novelas suyas, “El laberinto de las
aceitunas” y “El misterio de la
cripta encantada”, y también en algunas páginas de “La conjura de los necios”, el magnífico pulitzer y bestseller póstumo de John Kennedy Toole. Y sin hacer estúpidas comparaciones, he de decir que Tomás García Yebra me ha recordado en no pocos detalles al Mendoza de esas novelas, lo que estimo que es una gran alabanza para aquél cuando consideramos que este último estaba en el nº 12 de la lista de posibles ganadores del Nobel de Literatura de este año que elaboraron las casas de apuestas inglesas.
Un par de pequeños “peros” a
la trama: el artefacto homicida me parece demasiado avanzado tecnológicamente
hasta para 007 (bueno, mucho mayores licencias se tomó Allen en "La Rosa Púrpura del Cairo", para él y para mí su obra maestra,… y nos
encantó) y la aparición de la imagen de
Mortadelo, como cachondez, sublime, pero un poco pasada de rosca y
perfectamente prescindible para la historia, claro que comparada con “Sin noticias de Gurb”, la novela de
García Yebra resulta hiperrealista (mi siguiente lectura, cuando consiga acabar
la plomizamente profunda novela que estoy leyendo, va a ser “El enredo de la bolsa y la vida” de
Eduardo Mendoza, al que le debemos en este Foro un comentario específico, que
preferiría que escribiera Ana Díaz, que
me consta que lo ha leído bastante más que yo) y ofrece, al menos para mí, una divertidísima, imaginativa y original farsa
policíaca, con toques de crítica social, excelente documentación, algunos
chistes espléndidos e, incluso, un par de recetas gastronómicas que Fran Kapa
cocina cuando trata de alcanzar a través del mantel las sábanas de la joven
danesa a la que ha invitado a cenar en su casa.
Pero debo reconocer que
tengo un defecto, bienintencionado, pero grave: cuando algo me gusta tiendo a
extrapolar que le debería gustar a todo el mundo, pero puedo prometer y prometo
que es porque no imagino disfrutar de ningún placer en solitario y, por ello, no
puedo dejar de aconsejaros leer esta novela que me ha hecho pasar unas horas
deliciosas.
Por último, en plan
contraportada, la presentación del autor: Conocí literariamente a Tomás García
Yebra (1956,
licenciado en Historia del Arte y periodista) ya que pertenece a una familia
navera y publicó “Historia secreta de las
Navas del Marqués” hace más de una década, absoluto bestseller en ese
pueblo, al que siguió una segunda parte en 2005, y como algunos sabéis allí veraneo
desde hace casi 40 años, por ello leí ambas misceláneas (hechos históricos,
recuerdos vividos, anécdotas, personajes naveros…) que me resultaron
entrañables e interesantes.
Este verano me enteré de que había instalado una especie de museo-librería en el barrio de la estación, abierto los fines de semana. Lo visité y le conocí personalmente. Tras charlar con él no más de un cuarto de hora, me di cuenta de que es una persona extrovertida, de amena conversación y ¡cinéfilo!: Ya en un capítulo de “Historia secreta de las Navas del Marqués” narra su no superado terror infantil al ver la primera película que recuerda, “El cebo”, inusual y excelente coproducción hispano-suiza-alemana del director húngaro Ladislao Wajda, en cuyo guión coparticipaba nada menos que Friedrich Dürrenmat (es pecado mortal que no hayamos publicado nada sobre ella en el Foro). Y allí, entre libros, carteles de películas, carátulas de vinilos, una gran maqueta de tren eléctrico pasando por Las Navas, etc., compré el ejemplar de “Los crímenes del Museo del Prado” que he leído.
Siento a la vez ganas y temor, por el respeto y admiración que tengo por la película original de 1958, de leer la nueva novela, “El cebo”, que ha publicado recientemente García Yebra, adoptando como portada la imagen de un dibujo infantil similar a uno esencial que aparecía en la película de Vajda y creo que la acción se desarrolla en Las Navas (cuyos amplios pinares recuerdan a los bosques suizos de la película). ¿Habrá salido bien el experimento?. Desde luego en el Ateneo ya han presentado la novela el mes pasado, como en uno de los enlaces que anexo podéis comprobar. Ya lo veré. Lo que no hay duda es que García Yebra es un cinéfilo de pro.
Este verano me enteré de que había instalado una especie de museo-librería en el barrio de la estación, abierto los fines de semana. Lo visité y le conocí personalmente. Tras charlar con él no más de un cuarto de hora, me di cuenta de que es una persona extrovertida, de amena conversación y ¡cinéfilo!: Ya en un capítulo de “Historia secreta de las Navas del Marqués” narra su no superado terror infantil al ver la primera película que recuerda, “El cebo”, inusual y excelente coproducción hispano-suiza-alemana del director húngaro Ladislao Wajda, en cuyo guión coparticipaba nada menos que Friedrich Dürrenmat (es pecado mortal que no hayamos publicado nada sobre ella en el Foro). Y allí, entre libros, carteles de películas, carátulas de vinilos, una gran maqueta de tren eléctrico pasando por Las Navas, etc., compré el ejemplar de “Los crímenes del Museo del Prado” que he leído.
Siento a la vez ganas y temor, por el respeto y admiración que tengo por la película original de 1958, de leer la nueva novela, “El cebo”, que ha publicado recientemente García Yebra, adoptando como portada la imagen de un dibujo infantil similar a uno esencial que aparecía en la película de Vajda y creo que la acción se desarrolla en Las Navas (cuyos amplios pinares recuerdan a los bosques suizos de la película). ¿Habrá salido bien el experimento?. Desde luego en el Ateneo ya han presentado la novela el mes pasado, como en uno de los enlaces que anexo podéis comprobar. Ya lo veré. Lo que no hay duda es que García Yebra es un cinéfilo de pro.
Reseña
y datos del autor en la Editorial Funanbulista:
Sinopsis
de “Los
crímenes del Museo del Prado” en:
Larra
es presentado a Dolores Armijo:
Reportaje
sobre la tienda-museo del Autor en Las Navas del Marqués:
Artículo
de García Yebra “El Museo del Prado que no se ve” publicado en El Ideal de
Granada:
Perdonadme el rollo, pero he
creído necesario avisaros de la existencia de esta novela no promocionada en
absoluto (cuando algunas auténticas basuras copan los mejores puestos de las
listas de ventas) que divierte, divulga cultura y mejora el bienestar mental
del lector, al menos a mí, Amigos.
Y de paso, os deseo que
mañana tengáis una entrañable Nochebuena, seguida de una familiar Navidad y que
2013 no se comporte como sus dos últimos dígitos amenazan. ¡Al menos el mundo
no se acabó el viernes!. Algunos lo celebraremos viendo la siempre maravillosa “¡Qué bello es vivir!”
Manrique
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