Gracias Mario:
Quiero agradecerte públicamente el impagable regalo de tus libros, de los que he de confesarte que sólo he leído seis, que me han encantado y sorprendido, desde el erotismo de "Elogio de la madrastra" al terror mineral y milenario de "Lituma en los Andes", pasando por el crítico humor de "Pantaleón y las visitadoras", pero fíjate que, tras planteármelo con cierta reflexión, considero que dos de tus novelas (¿novelas?, sí, pero terriblemente históricas), "La guerra del fin del mundo" y "La fiesta del Chivo", están claramente entre las ¿cinco?, ¿diez?, desde luego no alargo más la lista y hasta la acorto, mejores que he leído en toda mi vida; la primera una tragedia épica, tan conseguida como en su día descubrí que, en otro sentido, era "Cien años de soledad", y no desentonado la segunda de la orwelliana maravilla que es "1984", con la que comparte un mensaje ejemplar: el profundo análisis de una tiranía y del mal moral y físico que impregna en la sociedad que la sufre. Si además rememoro su magnífica construcción y exquisita prosa, que visten una trama subyugante, para mí la nota no puede ser más que un 10.
Respecto a tu discurso de aceptación en Estocolmo, creo que lo mejor es que los "Cinéfilos" que lo deseen accedan a él y lo lean en
http://www.youtube.com/watch?v=HiiwGvOE4kM
pero no puedo imaginar que ningún amante de la literatura no suscriba el amor que tú le demuestras en el primer párrafo del mismo (que con permiso de la © FUNDACIÓN NOBEL 2010 y tuyo reproduzco):
"Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas."
Tampoco creo que un amante de la libertad se resista a este banderín de enganche contra todas las dictaduras:
"Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaron al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes de Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Yo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan- el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de Estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones, demorando la reconstrucción democrática.
Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra."
Ni a tu reflexión respecto a los indígenas americanos:
"La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza."
Termino, Mario, muchas felicidades por tu Premio Nobel, tan merecido. Yo voy a seguir gozando leyendo el resto de tus novelas...casi mejor llamarles historias de un escribidor.
Gracias, Maestro.
Manrique
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