Soy una admiradora de Mario Vargas Llosa desde los años setenta en los que leía todo lo que caía en mis manos de uno de mis escritores favoritos: novela tras novela: “La tía Julia y el escribidor”, La casa verde”, “Pantaleón y las visitadoras”, “La ciudad y los perros”, “El hablador” y “La guerra del fin del mundo”, su obra cumbre que le consagró como un escritor excepcional, todas las devoraba con devoción. Después vendrían otras muchas, algunas no mejores que éstas.
A Vargas Llosa le han concedido el premio Nobel de literatura 2010.
Decir de él que es un gran comunicador, con carisma, y encanto personal no es nada nuevo. Hace tres años asistí a una conferencia que dio en la Fundación Juan March y se convirtió en una clase magistral de literatura.
De las cosas que recuerdo es cómo nos animaba a leer, a saber leer, a disfrutar de cada relato, de cada metáfora, de cómo la lectura despierta la imaginación. Cuando habló el escritor y con la sinceridad que le caracteriza nos explicaba la ventaja de utilizar la ficción para contar un hecho verídico y nos confesó su preferencia por “El hablador” y que él se considera un hablador, el que cuenta historias. No pudo dejar de mencionar a Faulkner y cómo no a Flaubert, igual que ahora al recibir el Nobel. Porque ¿Qué sería de Vargas Llosa sin Flaubert? Y es que antes de leer a Vargas Llosa hay que leer a Flaubert y no digamos a Cervantes o a Proust y desde luego a Faulkner.
La lista que nos propone Vargas Llosa es larga pero es muy conveniente tenerla presente porque sacaremos de ella las mejores páginas de la literatura universal. Solamente echo de menos a Dostoievski. Una pregunta que me hubiera gustado hacerle: ¿Por qué le ha dejado fuera?
Que Vargas Llosa es elegante es bien sabido. Y ser elegante con las palabras es muy difícil porque ¿Se debe imponer la elegancia por encima de la realidad o de la verdad? Aunque se trate de mi verdad o de mi punto de vista. Cuando Vargas Llosa dice que nunca se ha sentido extranjero en ninguna ciudad o país en el que ha vivido, puedo creerle pero no puedo compartirlo ¿Se puede sentir igual en Madrid que en Barcelona? ¿Igual en Paris que en la República Dominicana? ¿En Londres que en Brasil?
En cuanto a su largo discurso sobre política no lo encuentro necesario; los que hemos seguido su trayectoria la conocemos bien y no hay más que decir. Pero él es un pensador comprometido con la sociedad que le ha tocado vivir y no rehuye enfrentarse a cualquier ideología por difícil que ésta sea.
Cuándo yo era adolescente creía que los galardonados con el Nobel eran el Santa Sanctórum de la literatura. Con el tiempo me he ido desencantando, para llegar a la conclusión de que un escritor consagrado no lo necesita, es algo superfluo en su vida e incluso puede llegar a ser molesto. Pero ¿Quién no sucumbe a un pequeño acto de vanidad?
Ana Mª Díaz
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