lunes, 27 de mayo de 2019

La divina sabiduría

La tarde del viernes, después de la excursión a Rila, la dedicamos de nuevo a pasear por el centro de la ciudad, cuyos edificios oficiales son una curiosa mezcla de estilos. Desde un palacete ecléctico de la época otomana, que ahora alberga la Galería Nacional de Arte, hasta una sala de exposiciones ubicada en los antiguos baños públicos, un precioso edificio en estilo modernista arabizante.

Terminamos el día paseando por la calle Vitosha, el verdadero corazón de la ciudad. Cerrada totalmente al tráfico rodado, está llena de terrazas y restaurantes, y es un punto ideal para observar la mezcla étnica de los habitantes de esta ciudad de más de millón y medio de habitantes.

El sábado, por fin, deja de llover. Amanece muy temprano, con un sol que parece sacar a toda la ciudad a pasear. Dedicamos la mañana a visitar —por fin— muchos de los edificios que habíamos visto por fuera las dos tardes anteriores. Empezamos recorriendo las ruinas romanas descubiertas bajo la plaza de Serdika, que incluyen desde un tramo de las antiguas murallas hasta un anfiteatro de sesenta metros de largo y más de cuarenta de ancho, muy poco visitado.

En el extremo norte del bulevar Princesa María Luisa, y visible desde la misma plaza se levanta la Mezquita de los Muchos Baños, construida en 1576 y único lugar abierto al culto musulmán en toda la ciudad. No olvidemos que Bulgaria perteneció al imperio otomano hasta 1878, hace solo ciento cuarenta años, cuando fue conquistada por las tropas rusas. Su arquitecto, Sedefkar Mehmet Aga, es el mismo que años después diseñaría la Mezquita Azul. Aunque de mucho menor tamaño, su interior ya adelanta la luminosidad de su hermana mayor. Por desgracia, los baños que dan nombre a la mezquita, y que se ubican sobre unos manantiales termales, hace años que dejaron de cumplir esa función.

Justo enfrente de la mezquita está el Mercado Central, un edificio victoriano con estructura de hierro fundido. Nos resulta un tanto decepcionante, sobre todo después de haber leído en una guía que recordaba a los grandes bazares turcos. Un par de pescaderías, varias carnicerías y alguna frutería ocupan una pequeña parte del mercado; el resto de las tiendas se dedican a la venta de suvenires de poca calidad, de ropa pasada de moda o de trastos diversos al estilo de un bazar chino.

Al ser sábado, día de descanso para los judíos, la Gran Sinagoga está cerrada, pero el barrio de alrededor hierve de gente. Muchos locales dedicados a las ocupaciones tradicionales de los judíos: joyeros, ropavejeros, relojeros y chambones, pero también había comercios de barrio: alimentación, peluquerías, pequeños electrodomésticos, ropa un tanto cursi… A unos cientos de metros nos encontramos el llamado Bazar de las Mujeres, lleno de campesinas con los productos de su huerto, vendedores ambulantes, puestos de aceitunas o de pescado seco, tiendas de herramientas domésticas o agrícolas, cerámica, lana y tejidos artesanales. Este era el verdadero bazar, mucho más animado que el decadente Mercado Central.

Cruzamos de nuevo por la inevitable Serdika, y después de asistir a los preparativos de un bautizo en la enorme iglesia de la Semana Santa, nos acercamos a visitar la minúscula iglesia Rotonda San Jorge, encajada en un patio entre el Hotel Balkan y el Ministerio de Educación y Ciencia. Me imagino que los amantes del esoterismo dirán que allí confluyen las líneas de fuerza, o algo parecido, porque el templo se fundó en el siglo IV en los terrenos que había ocupado anteriormente un templo precristiano, y en el siglo XVI, en la época otomana, se utilizó como mezquita. En la actualidad sigue abierto al culto ortodoxo, según me confirma la beata que se ocupa de la tienda de recuerdos. Porque una de las cosas buenas que se han conservado de la época soviética es que los monumentos, tanto religiosos como laicos, son en general de entrada gratuita. Las iglesias se financian con los donativos de sus fieles y la venta de velas, iconos y recuerdos. En el interior se conservan frescos del Cristo Pantocrátor en la cúpula y varios frisos con retratos de profetas en el tambor, algunos de ellos del siglo X.

A pocos metros de la iglesia de San Jorge está el Museo Nacional de Arqueología, instalado en el edificio que en su día albergó la Gran Mezquita del Viernes. No se le habría podido dar mejor destino a tan imponente edificio, convertido ahora en un templo de la ciencia. Todo el museo se organiza en torno a la nave central de la mezquita, con solo dos o tres pequeños cubículos para colecciones muy especializadas, entre ellas la interesantísima Sala del Tesoro. Su colección de piezas tracias se considera la mejor del mundo, debido a que gran parte de la antigua Tracia se encontraba en lo que actualmente es Bulgaria. Algunos irrendentistas búlgaros aspiran a recuperar aquellos territorios, que se extienden por Macedonia del Norte y la Turquía europea, olvidando que en ese caso tendría que abandonar gran parte del norte y oeste de Bulgaria. Así son los nacionalismos.

Las tribus tracias, con una cultura bastante consolidada, comerciaron con las ciudades-estado griegas hasta que fueron sometidas por aquellos mismos griegos, codiciosos de sus reservas minerales. Gracias a su costumbre de enterrar a los nobles junto con sus caballos y carros de combate, se conservan muchos ornamentos ecuestres en plata. Uno de los tracios más famosos de aquellos tiempos fue el gladiador Espartaco. En el siglo VI antes de nuestra era, el país fue ocupado por los persas, y en el año 46 el emperador Claudio lo anexionó al imperio romano.

La zona fue invadida por tribus eslavas y búlgaras en el siglo V, en el momento de mayor esplendor de su historia. Por aquellos tiempos, los monjes Cirilo y Metodio, hijos de padre bizantino y madre búlgara, crearon el alfabeto glagolítico, del que luego se derivaría el cirílico. En el 865, el rey Boris I se convirtió al cristianismo, arrastrando con él a todos sus súbditos.

En los siglos XII al XIV, el Imperio Búlgaro fue la potencia dominante en los Balcanes, extendiéndose entre el rio Dniéster por el norte, el Adriático por el oeste, el golfo de Corinto por el sur y el Mar Negro por el este. Su independencia terminó en 1396, con la invasión otomana.
Después de reponer fuerzas, seguimos nuestro recorrido por la capital. La coqueta Iglesia Rusa nos sirve de aperitivo, antes de meternos en la monumental Catedral de San Alexander Nevsky. De entrada, me sorprende el nombre, yo siempre había asociado a este señor con un guerrero, cuya biografía cuenta magistralmente Sergei M. Einsenstein en la película del mismo nombre. En el siglo XIII, este príncipe de Novgorod defendió con éxito el norte de Rusia contra el ataque de los teutones; la batalla se libró sobre la superficie helada del lago Peipus. También tuvo que hacer frente a la invasión de Rusia por el ejército mongol dirigido por Gengis Khan. No parecen grandes méritos para alcanzar la santidad, pero en España tenemos a Fernando III el Santo, “liberador” de Andalucía del dominio musulmán.

La catedral, espectacular por sus dimensiones, está coronada por una cúpula dorada de 52 metros de altura, pero me decepciona bastante por dentro. Las pinturas que la decoran, del siglo pasado, no me parecen comparables —ni de lejos— a las de la iglesia de la Natividad de Rila. Lo que impresiona es la riqueza de su decoración, con lámparas traídas de Múnich, rejas berlinesas, ónice brasileño y mosaicos venecianos. Por encima del nivel de los fieles normales, el trono del zar, del tamaño de una cama de matrimonio, construido en mármol blanco y situado a la derecha del iconostasio. En el lado opuesto se conserva una costilla de Alexander Nevski.

La construcción de la catedral se llevó a cabo entre 1904 y 1912. Fue diseñada por el arquitecto ruso Alexander Pomerantsev, que se inspiró en el estilo neobizantino, muy de moda en la Bulgaria de la época.

Mientras paseamos, veo que todas las calles del centro están cubiertas de piedra amarilla. A parecer, fue un regalo de la familia real austro-húngara con motivo de las bodas, a comienzos del siglo pasado, de Fernando I, primer rey de Bulgaria tras la retirada de los otomanos.

Esa noche queremos cenar en un restaurante especializado en cocina búlgara, el Rakia Raketa (literalmente, cohete de aguardiente), no muy lejos de nuestro apartamento. Cuando llegamos está algo más que completo, pero no muy lejos nos encontramos otro, el Maistor Manol (Maestro Manolo), en una esquina del bulevar Dondukov. Resulta un acierto total. El menú contiene delikatessen tales como cabeza de cordero deshuesada, higadillos y corazones de pollo, callos fritos o hamburguesas de caballo. Todo lo que pedimos está delicioso, y las raciones son muy abundantes, de acuerdo con el peso que indica la carta.

Alrededor de nosotros cenan familias con niños y grupos de parejas, y tres músicos interpretan piezas de baile, con muy poco éxito. El cantante, muy bajito, se acerca varias veces a nuestra mesa, pero por suerte no nos saca a bailar. Llega después una rubia altísima, bien apretada, que se sienta junto en el estrado. Todos esperamos que salga a bailar, pero resulta ser la novia del teclista, un eslavo de su misma talla.

No he hablado hasta ahora de las bebidas búlgaras, pero no porque no existan. Buenas cervezas nacionales (Karmenitsa, Burgasko) y checas (Staropramen); vinos de calidad, en muchas ocasiones elaborados por el mismo propietario del restaurante, vodka, y la omnipresente rakia, un aguardiente similar al raki turco, pero sin sabor a anís. Pruebo una rakia casera (y por tanto ilegal), que el barman esconde bajo la barra en una botella de Fanta. Sabe y huele, sin ninguna duda, como cualquier orujo gallego, sin el menor rastro de las peras con las que, según el barman, está elaborado. A la mañana siguiente, el dolor de la cabeza me confirma su parentesco con el orujo de mi tierra natal.

A mitad de la cena viene a saludarnos uno de los camareros, que habla perfecto español después de varios años trabajando en la Costa del Sol, y por fin llega el mismísimo Maestro Manolo, el cocinero y propietario, que también ha trabajado en la hostelería española hasta ahorrar lo suficiente como para comprar el restaurante.

El domingo amanece también despejado. Queremos visitar la iglesia de Boyana, en las afueras, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1979.

Antes de salir del apartamento planificamos cuidadosamente el recorrido, aparentemente muy sencillo. Metro desde Serdika hasta la estación Vitosha, que es final de trayecto, y desde allí el autobús número 64 dirección Zoopark, hasta la parada Boyansko Hanche. La primera parte del viaje transcurre sin ningún problema, pero cuando llevamos ya un rato en el autobús nos damos cuenta de que va en sentido contrario a nuestro destino. Le preguntamos al conductor, que nos confirma que nos hemos equivocado, pero que no tenemos más que seguir un poco más hasta la cabecera de línea, y esperar unos veinte minutos hasta que el autobús inicie el camino de vuelta. Habla un buen ruso, del que está muy orgulloso, y que —por supuesto—, ha aprendido en la escuela.

Escarmentado ya de que los jóvenes no hablaran ni palabra de ruso, esperé a que se sentara detrás de mí una pareja de cierta edad, aparentemente eslavos, para preguntarles muy educadamente si sabían cuál era la parada para la iglesia de Boyana. Resultaron ser italianos, milaneses por más señas, y estar tan despistados como yo. Pero con la siguiente pareja de edad la regla funcionó, y no solo nos avisaron al llegar a nuestra parada sino que nos explicaron cómo subir a la iglesia, unos doscientos metros monte arriba.

Al llegar a la iglesia nos encontramos la puerta cerrada y otros turistas que nos dicen que solo se puede entrar en visitas guiadas de doce personas, y que están todos los turnos reservados hasta cinco horas más tarde.

Una breve conversación con la encargada resuelve el problema. Si aceptamos no entrar los cinco a la vez, nos irá empotrando en los grupos organizados que copaban el acceso. La mujer cumple su palabra, y nos cuela a dos en un grupo de malayos y a tres en otro. Media hora después hemos terminado nuestra visita, ya que cada grupo no puede permanecer más de diez minutos en el interior de la pequeña iglesia.

Se entra al edificio por la fachada principal, una ampliación de mediados del siglo XIX, sin mayor interés. A continuación se pasa al cuerpo central, un añadido de mediados del siglo XIII. Esta parte consiste en una sepultura familiar en la planta baja con una bóveda semicilíndrica y dos arcos en los muros norte y sur, y una primera planta para la capilla familiar cuyo diseño es idéntico al de la iglesia primigenia.

La zona más antigua de la iglesia, al este, es un ábside con bóveda de crucería. Fue construido durante finales del siglo X o principios del XI. La iglesia es célebre por sus frescos, realizados en 1259 sobre otros más antiguos, de los que solo quedan fragmentos. Representan uno de los ejemplos más completos y mejor conservados del arte medieval de Europa Oriental. Según las guías, son ochenta y nueve escenas con doscientas cuarenta figuras humanas, aunque tengo que confesar que no las conté. Una de ellas representa a Cristo adolescente, cosa muy poco habitual en el arte cristiano, que suele saltar del Jesús niño al adulto.

Las escenas del nártex, que ilustran la vida de San Nicolás, contienen detalles de la sociedad de la época: en El milagro en el mar, el barco y los sombreros de los marineros recuerdan a la flota veneciana; en otras ocasiones el santo aparece vestido de obispo. En Bulgaria, como en muchos otros países del norte y este de Europa, San Nicolás (Santa Klaus) cubre el papel que los Reyes Magos tienen en España. El 5 o el 6 de diciembre, según el país, este obispo llega procedente de Alicante, con su larga barba blanca y su capa roja, cargado de regalos para los niños que se han portado bien. No conseguí enterarme de por qué es el patrono de los marineros, pero el día de su fiesta los búlgaros tienen la costumbre de comer pescado. Debe de ser un santo muy polifacético, porque también es patrón de mineros, mercaderes, arqueros, ladrones arrepentidos, niños, cerveceros, panaderos, viajeros y estudiantes.

Al salir de la iglesia negociamos con un par de taxistas para que nos lleven hasta el Museo del Arte Socialista, señalado en algunos planos de la ciudad como Museo del Arte Totalitario. Está también en las afueras de la ciudad, pero en otra dirección, a más de doce kilómetros de Boyana.

En un amplio y bien cuidado jardín se exponen estatuas de Marx, Lenin, Dimitrov y hasta del Che Guevara; curiosamente, ni una sola de Stalin. No me puedo resistir a la foto de rigor con Vladimir Ilich; me temo que mis amigos más ortodoxos la considerarán una falta de respeto. También está allí, sobre un pequeño pedestal, la gran estrella roja que en su día coronó la sede central del Partido Comunista de Bulgaria. Hay una buena colección de esculturas alegóricas: La Paz, la Guerra, la República, milicianos, obreros, campesinos… Lo que no abundan son los visitantes.

Junto a la tienda, en la que se pueden adquirir diversos recuerdos de la época comunista, como jarras con retratos (solo les queda la de Stalin), abrebotellas de Lenin o de Marx, y otros trastos, hay una pequeña sala de proyección con un vídeo que me recuerda, inevitablemente, el NoDo.
Demostraciones sindicales del 1 de mayo, líderes políticos visitando fábricas, jóvenes pioneros que juran defender a la patria y a la revolución con sus espadas de madera, desfiles militares… ¿Por qué se parecerá tanto la estética y la iconografía de unas dictaduras a la de otras de signo teóricamente opuesto?

El toque humano lo pone una larga mesa en el patio. Varios caballetes sostienen unos tableros con huellas de que, minutos antes, allí se ha celebrado una comida colectiva. Imagino una reunión dominical de los empleados y sus familias. Todavía quedan botellas de vino semivacías, un tupper con pimientos fritos, tarros de arenques y restos de ensalada.

Después de comer, nos acercamos a la sinagoga, que el sábado nos habíamos encontrado cerrada. Construida hace poco más de cien años, es de las más grandes de Europa. Puede acoger hasta a 1.300 personas, aunque entre el abandono generalizado de la religión durante la época comunista, y la emigración a Israel de gran parte de los judíos búlgaros, en la actualidad son pocos los fieles que la usan. En la entrada, después de un somero registro, nos recibe un judío sefardí, que habla en español pero intercala muchos términos ladinos. Por lo visto, la mayoría de los judíos búlgaros son sefardíes, llegados a Bulgaria tras su expulsión de España por parte de los Reyes Católicos. Hoy residen en Bulgaria menos de la décima parte de los judíos que vivían allí antes de la Segunda Guerra Mundial. Y eso que se libraron razonablemente bien del exterminio nazi; todo el país los protegió para evitar su deportación a los campos de concentración alemanes y polacos, y hasta el rey Boris y la jerarquía ortodoxa se pusieron de su parte. El embajador español, Julio Palencia, entregó salvoconductos a varios cientos, lo que le costó la pérdida de su puesto.


El edificio es neoárabe, con algunos elementos de la Secesión vienesa; la fachada tiene un cierto aire veneciano. El interior es bastante recargado, con columnas de mármol de Carrara y mosaicos venecianos multicolores, así como tallas en madera. El candelabro central pesa casi dos toneladas y, según la leyenda, está fabricado con oro traído de Palestina.

Pasamos el resto de la tarde deambulando por el barrio judío y los alrededores del centro, y todavía nos da tiempo para visitar una iglesia más, cuyo nombre, por suerte, no recuerdo.

Acabamos la noche en un antro inolvidable, a pocos cientos de metros de nuestro apartamento. En una calle secundaria, un pequeño anuncio de cerveza Staropramen parece indicar que al otro lado de la cancela herrumbrosa se esconde un bar sin nombre. Luego descubrí en Google Maps que se llama Sterling Club 2, y que es una sucursal del Sterling Club, a secas, ubicado un par de calles más allá.
Empujamos la verja, cruzamos un jardín semiabandonado, más bien un patio, y bajamos al sótano por unas escaleras de madera, estrechas y empinadas. Al fondo se ve una barra de menos de dos metros de largo, aparentemente sin nadie que la atienda.

A los lados del pasillo se abren varias habitaciones, pequeñas pero muy abigarradas. Una de ellas, con viejos sofás capitoné de cuero cuarteado, podría ser el salón de una vivienda; otra, ocupada casi totalmente por una mesa larga con una docena de sillas, sería el comedor. Nos sentamos en la última, con varias mesitas tipo casa de comidas y las paredes cubiertas de teteras, mantequeras, salseras y otras piezas de porcelana. En aquel ambiente oscuro e intemporal podías encontrarte con el Golem, con el doctor Caligari, o con un vampiro reposando en la oscuridad de la habitación del fondo.

Menos mal que por fin aparece una empleada que nos explica que todo irá más rápido —¿quién tiene prisa?— si pedimos las consumiciones en la barra, porque ella tiene que “atender la barbacoa”. No sé para quién, ya que somos los únicos clientes, pero en sitios como este es mejor no preguntar demasiado.

Nos instalamos con nuestras bebidas, y al cabo de un rato llega un señor de unos sesenta años, que se sienta en la barra y se pone a darle clases de francés a la camarera. Cuando nos marchamos, tiempo después, siguen allí, con sus libros de texto y sus cuadernos.

El lunes, último día en Sofia, nuestro principal objetivo es cumplir el deseo de una de nuestras compañeras, que tiene, no sé por qué, mucho interés en subir a un tranvía. En el primer trayecto todo va bien, y conseguimos trasbordar sin problemas. Pero cuando ya nos acercamos a nuestro destino, pretendo imitar a los viajeros búlgaros y tocar el timbre para solicitar una parada, apretando un botón situado junto a la puerta de salida. ¡Tremendo error! En lugar de pulsar el botón verde ubicado a la derecha de la puerta, toco el rojo de la izquierda, cubierto de grasa lítica. Inmediatamente comienza a sonar la alarma, el tranvía se detiene y la conductora sale hecha un obelisco, que dirían en Cádiz. Cuando me identifico como el culpable, me dirige una larga y amenazadora invectiva.

Por un momento, temí que me agarrara por las orejas, me colocara sobre sus rodillas y me diera unos buenos azotes. Pero esa sería otra historia. Búlgara, que no vulgar.

7 comentarios:

  1. Muy interesante tu viaje a Bulgaria, Arturo, que me recuerda, es inevitable, el que hicimos, como viaje de fin de carrera, nuestra promoción hace ya 45 años. Entonces teníamos menos interés por las actividades culturales que por las lúdicas y de todo lo que tu cuentas yo no se si no lo vimos o simplemente se me ha olvidado.

    Hay un tema que me interesó y estudié hace algunos años: la participación del cuerpo diplomático español en la defensa de los judíos durante la segunda guerra mundial, en el apogeo del régimen franquista. Te aseguro que el embajador Julio
    Palencia no fué el único que se involucró en ello, ni siquiera fue el más importante y tampoco fue destituido a iniciativa del ministro Jordana, sino por la presión búlgara y alemana en su contra después de haber adoptado a los hijos de un judío de origen español juzgado, condenado y fusilado por las autoridades búlgaras.

    Estos son los diplomáticos españoles que participaron en este tipo de actividades:

    • Julio Palencia Tubau fue un diplomático español que, como Ministro de la Embajada de España en Sofía (1940-1943), denunció la legislación antisemita del gobierno búlgaro ―que afectaba a 50 000 judíos― e intercedió ante Bulgaria y Alemania para proteger los derechos y bienes de 150 judíos sefardíes. Se enfrentó sin éxito con las autoridades nazis para evitar la ejecución del judío León Arie, los hijos del cual adoptó para que pudiesen salir del país y reencontrarse con su madre. El embajador de Alemania en Sofía calificó a Julio Palencia de «fanático antialemán» y «amigo de los judíos».

    • Ángel Sanz-Briz (Zaragoza, 28 de septiembre de 1910: Roma, 11 de junio de 1980) fue un diplomático español, conocido como El ángel de Budapest. En 1944 contribuyó a salvar la vida de unos cinco mil judíos húngaros durante el Holocausto, proporcionando pasaportes españoles, en un principio a judíos que alegaban origen sefardí, y posteriormente a cualquier judío perseguido. Por estos hechos, fue reconocido como Justo entre las Naciones.

    • Eduardo Propper de Callejón (1895-1972) fue un diplomático español. Mientras estuvo destacado en la embajada de París, prestó su ayuda para la huida de miles de judíos perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial, desde la Francia ocupada hacia España, hechos por los que fue distinguido como Justo entre las Naciones en octubre de 2007.

    • Bernardo Rolland de Miota, diplomático español que, desde su posición de Cónsul General de España en París (1939-1943) evitó la confiscación de los bienes de un puñado de judíos sefarditas. Intercedió por 14 judíos españoles enviados al campo de Drancy y organizó la repatriación de otros 77, trabajo que terminó Alfonso Fiscowich. Su actuación en favor de los judíos provocó graves tensiones con las autoridades alemanas de la Francia ocupada y con el entonces Embajador de España, Félix de Lequerica.

    • José Rojas Moreno fue un diplomático español que, desde su posición como Embajador de España en Bucarest (Rumanía) (1941-43), consiguió que se revocasen los decretos de expulsión dictados contra un grupo de judíos sefarditas y la promesa formal que, en el futuro, ninguno de ellos sería expulsado.

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  2. •Miguel Ángel de Muguiro, diplomático español que, desde su puesto en la Embajada de España en Budapest (Hungría), contribuyó a la salvación de judíos perseguidos por el gobierno proalemán de Miklós Horthy.

    •Sebastián Romero Radigales fue un diplomático español que, como Cónsul General de España en Atenas (1943-1944), organizó la repatriación por tierra, mar y aire de los judíos de origen sefardita. Ante las objeciones para su entrada en España, propuso Marruecos. Entre marzo y junio de 1943, 48 000 judíos de Salónica fueron deportados al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Romero Radigales actuó para intentar liberar a los deportados sefardíes. Saltándose a las autoridades alemanas, consiguió trasladar 150 sefardíes desde Salónica a Atenas.

    •Juan Schwartz Díaz-Flores, diplomático español que, como Cónsul de España en Viena (Austria), contribuyó a la salvación de judíos perseguidos por los nazis.

    •José Ruiz Santaella, funcionario español del cuerpo diplomático. Como agregado en la embajada de Berlín en los años 1940, durante la Segunda Guerra Mundial contribuyó, con la ayuda de su esposa Carmen Schrader, a salvar la vida de Gertrud Neumann, Ruth Arndt y Lina Arndt, perseguidas por su condición de judías por el Tercer Reich.

    La historia nos descubre con frecuencia actuaciones sorprendentes de nuestro cuerpo diplomático, que demuestra mucha mayor profesionalidad que la que se le supone en las tertulias y comentarios de café con los que nos solemos solazar.

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  3. Dos comentarios adicionales, Arturo.
    El primero que, pensándolo un poco más, ahora me doy cuenta por que no recuerdo los monumentos, en su mayoría iglesias, que tu has visitado ahora en Bulgaria. En el año 1974, cuando yo fui, Bulgaria era un estado comunista de primera línea, donde la religión era denigrada y perseguida por las autoridades y, a su estela, gran parte del pueblo. En ese escenario las iglesias estaban cerradas y abandonadas y no eran objeto de visita de los pocos turistas que nos atrevíamos a ir por allí. Supongo que el cambio de régimen ha sacado a la luz monumentos ocultos, que ahora si, se pueden visitar libremente.

    El segundo es que viendo lo que han sido perseguidos y masacrados los judíos a lo largo de la historia y que tu mismo has comentado en la crónica de tu viaje, comentarios, como el tuyo, de que no está nada mal de que los cómplices de los judíos ( ¿los representantes de España en Eurovisión? ) sufran en su propia carne las humillaciones derivadas de los rigores de su protección frente a los ataques palestinos, a mi me suenan a chiste. No tengo ningún interés de discutir contigo cuestiones políticas y no lo voy a hacer, pero comentarios como este creo que sobran.

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    1. José Ramón: Con todo el cariño, y sin ánimo de polémica, en ningún momento he hablado de "cómplices de los judíos", sino de "cómplices", a secas. Me refería, por supuesto, al estado de Israel, no a los practicantes de la religión judía. En este blog hay gente que ha visitado el actual estado de Israel y la Palestina ocupada, y que te podrá contar lo que vió.
      Un abrazo.

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  4. Arturo: No hace falta que me cuenten nada del estado de Israel, donde he estado cinco veces, ni de Palestina, donde he estado dos veces. La ultima vez hice un recorrido por Ramala, Jericó, Belen y Hebrón y coincidió con un atentado palestino en Jerusalen que mató a una turista británica de 65 años, no se si cómplice o no, que había ido a conocer y rezar en los santos lugares de los cristianos.

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  5. Yo no he estado ni en Israel, ni en Cisjordania, ni en los territorios palestinos pero creo estar lo suficientemente informado por mis lecturas históricas y de prensa desde, digamos, mi adolescencia (la Guerra de los Seis Días sucedió en mi verano de Preu, en 1967, y la siguiente guerra, del Yom Kippur, recién entrado en mi primer astillero, en octubre de 1973, vamos que me empapé de ambas) así como por los comentarios de conocidos que han visitado esas zonas, para estimar tener una idea aproximada del terrible avispero que sigue activo en la antigua Palestina. Pero no tengo la mínima categoría para aquí pontificar y menos para dar la razón a judíos o palestinos, en todo caso podría intentar repartir la sinrazón, lo que creo que sería mucho más fácil y honesto, porque hay megatoneladas de ella en ambos bandos.

    Como siempre en este Foro, voy a proponer una mirada Cinéfila al conflicto palestino-israelí, porque creo que hay al menos un intento de honesta y neutral película sobre ese endiablado tema, "Paradise Now", que aquí os comenté el 26 de noviembre de 2015 (lo siento: no sé como insertar un enlace directo en este comentario subordinado).

    Permitidme imaginar un sueño, con un antecedente enteramente real: Un veterano amigo, miembro de SECOT (Seniors Españoles para la Cooperación Técnica), me "lió" para que organizara unas sesiones trimestrales de Cineforum para los miembros de esa ONG, todos ellos profesionales de brillante carrera jubilados, que ahora dan formación y asesoría gratuita a pymes y jóvenes emprendedores.

    Naturalmente, he ido seleccionando películas para las sesiones que trataran de temas éticos y que presentaran dilemas de comportamiento, nunca partidistas ni maniqueos. Elegí para febrero pasado justamente "Paradise Now" (os recuerdo que es una inusual coproducción entre Palestina, Francia, Holanda, Alemania e Israel, con director palestino, una de las cinco finalistas para el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa de ese año). Tras su proyección mantuvimos un interesante debate entre los asistentes, mucho más sobre su tema que sobre sus innegables valores cinematográficos, debate que afortunadamente concluyó en un ambiente yo diría que de plena conciliación de opiniones.

    El sueño: Me gustaría tener la potestad mágica de poder “darle moviola a la vida” e invitaros al evento, Arturo y José Ramón, donde seguramente habríais consensuado razonadamente unas conclusiones aceptables por ambas partes.

    Termino a título “cinéfilo”: la postura del personaje femenino representado por la actriz Lubna Azabal en la película (como hija de un desaparecido líder palestino, criada en Marruecos y estudiante en Francia, que vuelve a vivir a Gaza) de que la escalada eterna de “ojo por ojo” y “diente por diente” no es el camino, nos pareció a la generalidad de los asistentes como la más acertada.

    Buen Cine conciliador, Amigos.

    Manrique

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