Lo impactante consistió en el hiperrealismo de las imágenes.
Lo mejor ha sido la fotografía, los efectos especiales, la interpretación, la capacidad de emocionar, el doblaje con unas voces tremendamente oportunas, los tiempos, la densidad de una historia de un día contada en noventa minutos. En fin, lo mejor es la película, que no sé qué tiene de española.
Lo desconcertante fue entrar en la sala y ver que estaba llena a rebosar. Mi curiosidad fue más fuerte que mi discreción y me dispuse a cotillear qué tipo de gente había abarrotado la sala más grande del multicine. Cómo diría yo… no sé… a ver… quisiera no ser mal pensada… pero sospecho que no voy a poder evitarlo. Digamos que la gente que poblaba la sala hasta las trancas no eran los habituales de otras películas. Vaya, pensé, será que le han dado mucha publicidad, será que quieren sufrir (con la que está cayendo), será que… en fin…
Lo natural, siendo los protagonistas españoles, era que sus cabellos fuesen morenos, como en la realidad son, pero no. Lloramos más si el niño es rubito, vaya.
Lo agobiante era mantener la mirada en la pantalla mientras veía cómo alguien se estaba ahogando y los segundos pasaban con la angustia de sentir que cada vez la ahogada era menos ella y más yo. Uff… casi me sentía ahogada.
Lo emotivo lo encontré en el instante en el que cada miembro de la familia ya está fuera de la situación, observa algún objeto que perteneció a la pesadilla y lo observa ya con otros ojos. Sólo han pasado dos minutos, pero la realidad ahora es otra. El objeto se observa y ya no tiene el significado que tenía minutos antes.
Lo popular debió ser ese momento a tres bandas cuando se encuentra el hijo mayor con sus hermanos pequeños y todos ellos, a su vez y uno a uno, con su padre. Eso no hay pueblo que lo resista sin echar una lágrima.
Lo inesperado no existe. Todos hemos asistido a una película de la cual lo sabemos todo: presentación, nudo y desenlace. Aun así, han llenado salas.
Lo duro era oir aquélla tremenda frase “soy lo único que le queda a este hijo, ¿lo ha entendido?”. De esa forma, una mujer suplicaba por su vida a un médico, por el futuro de la vida de su hijo. Ahí me ahogué en mis lágrimas subterráneas.
Lo inconcebible era que sólo dos protagonistas estuviesen en las imágenes de la gran ola arrasadora de todo. ¿Nadie más compartía la lucha por la vida en esos instantes? Al parecer, todos ya estaban ahogados. No sé, eso no me cuadró. Hubiese estado bien que algún que otro turista hubiera aparecido intentando asirse a algún tronco, no sé… se me hace difícil verles solos en esas secuencias, a no ser que insertar más gente en las magníficas composiciones de NextLimit elevasen el presupuesto de Zurich Travellers.
Lo deseable hubiese sido que las consecuencias del tsunami de aquélla Navidad no hubiesen sido las que ahora vemos en las imágenes aéreas. No hubo mecanismos para alertar a la población, nadie se acordó de miles de asiáticos y entre ellos cayeron turistas, claro. De ellos se hace la película.
Lo tremendo siempre será recordar con esa película que hubo islas enteras que fueron engullidas por las aguas, que nadie se salvó en infinidad de aldeas, que la fragilidad de la vida alrededor del lujo asiático es un insulto para la dignidad.
Lo irrepetible debería ser para mí ir a un estreno de una película comercial. No lo volveré a hacer, lo prometo.
Lo gracioso es que nuestro ministro Soria dijese, meses antes del estreno, que los españolitos debíamos viajar dentro de España haciendo un turismo seguro y de calidad porque fuera de nuestras fronteras, por ahí, sólo nos esperaban mosquitos, desastres e infortunios. Qué oportuno, tiene su gracia el Soria.
Lo oculto pudieran ser esos instantes en los que, al principio de la película y cuando todos se prometían unas vacaciones felices, aparece sobre la mesa un sobre con documentos de ‘Zurich Travellers’. Ya nada oculto, un miembro de la compañía de seguros suiza se presenta ante la familia siniestrada y ya él se encarga de todo, ya no han de preocuparse por nada. No en vano, Zurich Travellers es patrocinadora de la película y por un módico precio de 3 euros al día te garantiza volver sano y salvo a tu casa, con tu familia entera, si te sucede la peor de las tragedias en el lugar más devastado del planeta. En fin… no sé si alegrarme de haber detectado el detalle, porque eso me hace carne de cañón de anunciantes, o envidiar a todos los miles de espectadores que ni se coscaron. No lo pensaré.
Lo agradecido fue poder observar la película, las imágenes tenían los tiempos suficientes como para poder mirar donde quería. Agradezco al director que me haya dejado ver la película.
Lo incomprensible es que una madre dé a un hijo por muerto. Aún viéndolo... No sé... no lo comprendo.
Lo posible se me antoja que, independientemente del carácter comercial de la película, la familia española haya accedido a recordar el horror para retomar, rencontrar, a los que con ellos sufrieron tanto y cuyos nombres no recuerdan, casi ni rostros. No se me escapa que son incapaces de recordar nada más del niño Daniel ni del padre desesperado que se une en la búsqueda de su familia ya dada por perdida al ver a nuestro protagonista decidido a buscar a los suyos hasta la muerte. Esos personajes aparecen en las imágenes casi diluídos, difusos, en segundos planos, siempre detrás… ¿qué habrá sido de ellos, quiénes serán? Me preguntaría yo siempre. Y quién se abstrae de la tentación de saber. Seguro que los protagonistas verán la película y se sentirán identificados y habrá un email a una productora, o…, eso, un mensaje en una botella en forma de película, es posible.
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