La verdad es que me había preparado este texto precioso para leerlo aquí, lleno de metáforas, de analepsis y de polisemias, con muchas esdrújulas y polisílabos, sin un solo anacronismo y con casi ninguno de esos lugares comunes que tan poco le gustan a nuestra profesora. Pero después de escuchar a mi compañera y a mis compañeros, me he dado cuenta de que si lo leía iba a quedar como el culo. Como el culo o como un cochero, que no sé lo que es peor. (Aquí rompo los papeles) Pero no os preocupéis, tengo un plan B.
Empecé a escribir muy joven, lo que en mi casi significa hace unos sesenta años. Ya mi primer texto era un buen ejemplo de escritura posmoderna, con aliteraciones, repeticiones y buen ritmo, aunque tengo que reconocer que no muy original.
Lo malo es que, ya desde aquel momento, el vicio de la mentira empezó a cruzarse con el vicio de escribir. En aquella mi primera obra se mezclaban verdades a medias, falsedades rotundas y afirmaciones dudosas tenían cabida.
La introducción era, con toda seguridad, falsa: Mi mamá me mima. En aquellos duros y felices años cincuenta, en el seno de una familia que me educaba espartanamente en la obediencia y la austeridad, no había peor insulto que el de niño mimado. Mi mamá no me mimaba.
El nudo era, cuando menos, discutible: Mi mamá me ama. No mejoraba la veracidad en el desenlace: Amo a mi mamá. ¡Si todavía ni sabía lo que significaba la palabra amar!
Con los años seguí escribiendo textos cada vez más extensos, en los que surgían, como malas hierbas, los brotes verdes de la mentira: Este fin de semana no he salido, he estado estudiando mucho, tenía la caradura de escribirles a mis padres, con la seguridad de que los seiscientos kilómetros que nos separaban les haría imposible comprobar mis afirmaciones.
En aquellos tiempos convulsos no me privé de redactar textos dirigidos a un público más amplio, panfletos a ciclostil y carteles escritos a mano con proclamas anarquistas plenas de mentiras piadosas: comunismo libertario, igualdad entre el hombre y la mujer, la salud por el ajo y la cebolla… Menos mal que no los leían más allá de veinte o treinta personas.
Con la búsqueda de trabajo llegó el maquillaje del currículo, y una vez encontrado, mis informes contenían habitualmente cierta dosis de imaginación, para suplir mi falta de dedicación o de conocimientos. Con razón decía mi padre (y a sus noventa y tantos años lo sigue manteniendo), que yo lo que no sé lo invento.
Seguí con unos relatos de mis presuntos viajes por países exóticos, en los que para hacerlos más atractivos describía anécdotas y situaciones en las que, por suerte, nunca me había visto envuelto. Geografías imaginarias, idiomas inventados, fotos sacadas de contexto, todo valía para atraer la atención de los lectores.
Hace unos años, por desgracia demasiado pocos, descubrí una solución que, combinando mis dos vicios, el de escribir y el de mentir, los transformaba en una virtud, en algo aceptado socialmente. La panacea era dedicarse a “La Ficción Literaria”, así, con mayúsculas. Ahora ya puedo contar impunemente mentiras, sin miedo a que me desenmascaren. Como se supone que me invento todo lo que escribo, a nadie le extraña encontrarse en mis relatos situaciones inverosímiles, personajes imposibles o lugares inexistentes.
Lo malo es que, ahora que por fin puedo escribir tranquilo y engarzar toda una sarta de falsedades hasta formar una novela, el virus me ataca desde otro ángulo. Comencé, primero con cuentagotas y luego a chorro, a mezclar verdades con lo que en teoría era pura ficción. Algunas, cada vez más, de las cosas que les pasaban a mis personajes, no eran imaginarias, como yo afirmaba, sino que en realidad me habían sucedido a mí, o al menos a personas muy cercanas. Esta contaminación ha ido creciendo, hasta que a mí mismo me resulta difícil distanciarme de alguno de mis personajes, distinguir mis sueños y recuerdos de los suyos.
Para terminar, y aunque mucho me temo que a estas alturas mis palabras no os ofrezcan ya ninguna credibilidad, os aseguro que los dos relatos del libro que aparecen firmados por mí los he escrito yo. De verdad. Lo prometo. O sea que si no os gustan, solo a mí me podréis echar la culpa.
Si queréis leer uno de los relatos, podéis pinchar aquí.
Esto es, más o menos, lo que conté en la reciente presentación de "Fauna y cuentos", libro colectivo en el que se incluyen dos relatos míos.
ResponderEliminarUno de ellos lo publicaré en este mismo blog.