Queridos "Cinéfilos":
La ETSIN |
Los que no seáis miembros del COIN (Colegio de Ingenieros Navales de España) no sabréis que está celebrando su 50º aniversario y que, con esta ocasión, nuestra Cinéfila compañera Belén, que es la Directora de la RIN (Revista de la Ingeniería Naval), me sugirió/pidió que escribiera un artículo sobre la relación de nuestra carrera y el Cine para publicarlo en la web del COIN con motivo del aniversario.
Mal que bien traté de imaginar algo original pero, finalmente, me incliné por reflejar una historia real que sucedió en los primeros días de octubre de 1967, con lo que rimaba cronológicamente con la fundación del Colegio.
Belén aceptó mi propuesta y el artículo resultante está colgado desde la primavera pasada en la web del COIN, pero como amo tanto a la Construcción Naval, el ámbito profesional en el que os he conocido a la gran mayoría de vosotros, como al Cine, mi afición más destacada, creo que es congruente publicar esta doble declaración de amor en este Foro, que nació para tratar temas del Séptimo Arte. La única corrección que para ello he introducido en el artículo es incluir un pie de foto en la única que aparece, de fondo, en la versión de la web y añadir otras de mi vida para que podáis visualizar en ellas a algunos Cinéfilos los que aún no los conozcáis personalmente.
Dedicado a los Barcos y al Cine, Amigos.
Manrique
Estaba muy nervioso mientras caminaba desde la salida del metro de Moncloa hasta su Escuela en la ciudad Universitaria, la ETSIN, en la que esa tarde de principios de octubre de 1967 comenzaba sus estudios para llegar a ser ingeniero naval.
No era para menos. Tras once años en un mismo colegio, haber superado el duro curso de preu y el examen final que daba acceso a la universidad, ahora iba a sufrir un gran cambio entrando en una carrera que, según las noticias, era durísima, pero a sus diecisiete años y pocos meses la ilusión de forjarse un futuro profesional en el mundo de los barcos vencía todos sus temores.
Sin saber cómo, una duda le vino a la mente: “Si soy de Madrid, no tengo familiares marinos y sólo conozco los buques por mis vacaciones en Málaga o Alicante, ¿por qué me atraen tanto?” Inmediatamente encontró una respuesta: el Cine.
Como la inmensa mayoría de los niños españoles urbanitas de los cincuenta, sus amigos y él habían tenido durante la infancia y adolescencia el Cine como su afición estrella para los fines de semana, siendo lo habitual cada tarde de sábado ir a un cine de programa doble con sesiones continuas (con lo que disfrutaban de dos películas por cinco o seis pts, que poco a poco subieron hasta las diez o algo más ya a mediados de los sesenta), entrando cuando podían y abandonando la sala cuando querían. Con este régimen, más los extras de algunos domingos yendo a un cine de estreno en sesión numerada, veían anualmente bastante más de cien películas en la pantalla grande (la pequeña no llegó a la mayoría de sus hogares hasta ya empezados los sesenta).
Y repasó mentalmente entre aquellas películas las de aventuras marinas que tanto le habían impactado a lo largo de su joven vida: la versión cinematográfica de la primera “novela” de viajes, con Odiseo (Kirk Douglas) amarrado al mástil de su nave para no caer en la trampa que, con sus cantos, le tendían las pérfidas sirenas (“Ulises”); de batallas navales en la antigüedad clásica (nadie superaría jamás la incluida en “Ben-Hur”); de los drakker airosamente navegando con su vela cuadra a franjas rojas y blancas amenazando las costas del occidente europeo (“Los Vikingos”); de piratas “de verdad” en el Mar Caribe, no fantasmillas rizosos y rijosos (“El temible burlón”, irreemplazable Burt Lancaster); de la fallida expedición inglesa de la Bounty al Pacífico en búsqueda del árbol del pan (“Rebelión a bordo”, con sus increíbles secuencias para intentar doblar el Cabo de Hornos); de los combates navales en las guerras napoleónicas (“Motín en el Defiant”, con el mando de su comandante socavado permanentemente por su segundo a bordo, un memorable duelo interpretativo entre Sir Alec Guinness y Dirk Bogarde, excelsos actores ); de goletas mercantes que competían en el tráfico desde Alaska a California (“El mundo en sus manos”); o la lucha a muerte del enloquecido capitán Ahab con su particular Leviatán (“Moby Dick”), ambas películas protagonizadas por Gregory Peck; de una profética aventura imaginada por Julio Verne (“20.000 leguas de viaje submarino”, Nemo-James Mason frente a Ned-Kirk Douglas) y aún de otra historia suya, con su protagonista, Phileas Fogg (David Niven), comprando en pleno viaje el buque mixto Henrietta y ordenando a su capitán que, agotado el carbón, desguazara toda la madera de su superestructura y la quemase en las calderas para poder llegar a tiempo a su destino y ganar su gran apuesta (“La vuelta al mundo en 80 días”); del más recordado naufragio de un trasatlántico (“La última noche del Titanic”, lógicamente muy inferior en el trucaje a la última “Titanic”, pero con un guión 100 veces superior a ésta); del audaz raid en el Atlántico Norte, durante la Segunda Guerra Mundial, del más famoso acorazado alemán de la Historia perseguido por la práctica totalidad de la Home Fleet británica tras haber hundido al orgulloso Hood en un combate épico (“¡Hundid al Bismarck!”); de la inimaginable, pero real, singladura en corso del germano crucero auxiliar Atlantis involucrando decenas de buques de guerra ingleses en su búsqueda (“Bajo diez banderas”); de la encarnizada caza de un submarino alemán por un destructor americano (“Duelo en el Atlántico”); de las batallas navales entre la U.S. Navy y la Flota Imperial japonesa en el Pacífico (“Primera victoria”)…
Pero no, esas películas le habían ilustrado el mundo de los barcos, mayoritariamente de los buques de guerra, a lo largo de la Historia, pero la que consideró más le había inclinado a tratar de ser ingeniero naval fue el caso de “Misterio en el barco perdido” (“The Wreck of the Mary Deare”), producción británica de 1959 dirigida por Michael Anderson con un dos protagonistas sobresalientes, Gary Cooper, en una de sus últimas películas, y Charlton Heston, en la cumbre de su carrera, acompañados por un novel que se estrenaba en ella en un papel secundario, el posteriormente muy famoso Richard Harris.
Narraba un intento de estafa a una compañía de seguros marítimos mediante el autohundimiento de un viejo buque “tramp”, un antiguo Liberty en la película, al que subrepticiamente su armador le había “aligerado” de su valiosa mercancía de motores de aviación en su último puerto de escala previa, trama que daba la oportunidad de rodar escenas muy descriptivas del buque abandonado navegando sin gobierno con mala mar y su difícil abordaje por el equipo de un remolcador de salvamento, así como la posterior encuesta legal y técnica por la presunta pérdida del buque y su cargamento, concluyendo con las operaciones para reflotar el carguero encallado en los bajos de los Minkies, al sur de la isla de Jersey en la entrada del Canal de la Mancha, una vez que se constataba que no se había hundido… pero que podría serlo intencionadamente en aguas profundas camino a su reparación, temas todos ellos que le parecieron fascinantes y reforzaron su atracción por los buques mercantes, lejos de escenarios bélicos.
La película le impactó cuando la vio con unos diez años, la volvió a ver meses o semanas más tarde en un cine de sesión continua y hasta una tercera vez mucho después, cuando la emitieron en la única cadena de televisión existente en esa época.
Sí, ésa fue la película que más le influyó a la hora de ir pensando elegir carrera, por más que en ella no se tratara del proceso de la construcción naval en sí, tema que no consta haya inspirado ningún guión de película conocida hasta la fecha.
Y ahí acabó la remembranza, porque mientras había revisitado aquellas películas acababa de llegar a la Escuela y esa tarde empezó sus estudios…
Allí, con la necesaria aportación de esfuerzo, más sudor y casi lágrimas durante los dos primeros cursos, fue aprobando asignatura tras asignatura, pero simultáneamente descubriendo y aprendiendo los conocimientos teóricos necesarios para su futuro laboral y confirmando, con enorme satisfacción, que no se había equivocado a la hora de elegir carrera.
Y también tuvo la oportunidad de vivir unas muy específicas “prácticas” de navegación: los veranos de 1971 y 72 los dedicó a cumplir las primeras fases de su servicio militar, entonces obligatorio, en la Milicia Naval Universitaria de la Armada, incluyendo una formación específica y práctica, a menudo muy interesante, y lo que más apreció en esos meses fue una singladura de dos semanas a bordo de un buque de guerra (no muy moderno ni impresionante, el LST L-13 Conde de Venadito, construido en 1955, participante activo en la guerra de Vietnam y recién vendido a la Armada por la US Navy) por el Mediterráneo occidental y costa atlántica andaluza, donde tuvo ocasión de hacer unas cuantas guardias diarias de puente o de máquinas, e incluso participar en una práctica de fuego con sus montajes dobles de 75 mm, que inmediatamente le recordaron escenas de combate artillero vistas en Cine una década antes.
Compañeros de la Promoción en la jubilación de Felipe, inolvidable bedel de la ETSIN |
El 25 de septiembre de 1973, habiendo superado los cinco cursos de la carrera y teniendo pendiente de terminar y presentar su proyecto fin de carrera, como era lo habitual, entró a trabajar en un astillero y casi simultáneamente se afilió como precolegiado estudiante al COIN, descubriendo que éste se había fundado sólo unos meses antes de que él iniciara sus estudios en la ETSIN.
Sintió un ramalazo de orgullo cuando muy pocos años después, tras presentar y aprobar su proyecto fin de carrera, obtuvo su título de Ingeniero Naval y consecuentemente la categoría de colegiado de pleno derecho en el COIN.
Compañeros del DT de ASTANO (dos Cinéfilos: José Mª de Juan y yo) |
Y ya con 37 años le “movilizaron” desde el astillero a las oficinas centrales de la Compañía en Madrid, lo que él, influido por su afición a la Historia y al Cine, siempre consideró que era como pasar “del frente ruso a Berlín”, para bien y para mal, comentario que no siempre fue apreciado por sus superiores.
IZAR, izq>dcha: Rogelio 4, Rocío 5, yo 7, Juan 8 y Antonio 9 |
Cuando ahora me afeito cada mañana frente al espejo no puedo dejar de extrañarme por no reconocerme físicamente como aquel joven que inició sus estudios de Ingeniero Naval en 1967, pero si cierro los ojos recorro de nuevo el camino entre la estación del metro y la Escuela y siento el escalofrío de emoción cuando atravesé su puerta de entrada, pregunté dónde estaba la clase y hasta me tomé un café en la minúscula cantina que regentaba Josefina, porque, por mucho que la envoltura esté muy obsoleta, mi espíritu sigue invariable.
Antonio, Josechu, Marga, José Ramón, Rogelio y yo |
Sí, sin duda muchas de ellas son técnicamente superiores a “Misterio en el barco perdido”, pero ésa fue, ha sido y creo que siempre seguirá siendo mi película en relación con mi carrera, Ingeniero Naval.
Gracias Manrique... Lo creas o no y salvando las distancias y experiencias vitales, me he sentido muy identificado contigo. Un abrazo!!
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