Cartel con daguerrotipo real de E. Dickinson |
Tal como os anuncié en mi último comentario sobre el montaje de “Tres años” en el Teatro Guindalera, he ido a ver en la misma Sala el monólogo de William Luce "La Bella de Amherst" en el que, con la varita mágica del Teatro, “resucita” a Emily Dickinson (1830-1886, Amherst, Massachusetts, para bastantes críticos norteamericanos la más profunda e intimista poeta/poetisa de ese país) que nos abre su alma y desvela en noventa minutos su interesante vida interior (la exterior parece que fue estrictamente anodina: sin casarse, ni moverse de su pequeña ciudad, ni casi salir de su casa en sus últimas décadas) en la que alcanzó grandes cotas de profundidad, que impregnaron sus cartas y poemas (que dejó inéditos en su gran mayoría, ya que sólo le publicaron en vida muy pocos, escogidos por un “mentor”, aisladamente en la prensa de la época, nunca como un libro, y casi siempre bajo seudónimo, ya que se consideraba “inadecuado” que una señorita fuera tan poco recatada como para exhibir sus intimidades mentales). Y cuando he escrito “interior” no he querido significar “mística” en ningún modo porque lo que parece que predominó en Emily es un carácter rebelde que sólo pudo manifestar con libertad en sus escritos y no en su insignificante vida social. ¿Cómo habría actuado si hubiera vivido en los últimos 60 años en vez de en el siglo XIX?.
No amplío más porque no tengo fundamento para ello, ya que no he leído nada más sobre Emily Dickinson que un par de breves y tópicas reseñas y media docena de poemas. El pasado marzo, la Fundación Juan March, dentro de su extraordinaria labor cultural, programó una conferencia sobre su figura por Laura Freixas, que la calificó como “una mujer, llena de talento, que buscó la libertad recluida en una habitación”, y una lectura dramatizada de sus cartas y poemas por parte de Julia Gutiérrez Caba, actos a los que no asistí, pero gracias a la magnífica web de la FJM, se puede acceder a los audios (abajo facilito un enlace para poder escucharlos completos, con fotos ilustrativas).
El texto de la obra me ha resultado muy atrayente y estoy casi seguro que está plagado de inserciones parciales de poemas del personaje, que nunca son “recitados”, aclaro, sino muy bien “implantados” en la vehemente charla con la que Emily Dickinson se confiesa al auditorio a “corazón abierto”. Sus revelaciones nos hacen descubrir una personalidad compleja y profundamente humana y atrayente. Ante la imposibilidad de poder charlar una larga tarde de verano sentados con Emily Dickinson en el porche de su casa en Amherst, tomando té helado, no se me ocurre mejor sucedáneo realista que escuchar lo que nos cuenta en esta íntima Sala.
Emily delante de su mesa de escribir |
La ambientación escénica es perfectamente acorde con el entorno de la época de la acción, así como la indumentaria de “Emily”, persona que tenía el empeño de vestir casi permanentemente de blanco.
Esta caracterización realista, que parece la más razonable, no es demasiado usual hoy en día, cuando directores escénicos “creativos” se empeñan en, por ejemplo, “materializar” a Palas Atenea, nada menos que en la genial obra “Las troyanas”, mediante un actor (cuyo nombre “milagrosamente” se me ha olvidado) travestido con un elegante traje de chaqueta tipo Balenciaga, y a los hoplitas griegos caracterizados como soldados americanos en la guerra de Irak. Y todos hablando de/con Menelao, Agamenón, Hécuba, Helena, Andrómaca, Astianacte, … ¡¡Un horror!!. Peor: una innecesaria estupidez.
Pero esta iconoclasta moda, no es nueva: como muy joven espectador, con 18 años tuve que soportar en (la) “Numancia” de Cervantes, montada por un famoso y ya fallecido director en el Teatro Español, que los legionarios romanos salieran disfrazados de soldados alemanes de la Segunda Guerra Mundial, mientras una jovencísima Ana Belén, ella sí con una especie de túnica blanca, se estrenaba como actriz ya no infantil. Y todo ello, claro, sin cambiar una sola palabra del texto de Cervantes.
Lástima que el no citado director no hubiera aprendido nada del maravilloso ejemplo de revisión/variación acertadísima que pocos años antes supuso transmutar la trama básica de “Romeo y Julieta” en “West Side Story”, en la que se mantenía la coherencia medioambiental, cronológica y social, pasando de la Edad Media al Siglo XX, de Verona a Nueva York y, consecuentemente, de Montescos y Capuletos a Sharks y Jets, de Romeo y Julieta a Tony y María, pero cambiando el texto consecuentemente, con lo que nada "crujía" y se demostraba la vigencia intemporal de las pasiones y conflictos radiografiados por Shakespeare.
Si tenéis la suerte de asistir a una representación de "La Bella de Amherst" os pido que hagáis el masoquista experimento de imaginar qué hubierais opinado si en el montaje la protagonista hubiera actuado vestida de, por ejemplo, Lady Gaga y en el entorno de … una sesión de “coaching”. ¡Para abrirse las venas!.
Emily releyendo sus cartas |
Por si fueran de vuestro interés, os incluyo los siguientes enlaces:
Ficha de “La Bella de Amherst” en su reposición actual en la Sala Guindalera (incluyendo presentación de la obra e información de acceso, entradas, horarios, etc.):
“La dama de blanco”, comentario de Juan Ignacio García Garzón en ABC el 17 de abril pasado con motivo del estreno del presente montaje:
Audio completo de la conferencia de Laura Freixas sobre Emily Dickinson “Una genia con habitación propia” en la Fundación Juan March el 10 de marzo pasado (61 min):
Audio completo de la lectura dramatizada cartas y poemas de Emily Dickinson por Julia Gutiérrez Caba en la Fundación Juan March el 12 de marzo pasado (58 min):
Secuencias conteniendo poemas de Emily Dickinson en películas notables; personalmente me quedo con la última del reportaje de youtube, el final de la extraordinaria “La decisión de Sophie” (“Sophie´s Choice”, comienza a los 2’09”):
Buen Teatro, Amigos.
Manrique
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