viernes, 24 de abril de 2015

Turandot, la ópera póstuma de Puccini

Queridos amigos: el que suscribe, colaborador de este blog preferentemente en temas musicales, os anticipa su participación en otra actividad coral. En este caso se trata de Turandot, la ópera póstuma del genial compositor italiano Giacomo Puccini (1858-1924). La ejecución de esta pieza será en versión de concierto en el Auditorio Nacional de Música el próximo jueves, 30 de abril, a las 19,30. Para los que estéis interesados en asistir, las entradas podéis adquirirlas en las taquillas del Auditorio, o bien a través de la página web www.entradas inaem.es, desde 20 euros en adelante aunque os advierto que ya se ha vendido el 75 por ciento de las localidades que se han puesto a la venta. Esta versión de la famosa ópera de Puccini, que contará con algunos detalles de atrezzo y vestuario, y unos pequeños movimientos escénicos, estará interpretada por la Orquesta y el Coro de Filarmonía –también interviene un coro de niños tal como exige la partitura-, y la intervención de solistas en los principales papeles, bajo la dirección de Pascual Osa. Los participantes en el coro superamos los trescientos entre sopranos, contraltos, tenores, barítonos y bajos, coloratura vocal a la que pertenezco. Supongo que todos tenéis conocimiento de esta ópera de ambiente exótico cuya aria más famosa es Nessun dorma (Que nadie duerma), correspondiente a la Escena Primera del Tercer Acto, popularizada en sus conciertos multitudinarios por Luciano Pavarotti y Plácido Domingo, y que interpreta Calaf, el principal personaje masculino, con un do de pecho final realmente sobrecogedor.
Después de haberla ensayado durante dos meses puedo objetar sin embargo que hay otras arias de los personajes tanto masculinos como femeninos – Principessa de morte!, Del primo pianto, Tanto amore secreto, o Tu che di gel sei cinta- que exigen un nivel del dominio de agudos tan importante como el pasaje al que nos referimos en primer lugar. La acción de Turandot tiene como escenario el Pekin de la época imperial, donde la princesa que da el título a la ópera anuncia, por medio de un mandarín, que se casará con aquel ascendiente de sangre real que adivine los tres enigmas que le propone. Pero el que fracase será decapitado, como ocurre al comienzo de la ópera con el príncipe de Persia. Será otro príncipe, Calaf, el que opte a la mano de la cruel hija del emperador y que logrará su objetivo tras múltiples peripecias, ayudado por su padre, el príncipe Timur y la delicada esclava Liú. Durante toda la representación el coro toma partido tanto a favor como en contra de los principales implicados en la trama. Curiosamente, la representación de Turandot fue prohibida durante años por los dirigentes de la República Popular de China porque aseguraban que el argumento de la obra ridiculizaba al pueblo chino y le tachaba de bárbaro y decadente. En la década de los 90 del pasado siglo, el gobierno de Pekín cambió de opinión y permitió que se representara. De hecho, en 1998 se llevó a cabo un montaje histórico de la ópera en la Ciudad Prohibida, con dirección musical del indio Zubin Mehta. Antes de Turandot, Puccini ya había triunfado con otra ópera de ambiente exótico, Madama Butterfly (1904), cuya acción situó en el hermético Japón decimonónico. Y su repertorio anterior había logrado la aclamación del público en los escenarios del mundo con títulos como Manon Lescaut (1893), La Boheme (1896), Tosca (1900), La fanciulla del West (1910) y las tres piezas breves que integran Il Trittico (1918). Su afán de renovación del género, su gran sentido del espectáculo y su apertura al impresionismo de la música francesa de Debussy, a las nuevas tonalidades de compositores rusos de su época, como Igor Stravinsky, e incluso al atonalismo del austríaco Arnold Schönberg, le permitieron asentarse como uno de los grandes genios de la ópera.
El compositor empezó a trabajar en Turandot en el verano de 1920 después de que llegara a sus manos el libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni, elaborado a partir de un cuento de hadas de Carlo Gozzi, un autor hoy olvidado del siglo XVIII. Las dificultades literarias de algunos pasajes del libreto y las dudas musicales dilataron la labor del compositor que interrumpía y rehacía sin cesar la partitura, en la cuya orquestación incluyó instrumentos de percusión que reforzaban el aire exótico de la acción, como el gong chino, el xilófono, los címbalos, el triángulo, el bombo, el glockenspiel y las campanas tubulares. Sin embargo, a mediados de 1924 apareció en su garganta una irritación persistente que Puccini atribuyó a un resfriado mal curado aunque en realidad se trataba de un tumor canceroso maligno en la tráquea provocado sin duda por su desmedida adicción al tabaco (el músico fumaba una media de tres cajetillas y media diarias). Puccini, que era multimillonario, pasó por diversas consultas médicas con la esperanza de atajar su mal hasta que llegó a sus oídos que en una clínica de Bruselas ofrecían un tratamiento novedoso, a base de radioterapia, para tratar el cáncer. Sin pensárselo dos veces, Puccini partió hacia la capital de Bélgica con las últimas páginas de su ópera en la maleta, pero cuando llegó los médicos le dijeron que era demasiado tarde porque el mal se había extendido dramáticamente por su garganta. No había nada que hacer. El compositor se sometió a tratamientos paliativos pero dejó de existir el 29 de noviembre de ese mismo año dejando inconclusa Turandot. Cuando el compositor falleció solo faltaban el dúo final de Calaf y Turandot y la apoteosis coral. No obstante, antes de partir hacia Bruselas, Puccini se reunió con el famoso director de orquesta de la Scala de Milan, Arturo Toscanini, encomendándole la labor de concluir la partitura en caso de que Puccini no regresara. El director cumplió su palabra y encomendó a Franco Alfano, un compositor discreto de cierta fama, que completara la obra a partir de bocetos y apuntes dejados por Puccini. Turandot no se estrenó hasta el 25 de abril de 1926, en la Scala milanesa, bajo la dirección de Toscanini, pero éste interrumpió la función cuando las notas llegaron a la última puntuación del tercer acto, tras el suicidio de Liú. La versión de Alfano se representó en fechas posteriores pero su inspiración fue cuestionada desde el un primer momento por numerosos puccinianos, aunque hasta 2002 no fue revisado este final añadido por parte del compositor Luciano Berio, quien agregó un pasaje, según él, más acorde con las intenciones de Puccini. Como podéis comprobar, la intrahistoria de esta ópera tiene su miga y si decidís escucharla en el Auditorio la semana que viene estoy seguro de que os convenceréis de lo que digo, aparte de gozar de las armonías y concertantes de uno de los títulos más redondos de la historia de este género musical. Buena música, amigos Javier Parra

1 comentario:

  1. Preciosa ópera para cualquier persona a la que le guste un poco la música. Seguro que os saldrá muy bien, Javier. Yo estaré allí para aplaudiros como os merecéis.

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