Cuando sus hijos encontraron a su madre, ella ya estaba muerta.
Es curioso, la mayoría de los hijos conocen de sus madres sólo los brazos y la cabeza. Si tomáramos un espantapájaros y le colocásemos la cabeza de cartonpiedra de una madre y sus brazos, sus hijos la reconocerían en él. Ese desconocimiento me llamó siempre la atención con respecto a mis padres y a otros. Yo sabía de mis padres lo que hacían en el tiempo presente, conocía las batallas pasadas que ellos contaban una y mil veces, pero desconocía absolutamente quienes eran. En alguna ocasión leí una frase que me llamó la atención "Las madres están siempre llenas de secretos". Las personas que nos dan la vida son justamente esas de las que menos sabemos. Damos por hecho quién son. Inventamos un personaje adecuado a la figura de nuestra madre o padre y en eso basamos nuestros niveles de aceptación. Los consideramos asexuados. Intentamos que se ajusten a lo que queremos que sean, procuramos que no nos den sorpresas. Preferimos que se amolden a nuestro futuro y nos estorba su pasado. Somos injustos viéndolos como personas. Incompasivos con sus errores y envidiosos de sus dichas y triunfos. ¿Quién era mi padre? ¿Qué sé yo de mi madre? Bastan unas cuantas fechas, un puñado de anécdotas y unos pocos rasgos físicos para que tengamos ya hecho el perfil de nuestros padres.
Robert decía: "El análisis destruye el todo. Algunas cosas, las cosas mágicas, han sido hechas para permanecer enteras. Si uno las observa por pedazos, desaparecen."
Qué difícil es ser mujer en toda la dimensión cuando se es madre. Qué pocas veces se olvida esa condición para ser sólo mujer. Y cuando eso sucede, cuando eso te atrapa una sólo quiere ser eso, una mujer. Una mujer. Como lo fue Francesca entre los brazos de un fotógrafo de National Geographic. Era casi como si hubiera tomado posesión de ella en todas sus dimensiones.
Los hijos no lo son todo. Quién dijo que sí. Me llevarán a la hoguera, me lapidarán, me repudiarán, arderé en los infiernos, pero sé en lo profundo de mi ser que esa afirmación es absolutamente cierta. La relación entre madre e hijos es inmanente, y también la más desequilibrada que existe. Nos dan la vida, pero también nos obliga a renunciar a una gran parte de ella. La vestimos de satisfacciones, de recompensas, de compensaciones, pero realmente está llena de renuncias, de sacrificios, de esfuerzos y de soledades. Un beso de un hijo es el universo, pero sólo toco el cielo con las manos cuando estoy fundida con él. Qué guapa y tierna sale una en las fotos rodeada de hijos, pero qué luz me ilumina cuando te miro a los ojos.
Así fue cómo Francesca encontró esas palabras que siempre habían estado ahí pero que nunca había pronunciado hasta que Robert se sentó a la mesa de la cocina frente a ella.
Robert no tenía estudios, pero sí mucha vida. Vivo en el mundo. Francesca era literata, pero sin vida. Muerta en Iowa. De ambos surgió un nuevo ser. Estaba dentro de ellos, pero sólo faltaban ellos para que surgiera. Son esas cosas que no se saben explicar, que nadie entiende, que uno se ruboriza cuando las cuenta porque se saben difíciles de entender para quienes no han sido nunca presos de lo inevitable, presos de la entrega, del cuerpo vibrante y entregado, de los "te quiero" y del deseo constante, de lo irrefrenable que resulta estar junto al otro un minuto y el resto de tu vida. Y eso surge en un segundo para no desaparecer nunca más. Condiciona por siempre tu existencia. Quizás me vuelva a encontrar con el corazón lleno de polvo, pero la memoria perdurará y hará que el cuerpo entero vuelva a vibrar aun estando quieto y solo.
La vida se sitúa en la línea donde la ilusión se encuentra con la realidad.
Nunca un error fue tan acertado. No recuerdo qué fechas eran, ni qué motivo hizo que me quisiera regalar algo, pero allí estaba delante de mí con un paquete en las manos. Era un libro. "Qué bien. Sí, gracias, Los Puentes de Mádison" "Era éste el que querías, ¿verdad? " "Bueno, sí. Sí, he oído hablar de la película". De esa imprevista manera llegó a mí la historia de Francesca y Robert. Hoy lo he vuelto a leer, mi libro está amarillento, no huele a libro nuevo, pero la historia sigue siendo la misma.
-Robert, no he terminado todavía. Si me levantaras en tus brazos y me llevaras a tu camión y me obligaras a ir contigo no murmuraría una queja. Eres demasiado sensible, percibes demasiado bien mis sentimientos como para hacerlo. Y yo tengo sentimientos de responsabilidad aquí. Si, en cierto modo es aburrido. Me refiero a mi vida. Le falta romance, erotismo, bailar en la cocina a la luz de las velas, y la maravillosa sensación de un hombre que sabe cómo amar a una mujer. Más que nada le faltas tú. Pero está este maldito sentido de la responsabilidad que tengo. Hacia Richard, hacia mis hijos.
El solo hecho de que me fuera, de que faltara mi presencia física sería suficientemente duro para Richard. Eso solo podría destruirlo.
Además de eso, y tal vez sería lo peor, tendría que vivir el resto de su vida con las murmuraciones de la gente de aquí. "Allá va Richard Johnson. Su mujer, esa italianita calentona, se escapó con un fotógrafo de pelo largo hace unos años". Richard tendría que sufrir eso, y los chicos oirían las burlas de Winterset todo el tiempo que vivieran aquí. También sufrirían ellos. Y me odiarían por ello por más que te desee y quiera estar contigo y ser parte tuya no puedo arrancarme a la realidad de mis responsabilidades.
Si me obligas, física o mentalmente a irme contigo, como te dije antes, no podré luchar contra eso. No tendré fuerzas, si pienso en mis sentimientos por ti. A pesar de las razones para no lanzarme contigo al camino, iría por mis deseos egoístas. Pero, por favor, no me hagas ir. No me hagas abandonar esto, mis responsabilidades. No puedo hacerlo y vivir pensando en ello. Si parto ahora, ese pensamiento me convertirá en una mujer diferente de la que has llegado a amar. -Robert Kincaid guardó silencio-.
Queridos Carolyn y Michael:
Aunque me siento muy bien, creo que es tiempo de poner mis cosas en orden. Hay algo, algo muy importante, que debéis saber. Por eso escribo... Si es posible, por favor sentaos a leer esta carta en la mesa de la cocina. Pronto entenderéis por qué os lo pido.
Me resulta difícil escribir esto a mis propios hijos, pero debo hacerlo. Esto es algo demasiado fuerte, demasiado hermoso como para que muera conmigo. Y si queréis saber quién fue vuestra madre con todo lo bueno y todo lo malo, debéis saber lo que os voy a contar. Valor.
La paradoja es que si no hubiera sido por Robert Kincaid no sé si hubiera podido quedarme en la granja todos estos años. En cuatro días me dio toda una vida, un universo. Nunca dejé de pensar en él, ni por un momento.
-Ay, Michael, Michael, piensa en ellos todos estos años, deseándose tan desesperadamente. Ella
renunció a él por nosotros y por papá. Y Robert Kincaid se mantuvo aparte por respeto a los
sentimientos de mamá por nosotros. Michael, me resulta difícil pensarlo. Tratamos con tanta
indiferencia a nuestros matrimonios, y nosotros fuimos parte de la razón de que ese increíble amor
terminara como terminó.
Tuvieron cuatro días juntos, sólo cuatro. En toda una vida. Cuando nosotros fuimos a esa ridícula
feria en Illinois. Mira la foto de mamá. Nunca la vi así. Tan increíblemente hermosa, y no es la
fotografía. Es lo que él le hizo. Mírala, tan salvaje y libre. Con los cabellos al viento, el rostro lleno
de vida. Está maravillosa.
-Dios mío -fue todo lo que pudo decir Michael, enjugándose la cara-.
Va para dos años que cometí el último error al hablarles de la mujer y no de la madre. Tropecé. Estas cosas no se hacen en vida.
A ver cómo me apaño para que no lean esto.
Marga.
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