El museo Thyssen, bajo la
excelente dirección artística de Solana y LLorens, presenta estos días la más
importante exposición del pintor
americano Edward Hopper jamás organizada en Europa y que tenemos la oportunidad
de ver en Madrid hasta mediados de septiembre, cuando se trasladará a París. Yo
ya la he visto con una excelente profesora de arte y tengo que reconocer que me
ha encantado.
Por una parte he descubierto
un pintor figurativo, solitario, distante, alejado del mundanal ruido y el
glamour de las estrellas, profundamente imbricado en el “american way of life”,
capaz de representar como nadie en sus cuadros la personalidad de las ciudades,
pueblos y el paisaje americano. Los personajes de sus cuadros impactan por su misterio,
su languidez, su aislamiento, sus miradas largas y profundas y su
incomunicación con el mundo exterior. La
técnica pictórica de Hopper impresiona por la excelente pincelada larga,
los llamativos colores, el simbolismo de los objetos representados y su
sorprendente encuadre, buscando siempre la distancia y el ángulo de ataque al
objeto o personaje representado que más pueda ajustarse al objetivo buscado.
Hopper me ha parecido un
excelente pintor, el de mayor calidad entre los americanos que yo haya visto y
eso que el Thyssen tiene una muy buena colección de arte americano que incluye,
al menos, tres cuadros de Hopper en su colección permanente. Magnífico pintor y
magnífica colección de cuadros que solo por eso ya merece la pena recomendar.
Pero lo más sorprendente para
mi ha sido descubrir la estrecha
relación existente entre Hopper y el cine y la influencia que el cine ha
ejercido sobre su pintura y viceversa. Posiblemente esto sea lo que más se
ajusta al interés de nuestro foro.
Hopper murió a mediados de
los años 60 del Siglo XX y vivió siempre en EE.UU. salvo una corta estancia en
el París de principios de siglo, a donde se dirigió atraído por el glamour de
los pintores europeos más famosos del momento. Su obra pictórica se desarrolló
en los EE.UU. en paralelo con el desarrollo de la industria cinematográfica más
importante del mundo y el contagio entre ambos fue inevitable. Si Hitchcock
convirtió una de las casas de Hopper en el Bates Motel de “Psicosis”, también
muchos de los cuadros de Hopper están relacionados con el cine de los mejores
directores de la época.
A principio de los años 30 a Hopper le debió apasionar
el cine negro y su obra de esa época se puede ver en películas como “El sueño
eterno” de Howard Hawks, “Dias sin Huella” de Wilder y “La ciudad desnuda” de
Jules Dassin. Esta relación continuó en los años 40. La película de Robert
Siodmak “Forajidos”, rodada en 1946 con Burt Lancaster como protagonista, está inspirada en varios
cuadros de Hopper y “El final de la violencia “de Wenders reproduce el cuadro
de los “Halcones”, una obra inmensa que,
lamentablemente, ha sido vetada por el
Museo de Chicago para su traslado a esta
exposición.
Otros cineastas
contemporáneos están influidos por la particular estética de Hopper; entre ellos
hay que destacar a Michelangelo Antonioni y su representación de la soledad
humana y el espacio infinito y David Lynch y su representación de los campos de
trigo típicos de los estados de Wisconsin e Iowa en su cinematografía.
Lo dicho. Merece la pena ver
esta exposición. Os la recomiendo tanto desde el punto de vista pictórico, como
de aficionados al cine.
(JRL 20-06-2012)
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