miércoles, 31 de octubre de 2018

Mi opinión sobre "LOS CUADERNOS DE REKALDE" de Arturo Martínez González


Queridos Cinéfilos:
Invitación para la presentación de "LOS CUADERNOS DE REKALDE"

Confieso “que en mi vida me he visto en tanto aprieto”, por lo que podría aventurarme a relatar mis fracasos en un soneto, parafraseando el inalcanzable modelo del Fénix de los Ingenios hace cuatro siglos:

Hasta veinte veces he fracasado,
 cumplidamente lo merece Arturo
 y el libro de Rekalde, tipo duro.
¡Tanta derrota me ha desalentado!


La vergüenza torera me impide seguir, ni siquiera “inspirándome” en Lope. Continúo en prosa para poder terminar de una vez este comentario tras tantos múltiples desnortados intentos:

Nunca había tenido que comentar en el Foro ninguna obra literaria, musical o cinematográfica que hubiera realizado o en cuya generación participara ningún amigo, conocido o, menos aún, otro Cinéfilo, situación que en honor a la honestidad implicaría tener un exquisito cuidado para no sobrevalorar la calificación por amistad o caer justamente en lo contrario, por evitar lo anterior.

Hasta ahora, porque en la presente ocasión el autor de la obra, que por fin comento, es Arturo Martínez González, no sólo amigo mío sino también uno de los más destacados miembros activos de este Foro, como lo demuestran, principal pero no solamente, las crónicas de sus numerosos viajes por él aquí publicadas: Indonesia, la Ruta de la Seda, prolongada hasta Persia y Armenia, Georgia (la del Cáucaso), Brasil, Nueva York, Japón, Nápoles y la Costa Amalfitana, Grecia, el río Congo, Tánger y más sitios.

Pero es que Arturo, además de pertinaz Cinéfilo y amenísimo cronista de sus viajes, emprendidos siempre con un objetivo cultural y nunca destinados a estancias en un “resort” TI de una playa paradisíaca, es profesionalmente un magnífico ingeniero y como tal fue un cercanísimo compañero mío durante cuatro años en el más complejo, ingrato, correoso e imposible proyecto de nuestras (me atrevo a utilizar la primera persona del plural en vez de la del singular) vidas laborales (aclaro para los que trabajabais en IZAR o lo habéis hecho en el sector de la construcción naval: diseñar e implantar un completamente nuevo sistema de codificación de materiales común para el conjunto de todos los astilleros y tipos de buques ofertados por la Empresa y, en paralelo, buscando la mayor efectividad sinérgica, una paralela estandarización de componentes y productos intermedios repetitivos para ser aplicada en los procesos de diseño, acopio y construcción; ¡menudo embolado!, ¿no?; me atrevo a apostar que apoyarán mi calificación, si les consultáis, los también miembros del Foro José Ramón y Juan T., entonces altos responsables de la Ingeniería de IZAR). Ese proyecto fue como nuestro Stalingrado, con nosotros en el papel perdedor de los alemanes, aclaro. Para ser más correcto, políticamente hablando, y Cinéfilo, escribiré que al final de aquella pesadilla nos sentíamos más o menos como los dos jóvenes idealistas de “Leones por corderos” o, mucho mejor aún, como Butch Cassidy y Sundance Kid en la última secuencia de “Dos hombres y un destino”… y eso une mucho, ¿verdad?, Arturo von Paulus.

Trato de olvidarme de mi relación con el autor y paso a intentar juzgar de la forma más equilibrada posible “Los cuadernos de Rekalde. Diario de un superviviente”:

Como preámbulo, una aclaración: Arturo, ya en su prólogo, afirma que en esta obra él no es más que un adaptador para la publicación de un relato contenido en cuatro cuadernos manuscritos que llegaron a su poder de manera fortuita y afortunada, añadiría yo, que contenían las anotaciones a lo largo de dos años y medio, en forma de diario, de un curioso individuo español que en un determinado momento se autoidentifica, verdadera o falsamente, como Eliseo Rekalde, ¿vasco o gallego?, de pasado oscuro, arrancando como activista político en su juventud, convertido con el paso del tiempo en suministrador más o menos legal de armas de fuego, generalmente destinadas al mercado centro y sudamericano, no siempre producidas en el País Vasco.

Me parece que, como poco, Arturo ha mejorado en profundidad el original preexistente, como asegura que es, con su muy diestra pluma porque, como ya habréis testado todos los que hayáis leído sus crónicas viajeras, maneja perfectamente el castellano, con una redacción precisa y una sintaxis impecable, que dudo mucho fueran las formas originales en los cuadernos, condición de estilo que estimo absolutamente necesaria para poder calificar como sobresaliente cualquier obra literaria.

La historia que se nos narra es una auténtica odisea (hasta la cita que encabeza el tercer cuaderno es una adaptación para el particular caso de Rekalde del famoso poema de Constantino Cavafis “Viaje a Ítaca”, del que incluyo este enlace donde podéis conocerlo muy bien recitado por José Mª Pou en la Fundación Juan March, al que puso música y añadió alguna estrofa de su cosecha, en clave nacionalista catalana, Lluís Llach en su muy conocida homónima cantata) con delaciones traidoras, juicios sumarísimos, estancias en tétricas prisiones, huidas por tierra y mar, combates en la selva colombiana, un par de descansos en sendos refugios seguros y hasta una “movida” con los restos de una ballena muerta, la travesía de un gran océano en un carguero y una larga singladura a vela en una goleta a la que, por si faltaba algo, atacan los piratas smls al norte de Sctr…. (sic: complete las vocales el que lea el libro, no quiero adelantar más datos). Que conste que entre estas secuencias de esa “odisea” no he citado ninguna perteneciente a los antecedentes de la vida de Rekalde que se rememoran en la narración.

Es digna de destacar la habilidad del autor en el “montaje”, como se diría en cinematografía, para relatarnos unos hechos que se desarrollan con varios cambios de referencias cronológicas, por no utilizar el anglicismo “flashbacks”, perfectamente insertados, enganchándonos en una aventura humana secuencialmente engranada respecto a datos históricos y políticos constatables. Y este es uno de los aspectos más sólidos del libro: la abundantísima documentación que Arturo ha debido consultar y destilar para poder “transcribir” esta historia con fidelidad, datos de los que facilita su origen a menudo.

Son de agradecer las referencias gastronómicas, literarias y cinéfilas (que recuerde, una específica a “Feliz Navidad, Mr. Lawrence”) que salpican la narración de Rekalde, así como gotas de humor, como la secuencia de la compra de un bikini en un aeropuerto o la crítica al comportamiento de las masas de turistas en el típico complejo hotelero caribeño TI.

No es menos subrayable la verosimilitud de la descripción de los múltiples ambientes geográficos y humanos entre los que se desarrolla la trama (Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Indonesia…) lo que únicamente ha sido posible por la ingente experiencia de Arturo como culto viajero bien informado, no simple turista, por esos escenarios y, por lo tanto, “restaurar” los datos tomados de los cuadernos originales. Si no tuviera ese bagaje, no le hubiera sido posible “transcribir” el abigarrado contenido de unos cuadernos que, de una forma tan laberíntica, llegaron a su poder sin que él tuviera la oportunidad de haber conocido a Rekalde. Puestos a aventurar hipótesis, siempre cabe la posibilidad de que Arturo nos esté ocultando que sí lo llegó a conocer y hasta que le hubiera dado refugio en su casa en la costa gaditana, sin delatarlo a las autoridades, ya que no en vano varios presuntos servicios secretos andaban tras su pista. O que en el Bajo de las Puercas… Pero ya está bien de desvelar la trama y osar aumentarla con hipotéticas secuelas por mi parte.

Yo no sé si la comparación la encontrará Arturo acertada o rechazable, le agradará o no, pero a mí me parece que su estilo literario e inspiración están muy en sintonía con otro Arturo, Pérez-Reverte, lo que yo considero una virtud habida cuenta que éste, además de merecidamente exitoso y no banal escritor, es un notable académico de la RAE, y también subrayo que ambos prestan exquisito cuidado en documentarse más que suficientemente sobre el tema y las circunstancias de lo que escriben, otro aspecto fundamental para mí a la hora de apreciar una novela. También me parece que en ambos “Arturos” predomina claramente la acción sobre la introspección al tratar de sus personajes, lo que no quiere decir que sus personajes sean personas simples, pero nunca caen en disquisiciones, como hace muy a menudo otro académico con muy altos méritos, Javier Marías (creo haber leído que es el escritor español vivo con más éxito de ventas y mejores críticas en varios países europeos, especialmente en Alemania y Austria), del que la también Cinéfila Ana Moya ya era ferviente seguidora cuando la conocí, hará ahora unos 20 años. Aquí nos recomendó “Los enamoramientos”, novela que a mí me gustó mucho. Recientemente he leído un artículo de Pérez-Reverte en el que circunstancialmente revela que ambos académicos cultivan una fructífera amistad literaria, sin que para ello sean óbice sus estilos tan diferentes, en mi opinión.

Me ha sorprendido a lo largo de la lectura de “Los cuadernos de Rekalde” algo que a los más observadores ya os habrá hecho saltar una alarma: ¡Qué casualidad que Arturo haya visitado todos los países y zonas por donde transcurre la odisea de Rekalde! ¿O sería que en sus viajes nuestro colega iba guiado a posteriori por los hechos de los cuadernos que previamente ya habían llegado a su poder? Si leéis el libro, Arturo os responderá a esta cuestión en el epílogo, donde me quedé pasmado por cómo encajaban perfectamente los datos personales de sus viajes, que los Cinéfilos conocíamos a través de sus citadas crónicas en este Foro, con su proceso de documentación para esta obra. ¿O será al revés?


Inquietante dibujo alegórico de Escher
Y nos quedamos con la duda metaliteraria sobre la realidad Rekalde, su oscuro pasado e incógnito presente, ya que la imagen que trasmiten sus cuadernos, como en el 99% de los escritos autobiográficos, ¿es más atrayente que la verídica? No puedo evitar que me venga a la cabeza un dibujo de Escher, que inserto, ilustrador de realidades especulares. ¿Cómo la de Rekalde?

Clarificadora puede ser la interpretación de lo que “cuenta” Arturo en la entrevista que le hicieron en RNE de Cádiz en mayo de 2017 en el programa “Se ha escrito un libro”, cuyo audio aquí está a vuestra disposición.

Recuerdo que Arturo ya presentó su obra en este Foro, insertando su prólogo íntegro para que tuviéramos un primer contacto. Más aún, en los “agradecimientos” al final del libro hay un reconocimiento específico por su parte al Foro como su primer ágora literaria, que todos debemos agradecer porque, como he mantenido muchas veces y reitero, éste es nuestro Foro, Cinéfilos, en absoluto mi Foro, por más que Marga lo bautizara con mi nombre.

Aclaro que fuera de Cádiz no sé cómo encontrar la novela, ya que imagino nada fácil, para un autor novel y publicado por una modesta editorial, El Boletín, conseguir distribución en librerías de referencia, como son Casa del Libro o El Corte Inglés, donde busqué hace tiempo y siguen sin tenerla en catálogo, al menos a esta fecha. A ver si conseguimos revertir esta situación entre todos los Cinéfilos. Copio aquí las dos direcciones de contacto que figuran en el libro impreso, el autor en eliseorekalde53@gmail.com y la editorial econtacto@el-boletin.com

 En mi caso, la Violante que me metió en este lío de comentario, regalándome el libro con una cálida dedicatoria de Arturo, fue Marga, que me lo envió en julio pasado desde Cádiz, a la que quiero reiterar públicamente mi agradecimiento porque, si ella no lo hubiera hecho así, yo tendría que haber esperado a realizar de una vez mi permanentemente pendiente próximo viaje a Cádiz, visita que tantísimas veces estoy posponiendo, para poder conseguir un ejemplar, imprescindiblemente dedicado por Arturo, como el que gracias a ella he disfrutado leyendo.

Hasta aquí mi comentario literario sobre “Los cuadernos de Rekalde”, que concluyo con un claro consejo, ¡leedla!, Cinéfilos, porque creo firmemente que no os arrepentiréis. Que quién lo haga saque sus propias conclusiones y, a ser posible, aquí las comparta. Espero que, por una vez, alguien me haga caso en esto último.

Y por fin me despido de vosotros porque me gustaría enviarle al mismísimo Rekalde un mensaje a través de este Foro, ¿cómo o adónde podría hacerlo de otra manera?, pero como en el mismo voy a desvelar demasiados datos sobre su odisea, a lo peor “destripando” episodios del libro (el barbarismo anglosajón “spoiler” mejor lo dejamos para los “modernos”), prefiero hacerlo en una posdata cuya lectura os desaconsejo vivamente si no lo habéis hecho antes con el libro.

Buena y amena Literatura, una odisea muy bien documentada y excelentemente (trans)escrita, esta vez por mi amigo, compañero de ingratos trabajos y colega Cinéfilo en el Foro, Arturo.

¡Ojala obtenga con “Los cuadernos de Rekalde” el éxito de ventas y lectura que merece!

Manrique



PD (reitero, en la que se desvelan algunos hechos y circunstancias de la trama del libro). 

 A LA ATENCIÓN DE D. ELISEO REKALDE 

Presunto ex timado (sic), y en tal caso también será por mí estimado, Sr. Rekalde:

Confiando que todavía Vd. no se haya esfumado definitivamente o (re)convertido en puro ectoplasma, éste es mi mensaje “en una botella”, que diría Sting, que le envío confiando que de alguna manera puede llegar a su conocimiento y, si lo considera oportuno, responderme, lo que le ruego porque espero que me aclararía las dudas sobre sus principios que me han asaltado tras la lectura de la transcripción de sus cuadernos. Si Vd. opta por hacerlo, le ruego que sea a través de este mismo Foro, ¿qué mejor medio?, además de que así sus razones quedarían accesibles para las personas que habiendo conocido sus cuadernos tuvieran la oportunidad, o el infortunio, vaya Vd. a saber, de destinar un rato a leer este comentario. 

En el transcurso de su extraordinaria aventura a lo largo de dos años y medio, mas los retazos con algunos antecedentes muy significativos, nos relata Vd. cómo se involucra en una serie de conflictos por diversos motivos, desde el puro interés crematístico hasta la propia supervivencia, pasando por el apoyo activo a levantamientos armados por alineamiento ideológico o, en algún caso, incluso a un encubierto choque de egos por temas de “faldas” (“Cherchez la femme”, solían decir los franceses). 

Con la sabia perspectiva que la edad da a las personas razonables, como confío sea su caso, me gustaría poder conocer su grado de satisfacción actual respecto a los resultados constatados de los proyectos en los que Vd., hombre de acción, cooperó entusiastamente a lo largo de su vida, ya que considero que la herencia que cada uno dejemos calificará nuestro paso por el mundo, según hayamos ayudado a mejorarlo, con nuestros aciertos y buenos actos, o degradarlo con nuestros errores y acciones que resultaron ya entonces, o posteriormente, reprobables. 

Si me permite, revisemos algunas actuaciones suyas de las que nos ha informado en sus “cuadernos”:

Vd. desvela que en su juventud actuó como activista de extrema izquierda durante la fase final del franquismo y la siguiente transición democrática, en ETA durante los primeros años, al menos en mi interpretación de lo que Vd. cuenta, lo que hace que me salte una alarma en rojo porque en dicho entorno sería bastante coherente sospechar que Vd. hubiera llegado a pasar de la acción política a la “armada”, por utilizar la terminología de la citada organización, en esos años que militó hasta su abandono de la rama “dura” en la autodenominada VIª asamblea de esa organización en agosto de 1970. 

La triste Historia es que ETA llegó a asesinar en España entre 1968 y 2011 al menos a 829 personas perfectamente identificadas, aunque la cifra que se le imputa varíe, según las fuentes, desde la anterior hasta los 955 muertos según la Asociación de Víctimas del Terrorismo, que contabiliza también el “misterioso” y pavoroso incendio del hotel Corona de Aragón de Zaragoza en julio de 1979, que causó nada menos que 78 muertos y 113 heridos registrados, ya que casi todos los huéspedes debían estar todavía en sus habitaciones al iniciarse a las 8 de la mañana y que su expansión fue “inexplicablemente” rápida, donde se alojaba el día del “siniestro” la viuda de Franco con su hija, yerno y parece que dos nietos, ¿posibles “objetivos”?, que escaparon ilesos. Aclaro que en febrero de 2009 el Tribunal Supremo reconoció que fue un atentado y que hubo al menos tres personas involucradas en su causa. 

Por ser precisos también procede recordar que hace pocos años se desveló una víctima que parece no había sido contabilizada con anterioridad, aunque lo fuera en la modalidad “accidental”: Begoña Urroz, de 22 meses, que sufrió, nunca mejor aplicado el verbo, gravísimas quemaduras recibidas del estallido de una bomba colocada en la estación de ferrocarril de Amara en San Sebastián en 1960, según informaba El País en su número de 21.01.2010, lo que la convertiría en la primera víctima mortal de la naciente ETA. Lamentablemente no fue la única infantil, ya que al menos una decena fueron asesinadas no “colateralmente”, como las que dormían antes de amanecer en la expertamente dinamitada casa cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza (5 niñas entre los 11 muertos, y supongo que muchos menores entre los 88 heridos, porque una casa cuartel, como su nombre indica y todos sabemos, especialmente quienes la eligieron como objetivo de atentado, sirve para alojar a los miembros del instituto armado junto con sus familias) o a los que tuvieron la mala suerte de estar comprando en el Hipercor en Barcelona cuando ETA hizo estallar en su garaje un potente coche bomba (4 de los 21 muertos fueron niños), ambos atentados llevados a cabo en el año 1987. 

He referenciado sólo estos tres atentados por su elevado número de cifras mortales, aunque tampoco fueron pocos los 12 jóvenes guardias civiles, en fase de formación, asesinados colectivamente en el atentado con coche bomba en la madrileña plaza de la República Dominicana en 1986, pero no quiero dejar de recordar el cruel asesinato individual a sangre gélida de Miguel Ángel Blanco en 1997 tras varios días de secuestro; ser concejal del PP en Ermua resultó ser su pecado mortal, (podéis ver un magnífico reportaje elaborado para TV en el décimo aniversario de su muerte), o en 1981 el 100% equiparable en maldad secuestro y asesinato del hoy casi olvidado José María Ryan, ingeniero de 38 años, culpable para ETA del terrible delito de trabajar en la construcción de Lemóniz, del que recuerdo en TV la desencajada imagen de su joven esposa y prole infantil al recibir la noticia, ni tampoco dejar de mencionar a las víctimas malheridas, como Irene Villa, que perdió sus piernas con 12 años. Para no alargarme más, tendré que ser injusto al no relatar toda la lista de atentados con víctimas mortales, de los cuales casi un tercio siguen sin estar policialmente resueltos porque se desconoce la autoría personal de los mismos, fundamentalmente por la falta de arrepentidos que aportaran datos de los responsables. 

Teniendo en cuenta que la gran mayoría de estos asesinatos se ejecutaron ya durante la Transición y consiguiente normalización democrática en España, Sr. Rekalde, ¿se arrepiente de haber colaborado con ETA durante sus primeros años, aunque Vd. no hubiera llegado a participar personalmente en los atentados previos a su temprano abandono de la “rama militar”? 

Tras haber trabajado años para la histórica empresa vasca Astra y Unceta y quedar en el paro cuando ésta se cerró un par de décadas después, Vd. se dedica a la venta internacional de armas cortas a personajes y organizaciones variopintas principalmente de los mercados centro y sudamericanos, oferta que acabó ampliando a la de armas largas de combate de producción y con destinos no siempre legales. 

Durante una operación comercial con Venezuela, Vd. se reencuentra en 2003 con antiguos camaradas de lucha juvenil en España, ya reconvertidos en influyentes personajes al servicio del Gobierno Bolivariano, con los que colabora activamente hasta el punto de llegar a ser invitado a participar en entrenamientos de fuerzas de élite de la seguridad del régimen, además de establecer una relación estable con Malena, su antigua compañera de activismo en España, que a comienzos del siglo XXI es ya una destacada comandante de la Guardia Nacional Bolivariana, lo que afortunadamente no ha rebajado significativamente su legendario atractivo físico juvenil, ocupando un puesto tan sobresaliente en la milicia como para poder permitirse pasar juntos un romántico fin de semana en la residencia oficial de Isla Orchila, paraíso reservado únicamente para jerarcas gubernamentales o de la Armada. 

Pero ¿qué ha pasado en Venezuela tras darle moviola avante una década?, Sr. Rekalde: Muerto el Presidente Chávez en 2013, fue nombrado sucesor Nicolás Maduro al que los candidatos venezolanos miembros de la oposición tuvieron la osadía de ganar las elecciones a la Asamblea Nacional Bolivariana (aclaro, órgano legislativo supremo creado en 1999 conforme a la nueva Constitución, estando ya en el poder el Presidente Chávez) en las elecciones legislativas de 2015, obteniendo 112 diputados frente a los 55 del partido gubernamental, mayoría que les hubiera permitido aprobar cambios legislativos profundos al disponer de más de 2/3 de los asientos de la Cámara, escaños que se esfumaron en su totalidad cuando el Presidente Maduro decidió disolver el parlamento elegido y sustituirlo por uno constituyente, con nuevas reglas de elección que dificultaban o impedían de facto la presentación de opositores, eliminando así de raíz la representatividad democrática del régimen mediante el puro y más duro derrocamiento del poder legislativo. Lo de disolver el Parlamento, ¿no lo hizo un canciller alemán, también con pelo negro y bigote, 82 años antes? A mí me suena que sí. ¿A Vd. no?, Sr. Rekalde. 

Sigamos con Venezuela, donde el Presidente Maduro acompañó sus dictatoriales actuaciones con el encarcelamiento indefinido de gran parte de los líderes de la oposición, uno de los cuales, Fernando Albán, presuntamente se “suicidó autodefenestrándose” hace pocos días cuando estaba siendo “interrogado” por el SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional), en un edificio cuyos planos, publicados en la prensa española, muestran la inverosimilitud arquitectónica del relato oficial del suicidio. Sus familiares y amigos insisten en que las profundas creencias católicas de Albán no le hubieran permitido suicidarse. Por otra parte, no parece probable que hubiera llegado a tal grado extremo de desesperación, ya que no llevaba demasiados días detenido tras su vuelta a Venezuela de un viaje a la ONU, adonde se desplazó para denunciar la presunta represión política gubernamental en su país. A lo peor es que …hablaba demasiado. 

Sr. Rekalde, como presumo que conoce tan bien como yo la canción, ¿cree que en la Venezuela de hoy procedería cantar de nuevo “Què volen aquesta gent?”? Si necesita el disco que la contiene, cantado por María del Mar Bonet, se lo puedo prestar. Lo poseo desde hace unos 40 años. 

Completemos la situación: Como telón de fondo, el Gobierno Bolivariano ha acompañado su actuación política con paralelas medidas sociales y económicas destinadas a someter clientelarmente a la población, lo que es estrategia común de todas las dictaduras que ha habido, hay y habrá, de forma que para conseguir los bienes materiales esenciales para la vida, incluyendo los más básicos para la alimentación y la salud, es necesario disponer de carnets o autorizaciones facilitados por las autoridades, lo que físicamente mina cualquier disidencia ante la amenaza de “o me apoyas o no comes”. ¿Cierto? 

El inevitable resultado en los últimos años ha sido la mayor caída del nivel de vida de la población registrado en la historia de ese país y de cualquier otro mundial en la época actual, descendiendo hasta niveles de pobreza incluso para escalas tercermundistas, con una hiperinflación anual de cinco dígitos (Refª ártículo de 05.09.2018 en El Economista: “Cómo Venezuela acumula una inflación de 34.680% en lo que va del 2018”) producto de una demencial, ¿y profundamente corrupta?, política económica, siendo Venezuela uno de los mayores productores de petróleo del planeta, obviamente nacionalizado. 

 Eso sí, parece ser que las élites bolivarianas están encantadas con su privilegiada presente situación y los altos mandos militares serán fieles hasta la muerte al Gobierno de Maduro, ya que seguirán disfrutando de un excepcional tren de vida, incluyendo el uso exclusivo de la Isla Orchila y "resorts" similares, mientras la población venezolana no “enchufada” ni siquiera tiene asegurado el acceso a alimentos y medicamentos esenciales. Necesariamente había que llegar a tal simbiosis Gobierno & Fuerzas Armadas, porque ningún régimen dictatorial ha podido ni puede sobrevivir sin una estructura piramidal represiva. 

También es notable resaltar el importante apoyo internacional al Gobierno Bolivariano de los exquisitamente democráticos países con los que estrecha alianzas: Cuba, Irán, China, Rusia, Turquía… 

Esto es simplemente una opinión mía: ¡¡Cómo recuerda el comportamiento del Presidente Maduro al de “Napoleón” en “Rebelión en la Granja”!! Los que conocéis esa fábula podréis juzgar el nivel de acierto o exageración de mi apreciación. 

Alguien podrían argüir: Todas esas descalificaciones son intoxicaciones de la extrema derecha mundial. A ellos les sugiero leer la denuncia de la muy respetada ONG Human Rights Watch

Sr. Rekalde, habida cuenta de todos los datos constatables que le he dado, ¿cree Vd. que debería entonar algún tipo de mea culpa por su ayuda hace años en la incubación de la versión bolivariana 2015 de “El huevo de la serpiente”, según bautizó Bergman ese tipo de apertura de la Caja de Pandora en su clarividente película? 

Para cerrar este capítulo le hago notar que unos cuantos destacados miembros históricos del chavismo han tenido la honradez y el valor de abandonar sus puestos dirigentes (como la ahora ex Fiscal General del Estado Luisa Ortega, nombrada para el cargo por Chávez en 2007 y destituida por la anticonstitucional nueva Asamblea Nacional Constituyente en agosto de 2017 como represalia a sus críticas al Gobierno Maduro), teniendo que escapar subrepticiamente al extranjero por ello, poniendo en riesgo su libertad personal y familiar y con pérdida de sus patrimonios inmovilizables, requisados inmediatamente, como mínimo, cuando han constatado la inasumible deriva dictatorial del Sr. Maduro apoyado en su Guardia Imperial Pretoriana, perdón, Nacional Bolivariana, debí escribir para seguir aceptando las mentiras oficiales. 

Si pasamos a tratar de Colombia, también sería interesante, Sr. Rekalde, que nos explicara cómo pudo ser que, considerando Vd. a las FARC como el brazo armado de la generalidad del pueblo humilde contra las muy minoritarias clases dominantes, según nos informa en sus cuadernos, hayamos sido asombrados testigos pocos años después, con ocasión del referéndum organizado para aprobar el acuerdo de paz del Gobierno de Colombia con dicha “guerrilla”, de como el SÍ, apoyado tanto por todos los simpatizantes de las FARC como por el propio gobierno del Presidente Santos (con su correspondiente aparato de poder oficial y partidarios políticos, contando además con el prestigio de su entonces recién recibido Premio Nobel de la Paz, precisamente por el citado acuerdo), contra todo pronóstico fue derrotado por el NO, cuyos votantes rechazaron los términos del pacto por considerar que en exceso se premiaba políticamente y amnistiaba a las FARC a pesar de su constatado sangriento historial terrorista e involucración en gran escala en el narcotráfico como medio de financiación de su lucha armada. Este inesperado resultado desmintió drásticamente su simplista idea, Sr. Rekalde, de que las FARC actuaban como liberadores del pueblo frente al gobierno y ejército opresores, tanto más cuanto que en las siguientes elecciones generales colombianas, vamos las últimas, ha ganado el partido que defendió el NO en el referéndum. 

Tras estos constatados hechos, Sr. Rekalde, ¿reconsideraría su pasada entusiasta cooperación con las FARC? 

Creo conveniente que sepa, Sr. Rekalde, que personalmente coincido plenamente con el “adaptador” de sus cuadernos, Arturo Martínez, en el rechazo de las insultantes diferencias sociales, y hasta racistas, existentes en muchos países latinoamericanos (interesante su entrevista en RNE, de la que he incluido un enlace en la primera parte de este mismo comentario), lo que constituye un caldo de cultivo ideal para la irrupción revolucionaria de extremistas soluciones radicales para aplicar políticas igualitarias, alternativas que no parecen haber sido medianamente eficaces en casi ningún país y, cuando rara y parcialmente lo han hecho, como es el caso en las zonas desarrolladas de China en los últimos 20 años, siempre ha sido a costa de mantener un estatus político basado en la eliminación de las libertades individuales por gobiernos más que extremadamente autoritarios, dictatoriales, que han asegurado la sustitución de las anteriormente existentes élites económicas por unas nuevas inexorablemente encuadradas por altos miembros del Partido Único. ¿Es consciente, por citar un ejemplo, Sr. Rekalde, de que la República Popular China es ya la segunda nación del planeta en volumen de consumo de artículos de lujo? Ello resulta bastante sorprendente cuando seguimos comprobando que las fotos actuales de la China profunda muestran una sociedad agrícola inequívocamente subdesarrollada. 

El problema histórico es que cuando los movimientos populistas consiguen el poder de forma revolucionaria, operación en la que el vencedor siempre se mancha de sangre, tienden a “conservarlo” indefinidamente, con diferentes grados de falsedad desmintiendo su inicialmente supuesta actitud democrática. 

Tomemos a Cuba como ejemplo paradigmático de gobierno americano calificado como “socialista” por una gran mayoría de la “progresía” occidental. Por estar Vd. con toda seguridad mejor informado que yo, le pediría que me facilitara algunos datos que no soy capaz de encontrar: ¿Cuál ha sido el número de diputados obtenidos por la oposición al gobierno castrista en las últimas elecciones a La Asamblea Nacional del Poder Popular en marzo pasado? ¿Y en las penúltimas? ¿Y en las antepenúltimas?… ¿Y en todas las anteriores convocatorias tras el triunfo de la Revolución en enero de 1959? Por favor, sáqueme de mi ignorancia. 

Historia y Vida (y no me refiero únicamente a la prestigiosa revista barcelonesa con dicho nombre que insufló un aire de libertad entre los amantes de la Historia en España desde los finales 60, a la que yo estuve suscrito 15 años) nos han enseñado múltiples veces que no existe mayor opresor que un falso libertador, como tempranamente denunció respecto a la URSS el honestísimo George Orwell, convencido trotskista en su juventud y combatiente voluntario en la Guerra Civil Española en las filas del POUM, aplicando esa calificación a la tiranía estalinista, tanto en su muy merecidamente famosísima fábula “Rebelión en la Granja” como en su definitiva obra maestra “1984”, libros esenciales que parece que Vd. no pudo o no quiso leer en su vida. Se las aconsejo. Tampoco estaría nada mal para que entendiera algunas realidades políticas que leyera su autobiográfico “Homenaje a Cataluña”, donde narra su testimonio vital de los meses que estuvo luchando en primera línea en el frente de Aragón y su desconcierto total ante el enfrentamiento armado entre POUM y CNT contra ERC, PSUC y PCE en mayo de 1937 en Barcelona, donde él se encontraba convaleciente, tras lo que tuvo que escapar urgentemente para volver a Inglaterra para no ser represaliado por los vencedores de aquella pequeña guerra civil dentro del bando republicano, en plena Guerra Civil Española. Como Vd. parece ser aficionado al Cine, le recomendaría ver “Tierra y Libertad”, de Ken Loach, película interesante, aunque en mi opinión de guión demasiado simplista y “militantemente didáctico”, que trata precisamente de los meses que pasó combatiendo en el citado frente. 

Supongo, Sr. Rekalde, que no será necesario que documente aún más la veracidad de mi diagnóstico. No lo sigo haciendo porque creo que es una verdad constatable por cualquier persona honesta medianamente conocedora de la Historia reciente y no deseo espantar a los ya aburridos lectores de este comentario, si queda alguno. 

Volviendo a Vd., también me resulta “chocante” su excesiva querencia con personas que parecen tener un pasado oscuro y no desvelado de lucha política ¿por la libertad e igualdad?, como puede ser el de Anja, una polaca “progresista” que, caso insólito, se “ausentó” rápidamente de su patria cuando cayó la dictadura comunista que la había estado sojuzgando 40 años. ¿No es un comportamiento extraño en una amante de la libertad? O su emocionante reencuentro con Piero, el activista italiano colega suyo en los años 70, que en esa época llegó a ser experto fabricante de artefactos explosivos destinados a atentados. Pertinaz fidelidad ideológica la suya, por más que Anja se reconvirtiera en dueña de un entrañable local de copas en una playa ecuatoriana o el segundo, mejor aún, hubiera acabado creando una escuela residencia para jóvenes humildes en Indonesia. Durante su larga huida se dan bastantes otros ejemplos de sintonía ideológica, como con los alemanes Klaus y Helmut, los “tintinianos” Hernández y Fernández, la pareja francesa Brigitte y Marcel o Claudia y Mario. 

Aunque fuera solo por variar, es una pena que en su periplo por América no haya tenido Vd. la suerte de contactar con algunos dignos misioneros de los 12.000 españoles que están por esos mundos de Dios ayudando a la gente pobre a salir de su postración, no por medio de la lucha armada, sino de la educación y mejoras en infraestructuras o establecimiento de organismos sociales cooperativos. Fíjese que su “negro transcriptor”, Arturo, agradece en una nota a pie de página en el libro el auxilio de “Sor Angustias” por traducir las frases que Vd. insertó literalmente en sus cuadernos según la fonía de la lengua de los ngöbe, tribu india centroamericana en la que dicha monja navarra estuvo colaborando como misionera muchos años. ¡Y Vd. sin enterarse! 

Tampoco se ha topado en su largo recorrido por Centro América, Colombia y Ecuador con ningún continuador de las labores del Arzobispo Romero (canonizado hace dos semanas), ni del grupo del jesuita Padre Ellacuría, todos ellos asesinados en los años 80 por fuerzas paramilitares al servicio de la ultraderecha por su defensa de las clases humildes en sus países frente a élites explotadoras de ambición insondable. 

Ya en Asia, es una pena que no tuviera la suerte de contactar con Kike Figaredo, que jamás puso una bomba y está dedicando décadas de su vida a mejorar la calidad de los camboyanos que han quedado mutilados por las antipersonales con que está ampliamente sembrado su país, como puede informarse en el programa “Héroes invisibles” en TVE. Lástima que Figaredo sea jesuita, lo que me temo le invalida ante Vd. 

Por su edad y afición al Cine es presumible que Vd. haya visto “La misión”, de Roland Joffé, película de la que lo más notable no es su magnífica factura sino la impactante historia real que saca del olvido: la enorme labor civilizadora y liberadora de las misiones jesuitas en el Paraná y bajo Brasil, conocidas como “reducciones” hasta su prohibición real y expulsión de los jesuitas en el último cuarto del siglo XVIII (¡el de las luces!, y algunas sombras, me temo, como el diseño y la puesta en utilización industrial masiva de la guillotina en los años denominados históricamente como “del Terror” en la liberada Francia de Robespierre, por ejemplo). 

Aclaro la utilización que he hecho del calificativo “liberadora”: Los indios que eran acogidos poblacionalmente en las “reducciones”, que funcionaban como comunidades autogestionadas de trabajo y propiedad compartida, se libraban de estar asignados a las “encomiendas”, que según tengo entendido eran ni más ni menos que derechos de señorío sobre los habitantes nativos de las grandes zonas que, en nombre de la Corona, las autoridades coloniales concedían a sendos grandes propietarios “encomenderos”, razón por la que estos últimos detestaban a los misioneros jesuitas. 

Tomo prestada una frase de un artículo de ABC sobre las “reducciones”: ”Debido a sus resultados, la experiencia jesuita ha sido única en el Continente. Para muchos, fue la concreción de una utopía, «la fundación del reino de Dios en la Tierra»“. 

La duda que me surge es, ¿no será que llevado por su declarado anticlericarismo, a lo mejor sería más exacto diagnosticarlo como anticristianismo, Vd. rechaza de partida a cualquier persona cristiana? 

Resulta llamativo el retrato tipo espantapájaros que Vd. hace del único sacerdote con que presuntamente se topa, el capellán en el presidio de Isla Escudo: explotador inmisericorde de los presos, a los que cobraba sustanciosas comisiones por franquear y llevar sus cartas a Correos y traerles noticias desde el exterior, llegando hasta el extremo de exigirles favores sexuales a cambio de la “mensajería” si no disponían de dinero y Vd. afirma taxativamente que No hay prisionero lo suficientemente viejo, enfermo o repulsivo como para que el cura rechace su cccc o bbbb como pago. Aceptando que es posible que existan curas tan absolutamente despreciables como el que Vd. reseña, le juego mil a uno a que tal “bestia carnívora” no aceptaría en su menú carne de viejos o decrépitos “machos cabríos”, como es lógico que deberían encontrarse los encerrados en una cochiquera como Vd. caracteriza la prisión de Isla Escudo, pudiendo obtener tiernos “corderos lechales” en los campos del Señor del exterior. 

Vamos a ver, Sr. Rekalde, difícilmente encontrará Vd. un fiscal más duro que yo para juzgar a un clérigo indigno, como lo son, por ejemplo, los cientos o miles de pederastas que ahora están saliendo a la luz y a los que ya Jesucristo señaló su castigo con aquello de que, de memoria escribo, “El que escandalizara a un niño, más le valiera atarse una piedra de molino al cuello y tirarse al mar”. Pero es que vuelvo a mi criterio sobre el tema de los falsos libertadores, ahora los religiosos, no los políticos: Para mí, no existe ser más despreciable que aquél que traiciona la sincera confianza de un inferior para explotarle o aprovecharse de él de cualquier otra manera. 

Lo que ocurre, Sr. Rekalde, es que no me es fácil creer algunas de las cosas que Vd. cuenta de la penitenciaría de Isla Escudo porque ya he detectado un dato manifiestamente incongruente en su relato sobre ella: ¿Para qué tenían que medir nada menos que cuatro metros de altura las dos jaulas fijadas en la playa (las “nasas”) que Vd. afirma que estaban destinadas para torturar/dar una muerte lenta al prisionero castigado encerrado en ellas con las pleamares si en la costa caribeña de Panamá la amplitud de las mareas son del orden de los 60 cms y no llegan nunca el metro? ¿Se da cuenta de que con esas dimensiones las jaulas nunca serían mortales y hasta no resultarían excesivamente dolorosas por "inundación"? Da la sensación de que sólo resultarían diabólicas en la costa del Pacífico con sus mareas de más de 5 mts. ¡Lástima que la Isla Escudo se encuentre en el Caribe!

Francamente Sr. Rekalde, es inimaginable que Caracortada y sus secuaces desconocieran las alturas de las mareas en la isla que habitaban e instalaran un mecanismo de tortura que no torturaba, pero que Vd. afirma en sus cuadernos que sí lo hacía y hasta la muerte. Sólo se me ocurre una posible explicación para tamaña incongruencia: presuntamente Vd. lo ha debido soñar para dramatizar más su estancia en Isla Escudo. Pero entonces, ¿cómo podemos estar seguros de que sus drásticas descalificaciones para sus enemigos ideológicos y humanas virtudes que asigna a sus camaradas no están maniqueamente orientadas en sus sueños  por sus fobias y filias en vez de reflejar la realidad? 

Martin Scorsese fue mucho más cuidadosamente realista rodando la tortura de los católicos japoneses crucificados en las playas en su película de base histórica “Silencio”, claro que ésta le debe producir una repulsión inaceptable a su anticlericalismo cristiano, que no ateo ni mahometano, ya que Vd. se convirtió al Islam, supongo que más por interés que por convencimiento. Deseo que le vaya o haya ido bien en su nueva fe. 

Por último, le voy a citar un antecedente que Vd. desconoce: el 11 de abril de 2007 escribí en este Foro un comentario sobre las películas con “valores”, con mi opinión sobre diversas categorías de dicho tipo de películas, apoyando la correspondiente a la tercera (que inserto en azul) con una cita del premio Nobel Octavio Paz (que inserto en rojo) cuando ya maduro hizo un examen de conciencia de sus actuaciones juveniles: 

"Una tercera categoría, para mí muy valiosa, es aquélla en la que personas básicamente honestas descubren las faltas de 'los suyos' y actúan consecuentemente con su conciencia y en contra de sus intereses. Yo creo que una cosa muy loable y que es imprescindible para tener alguna autoridad moral, es ser capaces de reconocer los errores propios y de nuestra tribu, y, diría más, ser muy exigente con los nuestros para poder demandar lo mismo de los otros. Permitidme una cita de una antigua entrevista con Octavio Paz de la que he leído la transcripción en un suplemento cultural:" 

"Ahora me doy cuenta de que el deber del escritor no es solamente mostrar los crímenes de los enemigos, sobre todo si esos enemigos son también los enemigos de la libertad. No se deben ocultar los crímenes del propio partido o del propio país. Hay una frase del doctor Johnson que es absolutamente exacta: «Ni el patriotismo, ni la lealtad ideológica, ni la lealtad religiosa pueden justificar que uno sea cómplice de los crímenes de su partido, de su familia o de su casa»“ 

Pues hubo un Cinéfilo que me envió un correo solidarizándose con mi comentario y, muy especialmente, con la cita de Octavio Paz que incluí: Arturo Martínez. 

 Le sugiero que actúe como Paz y Johnson aconsejan para revisar su vida y tomar justas y prudentes decisiones futuras, si se da la infinitesimal probabilidad de que Vd., estando vivo, lea esto. Soy un optimista feroz. 

En tal caso, quedo a la espera de su respuesta a las dudas que quisiera haberle sembrado con esta larguísima carta, cruzando los dedos para que Vd. haya realizado un honesto examen de conciencia y, como resultado, lamente su presunta participación en aquellas acciones que finalmente resultaron manifiestamente contraproducentes para sus progresistas objetivos previstos. Si así fuera, Vd. sería, como otras muchas personas bienintencionadas de múltiples ideologías, un "ex timado" por falsos líderes y obtendría a cambio la socialmente insignificante categoría de "estimado" por mí.

Atentamente 

Manrique

Cold War

La guerra fría, para los más jovénes, designa un periodo histórico que comienza a raiz del fin de la segunda guerra mundial hasta la caida del régimen de los soviets, mas o menos desde 1947 hasta 1991. Durante este periodo el mundo estuvo enfrentado entre el occidente capitalista y el mundo comunista. En esta época Europa quedó dividida por lo que Churchill llamó un telón de acero, cruzar el telón era algo dificil y a partir de 1948 potencialmente mortal. Por lo que sabemos casi nadie quería cruzar hacia el este, sino mas bien al contrario.

La película nos cuenta la historia de una pareja, supuestamente los padres del director Pawlikowsky, unidos por el amor y la música y separados por el telón y mas cosas. La historia no tiene una narración líneal y sencilla y el espectador, a veces, desearía un poco mas de claridad.

Sorprende que, siendo la política una especie de pesado cobertor que lo aplasta todo, no haya reproches, ni cuentas pendientes, ni algún personaje comunista perverso, degenerado o estúpido que ayudase a los espectadores a proyectar las particularidades de este sobre el colectivo o sistema político al que pertenece, recurso barato que tanto se usa por estos pagos en dirección opuesta. No, las cosas eran así y punto. Pawlikowsky no ha hecho una película para analizar un periodo histórico sino para mostrar como una determinada relación entre dos determinados enamorados se abre paso en unas circunstancias duras.

Las vidas de los protagonistas están rotas por la falla cultural y social que produjo la dicotomía entre comunismo y capitalismo: por un lado un occidente americanizado, con una cultura musical que los nazis hubieran calificado de inmediato de "arte degenerado": jazz, música negra, ¡y hasta rock and roll! y por otro lado una cultura musical comunista: pacífica, profundamente enraizada en los valores tradicionales del pueblo, y en la fraternidad proletaria internacional... pero profundamente dirigida y mortalmente aburrida. Cultura comunista que no puede evitar las filtraciones que trae el escaso viento de occidente.

Para mi gusto lo mejor de la película es la reproducción del ambiente social de los años 50 y 60 en la Polonia comunista, como ya ocurriera en Ida, otra gran película de Pawlikowsky. Para los que hemos nacido en los 50, las comparaciones con nuestros primeros recuerdos del franquismo son inevitables: los coros y danzas como exaltación de virtudes y altavoz propagandistico de alabanza al lider y un dirigismo sutil que lo impregnaba todo.

Ni que decir tiene que la película es en blanco y negro.

lunes, 29 de octubre de 2018

La Buena Esposa

Una trama muy simple, la concesión del Premio Nobel a un escritor, va desvelando un secreto
familiar que conduce a una situación cada vez mas tensa y complicada que, deux ex machina, al final se resuelve.

Influencia Bergman: mucho diálogo, mucho interior, bastante boato exigido por el entorno de
concesión del galardón y un problema moral que se va dejando adivinar a partir de media
película.

Película hondamente feminista, que nos pone en el espejo de admitir que situaciones como la
que se plantea han sido muy posibles en un pasado muy cercano y que probablemente se estén dando en campos distintos al de la literatura.

En un momento del diálogo y de manera tangencial, el galardonado cita a nuestro Ortega y Gasset: "yo soy yo y mi circunstancia", mencionando no al autor pero si su obra Meditaciones del Quijote. Me preguto si la cita es casual o está incluida para disuadir al espectador de juzgar situaciones pasadas olvidando las circunstancias en se produjeron y con la única referencia de las circunstancias presentes. Creo que esto está muy de moda en todos los terrenos y que es el primer impulso del espectador.


Buscando a Juan Valdés

(22 al 25 de septiembre de 2018)

Si quieres leer los capítulos anteriores, pincha aquí:

La derrota de La Heroica
Tierradentro
- Superyo
- De buses, busetas, autobuses y bambuses

En Salento tuvimos la suerte de alojarnos en una vivienda preciosa, propiedad de una colombiana residente en California, que la utilizaba como residencia durante sus estancias en Colombia. No en vano en Airbnb estaba clasificada como superhost.

Ubicada sobre un terraplén en la parte alta del pueblo, tenía una gran veranda, con vistas deslumbrantes sobre los montes de alrededor y —en los amaneceres claros— hasta se divisaban los picos del parque nacional de Los Nevados, que incluye el tristemente célebre Nevado del Ruiz, el de Santa Elena y el volcán Tolima.

Dentro, la casa tenía todo tipo de comodidades, dos enormes dormitorios y un salón con chimenea. Y detrás había un jardín con frutales, cuidadísimo, y una segunda veranda con barbacoa, todavía mayor que la delantera.

Llegamos a Salento un sábado, en plenas celebraciones del ciento setenta aniversario de la fundación del pueblo, lo que había atraído a centenares de visitantes. Al margen de los festejos, Salento se merece una visita. Es quizás el pueblo cafetalero que mejor ha sabido conservar su arquitectura tradicional: casas de una o como mucho dos plantas, grandes aleros, tejas oscuras, paredes blancas y puertas y ventanas pintadas de las más increíbles combinaciones de colores.

En la calle 4 o Real, la única más o menos horizontal de aquel pueblo construido en plena ladera, se alternaban tiendas de artesanía de bastante buena calidad, bares, restaurantes, ventanillas —puntos de venta de alcohol y tabaco—, locales dedicados a la degustación y venta de café, talleres de tatuaje y cuanto servicio pueda demandar un turista. Y por en medio circulaba un flujo incesante de visitantes de fin de semana, llegados de todo el Quindío y hasta de Medellín, Cali y Bogotá. Esperábamos que el domingo por la tarde se marcharan la mayoría de ellos y pudiéramos disfrutar tranquilamente de Salento.

La plaza del Ayuntamiento estaba cerrada al tráfico y ocupada por terrazas de bares y restaurantes. En el centro, un escenario sobre el que se sucedían las actuaciones: la banda de música municipal, cantantes de tangos, grupos de baile regional, orquestas de merengue… Cada terraza tenía además su propio equipo de sonido, que competía en volumen con las demás terrazas y el escenario, por lo que nos era difícil soportar aquel guirigay.

Como se anunciaba lluvia, el domingo contratamos un coche con conductor para que nos llevara a recorrer la zona cafetalera; tuvimos la suerte de que no cayó una gota en todo el día.

De todos los pueblos que visitamos, probablemente Pijao fuera el más interesante; allí habían apostado por conservar el encanto de la tradición cafetalera, tanto humana como arquitectónica y etnográfica. Ambiente de domingo, familias paseando y hombres vestidos de Juan Valdés, con sombrero de paja, botas de caucho, machete al cinto, mulera blanca de rayas al hombro, y cara y manos curtidas por el sol.

Hablando de Juan Valdés, uno de los personajes colombianos más conocidos por el mundo, en realidad nunca existió como persona física. Fue creado en 1959 con el objetivo de representar el esfuerzo y la dedicación de más de medio millón de caficultores colombianos, a la vez que popularizar el producto con una imagen muy reconocible.

El icónico personaje que durante más de 50 años ha estado presente en los anuncios de café, ha sido encarnado por tres hombres a lo largo del tiempo. El actual, Carlos Castañeda, es cafetero desde que tiene uso de razón.

En la plaza de Pijao no quedaba un banco libre, en la barbería había cola para cortarse el pelo, y en los bares corría la cerveza y el canelazo, una mezcla de aguardiente, panela (azúcar integral de caña) y canela. Varios billares se extendían a ambos lados de la calle principal, llenos de hombres bebiendo y jugando, pero sin ninguna mujer. En la supermachista Colombia todavía quedan muchos espacios exclusivamente masculinos.

Nos metimos en un café, donde conservaban en buen uso una cafetera italiana de los años treinta del siglo pasado. Parecía difícil de manejar, pero funcionaba perfectamente, y hasta yo me atreví a tomar un tinto, el café solo, fuerte y sin azúcar que allí se consume a todas horas. Estaba delicioso, lógico en plena zona cafetalera; el encargado nos aseguró que en Pijao se cultivaba el mejor café de Colombia, igual que decían en San Agustín, en Salento y en todos los pueblos que visitamos.

Tengo que mencionar que el pueblo de Pijao recibe su nombre de los indígenas pijaos o natagaimas, uno de los grupos que más resistencia opuso a la invasión española. Junto con los andaquíes, lucharon durante más de dos siglos antes de ser aniquilados, sin haberse rendido jamás. Más de cuatrocientos conquistadores españoles y cuarenta mil indios murieron en los combates; como parte de la pacificación se ejerció una política de mestizaje forzado, eufemismo para designar la violación masiva y sistemática de las mujeres indígenas.

Los pijaos, al igual que muchos otros pueblos ancestrales, nunca se conformaron con su suerte, y han seguido luchando por recuperar sus tierras ancestrales. La última rebelión armada se produjo en 1915, y en la actualidad el estado colombiano reconoce setenta resguardos indígenas en 17 municipios, que son la base territorial de su gobierno autónomo.

Visitamos también otros pueblos de la comarca, como Barcelona, Córdoba, Bellavista, Génova y Circasia, que aunque mantenían su ambiente rural habían dejado perderse casi toda la arquitectura tradicional. En cualquier caso, los recorridos de pueblo en pueblo constituían una excusa perfecta para sumergirse en aquellos paisajes de color esmeralda. Las montañas, no muy altas, se alzaban entre los valles como cuchillas cubiertas por todos los matices de verde. Predominaban los cafetales, de un tono más oscuro, con frutos amarillos o rojos, pero en los rincones más umbríos crecían enormes helechos arborescentes, y en las cimas mandaban los pinos y eucaliptos madereros.

Lo más llamativo eran las guaduas, de las que ya hablé en el artículo “De buses, microbuses, bambuses y busetas”, una variedad de bambú de un verde luminoso, muy ramificada, que puede alcanzar quince o veinte metros de altura. Se utiliza fundamentalmente como material de construcción (las cañas para vigas y pilares, las hojas para techos), pero también para fabricar muebles, bisutería y accesorios del hogar, como maceteros, botelleros, apliques, cestas...

Después de varias horas de viaje, y ya en el camino de vuelta, paramos a comer en un restaurante de carretera, lo que en Andalucía llamaríamos una venta. Domingo a mediodía, el local estaba lleno de gente, lo que casi siempre es buena señal. Su especialidad era el sancocho trifásico, con carne de gallina, puerco y res, pero yo preferí el de simple gallina. Puedo asegurar que no estaba hecho con gallina pensionada, porque me tocó la mitad trasera, llena de huevos en formación de todos los tamaños, desde un guisante hasta una pelota de golf. La calidad y cantidad de la comida justificaban plenamente el éxito del restaurante.

Llegamos a Salento a media tarde, pensando que al ser domingo se habrían marchado los visitantes y podríamos pasear tranquilamente por el pueblo semivacío.

Grave error. Era verdad que había muchos menos turistas, pero las fiestas seguían. Un festival de rock duro atronaba desde el mediodía todas las calles de Salento, con epicentro en la plaza del Ayuntamiento. Entre lo malos que eran los grupos que se iban sucediendo en el escenario, y la ínfima calidad del sonido, aquello era insoportable. No apetecía pasear por el pueblo o cenar en una terracita; ni siquiera se podía aguantar en la veranda de nuestra casa, a un kilómetro del centro. Esa noche tuvimos que improvisar una cena dentro.

El lunes bajamos temprano a la plaza para coger sitio en uno de los Jeep Willys que funcionan como microbuses en toda la zona cafetalera, y acercamos en él al valle de Totora. Eran una mezcla de transporte público y atracción turística, y permitían viajar colgados de la parte trasera. Cuando llegamos a la parada, uno de los jeeps —jics  o yipaos, les llaman allí— estaba casi lleno, esperando a los últimos pasajeros para salir. Como me correspondía una plaza de pie sobre el parachoques trasero, se la cedí encantado a otro guiri bastante más joven que yo. Si los locales nunca viajaban ahí colgados, por algo sería.

Preferí esperar al siguiente jeep, que salía pocos minutos después, y sentarme al lado del conductor. En un cuarto de hora llegamos al valle de Totora, donde nos asaltaron los guías locales, que pretendían vendernos excursiones a pie o a caballo a donde fuera. Aunque nuestra intención original era alquilar unos caballos para recorrer el valle a nuestro aire, en cuanto vimos que cada grupo de jinetes iba acompañado por un palafrenero a pie, cambiamos de opinión. Aquello me recordaba demasiado los paseos en pony de las ferias.

Para quitarnos de encima a los guías, echamos a andar muy decididos por un camino por el que habíamos visto alejarse a unos extranjeros. Al cabo de quince minutos nos encontramos con un rótulo que indicaba “FINCA LA ROSA. PROPIEDAD PRIVADA”, junto con un mapa del valle y sus principales rutas. Un empleado de la finca nos explicó las distintas opciones, tiempos y dificultad, y nos cobró una pequeña cantidad por acceder al sendero.

Mientras hablábamos con él, un paisano nuestro intentaba colarse sin pagar. Indignado, proclamaba que aquello era una estafa y que el monte es público y gratuito. El empleado le argumentaba que se trataba de una finca privada, y que el dinero de las entradas se empleaba en el mantenimiento del sendero, como luego comprobaríamos.

 Como el español seguía porfiando que en España nadie cobraba por ir al monte, le sugerí que se volviera a España a caminar gratis. Me miró con cara de pocos amigos y masculló algo, pero por lo menos se calló, y acabó pagando la entrada. Cuando más tarde nos adelantó no nos devolvió el saludo; hay gente que no sabe perder. Tengo que confesar que no era el único que nos adelantaba; nosotros íbamos a un ritmo tranquilo, para admirar con calma el paisaje y sobre todo para no agotarnos.

El sendero, delimitado por cercas y alambradas para el ganado, discurría al principio con una ligera pendiente por praderas donde pastaban vacas Holstein. Al fondo se veía una garganta que bordeaba el pico Morrogacho, de tres mil quinientos metros de altura sobre el nivel del mar y más de mil sobre nuestra ubicación.

Al llegar a la garganta la cosa cambió. Las praderas fueron reemplazadas por la selva húmeda de montaña y el sendero se hizo cada vez más empinado, a la vez que se ceñía al cauce del río Quindío, poco más que un arroyo en aquel punto.

Varias veces tuvimos que cruzar el río por unos puentes colgantes muy precarios. Pasábamos de uno en uno, bien agarrados a los cables de suspensión y con cuidado de no meter el pie en los huecos de los tablones desaparecidos. Por suerte, casi no había llovido en los últimos días, por lo que el sendero no estaba embarrado y el río no corría demasiado bravo.

Al cabo de dos horas de subida, sudorosos pero contentos, llegamos a una bifurcación perfectamente señalizada, que en una hora más nos habría permitido llegar hasta una reserva de colibríes. O incluso se podía seguir ascendiendo hasta internarse en el parque nacional de Los Nevados, y llegar a uno de los pocos glaciares que siguen activos tan cerca del ecuador.

Unos caminantes que bajaban por el otro ramal nos dijeron que a media hora de ascensión muy dura estaba el punto culminante de la ruta. Tenían razón, por lo menos en cuanto a la dureza de la subida; lo de la media hora, en cambio, resultó sumamente optimista. El sendero, que zigzagueaba ladera arriba, nos obligaba a detenernos cada pocos metros para recuperar el aliento.

Fuimos trepando lentamente, mientras el ecosistema cambiaba, transformándose en un bosque subalpino de eucaliptos y pinos pátula. Estos árboles, que en los últimos tiempos se han plantado masivamente en las tierras altas del Quindío para la producción de pasta de papel, están provocando la reducción del caudal de los ríos.

Después de una hora de ascensión llegamos por fin al punto más alto de nuestro recorrido, la finca “La Montaña”, a 2.860 metros sobre el nivel del mar. Las vistas, como es lógico, eran espectaculares: el Morrogacho, todo el valle con sus haciendas ganaderas, los bosques de palmas de cera…

Allí había varios galpones de madera puramente ganaderos, y un edificio a medio camino entre hostal cutre y refugio de montaña. Una india preparaba café o infusiones en un hogar de leña y vendía agua y refrescos. Un grupo de alemanes, de los que te encuentras siempre en los sitios más perdidos, echaban la mañana cerveza en mano. Los aseos estaban cerrados, con un rótulo “NO FUNCIONA”.

Descansamos un buen rato antes de emprender el regreso, por una pista cómoda, apta para vehículos, que descendía lentamente hacia el valle; agradecimos el contraste con la subida. La pista nos llevó a través de varios grupos de palmas de cera o totoras. Esta palmera, que puede llegar a setenta metros de altura, ha sido declarada árbol nacional de Colombia, y aparece en el billete de cien mil pesos, el de más alta denominación. El tronco se encuentra cubierto por una secreción de cera blanquecina, que se utiliza para hacer velas.

La pista terminaba en el centro del valle, a pocos metros de la parada de los jeeps que nos llevaron de vuelta a Salento. Habían sido cinco horas de caminata para un recorrido de solo doce kilómetros. Duro, pero precioso.

En Salento, por fin, reinaba la tranquilidad. Habían terminado las fiestas, con casi todos los turistas ya de vuelta en sus casas, y no estaba previsto ningún concierto al aire libre. Hasta habían desaparecido casi todas las terrazas. Salento en toda su esencia rural. Comimos estupendamente, paseamos, hicimos fotos, compramos artesanía y café, tomamos algo en un bar… La perfecta vida del turista, que según leí no recuerdo dónde consiste en hacer el tiempo entre las comidas.

Al día siguiente, bien temprano, volamos desde el aeropuerto de Pereira hasta Bogotá, donde pasaríamos cuatro días antes de regresar a Madrid, pero esa me temo que no va a ser otra historia. Algo hay que dejar a la imaginación.

Si quieres leer otros cuadernos de viaje, aquí tienes algunos:

Grecia
Tánger
Río Congo
Ruta de la seda
Estado de Bahía (Brasil)
Japón
Indonesia

jueves, 25 de octubre de 2018

De buses, microbuses, busetas y bambuses

(21 y 22 de septiembre de 2018)

Si quieres leer los capítulos anteriores, pincha aquí:

La derrota de La Heroica
Tierradentro
- Superyo

El viaje en autobús desde San Agustín, en el alto Magdalena, hasta Salento, en los valles cafetaleros cercanos al curso medio del Cauca, es casi interminable. Por algo será que cuando se le pregunta a Google Maps cómo hacer ese recorrido en transporte público responde “No se ha podido encontrar una ruta para ir al destino indicado”. En coche, Google calcula diez horas para menos de quinientos kilómetros de distancia.

A las nueve y cuarto de la mañana del viernes nos recogió un todo terreno en la puerta del hotel. En él nos apiñamos el conductor, seis pasajeros, el agente y los equipajes; menos mal que el agente iba sobre el guardabarros trasero, agarrado a la rueda de recambio. Paramos primero en las oficinas de la empresa de autobuses para recoger los billetes, pagados con varios días de antelación; luego fuimos a una gasolinera a repostar. En España, esas gestiones las habría hecho el conductor antes de recoger a los pasajeros, pero en Colombia nadie tiene prisa.

Cinco kilómetros más abajo, en un cruce, nos esperaba la buseta Pitalito – Popayán, que en teoría tendría que haber subido hasta San Agustín a recogernos. Como éramos pocos pasajeros no les compensaba el desvío, y la compañía prefería bajarnos en taxi hasta el cruce.

La buseta, un intermedio entre la furgoneta y el microbús, era razonablemente cómoda; casi todos los pasajeros teníamos un asiento propio, aunque los que nos tocaron a nosotros casi no nos permitían ver el paisaje: el logotipo de la compañía de transportes cubría por completo las ventanas de ambos costados. Peor iba uno de los guiris que había bajado con nosotros desde San Agustín: pese a sus protestas, lo acomodaron en un taburete de plástico, sin respaldo. Por suerte no había aire acondicionado ni música, por lo que no tuvimos que ponernos la ropa de abrigo ni los tapones para los oídos que llevábamos preparados.

La primera hora de viaje transcurrió razonablemente bien: la carretera era muy tortuosa pero estaba asfaltada, y había poco tráfico. Una vez cruzado el río Magdalena iniciamos una larga subida hacia las sierras que nos separaban del valle del Cauca.

A eso de las once, el conductor anunció una parada en una venta para ir al baño. Varios de los pasajeros aprovecharon para pedirse un menú completo, lo que allí llaman sopa y seco. En este caso era un sancocho de gallina, del que primero te servían un buen tazón de caldo con patatas, yuca y maíz, y luego un plato con la gallina, arroz y plátano frito.

Yo ya había desayunado antes de salir, y me quedé fuera del restaurante, resguardado bajo un alero de la lluvia fina que no cesaba de caer. Cuando escuché música de Mozart, en concreto el Réquiem en Re menor, no me lo podía creer; pensé por un momento que el mal de altura me estaba haciendo sufrir alucinaciones.

Me tranquilicé bastante cuando me asomé al interior del comedor y vi que lo que miraban y escuchaban los clientes era una telenovela, en la que un galán bastante maduro acompañaba a una mujer fatal en un concierto de cámara.

Volvimos todos al autobús, y a los pocos metros nos paramos de nuevo en un control militar. Muy educadamente los soldados nos pidieron que bajáramos para una requisa, que consistió en un cacheo a todos los colombianos varones y una inspección rápida de los equipajes de mano. A los extranjeros nos trataron como si no existiéramos, no nos pidieron la documentación ni nos abrieron las mochilas. Supongo que buscaban armas, estábamos en una zona sensible en la que eran frecuentes los asaltos a los coches particulares, y por la que estaba prohibido circular de noche.

Nada más pasar el control, muchos de los pasajeros empezaron a reclamar una peliculita. El conductor, sin detener la buseta por aquella carretera de montaña, eligió Outboard de entre las muchas películas que llevaba. Por suerte, estaba en versión original inglesa con subtítulos en español, por lo que ajustó el volumen muy bajito.

Mientras tanto, se había terminado el asfalto. Estábamos en el parque nacional de Puracé, a caballo entre los departamentos de Huila y de Cauca. La pista de tierra se agarraba a las montañas cubiertas de selva; ni una casa, ni un cultivo, ni un indio. El paisaje que se vislumbraba era estremecedor. Más de una hora estuvimos subiendo, hasta llegar a los páramos, cubiertos de frailejones, chusques y pajonales. Los jirones de niebla ocultaban parcialmente la pista.

Justo cuando comenzó el descenso nos encontramos con la primera casa, y unos kilómetros más adelante llegamos a la aldea de Coconuco, habitada por indígenas del mismo nombre. En Colombia conviven al menos 102 pueblos ancestrales, como ellos prefieren que se les denomine, de los que 18 están en peligro de extinción. Se calcula que la población indígena total es de casi millón y medio de personas.


En la “Crónica del Perú” (1553), Pedro Cieza de León escribe:
en la grande Cordillera de los Andes, cinco o seis leguas della, comienzan unos valles que de la misma cordillera de hacen, los cuales en los tiempos pasados fueron muy poblados y ahora también lo son, aunque no tanto ni con mucho, de unos indios a quienes llaman los Coconuco

Los coconuco viven en zonas altas, siempre por encima de los dos mil cuatrocientos metros, entre los resguardos de Coconuco y Puracé y el cabildo de Paletará. Son tierras de páramo y bosque tropical de altura, no demasiado buenas para el cultivo, aunque la agricultura y la ganadería sean su principal ocupación. Recientemente han conseguido recuperar el 87% de sus tierras, usurpadas por los latifundistas a lo largo de la historia. El uso de la tierra es mixto; mientras algunos terrenos se reservan para el cultivo familiar y el autoconsumo, otros se explotan en comunidad. Muy inteligentemente, solo emplean productos químicos en los cultivos dedicados a la venta.

Después de otra hora más de pista recuperamos el asfalto, que ya nos acompañó hasta Popayán, donde teníamos previsto pasar la noche. Seis horas de autobús para ciento veinte kilómetros.

Popayán es una ciudad colonial, dicen que la mejor conservada de Colombia después de Cartagena; la Universidad Central del Cauca le presta un ambiente estudiantil que recuerda a Santiago o a Salamanca. En el centro histórico hay casonas sin escudo, iglesias barrocas, y una catedral que ¿castigo divino? quedó destruida por un terremoto el jueves santo de 1983, cuando en su interior comenzaban los oficios. Noventa muertos, sepultados por la cúpula que se derrumbó, fueron testigos de la cólera de su dios, o de la temeridad de los humanos, pues era la tercera vez que la catedral resultaba dañada por un terremoto.

La concentración de iglesias, como en cualquier ciudad que haya pasado por una época de riqueza, es muy alta. En tiempos de la colonia Popayán estaba en la única ruta que iba desde Cartagena, principal puerto del Virreinato de Nueva Granada, hasta Quito y Lima, a través de dos mil cuatrocientos kilómetros de selva y cordillera. Por aquí bajaban hacia el mar el oro, la plata y las esmeraldas, y por aquí entraban armas, herramientas, caballos, trigo, vacas y todo cuanto la colonia importaba. De tan fabuloso río de riqueza una parte siempre acababa en manos de la iglesia católica.

Nos alojamos en “La casita de Mima”, que era literalmente eso, una preciosa casita del siglo XVIII, con dos patios ajardinados y unas habitaciones enormes y destartaladas: ventanas que no encajaban, sanitarios agrietados, suelos de grandes tablones crujientes, puertas sin cerradura y muy pocos clientes. La dueña, una señora muy bajita, era la típica empresaria pirata. La casa no tenía rótulo en el exterior, cobraba solamente en efectivo, no aparecía en ninguna página de alquileres, y no nos dio ni un simple recibo. Estoy convencido de que no pagaba impuestos.

Aunque en el autobús solamente habíamos comido una bolsa de patatas fritas y unas galletas, no teníamos ganas de cenar fuerte, así que acabamos metiéndonos en Carmina, un restaurante mínimo que anunciaba comida mediterránea y tapas.

En seguida vino a saludarnos Fernando, su propietario, catalán de origen andaluz, que un día se atrevió a dejar su trabajo como financiero en Sabadell y lanzarse a recorrer el mundo. En Cali encontró el amor, y decidió afincarse en Popayán montando un negocio que desconocía perfectamente: un restaurante. Eso sí, antes de abrirlo hizo un cursillo de tres días en el ayuntamiento de su pueblo, y filmó todas las recetas de su madre, cuyo nombre llevaba el restaurante.

La verdad es que no cocinaba mal, y se permitía ofrecer algunas recetas españolas sencillas, como tortilla de patatas, chorizos al vino o pan con tomate. Cuatro años llevaba en aquel local, y no le iba mal, aunque fracasaran sistemáticamente sus intentos de introducir algo de verdura en la dieta carnívora de los colombianos.

Por cierto, al hilo del título de este capítulo, ya sabréis que en Cádiz hay una peculiar gramática de los plurales agudos. Cafeses y sofases se usan como plural de café y sofá, y las chirigotas exageran hasta llegar a papases y mamases. ¿Qué palabra rimaba con buses, microbuses y autobuses? ¡Bambuses! No es un vehículo, sino una gramínea muy abundante en los valles cafetaleros, la Chusquea, que con treinta y dos especies recibe en Colombia el nombre genérico de bambú, plural (en Cádiz) bambuses.

El sábado temprano llegamos a la terminal de autobuses —ya casi me da vergüenza escribirlo— con el tiempo un poco justo para sacar billetes hasta Armenia, trescientos cuarenta kilómetros al norte, y nos encontramos con que no quedaban plazas para el autobús de las nueve. Podíamos haber esperado al de las diez, pero en la taquilla nos ofrecieron otra opción más imaginativa, que nos permitiría ganar tiempo si todo salía bien.

—Yo los envío tiqueteados total, y aquí mi compañero los embarca en Cali— nos dijo el taquillero.
No lo entendíamos muy bien, pero al final comprendimos que nos vendía los billetes hasta Armenia, viajábamos hasta primero en un autobús Popayán - Cali, y en el andén de Cali nos esperaría el conductor del Popayán – Armenia para acompañarnos a su autobús, en el que en Cali iban a quedar plazas libres. Un poco complicado, pero funcionó perfectamente. Nos ofrecieron incluso meter nuestro equipaje directamente en el autobús de Armenia, pero aquello nos pareció demasiado arriesgado, después de que varias compañías aéreas nos hubieran perdido las maletas en trayectos mucho más sencillos.

El microbús a Cali no solo tenía WiFi gratis, sino que funcionaba razonablemente bien. Poco a poco nos fuimos adentrando en lo que en Colombia llaman El Valle, que no es otra cosa que el curso medio del río Cauca. Amplias llanuras aluviales dedicadas al cultivo de la caña de azúcar, laderas cubiertas de pastos y una carretera en muy buen estado, que nos permitió llegar a Cali en solo dos horas y media.

Al entrar en la ciudad fuimos testigos del impacto de su Plan de Movilidad Urbana Sostenible, hoy en día copiado por muchas otras ciudades de todo el mundo. Como en Medellín y en Bogotá, el ayuntamiento había lanzado un plan a la vez sensato y ambicioso para permitir la movilidad dentro del casco urbano. Una vez demostrado que por aquellas calles atestadas no cabían todos los coches, peatones, motociclistas, autobuses y otros usuarios en potencia, bastó con decidir quién tenía la prioridad. Y esta preferencia, como en cualquier ciudad consecuente, se había adjudicado a los peatones, seguidos por los ciclistas y el transporte público. En último lugar venían los vehículos particulares, fueran automóviles, motos o camiones.

Así, las principales avenidas de Cali estaban cerradas al vehículo privado, lo que incluía a los camiones de reparto. El resultado era evidente: aceras animadas, llenas de peatones, y calzadas compartidas por ciclistas, taxis y autobuses. Menos ruido, menos contaminación, más alegría en las calles y mucha más rapidez de circulación. Recorridos que un autobús urbano tardaba antes una hora en realizar habían bajado a la mitad o menos, gracias a la baja densidad de tráfico y la ausencia de atascos.

Y una medida muy sencilla, que se aplica en Japón y en la mayoría de las ciudades colombianas: está prohibido aparcar en la calle. En todas las calles, o al menos en las del centro; no sé lo que pasará en las barriadas. Se podía parar unos minutos para dejar o tomar pasajeros, pero en general no se veían coches aparcados junto a las aceras. Ninguno. Los coches se guardaban en garajes o patios privados, o en parqueaderos públicos, por supuesto de pago.

Con esta política, a nadie se le ocurría coger el coche para un trayecto urbano de uno o dos kilómetros, se tardaba menos y era bastante más barato ir en autobús.

Volviendo a nuestro recorrido, en cuanto nos bajamos del microbús nos estaba esperando el chófer que nos llevaría a Armenia. Nos ayudó a llevar el equipaje desde la planta de llegadas a la de salidas, nos esperó frente a los aseos, subió nuestros bultos al maletero y nos dejó sentados en su microbús. Servicio completo.

Otras tres horas escasas de autopista y entramos en Armenia con bastantes dificultades, porque acababa de terminar una etapa de la vuelta ciclista a Colombia y todavía estaban empezando a desmontar vallas, marquesinas, carpas y demás parafernalia.

En la misma terminal cogimos otro microbús, mucho más humilde, que nos llevó a través de montañas cubiertas de bambú y palmeras hasta Salento, a donde llegamos una hora después dispuestos a empaparnos en la cultura cafetalera. Pero esa es otra historia.