martes, 25 de febrero de 2014

Fotos de Indonesia

Respondiendo a algunas peticiones que he recibido, publico a continuación una selección de fotos correspondientes a mi serie de relatos sobre Indonesia.
 
La calidad de las fotos es muy desigual, ya que en general he tenido que escanear copias en papel bastante viejas y un tanto descoloridas, y además nunca he tenido una buena cámara ni he sido un buen fotógrafo.
 
He procurado elegir fotos que ilustren algunos de los aspectos narrados, y soy consciente de que hay bastantes lagunas. Algunas por razones evidentes, como las relativas al conflicto entre la Fuerza Roja y los Vampiros Negros, y otras debido a que, en la época de las cámaras analógicas, éramos mucho más parcos con el disparador.
 
Espero que os gusten. Están ordenadas en el mismo orden en que se publicaron los relatos.

Todo empezó en Kupang




Las dos Maris, camareras del Raja Pantai Hotel

Boda en el Raja Pantai Hotel



Mercadillo campesino en Camplong
Con la Rani de Soe
Los gitanos del mar


Playa y salinas de Nemberala

Puesta de sol sobre los arrecifes de coral en Nemberala
 
Poblado de gitanos del mar en Papela
Reparando el tejado de una cabaña tradicional en Busalangga
Sombreros tradicionales en el mercado de Busalangga


Expectación ante la llegada de 2 españoles al funeral en Waikabubak
Levantando la losa de la tumbaen Waikabubak
Guerrero en un funeral de Kodi
Anciano con parang y traje tradicional en Anakalang

Cabañas y tumbas en el kampung Tambera
Sacerdote marapu y tumba megalítica en el kampung Tambera
 
Niños, tumba megalítica y cabaña tradicional en Ranteggaro

La isla del paraíso terrenal
Mareando al difunto antes de una cremación en Ubud
Ofrendas en un templo
 
Vista de los arrozales en terrazas
 
Artesanos trabajando
Gamelán de mujeres
 
Danza Kecak en un templo abandonado cerca de Ubud
 
Pelea de gallos en el templo de Bongrasa
Templo de Pura Besakih (vista muy parcial)
 
Templo Pura Ulun Danau Bratan
Bendición de los espíritus Barong y Randa en el templo Pura Merayn Agung
Sanguijuelas gigantes, un remedio contra la esterilidad, en el mercado de Ujung Pandang
 
Cargando sacos por la plancha en las goletas Pinisi del puerto de Ujung Pandang
 
Llegada al tomate de un grupo familiar con sus ofrendas
 
Sacrificio de búfalos en el tomate
 
Viviendas tradicionales toraja en Ke` Te` Kesu
 
Poste central de una vivienda tradicional en Lempo, decorado con cornamentas de búfalo
 
Ataúdes colgando en el acantilado
Casas arrasadas por la guerra en Pendolo

Kelilin kelilin en Toyota, antes de salir de Tentena para el Valle Bada
El cabo del coral


Escultura prehistórica en Lore Lindu


Otra escultura prehistórica en Lore Lindu
 
Puente colgante en Lore Lindu


Alojamiento en Tanjung Karang
 La próxima escala,Trincomalee
Niños jugando en Padang



 

 

domingo, 23 de febrero de 2014

“Despedidas” (“Okuribito” 2013) de Yojiro Takita: espiritualidad japonesa y lecciones para la vida.

Queridos Cinéfilos:

Hace casi 30 años tuve la suerte de trabajar y prácticamente convivir (para ello estaba desplazado desde mi casa y puesto de trabajo en Ferrol a las oficinas centrales en Madrid) durante dos meses con un par de ingenieros japoneses de Mitsubishi Heavy Industries, incluyendo las dos últimas semanas en una detallada visita a sus astilleros de Kobe y Nagasaki-Koyagi, experiencia sociológicamente interesante porque uno de ellos, Susumo Morimoto, un par de años mayor que yo (pero en tan buena forma física como Mishima en sus mejores tiempos, que ya es decir), era una persona muy extrovertida y una auténtica “esponja sedienta” a la hora de adquirir el máximo conocimiento sobre España durante las seis semanas que estuvieron aquí, estancia para la que un equipo de cuatro compañeros de nuestra empresa teníamos el encargo de acompañarles permanentemente, tanto en las eternas reuniones del contrato de colaboración entre nuestras empresas como en las visitas turísticas de cortesía por la tarde-noche (en mi caso hasta tuve la ocasión de ir a los toros a la Monumental de Madrid, la única vez en mi vida, acompañando al simpático y vitalista Susumo: el espectáculo estuvo tanto sentado a mi lado como en el ruedo, os lo aseguro).

Ni que decir tiene que nuestra visita a sus astilleros, ya en Japón, fue técnicamente interesantísima, pero en este Foro lo que quiero trasmitir es lo fascinante que me parecieron el carácter japonés, su sentido de la responsabilidad profesional, exquisita educación y acendrado “sentido de la vida”, conocimiento que lentamente adquirí con el contacto con Susumo y, muy destacadamente, durante nuestra inolvidable cena (mucho más interesante que la tradicional y carísima, supongo, cena oficial que nos ofrecieron en una especie de Casa de Geishas privada; éstas de acrisolada virtud, no penséis mal) en su casa tokiota a la que nos invitó, y digo inolvidable por la oportunidad de conocer a su esposa y pareja de hijos adolescentes, especialmente la chica, tan extrovertida como su padre, con los que estuvimos hablando dos o tres horas, no porque la casa me pareciera envidiable (en un barrio medio de Tokio el m2 estaba entonces a ¿10 veces el precio de Madrid?), ni porque la comida japonesa me encante, que ni me atraía ni me atrae nada (a pesar de que la esposa se había volcado en ofrecernos un festín), sino por poder aprehender, aunque fuera superficialmente, el “ambiente familiar japonés”, ambiente que, como un aroma antiguo, he creído reconocer en dos películas que aquí he comentado, “Still Walking” y “Kiseki” de Kore-Eda, sobre todo en la primera, y en “Despedidas” (2008), de Yojiro Takita, óscar a la Mejor Película de habla no inglesa, que me gustó mucho cuando la vi hace un año en la Filmoteca y que, inusualmente, vuelve a estar programada en el Doré (ocasión para conocerlo, si no habéis estado en ese “templo del Cine”… y vivís o estáis de visita en Madrid) para el próximo miércoles 26 a las 19:10 (abajo adjunto el enlace de la programación), razón por la que he considerado oportuno subir hoy este comentario, ya que creo que, salvo homenajes y obituarios, la mayor utilidad de este Foro es que nos avisemos unos a otros sobre lo que consideremos bueno/decepcionante para recomendarlo/evitarlo, como “aviso a navegantes”, cuando todavía sea posible verlo/oírlo.


 ¿Y de qué va “Despedidas”?: Debido a la crisis, se disuelve una orquesta sinfónica japonesa, quedando sus músicos en paro. Uno de sus cellistas, treintañero, acaba de comprarse un muy buen violoncello, que le ha costado mucho más de lo previsto inicialmente, mediante un crédito. Tras el consiguiente disgusto con su joven esposa ante el negro panorama profesional de él, busca rápidamente un trabajo y coge lo que encuentra: maquillador de cadáveres (me enteré por la película de que cualquier familia japonesa que sea algo tradicional encargará los servicios de un profesional en el domicilio del finado para que prepare el cuerpo antes de la ceremonia tradicional de “despedida”, a la que asisten todos los familiares y allegados), entrando a trabajar en una mínima compañía donde su nuevo patrón le va enseñando el oficio y, de paso, nuestro protagonista empieza a meditar sobre la muerte, tema de fondo inevitable para los vivos que nuestra cultura consumista actual trata de ignorar.

¿Película triste?. En absoluto. Se comenta en la programación de la Filmoteca: “La exitosa película de Takita nos cuenta una agridulce historia en la que la muerte y la vida se relacionan de diversas maneras, mostrando incluso cómo la muerte puede significar un nuevo comienzo, un principio de vida”. Tiene hasta apuntes cómicos, buenos, por cierto, pero al mismo tiempo trasmite una serena visión sobre tema tan desasosegador.

Yo no diría que es la mejor película de mi vida, pero sí una de las mejores que vi el pasado año y, quizás, la que más me “llenó”. A lo peor por que me recordaba el espíritu de Susumo Morimoto.


Comiendo con el jefe y la secretaria
Si alguno de vosotros se anima y va a verla, me encantaría que nos trasmitiera su honesta opinión, y, si me permitís la puntualización, Miguel Angel es una persona que ha tenido mucha relación con Japón (reitero una vez más aquí mi agradecimiento por su magnífico regalo de “Ran”, que me permitió descubrirla hace años, ¡y luego decís alguno que soy un experto en Cine!), por lo que sería muy instructivo conocer su opinión si pudiera verla, desde luego misión imposible fuera de su casa por las demandas del pequeño dictador que allí se cría…

Por si os interesara, incluyo los siguientes enlaces:

Trailer en VO con subtítulos en español:

“Okuribito” arrasa en los premios del Cine Japonés:
http://septimovicio.com/noticias/21022009_okuribito-departures-arrasa-en-los-premios-del-cine-japones/?category=asia/21022009_okuribito-departures-arrasa-en-los-premios-del-cine-japones/#.UwevPON5N1E 

Comentario en Aula de Filosofía de Eugenio Sánchez Bravo sobre la película:

Comentario en “Movies that make you think”:
http://moviessansfrontiers.blogspot.com.es/2010/04/99-japanese-director-yojiro-takitas.html

Programación en el Doré-Filmoteca:
http://www.mcu.es/cine/MC/FE/CineDore/Programacion.html

Muy buen CINE, Amigos.

Manrique

sábado, 22 de febrero de 2014

Don Antonio Machado.

Don Antonio.

Principio de los setenta, hacía meses que había terminado el tema y yo aún seguía llevando Las Poesías Completas de Machado entre mis libros. A la sazón los llevábamos abrazados al pecho, colocados de mayor a menor hacia dentro y apoyados en la cintura y de ese modo la poesía comenzó a caminar conmigo.
- Pero ¿qué haces con ese libro?, ya no hay que leer más poesía.
- ¿Qué dices?

Ahora no sé dónde está la poesía. Mi casa tiene a Pedro Salinas por algún lado y mi hija Lorca se está arreglando para salir a cenar y mis viejos poemas andan olvidados en un cajón y León Felipe me pide atención algunas veces y África se hubiese llamado Miguel de haber nacido chico para así darle vida a Hernández y quizás Cavafis consiga que yo arribe a Ítaca alguna vez porque no quiero terminar ese viaje, y no sé si Garcilaso también escribía para mí y Mario Benedetti me acompaña cada mañana a la oficina metido dentro de mi bolso entre cables, cargadores, USBs, ratones y un ordenador que no sabe de poesía.

Hoy no sé dónde está la poesía. Me veo rodeada de ella, está aquí, pero no está. No va ya conmigo. No hay tiempo para la paz que necesita un verso ni la honestidad que precisa una rima en voz alta. El amor que se desprende de una estrofa se ha convertido en fraudes. Es difícil recitar cuando nadie quiere oír. He olvidado que la poesía es el mantra que hace de bálsamo para el alma.

Iré a Colliure, me sentaré en el suelo.


Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

RETRATO- Antonio Machado -

viernes, 21 de febrero de 2014

La próxima escala, en Trincomalee

Para ir al primer relato de esta serie, pinchar aquí

Cuando en noviembre de 1994 oí esta frase al entrar en el despacho de un compañero de trabajo, no sabía la influencia que iba a tener en mi vida. Yo iba simplemente a dejarle un informe que me había pedido, pero allí se estaba celebrando una reunión para planificar el viaje a Nueva Zelanda de un ferry, el Albayzín, que acabábamos de entregar a su armador. Era un buque diseñado para trayectos cortos, como el cruce del estrecho de Gibraltar o la ruta de Buenos Aires a Asunción, por lo que llevarlo hasta las antípodas constituía una compleja operación logística. El buque tenía muy poquita autonomía, y desde Cádiz hasta Wellington tendría que hacer una docena de escalas para aprovisionarse de combustible, agua potable y comida.
  • La próxima escala, en Trincomalee.

Cuando oí esas palabras, no me pude callar:
  • En Trincomalee es imposible hacer escala
  • ¿Por qué dices eso?
  • Porque la semana pasada entró en la ciudad la guerrilla de los Tigres de Liberación Tamiles, y ahora mismo hay combates en toda la zona contra el ejército regular de Sri Lanka, que intenta recuperarla. Como el Albayzín llegue a la zona corto de combustible y no pueda entrar en puerto, se puede quedar absolutamente tirado en mitad del Índico.
  • Pero, Arturo, ¿tú como sabes esas cosas?
  • Porque hace tres meses estuve de vacaciones en Sri Lanka y me pilló un toque de queda que me tuvo varios días encerrado en un hotel. Y desde entonces, leo todas las noticias que se publican sobre el país.

Ahí terminó mi participación en la reunión. Dejé mi informe encima de la mesa, y los dejé discutiendo una nueva ruta.

Casualmente, a las pocas semanas, en la travesía de Adén a Colombo, el Albayzín empezó a mostrar síntomas de vibraciones excesivas en uno de los reductores de velocidad. El director del astillero, al que alguien le había contado la anterior conversación, y que conocía mi trabajo anterior como experto en vibraciones en otro astillero de la empresa, me llamó a su despacho:
  • Arturo, quiero que vayas a Colombo, te embarques en el Albayzín, compruebes el nivel de vibración mientras navega hacia Sumatra, y, si efectivamente es demasiado alto, busques el motivo y lo soluciones.
  • De acuerdo, haré lo que pueda. ¿Cuándo tengo que irme?
  • Bueno, para llegar a tiempo tendrías que salir mañana por la mañana.
  • No hay problema. Si te parece, recojo ahora mismo la documentación técnica y el analizador, y me voy para casa a preparar el equipaje.

Dicho y hecho. Me presenté al día siguiente en el aeropuerto de Jerez, para encontrarme con dos mecánicos, Tomás y Jose Mari, y un electricista, Luis, que viajarían conmigo hasta Colombo, un tanto preocupados porque era la primera vez que viajaban a un sitio tan lejano. Al amanecer del día siguiente aterrizamos en el aeropuerto de Colombo.

El Albayzín, que procedía del sultanato de Omán, todavía no había llegado a Colombo, por lo que nos instalamos en un hotel, y después de una ducha salimos a conocer la ciudad. En la puerta del hotel nos subimos a uno de los carísimos taxis de lujo que monopolizaban la parada, para dirigirnos al parque Viharamahadevi, en el centro de la ciudad.

Ya en el parque, nos dimos un paseo para irnos aclimatando al calor y la humedad. Mis compañeros, cuando vieron usar elefantes para retirar un árbol derribado por el monzón, se quedaron con la boca abierta, aquello solo lo habían visto en el circo.

Desde el parque, ya más relajados, nos fuimos a visitar el templo hinduista de Sri Bala Selva Vinayagar, a pocos kilómetros. Como no era cuestión de seguir gastándonos el dinero en taxis de lujo, paramos un par de rickshaws motorizados, los que en la España de los años 50 se conocían como isocarros. Allí nos subimos, para zigzaguear hasta el templo entre coches, bicis, motos, elefantes, carros de vacas, peatones y otros rickshaws.

En el templo tuvimos la suerte de coincidir con un festival religioso en honor de Ganesha, el dios con cuerpo de niño y cabeza de elefante. Cuenta la leyenda que Parvati, esposa de Shiva, dejó a su hijo Ganesha en la puerta del baño, con el encargo de no dejar entrar a nadie mientras ella se bañaba. Cuando llegó Shiva, Ganesha sorprendentemente no lo reconoció y le impidió el paso. Shiva, que tampoco reconoció a su hijo, se enfureció y le cortó la cabeza. Ante la bronca que le montó Parvati, y dándose cuenta de su error, Shiva le prometió revivirlo y ponerle la cabeza del primer animal que pasara por delante. Y pasó un elefante….

Miles de peregrinos se apiñaban en el interior y en los alrededores del templo. No entramos en el edificio principal, ya que era obligatorio descalzarse, y el suelo estaba cubierto de toda clase de inmundicias, entre las que destacaban los escupitajos rojos del betel. Pero lo que sucedía en el exterior era suficientemente pintoresco. A la sombra de un enorme banyano, el ficus religiosa omnipresente en los templos budistas e hinduistas, los peregrinos encendían velitas y candiles de aceite de coco. En medio de un humo pestilente y con un fervor impresionante elevaban su cántico del Ganesha-sajasranama, una salmodia formada por los cientos o miles de nombres con que se conoce a Ganesha.

Con la mente todavía saturada por estas impresiones, tuvimos que volver al hotel a recoger nuestro equipaje y dirigirnos al puerto, pues estaba próxima la llegada del Albayzín. En el muelle nos embarcamos en la lancha del consignatario, cargada con colchones, almohadas y ropa de cama para nosotros cuatro, y agua y provisiones para toda la tripulación. El ferry, para ahorrar costes de amarre, estaba fondeado en mitad de la bahía, y tuvimos que subir por una escala de gato bamboleante, que en el futuro provocaría muchas protestas de los prácticos. Por cierto, no hubo manera de convencer a los tripulantes de la lancha de que el Albayzín era un ferry. Nuevo, reluciente y muy aerodinámico, estaban empeñados en que era un yate de algún potentado ¡con 92 metros de eslora!

A bordo nos recibió la tripulación española, formada por empleados del astillero, y los argentinos representantes del armador. También viajaban en el ferry un grupo de pilotos y mecánicos neozelandeses, para familiarizarse con el manejo del buque, con el que iban a operar para unir las dos islas principales de su país, a través del estrecho de Cook.

Las condiciones de vida a bordo eran muy espartanas. No había camarotes, cocinas ni duchas, al tratarse de un buque diseñado para trayectos de pocas horas. Para dormir, en los salones habían desmontado algunas filas de asientos salteadas. En cada uno de esos espacios se colocaba un colchón en el suelo, y ya teníamos alojamiento. La ducha se resolvía de dos maneras. Cuando el capitán detectaba que se acercaba un chubasco, avisaba por la megafonía, y todos los tripulantes libres de servicio nos dirigíamos a cubierta en bañador y armados con un bote de champú o gel. En cuanto empezaba a llover nos enjabonábamos a toda prisa, y luego nos aclarábamos con la misma lluvia. Por suerte, estábamos muy cerca del Ecuador, y el agua que caía no estaba nada fría.

El otro sistema de ducha, mucho menos agradable, consistía en amarrar una manguera contra incendios a uno de los candeleros de la cubierta de popa, apuntando hacia el cielo. Al abrir la válvula, por la boca de la manguera surgía un potentísimo chorro de agua salada que, después de alcanzar bastantes metros de altura, volvía a caer sobre la cubierta con muchísima fuerza. Una vez enjabonados y aclarados, cerrábamos la válvula y nos quitábamos el salitre con una botella de agua mineral.

Lo de la comida tenía bastante peor arreglo. Teníamos un par de microondas y una cocinilla de butano con la que hacíamos lo que podíamos, divididos radicalmente por idioma. A eso de las doce comían los neozelandeses, y a partir de las dos los españoles y argentinos, para después echar una buena siesta si no teníamos otra cosa que hacer. Tampoco había gambuza frigorífica, por lo que la comida fresca duraba solamente un par de días. El resto del tiempo, pasta, arroz, latas de conserva y pan de molde.

Tuve suerte, y el problema que me llevó a bordo lo diagnostiqué rápidamente. Por un error de cálculo, se habían aflojado los pernos que unían el reductor con la bancada, y alguno se había roto. Como a bordo no había pernos de repuesto, teníamos que esperar a la siguiente escala para intentar reponerlos.

Uno de los días de navegación cruzamos el Ecuador, por lo que los novatos pasamos nuestro peculiar bautismo marino. Fue algo totalmente inesperado para mí. Estaba en la cubierta de proa mirando al horizonte cuando me cayeron encima los chorros de un par de mangueras contra incendios, con tanta fuerza que casi me tiran. Para que las gafas no salieran despedidas y se me rompieran, me las metí en el bolsillo del mono de trabajo. Cuando terminó la broma, allí mismo me quité el mono, que retorcí con todas mis fuerzas para escurrir toda el agua posible. Tan bien lo escurrí, que las gafas que llevaba en el bolsillo quedaron hechas añicos, y a partir de ese día me tuve que apañar con las de sol.

Uno de los tripulantes, Ginés, técnico en electrónica de control de nuestro astillero de Cartagena, estaba viviendo la aventura de su vida. Había volado urgentemente desde Cartagena hasta Malta, la primera escala del periplo, para solucionar unos problemas en el control de la planta eléctrica. Ya en el avión, a punto de aterrizar, cuando se puso a rellenar la ficha de inmigración se dio cuenta de que su pasaporte había caducado hacía unos días. No le dio mayor importancia, ya que su intención era aprovechar la escala prevista de dos o tres días en La Valetta para hacer su trabajo y regresar a Cartagena al día siguiente, y además la policía de fronteras no le puso ninguna pega en la entrada al país. El problema fue que cuando al cabo de una hora terminó su trabajo, notó que el barco se movía. Al subir a cubierta alcanzó a ver pasar por babor el Fuerte Manoel. El ferry había zarpado muchísimo antes de lo previsto, y la siguiente escala era en Port Said, a la entrada del Canal de Suez.

Cuando el Albayzín llegó a Egipto, Ginés se despidió de la tripulación, cargó su escaso equipaje, bajó a tierra, y se fue a la oficina de inmigración para legalizar su entrada en el país. A los pocos minutos estaba de vuelta, con la cara demudada y escoltado por la policía de inmigración. ¡No le autorizaban a desembarcar en Egipto por tener el pasaporte caducado! La embajada española estaba cerrada por ser sábado, y el Albayzín zarpaba al día siguiente, o sea que no le quedaba más remedio que continuar viaje a bordo. Sus compañeros le consolaron, y comenzaron las gestiones desde el astillero con el Ministerio de Asuntos Exteriores, para que pudiera desembarcar en Suez, al otro extremo del canal. Por motivos burocráticos resultó totalmente imposible, y lo mismo sucedió en las siguientes escalas en Yibuti, Omán y Colombo.

Por suerte, en la embajada española en Yakarta todo fueron facilidades. Uno de sus funcionarios se trasladó en avión hasta Padang, en la isla de Sumatra, cargado con un pasaporte casi terminado y una máquina de plastificar que debía pesar sus buenos treinta kilos. Cuando el ferry entró en la bahía de Padang, el funcionario contrató una lancha que lo llevó hasta el costado del Albayzín, y después de que izáramos la plastificadora con un cabo, subió por la escala de gato. Ginés, que no se lo podía creer, pegó su foto y firmó el pasaporte. A continuación, Javier Uriona, que así se llamaba el funcionario, ex pelotari y casado con una indonesia, plastificó el pasaporte y se lo entregó. Mi compañero casi se echó a llorar.

Pero estoy precipitando los acontecimientos, ya que aún no he contado la llegada al puerto de Padang. Después de unos días de navegación, una noche nos dijo el capitán que a la siguiente madrugada llegaríamos a Padang, en Sumatra. ¡Sumatra!: Sandokán, los tigres de Mompracem, la Perla de Labuán, los piratas de Malasia... Todas mis lecturas infantiles, en libros de Salgari heredados de mi padre y de mi abuelo, se iban a hacer realidad. Puse el despertador a las cuatro de la mañana, con una excitación que a duras penas me dejaba dormir.

Antes de amanecer ya estaba en el puente, cebando un mate con los argentinos, que hacían la tercera guardia. Conforme aclaraba el cielo, se iban perfilando por la proa, a bastantes millas, unas montañas oscuras: la cordillera Barisan. Después surgieron de la oscuridad del mar cientos de islotes, de no más de una hectárea cada uno, cubiertos de selva y rodeados por un triple anillo: uno amarillo de arena impoluta, otro verde claro de mar en calma, y el tercero blanco de la espuma de las rompientes sobre los arrecifes de coral. Por en medio navegaban unas pequeñas embarcaciones, con velas multicolores y balancines de madera clara. Eran pescadores retornando a puerto tras toda una noche pescando. Y al fondo, por encima de la cordillera, el cielo se teñía de todos los colores del arco iris, en uno de los amaneceres más espectaculares que he visto en mi vida. Allí comenzó mi pasión por Indonesia.

Las montañas iban acercándose, virando del negro a incontables tonos de verde. Eran muy empinadas, cubiertas de selva, y caían hasta el mar. A lo lejos se divisaba la ciudad de Padang, el principal puerto de la costa oeste de Sumatra, muy cerca del epicentro del maremoto que, diez años después, arrasaría toda la costa del Índico. El primer edificio que distinguí desde el barco, un silo gigantesco, ostentaba un letrero sorprendente, en letras de varios metros de alto: SEMEN PADANG. Era mi primer contacto con el idioma indonesio, y por unos minutos pensé en si ese sería el principal producto de exportación de la provincia de Sumatra Occidental. Pronto descubrí que, en realidad, el silo almacenaba cemento.

Por fin fondeamos en la bocana del puerto, en donde además de repostar combustible, agua y alimentos, pensábamos comprar  pernos para reponer los que se habían roto. A los pocos minutos de fondear, se acercó una lancha con Javier Uriona a bordo, como ya he contado más arriba. Cuando se solucionó el problema del pasaporte, la misma lancha se llevó al funcionario de la embajada y a Ginés, que no se podía creer que por fin podría abandonar el barco.

El capitán y yo desembarcamos con ellos, y nos pasamos toda la mañana de ferretería en ferretería, intentando comprar los pernos y alguna pieza más que necesitábamos. A base de gestos y muchos dibujitos, porque allí casi nadie hablaba inglés, conseguimos comprar todo. Volvimos a bordo en otra lancha, que nos cobró la barbaridad de cien dólares por el trayecto. En pocas horas mis compañeros mecánicos consiguieron sustituir los pernos, con lo que mi trabajo había terminado, y podía volverme a España. Además se acercaban las navidades, y no me apetecía pasarlas lejos de casa.

Antes de marcharme, decidimos bajar todos los españoles a tierra para celebrar una comida de despedida. Como no era cosa de pagarles otros cien dólares a los mafiosos de las lanchas oficiales, hicimos señas desde el buque a unas canoas de pescadores que regresaban a tierra. Se acercaron a la escala, y nos repartimos todo el grupo entre varias canoas. Nos sorprendió ver que no se dirigían hacia el mismo puerto, sino hacia una aldea de pescadores cercana. Supusimos que lo hacían para evitar problemas con las mafias del puerto. Varamos en una playa de fango, nos descalzamos, nos arremangamos  los pantalones, y nos metimos en el agua para llegar a tierra. A los pescadores les pagamos diez dólares. Se quedaron encantados, pero luego el cajero de mi empresa se negó a pagármelos, porque no tenía recibo.

Nos llevaron a su casita, al borde mismo de la playa, para lavarnos los pies, y nos fuimos caminando hasta el centro de Padang, donde probamos por primera vez la cocina local, picante a más no poder, de la que ya he hablado en “Todo empezóen Kupang”.

A la mañana siguiente me fui a las oficinas del consignatario para arreglar mis papeles de entrada en Indonesia y reservar un billete de avión a Singapur. Resulta que Padang no era un punto de entrada habitual a Indonesia, y que para desembarcar oficialmente del barco y entrar legalmente en el país había que hacer unos determinados trámites poco frecuentes. Curiosamente, para desembarcar de hecho y recorrer toda la ciudad nadie me había pedido ningún pasaporte, pero si llego a presentarme en el aeropuerto sin un sello de entrada me temo que habría tenido muchos problemas.

El consignatario me estuvo mareando varias horas, contándome que tenía que pagar quinientos dólares de unas presuntas tasas de desembarco, pero que no me podía dar ningún recibo. Cuando me di cuenta de que me estaba intentando estafar, le monté tal escándalo que en media hora apareció mi pasaporte con un visado de entrada perfectamente en regla. Lo conservo como oro en paño, ya que en él se declara mi condición de ex tripulante del Albayzín.

Por fin me pude despedir de mis compañeros, que seguían hasta Nueva Zelanda, y coger un taxi al aeropuerto. En el control de inmigración, nuevos problemas. Cuando enseñé mi pasaporte con el sello de entrada por Padang, me sacaron de la cola y me hicieron pasar a un cuartito, donde el oficial me pidió dinero con no recuerdo qué pretexto. A la vista de la cara dura del policía, no tuve el menor reparo en contarle que yo también era musulmán, y que como tripulante de un barco ganaba muy poco dinero. Inshalá, la mentira funcionó milagrosamente, y me dejaron embarcar sin pagar el soborno.

Ya en Singapur, no se acabaron los problemas. Yo sabía que mi billete a Madrid con Air France era para el vuelo de la víspera, pero al volar en clase preferente esperaba que me lo cambiaran de fecha sin recargo. Después de esperar durante diez horas a que abrieran los mostradores de facturación, me dijeron que no, que no podían cambiarme la fecha, y que la única solución era comprarme un billete nuevo y luego pedir el reembolso del que yo tenía. Mi tarjeta de crédito no daba para tanto, y yo llevaba solamente trecientos dólares en la cartera. Poco me faltó para ponerme a llorar. En aquellos tiempos sin teléfono móvil ni Internet, estas cosas no eran fáciles de resolver.

Vagando por el aeropuerto sin saber qué hacer, y un tanto deprimido, vi anunciada la apertura de facturación de un vuelo de British Airways a Londres. Dispuesto a quemar mi último cartucho, me presenté en su mostrador con mi billete de Air France, preguntando si me lo podían cambiar por un vuelo a Londres, aunque fuera en turista. Para mi gran alegría, me lo cambiaron por un Singapur – Londres – Madrid en Business. Para acabar de arreglarlo, en la sala VIP me encontré una botella de Tío Pepe, que casi me terminé yo solito. En ningún vuelo he dormido tan a gusto como en aquel.

Volví a casa tan enamorado de Indonesia, que convencí a mi mujer y a un amigo para volver el verano siguiente, en un viaje organizado que no voy a contar aquí. Pero sí que tengo que mencionar a Manu Minguito, el excelente guía de la agencia, que me acabó de contagiar su pasión por aquel país. Conocía tan bien Indonesia que nos dibujó de memoria un mapa del archipiélago bastante fidedigno, en el que nos indicó los sitios que más le gustaban. Me aconsejó que volviera por mi cuenta, previo aprendizaje del idioma indonesio, sin el cual era muy difícil moverse fuera de las rutas más trilladas.

Dicho y hecho. Conseguí en Londres un método Berlitz de indonesio en inglés, y me pasé todo el año escuchando las casetes una y otra vez, aprovechando los trayectos de ida y vuelta al trabajo. Tengo que decir que es uno de los idiomas más sencillos que conozco. Se escribe con caracteres latinos, se pronuncia casi igual que el español, y no tiene géneros, declinaciones, conjugaciones ni ninguna de esas cosas que tanto complican el aprendizaje de un idioma. Los verbos solo tienen infinitivo, el plural se forma repitiendo la palabra o añadiéndole un exponente (anak = niño, anak anak = anak2 = niños). Y lo más importante de todo, es un idioma artificial creado cuando la independencia a partir de la lengua franca de los mercaderes, con lo que suele ser el segundo idioma para la mayoría de los indonesios. O sea que casi nadie usa palabras complicadas, y comprenden perfectamente que un forastero lo hable bastante mal. En fin, el idioma ideal para aprenderlo por cuenta propia.

Y así acabé al año siguiente en Kupang, donde empieza el primer relato de esta serie.

Ha llegado el momento de despedirme con la clásica frase de "Colorín, colorado, este cuento se ha acabado". Subrayo el este porque no descarto que, tras unos meses de bien merecido descanso, me decida a contar mis aventuras en ¿Brasil? ¿Japón? ¿Irán? ¡quien sabe!.

domingo, 16 de febrero de 2014

“NEBRASKA” (2013) de Alexander Payne, entrañable, positiva y magnífica película.


Queridos Cinéfilos:

No, no he visto las dos más famosas películas previas de Alexander Payne, “Entre copas” y “Los descendientes”, aunque sí tenía noticias de esta última por el positivo comentario de José Ramón en el Foro. Animado por las críticas he ido a ver “Nebraska” y la acción coherente inmediata por mi parte es aconsejaros que también la veáis ya que la considero entre las mejores en ese nicho temático: relación con los padres que pronto se irán – excepcional reunión de familia con afloramiento de viejas heridas, pero aquí con toques de humor (que permiten sobrellevar la tristeza de fondo) y, característica fundamental, con el formato de una road movie.

Yo le he encontrado claras reminiscencias de la menos lynchiana de las películas de David Lynch, la estupenda “Una historia verdadera”; de la reciente “Agosto” y, estéticamente, de la más valorada de Peter Bogdanovich, “The Last Picture Show” (1971, en español se tradujo como “La última película”, pero casi todo el mundo la recuerda por su título en inglés; para los insultantemente jóvenes del Brat Pack, non natos en esa fecha, que dudo la conozcan, por si sois capaces de reconocer a los entonces jóvenes Jeff Bridges y Cybill Shepherd, que era la “musa” de Bogdanovich, abajo os incluyo un enlace con su tráiler). Claro que me aterroriza pensar que los personajes jóvenes de esta última … ahora serían(¿mos?) casi los “senior citizens” de Nebraska. ¡¡Qué horror!!.



Padre e hijo
Al grano, ¿de qué va?: Woody Grant, unos 80, peleó en Corea, gruñón, empezando a tener alzheimer, bebiendo de más toda la vida, dos hijos cuarentones, recibe la típica propaganda engañosa avisándole que ha ganado un millón de dólares si se da el caso de que blablablabla. Se lo cree y decide ir desde Billings, Montana, donde vive con su charlatana esposa, Kate, que lleva todo el trabajo de la casa, a buscar el premio a Lincoln, Nebraska, vamos 1200 kms a través del medio Oeste de la América más profunda, para lo cuál se pone a andar hasta que, en sólo media hora, es detenido por la policía, que lo entrega a su hijo menor, David, y éste, contra todo pronóstico y consejo, al no poder convencer a su padre de la inutilidad del viaje, decide tener con él un detalle de cariño y llevarlo en coche durante un fin de semana, aprovechando para visitar al resto de la familia que sigue viviendo donde nació y creció Woody, en Hawthorne, ya en Nebraska.




En casa de la tía Martha en Hawthorne
¿Simple?. ¿Tópico argumento?. Podría ser, pero película extraordinariamente realizada y actuada. A mí me ha gustado más que “Agosto”, porque es mucho menos “teatral”: esto no es un torneo del Grand Slam en el que llegan las estrellas a batirse para demostrar quién es el/la mejor (sin que ello quiera decir que los, más bien las “tenistas” de Osage County fueran flojas, ni mucho menos). En “Nebraska” no hay estrellas: protagonistas y secundarios parecen auténticos personajes recogidos por un reportero de Nacional Geographic. ¡¡Son buenísimos!! (aconsejo verla en VOS, ya que no tiene grandes parrafadas y es muy importante oír cómo hablan).



David, Woody y su antiguo amigo Ed Pegram (Stacy Keach)
Por otra parte he experimentado 5, 10, qué se yo, momentos que me han hecho sentir que estaba viendo una grandísima película. La “magia” que echaba de menos en “Agosto” para considerarla sobresaliente.

De los actores, el veteranísimo secundario de tantas películas (para mí la mejor “Danzad, danzad, malditos”, originalmente “They Shoot Horses, Don't They?”, 1969, de Sydney Pollack, realmente excelente, obligatoria para Cinéfilos) Bruce Dern hace aquí el papel de su vida como Woody, habiendo obtenido la Palma en Cannes al Mejor Actor y estando actualmente nominado al Oscar por ello. Son desconocidos, para mí, Will Forte que representa, muy bien, al hijo menor, David, y June Squibb en el papel de su madre, también muy acertada. Reconocí, gracias a ver su nombre en el reparto, a Stacy Keach en el papel de antiguo amigo y socio de Woody, cumpliendo de sobra. Y es lo que también les ocurre a la docena de secundarios de fondo: parecen contratados para representarse a sí mismos. La fotografía en blanco y negro es magníficamente adecuada a la historia, así como la banda sonora instrumental country.


Los Grant, padres e hijos
Vamos, que le doy un 9 y no creo regalarle nada, y cierro citando a Oti R. Marchante, con una apreciación anímica (inimaginable en “Agosto”) respecto a la historia narrada, que suscribo: “… lo grande, lo sustancial, es que, como ha escrito García Calvo, nada más verla sientes la imperiosa necesidad de llamar a tu padre, si la vida y la fortuna te lo permite”. Desgraciadamente, a mí, ya no me es posible.

Por si os interesaran, incluyo los siguientes enlaces:

Tráiler de “Nebraska”en VO con subtítulos en español:

Cuando el cine se deja paladear” crítica de Oti R. Marchante a “Nebraska” en ABC, que comparto plenamente:

Crítica de Carlos Boyero en El País (con acceso en vídeo):

Tráiler de “Una historia verdadera”, de David Lynch:

Tráiler de “The Last Picture Show”, de Peter Bogdanovich:
https://www.youtube.com/watch?v=3YQomR5xJ_Y  

Muy buen CINE, amigos.

Manrique