sábado, 28 de junio de 2014

Ana Mª Matute, obituario

El miércoles 25 de Junio murió Ana Mª Matute. El mejor homenaje que se le puede hacer es leer alguno de sus libros. Entre toda la obra de Ana Mª destacaría “Primera memoria”, es la primera novela de una trilogía y, aunque queda cerrada en sí misma, las dos siguientes nos hablan de los mismos protagonistas después de muchos años y cómo se vio afectado en sus vidas las decisiones tomadas antaño.
“Los soldados lloran de noche” es la segunda y “La trampa” cierra el ciclo. Tenía Ana Mª un don especial para comprender la psicología de los niños y adolescentes: seres complejos, menos inocentes de lo que parecen, más vulnerables también, imitadores de sus mayores, irresponsables, que hay que educar con perseverancia. Todas estas características de los niños y no tan niños, las he aprendido leyendo a Ana Mª. Se podrá decir que las novelas de Ana Mª Matute hablan de una época ya superada y será verdad, pero sus personajes son intemporales; nos los podemos encontrar en cualquier esquina, viviendo cerca de nosotros, fracasados, a veces fatalistas, crueles, inocentes, víctimas o verdugos. De cualquier forma sus novelas no dejan indiferente y tienen una calidad narrativa como un Cervantes o un Unamuno. No debemos dejarnos llevar por su sencillez, era una gran escritora de la que, los españoles, debemos sentirnos orgullosos. Descanse en paz la que fue una referencia literaria para toda su generación.

domingo, 22 de junio de 2014

Las dos caras de Enero

El otro día pusieron en Tele Madrid creo "El Juego de Ripley", película que yo ya había visto varias veces y que siempre me ha fascinado. El caso es que me fui a la cama pensando que esta era una estupenda película de "serie B", es decir una película genial para pasar el rato sin hacerse demasiadas preguntas. También me vinieron a la cabeza películas que tenían un parecido con esta: "A pleno sol", "El talento de Mr. Ripley". Me preguntaba por que todos se llamarian Ripley. Debe ser un apellido corriente.

El hilo que ensarta estas películas es Patricia Highsmith, novelista americana que tiene el mérito de crear esos personajes cinicos pero humanos y describe magistralmente la relación entre el estafador y el estafado. Después para pasar de la literatura al cine hace falta mas talento al que no es ajeno el que aportan Alain Delon y Marie Laforêt, Mat Daemon o John Malkovich, el buscar unos exteriores de ensueño o una música estimulante.

Todos los que admiramos estas películas y a su "creadora" estamos de suerte porque han estrenado "Las dos caras de Enero". El mismo esquema. Angloamericanos sin escrúpulos, vividores y ventajistas que disfrutan del Mediterráneo, fascinación por una cultura alejada de la propia que en esta ocasión ya no es Italia sino Grecia y Estambul. Relaciones de colaboración-competencia, de "tuno a pillo" entre estafadores.

Viggo Mortensen entra con todos los honores en la galería de "pillos Highsmith" asi como su acompañante Oscar Isaac. Kirsten Dunst está muy bien en un papel acompañante. Ojo a la música de Alberto Iglesias.

Creo que es una buena recomendación para antes de vacaciones y si alguien descubre el por qué del título que lo diga.

“Viva la libertad” de Roberto Andò (“Viva la libertà” Italia 2013)


Queridos Cinéfilos:


En tiempos tan “revueltos” como los presentes, supongo que a muchos, como a mí, os puede apetecer ver una notable y divertida película (de inteligente sonrisa más que de estúpidas risas, claro). Y si, además, trata de un tema de tan “rabiosa” actualidad española como la falta de sintonía entre los “aparatos” de un importante y consolidado partido respecto a su electorado, resulta de lo más oportuna, aunque la profundidad del análisis que incluye en su trama es como la de la zona infantil de las piscinas, bastante limitada, que quede claro.

Hablamos de “Viva la libertad”, película italiana del director Roberto Ardò (también coguionista en este caso y absolutamente desconocido para mí hasta ahora) siendo su protagonista Toni Servillo, que ha saltado recientemente a la fama continental gracias a que también lo ha sido de “La Gran Belleza” (ganadora de los últimos premios de la Academia de Cine Europea como mejor película, director, actor principal y montaje, además de, posteriormente, recibir el globo de oro y el óscar a la mejor película de habla no inglesa).

Parece ser que, ante el inesperado éxito, digamos “de culto”, de “La Gran Belleza” (desde luego sin nada que hacer en cuanto a número de espectadores frente a la española “Ocho apellidos vascos”… cuyo infantiloide tráiler me disuadió de verla), una distribuidora ha decidido comercializar en España “Viva la libertad”, película anterior a aquélla y a la que estimo que no puede igualarse en absoluto (teniendo en cuenta la alta calificación que le dimos al unísono Rogelio, Arturo y yo en este Foro hace pocos meses), pero sí creo que merece un notable bajo, no más de siete, pero notable al fin y al cabo.

Toni Servillo es, desde luego, el doble protagonista absoluto, pero está bien acompañado por Valerio Mastandrea, Valeria Bruni Tedeschi y unos cuantos dignos secundarios. Montaje, fotografía y ambientación, bien. El Guión podría haber sido más ambicioso, pero tiene un ramillete de ingeniosas situaciones.

¿De qué va la trama?:


Un secretario general con "gancho popular"
Enrico, secretario general del principal partido de izquierda italiano, en la oposición, pierde apoyos en un mini congreso del mismo al ser acusado de “no tener tirón” popular y no ser capaz de lanzar un claro mensaje a la calle, entrando en crisis “personal” por ello y escapándose subrepticiamente a casa de una antigua novia, en París.

Tras saltar todas las alarmas en la ejecutiva del partido ante su inesperada desaparición, la esposa de Enrico y su secretario y más cercano colaborador en aquélla, deciden secretamente que un hermano gemelo del político, recién salido de un tratamiento psiquiátrico, lo “sustituya” durante unos pocos días tanto en el partido como en los actos públicos hasta que aparezca el auténtico Enrico.

Contra cualquier previsión lógica, el “sustituto”, hombre culto … y completamente desinhibido por el tratamiento recibido, entusiasma a los simpatizantes del partido con sus declaraciones y discursos, de forma que se disparan las expectativas de la formación ante las próximas elecciones.

Y no contamos más… Tampoco es tan difícil de imaginar.

Por si fueran de vuestro interés, os adjunto los siguientes enlaces:

Tráiler en español:

Tráiler en VOSE:

Crítica de Eduardo Galán en El País:
http://servicios.elpais.com/cartelera/pelicula/0000082921/

“Alternativa bipolar”, crítica de Antonio Weinrichter en ABC:


Buen CINE, Amigos.

Manrique

martes, 3 de junio de 2014

Una semana en el otro Barrio

Hace unos meses operaron a mi mujer para retirarle de la muñeca una placa de titanio que le habían colocado en el Bungrungrad Hospital de Bangkok hace casi dos años. Cuando se despejó de la anestesia, y para animarla un poco, le prometí:

- En cuanto te recuperes, nos iremos de viaje a donde tú quieras.

Le faltó tiempo para decirme que quería ir a Nueva York.

Accedí así, por fin, a un antiguo y persistentemente expresado deseo suyo de visitar la nueva capital del mundo. Debo reconocer que llevaba años resistiéndome, debido a mi particular odio a un gobierno que, en nombre de la libertad, ha cometido y sigue cometiendo las mayores tropelías: El lanzamiento sobre Hiroshima y Nagasaki de las únicas bombas atómicas utilizadas en una guerra, el uso sistemático de napalm y agentes químicos contra la población civil en Vietnam, el mayor “muro de la vergüenza” del mundo a lo largo de la frontera mexicana, o la prepotencia frente a amigos y aliados, constituyen una pequeña muestra de un catálogo interminable.

Aun así, a la vista de mi promesa, y haciendo de tripas corazón, me dispuse a emprender el viaje prometido.

Las cosas empezaron a torcerse cuando, a solo dos semanas de la salida, el bed & breakfast de Brooklyn en el que habíamos reservado una habitación nos comunicó que, debido a unos cambios legales no muy bien explicados, se veían obligados a cerrar sus puertas y a cancelar nuestra reserva. Bien es verdad que nos devolvieron diligentemente la cantidad pagada como señal, pero nos obligaron a buscar un alojamiento alternativo con muy poco margen de maniobra.

Después de descartar los hoteles por sus precios muy elevados, acabamos optando por un apartamento particular a bastante buen precio, situado en la Segunda Avenida. Por un error en el manejo de Google Street View, parecía encontrarse en un barrio acomodado, con varios restaurantes y cafeterías con terraza a pocos metros de distancia.

Cuando, a eso de las 8 de la tarde, ya anocheciendo y cansados de las quince horas de viaje desde Cádiz, nos bajamos del taxi en la puerta del edificio en el que íbamos a residir toda la semana, lo que nos encontramos fue una mezcla a partes iguales de West Side Story y el Cerro del Moro (barrio de Cádiz en su día centro del menudeo de drogas).

Una acera llena de boquetes y mal iluminada, un edificio de ladrillo rojo con escaleras de incendios en la fachada, varios locales chinos, pakistaníes y latinos de comida para llevar, con pinta bastante cutre, y un grupo de adolescentes con gorras de béisbol, pantalones caídos y lo que nos parecieron miradas torvas, nos dieron la bienvenida.

Llamamos al portero automático, y cruzamos un estrecho portal, entre una montaña de bolsas de basura y cajas de cartón vacías. Subimos unas escaleras bastante empinadas, sin ascensor y con ventanucos a un patio desvencijado, y por fin nos abrió la puerta del 4º A la brasileña que nos alquilaba el apartamento, acompañada por un par de chavales que estaban dando los últimos toques a la instalación de aire acondicionado.

La verdad es que, objetivamente, el apartamento no presentaba ninguna pega. Estaba limpio, el mobiliario era bastante nuevo, la cocina “americana” tenía casi todo lo que podíamos necesitar, y la conexión WiFi funcionaba. En fin, que respondía literalmente a todo lo que decía el anuncio en www.airbnb.com.

Bajamos a toda prisa al súper más cercano, ya a punto de cerrar, para comprar el desayuno del día siguiente, y allí continuó el choque cultural. Si hacemos una progresión geométrica desde Mantequerías Leonesas hasta Lidl, pasando por Hipercor, el Associated Supermarkets representaba un escalón proporcionalmente más bajo, tanto en la calidad y el surtido de los productos disponibles, como en el nivel de limpieza. Margarina a granel, sucedáneos de vino y otros productos para mí exóticos llenaban las estanterías. Eso sí, las bolsas de plástico eran gratis, y te las ponían de dos en dos; es decir, que cada bolsa la metían a su vez dentro de otra, lo que chocaba con su política ambiental de cobrar un depósito por los envases de vidrio de la cerveza.

Cuando nos metimos en la cama, a las diez hora local pero a las seis de la mañana hora de Cádiz, estuvimos a punto de levantarnos y ponernos a buscar un hotel. Aunque el apartamento estaba en un tercer piso –cuarto para el sistema yanqui de contar- el dormitorio daba directamente a la Segunda Avenida, por la que pasaban continuamente trailers gigantescos, camiones de la basura, y coches de la policía, ambulancias o bomberos con las sirenas a toda pastilla. Las ventanas, deslizantes, de carpintería de hierro y cristales sencillos, no representaban ningún obstáculo para el ruido incesante que llegaba de la calle. La impresión era la de tratar de dormir en mitad del circuito de Jerez, en plena carrera del Mundial de Motociclismo.

A base de somníferos y tapones en los oídos, y ayudados por el agotamiento del viaje, conseguimos pasar una noche interrumpida por sobresaltos cada vez que aceleraba un camión bajo las ventanas, o se escuchaba lo que sonaba como una persecución policial.

Había llegado, demasiado pronto, ese momento que sufro indefectiblemente en todos los viajes, en el que todo se me cae encima y sólo pienso en quién me mandaría viajar a un país, y en lo bien que estaría en mi casa.

Al día siguiente, muy temprano ya que no había manera de seguir durmiendo, nos levantamos y descubrimos la otra cara (o habría que decir cruz) de la moneda: El salón-comedor-cocina era igualmente ruidoso. No daba a la calle, sino encima del techo del supermercado, en el que rugía un grupo de equipos de ventilación y aire acondicionado de mediados del siglo pasado. El único sitio silencioso del apartamento era el cuarto de baño, interior, pero lógicamente era demasiado pequeño como para instalar allí la cama.

Salimos a la calle poco después de las ocho de la mañana, tanto por la urgencia de empezar a recorrer Nueva York como por huir del suplicio del apartamento. Y ya en la calle, nos dimos cuenta de que no estábamos en un barrio normal. Lo que los mapas y guías describen como East Harlem o Upper East Side, allí se llamaba, con mucha más propiedad, “El Barrio”. Era una perfecta muestra de la tendencia de los inmigrantes a agruparse, buscando el apoyo de sus compatriotas llegados antes. Y en nuestro caso, se trataba de inmigrantes hispano americanos. Mayoritariamente mexicanos, pero también cubanos, guatemaltecos, nicaragüenses, y creo que de todos los países de habla hispana de América. Es verdad que las fronteras con el vecino Harlem no eran herméticas, y que también se encontraban chinos, vietnamitas, pakistaníes y libaneses, pero el grueso de la población era hispano. Gran parte de rótulos de los comercios eran bilingües, en las esquinas se vendía un periódico en español, y el museo más cercano se llamaba, cómo si no, “El Museo del Barrio”. Proliferaban las iglesias católicas, aunque no tanto como las baptistas en Harlem, y en los bancos de los parques y la puerta de las “cantinas” y “abacerías” era normal encontrar a un grupo de gente escuchando salsa.

Camino del metro tuvimos que dar un rodeo porque la policía había acordonado una amplia zona de bloques de viviendas sociales rodeados de jardines. Como en cualquier telefilm, una fila de policías de uniforme y de paisano iba peinando los jardines, supongo que en busca de pruebas de algún asesinato. Cuatro o cinco camionetas de los noticiarios de televisión estaban aparcadas en las inmediaciones, con sus antenas parabólicas y sus cámaras preparadas para retransmitir en directo cualquier noticia que se pudiera producir, y no faltaba un policía saliendo del deli de la esquina, cargado de vasos de bebidas calientes para sus compañeros. Por un momento dudamos de si era un suceso real o estaban filmando algún episodio de una serie de televisión, tan perfecta era la “caracterización”.

Me estoy dando cuenta de que quien lea esta descripción se puede llevar la impresión de que El Barrio era peligroso. En realidad, creo que no lo era, al menos no especialmente. Aunque el ambiente era muy diferente del del barrio de Salamanca en Madrid, o Bahía Blanca en Cádiz, tampoco era como el Bronx de Nueva York, el Polígono Sur en Sevilla, ni la barriada de Almanjáyar en Granada. No había coches quemados, hogueras nocturnas ni destrozo del mobiliario urbano. No se veían montañas de basura por las calles, ni demasiados edificios abandonados. Era, simplemente, El Barrio, una barriada popular, alegre y sin pretensiones, poblada por gente trabajadora que, aunque bastante mal pagada, tenía un empleo o subempleo. En fin, casi como en casa.

La parte buena del ruido del apartamento fue que nos obligó a pasar todo el día pateando la ciudad. Expulsados bien temprano por el estruendo procedente de la calle, y reconociendo que era inútil intentar dormir una siesta, tuvimos tiempo para ver cada día al menos un gran museo y un par de barrios. Desde las ocho o nueve de la mañana hasta las nueve o diez de la noche recorríamos incansables las calles de la ciudad, sin tener el consuelo de una buena siesta a mediodía. Descansábamos en los restaurantes durante la comida o la cena, y sobre todo en los trayectos en metro y autobús. Cuando llegábamos al apartamento ya de noche cerrada, el cansancio nos hacía caer derrengados en un sueño intermitente y plagado de pesadillas.

Y al día siguiente, vuelta a empezar…

No voy a contar mis impresiones del resto de la ciudad, a fin de cuentas una de las más visitadas y filmadas del mundo, aunque tengo que confesar que visité varios de los escenarios de algunas películas emblemáticas. El vestíbulo principal de la estación Grand Central, el edificio Dakota, Twin Peaks, o la terraza observatorio del Empire State son hitos obligados, y cumplí gustoso con ese rito. Eso sí, no seguí los consejos de mi padre, que recordando su viaje de cincuenta años atrás me había recomendado subir al Empire State al atardecer, para ver la puesta de sol sobre Manhattan. A esa hora las colas de visitantes eran interminables, y opté por una más prosaica visita a media mañana de un día lluvioso, con vistas mucho menos espectaculares pero unas colas más que asumibles.