domingo, 24 de abril de 2016

Lee, lee, no pares.

Tienes resistencia a la frustración, me dijo, y le clavé la mirada.

Si trabajar en un Astillero ya es algo peculiar, tratándose del situado en Puerto Real aún te distingue más; tan peculiar te hace que hasta formas parte de la historia de la Bahía de Cádiz. Todo esto se incrementa cuando, para colmo, eres componente del Comité de Empresa de dicho Astillero. Y aún podría añadir un par de ingredientes más y bastante curiosos.
Cuando el cabeza de lista por CCOO me llamó para ofrecerme participar del proyecto sindical, sólo el miedo me hubiera hecho decir no; busqué a mi alrededor y no lo encontré. Así las cosas, a primeros del verano pasado me vi convertida en la Coordinadora de la Comisión de Comunicación, posición que me permitiría hacer muchas cosas y para la que me debía preparar, concienciar y concentrar. Lo primero era tener las ideas claras sobre en qué consiste comunicar (yo también acudo a la RAE, ahora es más fácil, pero sigo echando mano de mi María Moliner).
La primera acepción de la palabra es una auténtica preciosidad: "Hacer a una persona partícipe de lo que se tiene".
A partir de aquí se abrían muchas vías, todas atractivas y sugerentes, sólo debía cuidarme en extremo de mi tendencia a una frustración indeseada.
No sé cómo me vino a la cabeza la idea de la primera campaña de las que ya he realizado y tampoco sé muy bien cómo fue que pensé en eso, en las campañas, en el formato de campaña. El caso es que de la mano de las campañas vino a mi la idea de promover la lectura entre las personas que compartimos el trabajo. Tengo que pensar, en algún momento perdido, qué me llevó a ello aunque casi creo que lo sé.

Lo imprescindible que debía hacer era conseguir unas cuantas ideas en un papel así que comencé a escribír "Cervantes, Quijote, lectura, libro, aniversario, Puerto Real, papel, diccionario, María Moliner". Esas palabras fueron encajando, tomando forma y llegaron a conformar el borrador del Cartel enunciativo de la Campaña. Ya estaba lo más importante hecho: la idea había tomado forma I Lectura Continuada "El Dique".

A continuación, debía consultar con la Ejecutiva de CCOO lo idóneo de llevar adelante la iniciativa y, caso de ser aceptada, decidir qué lectura realizaríamos. Para esto tenía dos propuestas: Una era comenzar a leer "El Quijote", cuya duración son unas 48 horas lo que nos ocuparía unos 10 ó 12 años si le dedicábamos 4 horas cada año. La idea me seducía muchísimo, he de confesarlo. La otra opción en la que pensé fue la de elegir un escritor puertorrealeño y así apostar por la tierra.
En mi borrador había dejado algunas cosas inconclusas, como por ejemplo la duración de la lectura, el recorrido del libro por el Astillero, quién comenzaría la lectura (confieso también que propuse a la persona que me parecía idónea so pena de caer en mi primer error), y algunas cosas más. Esperaba que mis compañeros aportaran sus ideas o que me tumbaran de un plumazo la iniciativa por considerarla, quizás, poco apropiada para un Comité de Empresa o por el momento de cargas de trabajo que tenemos o bien por cualquier otro motivo. Realmente, no esperaba que saltaran de contento cuando les puse el borrador en las manos, pero tampoco esperaba el silencio que circundó la iniciativa. Todos se guardaron el papel que les di, y no se volvió a hablar del tema. Mi resistencia a la frustración reapareció y decidí que a Cervantes ya le leía mucha gente, así que dediqué alguna tarde a localizar personas nacidas en Puerto Real que hubiesen escrito alguna obra. Casi todo lo que encontraba eran autores de poesía o escritores de artículos o libros de historia, con lo cual la ansiada novela no terminaba de aparecer. Fue entonces cuando opté por preguntar a algunos de los compañeros que viven en Puerto Real si conocían a algún escritor que fuese de su pueblo. Ahí llegó otra sorpresa porque de los cinco a los que pregunté creyendo hallar la respuesta inmediata ninguno me supo responder salvo referencias a algún otro compañero de los que gustan de publicar sus textos en algún blog o en algún taller literario editando revistas corales. Eso me ponía en una situación fea porque no me parecía adecuado darle ese protagonismo a una persona de esos colectivos habiendo en la Factoría otros muchos del mismo nivel de escritura. Una actividad que pretendía ser positiva no podía provocar nada espinoso.

Alguna noche de estos días quise abandonar la idea, dejarla descansar en el cajón de la mesilla de noche junto con otros trastos y descansar yo también, mas al amanecer del nuevo día la idea volvía y me recordaba que no aceptaría la frustración de no haber conseguido fraguar la celebración del Día del Libro en el Astillero cuando realmente lo veía como algo absolutamente factible y accesible. Así fue que decidí preguntar fuera del Astillero. La hija de "El Pirri" me orientó amablemente diciéndome que preguntase en la Biblioteca Municipal del pueblo, que allí quizás tuviesen algún libro de alguien nacido en Puerto Real y fue entonces cuando se me encendió la luz y le pregunté inquieta ¿Dónde hay una librería en Puerto Real? Ella me respondió rápida: Pérgamo, ve a la librería Pérgamo.
En cuanto pude fui a Pérgamo con la idea diáfana. Encontré la librería haciendo esquina entre las calles Amargura y Cruz Verde. Sonó una campana de aviso cuando entré en el local que estaba vacío, ni el dependiente no se encontraba en él, por lo que me dispuse a ver a alguien aparecer por la puerta de la trastienda mientras aproveché para ojear las estanterías intentando orientarme. El establecimiento era reducido, aunque contaba con un par de sillones, lámpara de lectura y mesa auxiliar lo cual lo hacía muy acogedor para leer. En cambio, el espacio dedicado al dependiente era mínimo, justo lo imprescindible para la caja registradora y poco más y pegado a la puerta de entrada cediendo todo el espacio disponible a las mesas y estanterías expositoras. El local me agradó mucho. Al instante apareció el dependiente que amablemente me preguntó qué deseaba. Busco algún libro de autor nacido en Puerto Real, le respondí y rápidamente se dirigió hacia una estantería y me ofreció un libro enorme que puso en mis manos. Caramba, exclamé al ver mis manos con el ansiado volumen. Por la cara que puse cuando vi el grosor del tomo creo que el dependiente debió pensar que aquello era mucho para mí, que igual yo no estaba dispuesta a leer un libro tan denso, así que sonreí y le dije que lo que me ofrecía estaba muy bien, pero que buscaba una lectura corta, de no más de cinco horas, de un autor puertorrealeño y que éste fuese una persona apreciada por sus paisanos. Creo que tanta precisión le desconcertó, pero él, tenaz, me trajo tres libros de un tamaño de libro infantil y cada uno de ellos de un autor distinto. Dos de ellos eran nacidos en Puerto Real y sus novelas estaban localizadas en otras ciudades, en cambio el tercero no era puertorrealeño, aunque contaba historias cortas de la villa. De manera que me decantaba por los dos primeros sin saber cuál de ellos era el idóneo por su perfil vital. Entre tanto, la campanita de aviso de la puerta volvió a sonar y entró un hombre de aire bohemio que se sentó en uno de los sillones de lectura, extendió las piernas, las cruzó y comenzó a manipular su móvil confortablemente. Y observándole se me ocurrió volver a consultar y también yo hice uso de las tecnologías y envié un WhatsApp al grupo de mis compañeros de Comité con las fotos de las contraportadas de ambos libros preguntándoles ¿Cuál de ellos se merece ser leído? No necesité más que una respuesta, la que me dio rápido Antonio: El segundo, contestó. Para cada mensaje debí salir del local porque la cobertura era escasísima, así que la imagen que debía estar dando al acomodado señor del sillón debía ser de lo más histriónico, por no hablar de la idea que posiblemente había fraguado el dependiente de su inquieta clienta.

El comerciante me observaba curioso hasta que ya no debió aguantar más y me preguntó tímidamente si el libro tenía alguna finalidad concreta. Dejé de observar el anhelado libro para observar al dependiente y por la cara de interés con que me miraba pensé que debía ser el dueño de aquél acogedor establecimiento y decidí prestarme a dar explicaciones. Así fue que le conté la idea de hacer una lectura continuada como celebración del Día del Libro. Claro está que me preguntó que dónde pensaba hacerla, así que seguí dándole explicaciones y le dije que en el Astillero y lo hice de forma altiva, como si no hubiera sitio en el mundo mejor que aquél. Sus ojos se iluminaron y me contestó que él también había pensado hacer algo así en su librería, pero que no contaba con gente suficiente a lo que yo le respondí que, en mi caso, tenía la suerte de contar con 600 potenciales lectores. En esa conversación el señor bohemio había ya dejado su móvil y se había acercado a la caja registradora donde yo estaba a punto de pagar por mi libro. Qué, vas a leerte un libro en papel, ¿no te gustan los ebooks? Le miré y pensé: "Ya la vamos a tener..." y le respondí impertinente al tiempo que le dirigía una mirada incrédula: Disculpe, ¿cómo dice? Qué hombre de aspecto más raro, pensé y acto seguido me reproché qué maldad la mía y sonreí. El señor bohemio rectificó y comenzó a hablarme de usted e intentó mejorar su comentario diciéndome lo poco que se vende el papel y que él era escritor, que colaboraba con la librería y además era el Director de una Escuela de Cine en colaboración con la Universidad de Cádiz y amigo de actores y no sé cuántas cosas más. También quiso demostrar su amor a la tierra revelándome que había dejado Madrid para trasladarse a vivir a Puerto Real donde llevaba desde hacía un tiempo, no sé si me dijo 2 años o 2 meses. A partir de ahí se fue desarrollando una conversación que comenzó tensa y que terminó con el señor bohemio pidiéndome el teléfono para contactar alguna vez conmigo y presentándose como Bruto. Entre tanto, el dueño de la librería me pidió que por favor le enviase fotos de la lectura continuada que él la enviaría a la prensa local para promocionar el libro a lo que le tuve que responder que aún no estaba aprobado por el Comité que la actividad se llevara a cabo, pero que no dudara en que contaría con el material si finalmente se realizaba.

Pues, así fue cómo salí de la librería llevando un libro en una coqueta bolsa de papel la misma que al día siguiente llevé al Astillero y de la que saqué el libro para presentárselo a la Comisión de Comunicación solicitando la aprobación de la actividad. Estaba claro que mi capacidad de resistencia a la frustración estaba en todo su apogeo. Tras algunas pequeñas aclaraciones y modificaciones al proyecto, finalmente se aprobó con lo que había vía libre para hacer la lectura continuada de la obra "Veracruz" del autor puertorrealeño José Antonio Alcedo Rubio.

Ya tenía la aprobación, el autor, la novela, el cartel enunciativo y nada más. Todo eran palabras.

Palabras.

María Moliner seguía en mi idea, tenía que concederle su espacio y ese era justamente el de las palabras, y así fue que imaginé a cada lector de la novela, al terminar su trozo de lectura, llevando consigo una palabra como gesto de agradecimiento por parte de los organizadores y como recuerdo de su participación en un acto no más inaudito que insólito. Había que regalarles una palabra, había que darles la palabra, debían tomar la palabra. Era cerrar el círculo.

No sé si disfruté más haciendo una colección de palabras que me gustaban o confeccionando la tarjetita conmemorativa. En cada folio, usando las tablas del word me cabían 4 tarjetas que luego recortaría con la guillotina de la oficina. En el anverso coloqué el homenaje a María y el recordatorio del evento. Por el reverso estaría situada cada palabra regalada y sus acepciones más frecuentes de la RAE.
A mi magnífico acervo de palabras amadas por mí se fueron sumando otras que están de moda y que la gente suele oír aun sin conocer su significado y otras pocas más que alguno de los que intenté implicar en esta aventura me facilitó en un correo (Anda, envíame en un correito palabras que te gusten).
Todas las palabras fueron encajando en el reverso del homenaje de María. Por la impresora, en blanco y negro, fueron apareciendo elegantemente. No tuve más que dar tres tajos con la guillotina y ya tenía un abanico de palabras para regalar a mis compañeras y compañeros de trabajo. Fue magnífico.


Reconozco que necesitaba verbalizar lo que estaba haciendo y ya estábamos en vísperas del día acordado para comenzar la lectura, ya era la primera hora del miércoles, así que llevé mi libro al local del Comité de Empresa dispuesta a compartir con ellos mi valiosa joya. Y tuve la fortuna de que allí estuviese uno de mis compañeros que, al ver el libro exclamó: Hombre, Pepe, este fue mi Director de Fiestas cuando estuve de Concejal en el Ayuntamiento. Magnífico, pensé. Ya sólo me quedaba volver a burlar mi frustración y preguntarle si él me ayudaría a contactar con José Alcedo para pedirle que nos dedicara y firmara el libro. Mi colega me animó a hacerlo ya que afirmaba que Pepe era un tipo fenomenal y que lo haría encantado, así que me facilitó el número de su móvil una vez que se puso en contacto con él y le introdujo en la iniciativa antes de que recibiera mi llamada. Ya todo debía ser rápido, ya había enviado el correo a toda la plantilla anunciando el evento y colgado los carteles en los vestuarios de operarios, así que hablé con José, le di los detalles que pude sobre la actividad y los motivos de su elección como autor y le solicité que tuviese a bien dedicarnos unas palabras en el libro que yo ya había adquirido. Claro, él estaba en el Ayuntamiento y yo en el Dique, así que uno de los dos debía desplazarse por lo que volví a dar un giro a las frustraciones y tomé mi coche, salí rápida pensando "esto es una acción sindical" y me dirigí al Ayuntamiento donde encontré una plaza milagrosa de aparcamiento en la que dejar mi vehículo unos minutos. Subí a la primera planta y allí estaba mi autor. Ah.

El saludo fue cordial, el autor ya estaba al tanto de mi propuesta y encantado se prestó a escribir su dedicatoria sin antes dudar y observar: Bueno, ¿A quién se lo dedico? Si escribo "A los trabajadores" alguien se puede enfadar. A lo que rápidamente objeté:  Bueno, somos las personas que trabajamos en el Astillero de Puerto Real. José Antonio Alcedo sonrió y comenzó a escribir "A las personas...".
Aún quedaba algo más por esquivar a mis frustraciones y me atreví a informarle sobre cuál sería la persona que iniciaría la lectura, aunque realmente el adecuado, el idóneo, era sin lugar a dudas él. Sonrió aún más y me respondió humildemente que para él sería un auténtico placer y un honor porque su padre estuvo trabajando desde los 14 años en ese Astillero, el cual formaba parte de su vida. Yo no me podía creer que algo tan simple de hacer tuviese tanta importancia para él. Viendo que tenía dificultades para desplazarse al día siguiente al Astillero le ofrecí recogerle yo misma con mi coche a eso de las 9:30 am y con dos besos afectuosos dejé en la oficina consistorial a mi escritor preferido. -Hasta mañana- -Hasta mañana-


A las 10 de la mañana del jueves 21 estaban programadas varias actividades en el astillero y de índole muy diversa, una de ellas era la concentración en la puerta de Dirección de los empleados de prevención de la empresa SPRIL que estaba en suspensión de nóminas a sus trabajadores desde hacía meses con la situación tan delicada y urgente de solventar que tenían estas personas. En ese mismo sitio y a esa misma hora, como decía la canción, y por desconocimiento, se había anunciado el inicio de la campaña "Lee, lee, no pares". El margen de maniobra para modificar el sitio y hora no existía ya y los compañeros que me rodeaban eran la mayoría del propio Comité de Empresa y de los distintos sindicatos por lo que pensé que si ellos, que eran veteranos, no advertían nada por hacerlo coexistir con la protesta, no debía yo por qué temer ningún incidente.


Tras una pequeña introducción de la actividad que íbamos a realizar, haciendo alusión a la protesta legítima de los trabajadores que estaban allí y con la intención de continuar la lectura dentro del edificio una vez que el autor la hubiese comenzado en el exterior, di paso a Pepe Alcedo que expresó su agradecimiento y emoción y comenzó a leer "Veracruz". Seguidamente, dio paso a Paco que, asimismo, dio paso a Arturo. Mientras este último estaba leyendo se fueron caldeando los ánimos entre los trabajadores de SPRIL y lo que era un murmullo se convirtió en unos gritos que provocaron que nuestro lector dejase de leer. No te molestes, por favor, le dije y bajé la escalera dirigiéndome al que gritaba Siento que no os parezca bien, pero esta actividad ya estaba anunciada y no tienen por qué dejar de convivir las dos situaciones, vuestra protesta y nuestra lectura. Me esforcé por ser lo más asertiva que pude, creo que conseguí que él y el resto entendieran que podíamos solapar actividades y que aquéllo que hacíamos no suponía ninguna falta de respeto hacia ellos, tal y como me reprochaban. No sé si lo hice bien, espero que sí, también era consciente de las consecuencias que podía tener y de las tan diferentes apreciaciones que se hacen de estas situaciones. Lo cierto es que volví sobre mis pasos junto con mis compañeros del Comité de Empresa y a los lectores y, al igual que otros días de protestas de SPRIL, nos quedamos allí apoyando la movilización y con la lectura interrumpida. Tampoco pasaba nada. Terminada la movilización continuamos nuestras lecturas ya dentro del edificio y con un sistema de relevo magnífico por parte de todo aquél que quiso participar.


A cada lector, una vez terminaba su participación, le pedíamos que firmase en el margen de los párrafos u hojas que había leído, cosa que hacían con ilusión al tiempo que les recordábamos que sólo ese día estaba permitido escribir en los libros.





“El recuerdo que deja un libro, a veces,   es más importante que el libro en sí.”

-Adolfo Bioy Casares-

Uno tras otro se fueron sucediendo personas que en voz alta leían delante de otros compañeros que atentamente esperaban su turno de participación. De esa forma pasaban a nuestro alrededor otros que observaban y se excusaban por no poder participar por diversos motivos y de esa manera también, cada cual fue disfrutando de algo distinto en esta Factoría, algo humano, algo sencillo, algo que comunica, algo que compartir y algo que recordar.



Las palabras no le pertenecen a nadie, las palabras son lo único que tenemos si no queremos que se las lleve el viento.

Marga. (Esta vez burlé a la frustración.)

Lo mejor de todo fue cuando alguien, a quien cada día admiro más cuanto más conozco, me dijo: Marga, ¿cómo he leído? No lo he hecho mal, ¿verdad? Hay que enfatizar las comas, los puntos, hay que hacerlo detalladamente y así he intentado hacerlo. Ah, y me he dado cuenta de lo mal que lee mucha gente, yo pensaba que lo hacía mal, pero he visto que hay algunos empleados que no lo hacen del todo bien.

2 comentarios:

  1. Muy bien, Marga. Solo por leer tu crónica y ver lo que has hecho ya merece la pena ser miembro de este foro.
    Un abrazo,

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    Respuestas
    1. Muchas gracias, José Ramón. Al final, lo mejor de todo es lo de siempre: compartir.
      Un beso grande.

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