“Monday, Monday” está sonando en mi Spotify mientras cruzo el puente sobre la Bahía camino del Astillero.
Lunes, lunes; no habrá otro lunes como este lunes jamás. Fin de una etapa. Los lunes serán otra cosa; no sé qué, pero serán algo distinto.
Sonrío y abro la ventanilla para que entre el aire fresco del amanecer y, seguidamente, subo el volumen del aparato de audio.
Lunes, lunes, tan bueno para mí; lunes por la mañana, era todo lo que esperaba.
La mañana del lunes, no podía garantizar que ese lunes por la noche aún estarías aquí conmigo.
Lunes, lunes, no puedo confiar en ese día. A veces resulta de esa manera.
Mañana del lunes, no me diste ninguna advertencia de lo que iba a suceder.
¡Oh, lunes, lunes!, ¿cómo te fuiste, sin llevarme?
Cualquier otro día de la semana está bien, sí; pero cada vez que llega el lunes me puedes encontrar llorando todo el tiempo.
Lunes, lunes, tan bueno para mí.
¡Oh, lunes, lunes!, no va a desaparecer; lunes, lunes, que está aquí para quedarse.
Oh lunes, lunes.
Oh lunes, lunes.
Y me quedo pensando en el sentido de estas estrofas. El sentido de las voces empastadas de Cass Elliot que amaba sin ser correspondida a Denny, que estaba enloquecido de amor por Michelle, que, tras su belleza sin igual, ocultaba al mundo entero su romance con Denny y también a su marido John, que consideraba a Denny el mejor tenor de los 60 y al que prefería liado con Cass.
Es posible que lo que suceda en un lunes marque drásticamente los días de la semana que le siguen. Los lunes dejan atrás los fines de semana en los que la gente suele comportarse como se espera de ella socialmente cumpliendo fielmente su patrón.
En fin…; Monday, Monday, so good to me.
Bah-da bah-da-da-da.
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