Quizás el número más poderoso sea el cero. Al
dividir por él cualquier cantidad, por pequeña que sea, la tornamos infinita, y
al multiplicarla, por muy grande que nos parezca, la anulamos. Si lo
multiplicamos por sí mismo permanece inmutable, como el uno; nadie sabe qué
sucedería si intentáramos dividirlo por otro cero.
El ocho es uno de los números más fáciles de
dividir, lleva en su diseño un rompefácil.
La distancia entre dos primos hermanos
permanece invariable con el tiempo; sin embargo, dicha distancia aumenta con el
tamaño de los citados números.
Uno de los vocablos que presentan una fonética
similar en más idiomas es, precisamente, uno.
El símbolo de la suma representa, muy apropiadamente,
a la muerte; el de la resta es una simple pausa, el del producto te anula y no
hay acuerdo sobre cómo indicar una división.
Cualquier operación realizada sobre un número
le produce la muerte, salvo algunos casos que podemos considerar milagrosos.
En determinados ambientes, en una lectura oral
no debería usarse el cinco, por sus connotaciones malsonantes. Sí son
aceptables, en cambio, derivados como quince y cincuenta.
En su proceso de europeización, los números
arábigos se incorporaron para siempre.
Los dígitos son siempre puntos de deterioro;
los símbolos de operaciones representan momentos de mejora.
No hay mayor presunción que emplear un fraccionario
como ordinal. Es un baldón, tanto para quien comete el error como para el
propio número mal utilizado.
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