Un cuarto propio
Virginia Woolf
Un cuarto propio es un largo ensayo sobre Las mujeres y la escritura. Virginia Woolf, de soltera Virginia Stephen,
era una mujer culta aunque no fue a la escuela, en la casa de sus padres había
una biblioteca que podía rivalizar con la de Oxford, lo cual no quiere decir
que no llevara razón al quejarse de que no la dejaran entrar en ésta última por
ser mujer. Su padre Leslie Stephen era novelista, historiador, biógrafo y
ensayista, Su casa era frecuentada por Alfred Tennyson, Thomas Hardy, Henry
James y Edward Burne-Jones
A la muerte de su padre Virginia
y algunos de sus hermanos se vieron obligados a trsladarse a Boomsbury, un barrio londinense, mucho más
modesto del que procedían, Kensington. Allí se organiza un grupo de
intelectuales entre los que se encuentra: Bertrand Russell, filósofo, Maynard
Keynes, economista; Duncan Grant, Roger Fry o Vanessa, hermana de la escritora,
pintores; Clive Bell; historiadores- biógrafos, Lytton Strachen; escritores
como la propia Virginia o E.M. Forster. Este grupo, creado en 1907, duró hasta
la primera guerra mundial.
Virginia tenía una editorial
junto con su marido, Leonard Woolf, Ed. Hogarth Press, y es de suponer que no
tenía grandes dificultades para publicar. De manera, que Virginia Woolf fue una
privilegiada en muchos sentidos. Pero padecía un grave problema mental. Se ha
dicho que era una personalidad bipolar, depresiva o paranoide; en cualquier
caso, Virginia Woolf oía voces que la impedían concentrarse (ella decía que se sentía enloquecer) y eso la llevo al suicidio
en 1941, ahogándose en el rio Ouse. Dejo una carta de despedida dirigida a su marido en la que le explica su decisión, le da las gracias por su bondad y por los años felices que vivieron juntos y cree que él va a escribir mejor sin ella. Es una carta muy emotiva.
El suicidio siempre rondó por su
cabeza y se manifestó en algunos de sus personajes de ficción: Clarissa
Dalloway, Septimus Smith o Peter Walhs. El sueño que tiene Peter en el parque
es un deseo de muerte, de paz infinita, casi placentero. Septimus es un
excombatiente de la primera guerra mundial y ve o cree ver a su amigo Evans, al
que vio morir en dicha guerra, esto le
trastorna tanto que acaba suicidándose al final de la novela (La señora Dalloway) justamente cuando
Clarissa parece que se siente más abstraída, más destruida por sus
pensamientos. También en Las olas,
Bernard, el más lúcido de los personajes, cierra su monólogo final, y con él el
libro, al encuentro de la muerte.
Además escribió numerosos
ensayos, artículos, crítica literaria y un diario.
En la primera página de Un cuarto propio, Virginia se plantea
cuál es el enfoque que quiere dar a su discurso: Las mujeres y lo que parecen o las mujeres y las novelas que escriben o
las mujeres y las novelas que se escriben sobre ellas o esas tres cosas
inextricablemente mezcladas. Pero Virginia advierte la complejidad de la
tarea que se ha impuesto, la dificultad de llegar a una conclusión. Por tanto: Sólo puedo ofrecerles una opinión sobre un
tema menor: para escribir novelas, una
mujer debe tener dinero y un cuarto propio; y eso, como ustedes verán, deja sin
resolver el magno problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la
verdadera naturaleza de la novela.
Virginia se mete así, en la discriminación por
ser mujer y escritora a lo largo de la historia. Pero, muy resumida y obviando
el mundo hispano. María Zayas (1590-1661), Sor Juana Inés de la Cruz
(1648-1695) o Ana Mª Caro Mallén (1590-1610) son las tres grandes escritoras
del siglo de oro, dos españolas y una mexicana, que Virginia ignora.
Sin
embargo el mundo anglosajón lo conoce bastante bien y todas las escritoras que
la han precedido en el siglo XIX, como Jane Austen, Georges Eliot o las
hermanas Brontë, que nos dejaron magnificas novelas que retratan una época en
la que se empieza a llamar la atención sobre el papel de la mujer en la
sociedad.
Hasta finales del siglo XVIII, Virginia
encuentra un vacío de mujeres intelectuales. Otra vez habría que recordarle a Virginia,
la existencia de una gran intelectual, esta vez francesa, Madame de Staël
(1766-1817) y su autografía Diez años de destierro.
Me pregunto cómo pudo pasar de
largo ante las grandes novelas del siglo XIX: Ana Karenina, Madame Bovary o La
Regenta. Pero ¿es que no conocía Retrato
de una dama de Henry James?
En otro capítulo se pregunta qué
hubiera pasado si Shakespeare hubiera tenido una hermana, y le pone nombre,
Judith. Concluye Virginia: imposible que una mujer (en el siglo XVI) con el
talento de Shakespeare hubiera escrito dramas y se hubiera dedicado al teatro.
El colmo de la originalidad es el último capítulo en el
que se inventa una clasificación de hombres y mujeres curiosa. Escribe Virginia: La mente es un órgano muy misterioso, esto es una obviedad. Más
adelante divide el cerebro en dos partes: lado masculino y lado femenino y
escribe: Si mi teoría de los dos lados de
la mente no es un error, lo masculino acaba tomando conciencia de sí mismo:
vale decir, los hombres ya no escriben sino con el lado viril de su cerebro. La
mujer que los lee comete una equivocación, porque inevitablemente busca algo
que no hallará. Es fatal ser un hombre o una mujer pura y simplemente; hay que ser
viril-mujeril o mujer-viril. Es mucho más sencillo hablar de distintas
sensibilidades que es, en definitiva, de lo se trata, para no acabar cayendo en
una discriminación innecesaria.
Por otra parte, Un cuarto propio no es un largo lamento
de lo desgraciadas que han sido las mujeres. En las últimas páginas escribe: Las mujeres son duras con las mujeres. A las
mujeres las mujeres les desagradan.
Las mujeres, ¿pero no están hartas ustedes de esa palabra? Les aseguro que yo
lo estoy. Convengamos, entonces, que una conferencia leída por una mujer a
mujeres debe acabar de un modo particularmente desagradable. No hay que engañarse, Virginia estaba
encantada con escribir dicho ensayo sobre las mujeres que le permitía lanzar
críticas soterradas contra los hombres (menos Shakespeare desde luego), contra
la sociedad, cualquier sociedad y espera que el futuro sea más prometedor para
la mujer si nos damos la oportunidad a nosotras mismas.
Prefiero destacar de Virginia sus
libros de ficción, no siempre son novelas, algunos parecen poemas en prosa,
como Las olas, pero en las que
demuestra una gran maestría es en el manejo del monologo interior. En Al faro, narra el antes y el después de
una familia truncada por la primera guerra mundial. Orlando es una biografía fantástica, tiene un buen comienzo pero divaga
demasiado.
Entre el día 5 y hasta el 26 de
diciembre, en el Pavón teatro Kamikaze se
representa Una habitación propia de Virginia Woolf, dirección de
María Ruiz e interpretación de Clara Sanchís.
Imagino que la dificultad de llevar estas ideas a escena se va a quedar
en algo bastante alejado del estudio original.
En cualquier caso, sugiero leer el libro de Virginia antes de ir a ver el
montaje teatral.
Por último: ¿Conocía Virginia Woolf un poema de Sor
Juana Inés de la Cruz, titulado Hombres
Necios?
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