domingo, 14 de julio de 2013

Rayuela, 50 años. Ayer. Hoy. De ambos lados.

&nbsp&nbsp&nbsp&nbsp&nbsp&nbsp&nbsp&nbsp&nbsp&nbsp&nbsp&nbsp"¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el rio me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico."

Cincuenta años hace, por estos días, que "Rayuela" vió la luz. Comenzaban los años sesenta y Julio Cortázar nos hablaba del lado de allá y del lado de acá y también de ambos lados. Nos contó una vida, quizás su vida, en un desorden ordenado como sólo se puede contar una vida. Los personajes están aquí y están allí, unos te recuerdan a otros, cuando estás con unos añoras a los otros, cuando estás aquí quieres estar allá. La línea puede ser hasta discontinua si me apuran.
Yo sabía que tenía que leer "Rayuela" desde hacía tiempo, pero sólo pude tenerla en mis manos cuando Seix Barral lanzó una colección en una edición de bolsillo barata, tan barata que yo la pude comprar en aquéllos días del 84 cuando ganaba a penas 40.000 pesetas, pagaba 30.000 del alquiler de mi fabuloso apartamento en Altamira, y después de gastos de luz, agua, teléfono, transporte, alguna camisa o camiseta para los eternos vaqueros, El País, Fortuna y alguna entrada de cine, me quedaban para vivir unas 6.000 pesetas. Aun así vivía feliz del lado de allá, absolutamente feliz me compré mi "Rayuela" y la leí entera por el lado de allá y por el lado de acá debajo de un castaño de indias en El Retiro de Madrid cada tarde al salir de la Bazán durante dos semanas. Al regreso a casa cada noche me sentía un poco menos Marga y más Maga. Posiblemente todos hayamos jugado a rayuela y sabemos que el dibujo que se pinta en el suelo es absolutamente arbitrario, al antojo del grupo que va a saltar. El orden de los números se pueden pintar según el grado de dificultad que los jugadores quieren, todo esto es así porque las reglas del juego son del que lo juega. Vuelve a aparecer el gran inconveniente de ser muy bueno en algún juego, ya que ganar puede suponer dejar de jugar. Eso sucede en rayuela. Si eres capaz de tirar la piedra lejos, atinar a encajarla en la cuadrícula después de acordarte de por cuál casilla vas, claro, y además tienes la fuerza física para saltar tan lejos como ya intentas llegar y a todo eso le sumas tu capacidad de guardar un equilibrio aun agachándote a recoger la piedra del suelo y soportas que todos te miren... entonces... eres digno de jugar a rayuela y saldrás de ella con la cara alta y satisfecho de haberlo hecho bien. En cambio, si eres del grupo de los no-ganadores, de los torpes, tendrás el privilegio de jugar y jugar y volver a tirar la piedra una y otra vez y de caerte al perder el equilibrio y de volverte a levantar y de apuntarte a este juego y al otro y del lado de acá y del lado de allá. Quizás no te aplaudan, ni te admiren o no encuentres quién quiera jugar contigo o te dejen solo jugando, no sé, quizás sí salgas con la cara alta porque puedes aún seguir jugando. Quién podría vivir dos vidas, una del lado de acá y otra del lado de allá y no ser alguien que pierda la mirada mientras te hablan o alguien que recuerda porque no quiere olvidar, o alguien que no encuentra su sitio. "Marga, que te estoy hablando, ¿a dónde te has ido?" "Disculpa, que no, que estoy en la conversación, es que me estaba acordando de algo y..., pero sigue, sigue." El Puente de las Artes estaba gris la primera vez que me acerqué a él, tan gris como el plomizo cielo de París aquella mañana del 84. Creo que me hubiera quedado allí sentada sobre la madera, mirando hacia el lado de acá y hacia el lado de allá y otras mirándome las rodillas dobladas sobre mi pecho. "Venga, venga, Marga, que aún tenemos que ir a Montmartre" "Voy". No iré nunca a Montparnasse. Me enamoré de Cortázar y me hice cronopia por él y hoy cojo "Rayuela" en mis manos y la valoro tanto.

Marga.
Jamás he usado papel rayado para escribir ni he apretado el tubo de pasta de dientes por abajo.





1 comentario:

  1. Los demás escribimos en nuestro Foro sobre el Cine, la Literatura, la Música … y lo que reflejan. La diferencia es que Marga siempre escribe sobre la VIDA.

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