Me costó 50 dólares, bien pagados.
Fue en el Çemberlitaş Hamamı, en el centro musulmán de Istambul.
Tenía su referencia porque alguien de la oficina me lo facilitó, pero ni imaginaba que lo iba a encontrar súbitamente, cosa que sucedió una tarde sin planificarlo. Dejé en la mochila el trozo de kebab que me quedaba del almuerzo y me sumergí en él.
Sólo los olores, los reclamos del exterior ya invitaban a entrar. Una vez dentro me entregué al "y por qué no?" y me propuse pagar por el paquete más completo que incluía hamman y masajes con aceite.
A partir de ahí todo fue parte de una experiencia absolutamente sensual, lejana a cualquier pensamiento vulgar y que me introdujo en una esfera de disfrute de los sentidos y de la entrega a la humildad.
Jamás olvidaré a aquélla mujer percherona que se me acercó y me dijo: "Yo contigo. Tú conmigo. Ok? Española, verdad?".
Y yo dije, tres veces un humilde sí "Sí, sí, sí" y luego me pregunté... cómo carajo sabe esta mujer que soy española si estoy en tetas tapándome el terendenge con una triste toalla a cuadros roja, con el pelo atado en la goma negra, descalza y con un ticket de taquilla, donde dejé todas mis cosas, en la mano. A partir de ahí... entrega total. Otro mundo. El sentir de los placeres sensuales me esperaba. Tú eres para mí. Yo dije.... y yo me entrego a ti.
Istambul, con medio kebab en la mochila que me comí nada más salir del Hammam y cuya experiencia dentro ayudó a cambiar muchas percepciones de mis sentidos, para bien.
Y para siempre.
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