sábado, 23 de noviembre de 2013

“Tomás Moro, una Utopía” de William Shakespeare … y Anthony Munday, Henry Chettle, Thomas Dekker y Tomas Heywood



Queridos Cinéfilos aficionados al Teatro:

Los ingleses han tenido en su Historia dos casos de amigos consejeros de sendos reyes que, en un determinado momento de sus vidas, tuvieron que elegir entre su deber moral o mantener su relación con el monarca y el consecuente privilegiado estatus. Y eso fue, sigue siendo y será, porque todo poderoso prepotente acabará cometiendo el terrible error de confundir adulación con lealtad, cuando ésta implica que el inferior debe avisar al superior cuando considere, claramente, que va a cometer un error o una injusticia, siendo ésa la máxima prueba de lealtad: arriesgarse a advertir, de frente y claramente, a un superior que no está actuando correctamente, justamente lo contrario que adularle públicamente y traicionarle a sus espaldas.


Enrique II con su Lord Canciller, en "Becket"
Sobre el más antiguo de esos casos, Thomas Becket frente a Enrique II (monarca de la dinastía Plantagenet en la Inglaterra del siglo XII, implantada por los invasores franco-normandos, que la conquistaron cien años antes, convertidos en la clase dominante sobre los vencidos sajones, reducidos éstos a humildes plebeyos), hay una espléndida película: “Becket” (1964, dirigida por Peter Glenville, basada en la obra de teatro de Jean Anouilh “Thomas Becket ou l’honneur de Dieu”, ganó el óscar al Mejor Guión Adaptado, estando nominada para todos las grandes apartados; con un feroz duelo interpretativo entre Richard Burton, Becket, y Peter O’Toole, Enrique II. Desde mi punto de vista, fue una injusticia que no le dieran el óscar de Actor Principal a los dos protagonistas ex-aequo, ambos nominados, o, cuando menos, a Peter O’Toole, considerado por una famosa encuesta entre críticos como responsable de la mejor interpretación masculina de la Historia del Cine, por “Lawrence de Arabia”, pero sin ningún óscar en su chimenea a pesar de sus múltiples nominaciones…) que considero es la primera realmente adulta que me impresionó, ya en mi adolescencia: especialmente espectaculares sus últimos veinte minutos, desde el magnífico soliloquio del Rey tras la cena con su más íntimo círculo de nobles, todos borrachos (como creo recordar que les habla el Rey: “… mis fieles barones, máquinas bien engrasadas para beber, fornicar y matar… ¿¡Pero es que no hay nadie que me libre de este hombre?!”, hasta el histórico asesinato de Becket en la catedral de Canterbury donde va a celebrar misa (que se relata, como un tema lateral, al final de “Los pilares de la Tierra”) por cuatro barones normandos, que han “interpretado” los deseos del Rey, y el cierre circular de la película.

El otro caso, ya en el siglo XVI, es el de Thomas More (Tomás Moro en España) frente al prepotente Enrique VIII, que también tiene su película con muchos óscars: “Un hombre para la eternidad“ (1966) dirigida por Fred Zinnemann y protagonizada por Paul Scofield, excelente actor de teatro y cine que ganó con ella el de Actor Principal. Para los que hayáis tenido la oportunidad y el acierto de ver la muy buena serie de TV “Los Tudor”, Tomás Moro os resultará un personaje muy conocido.


Moro y Cía en el presente montaje
Los dos “Tomás”, que también coincidieron en ser nombrados Lord Canciller (el más alto cargo del gobierno) por su respectivo rey Enrique, acabaron trágicamente (con unos 350 años de diferencia) por honestidad a sus principios y ambos fueron elevados a los altares. Especialmente trascendente fue el caso de Tomás Moro por haberse opuesto  a la creación de la Iglesia de Inglaterra (pasiva y privadamente, hasta su famosa defensa ante el tribunal que lo juzgó, debido a la exquisita lealtad que siempre profesó a Enrique VIII hasta el final,  además de haber sido su mentor y más cercano consejero) preconizada por el Rey como “método definitivo” para conseguir la disolución de su matrimonio con Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos) y así poder casarse con Ana Bolena, lo que hizo que Tomás Moro no fuera un personaje “reverenciado” por la nueva Iglesia Anglicana ni, obviamente, por Isabel Tudor, hija de Ana Bolena y Reina de Inglaterra durante casi toda la vida productiva literaria de William Shakespeare. Por ello me ha resultado muy sorprendente que éste participara en una obra “colectiva” a favor de Moro (recientemente he leído que se apunta que Shakespeare fuera secretamente, al menos, simpatizante del Catolicismo) obra que aparentemente pervivió como clandestina hasta entrado el siglo XIX y que muy recientemente ha sido reconocida como parcialmente de dicho genio y “reestrenada” por la Royal Shakespeare Company en el Globe Theater de Londres.

Perdonad la, muy probablemente, excesiva introducción antes de llegar a lo fundamental: aconsejaros (para los que estéis en Madrid, sólo hasta el domingo, después la compañía, apoyada por la Universidad de la Rioja, continuará una amplia gira por España) ir a ver el montaje de esta obra, estrenado el verano pasado en el Festival de Almagro, bajo la inspirada dirección de la muy conocida Tamzin Townsend (responsable de algunos de los éxitos teatrales de los últimos años en Madrid, “El método Grönholm”, “Un Dios Salvaje”, …) en una acertada adaptación de Ignacio García May (del que desde aquí os alabé su muy atrayente adaptación dramática de “Drácula” para el CDN en enero del 2010, me imagino que la inclusión de un “historiador” externo a la acción es cosa suya y no de D. Guillermo y/o de los otros presuntos coautores, cuyos nombres no me dicen nada), con una atractiva e inteligente escenografía, que incluye eficaces fondos proyectados, buena iluminación y acertada inclusión de efectos sonoros, todo ello junto con una buena interpretación, notable en el protagonista, José Luis Patiño, desconocido previamente para mí.


Desde un punto de vista literario y dramático, así como de análisis profundo de los personajes, en mi opinión la obra no es comparable a las maestras de Shakespeare, pero, manteniendo un digno nivel a lo largo de toda ella, tiene escenas que, humildemente por mi parte, me parecen claramente escritas por el maestro.


Obviamente, en 100 minutos de teatro no se puede cubrir toda la vida de Moro. La obra, partiendo de su última noche en la Torre de Londres, recorre cuatro o cinco momentos de aquélla, prestando atención a recuperar no sólo la coherencia ética del personaje y su fama como filósofo humanista y amigo de Erasmo, también su proverbial ingenio y sentido del humor, que le permitía hasta actuar para sus amigos interpretando canciones jocosas con juglares, terminando la obra de nuevo en la celda de la Torre, con Moro rumbo al tajo del verdugo y el “
historiador” leyéndonos una edificante cita de su más completa y conocida obra, “Utopía”, considerada maestra de la filosofía humanista, con un éxito tal que introdujo lingüísticamente el sustantivo “utopía”, que en el libro era el nombre propio asignado a un imaginario Estado ideal.

Por si os interesara os incluyo un enlace con un r
esumen amplio de la obra (9 min, incluyendo el comienzo y el final, con la cita que he comentado): 

Decididamente, aconsejo verla (en Madrid sólo hasta este domingo: por si no conocéis el teatro Fernán Gómez, en la Plaza de Colón, tiene excelente visibilidad prácticamente desde cualquier asiento, que son de los más amplios de todas las salas que conozco de Madrid).

Buen TEATRO, amigos.

Manrique

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