sábado, 25 de septiembre de 2010

Gran Torino

Si pudiéramos elegir cómo vivir los últimos momentos de nuestra vida y cómo morir, ¿qué haríamos? Realmente yo no lo sé; sospecho que la emoción de saber que no volvería a ver más ni a sentir más a los míos me sobrecogería, me paralizaría y sólo sería capaz de dedicar mi poco tiempo disponible a recrear lo mejor de mi vida con ellos, a mirarles, a besarles, a abrazarles, a olerles, a acariciarles, a embriagarme de ellos. No sé. Si pudieras elegir cómo despedirte...

Viendo Gran Torino sentí que Eastwood se estaba despidiendo de mí. Había hecho la película del adios y lo estaba ejecutando todo como estaba 'mandao'; dejaba los valores bien colocados y la esperanza en la juventud, el relevo entregado fuertemente y con contundencia sin vacilaciones, lleno de dignidad.

Vuelve a dar la cara por los más débiles, por las minorías étnicas, por los no-triunfadores, por esos que pasan al lado y nadie se fija en ellos. Denuncia ingratitudes hacia quienes dieron lo que se les pidió y luego, olvidados, no piden nada a cambio. Abre la espita de las oportunidades, de esas herramientas básicas con las que lo podrías hacer casi todo sabiendo que ahí está el modo de hacer que la suerte cambie. De nuevo reclama los valores de la valentía, de la resistencia ante la chabacanería, de la prevalencia de un Gran Torino frente a un Kia.

Desde que comienza la película se está acabando todo.

¿Qué sabes de la vida? ¿Y de la muerte?

Los chicos van a la cárcel; las chicas, a la Universidad. Es normal que un chico listo se vuelva un ‘atonThao’, es ahí justamente donde puede encontrar la salida.

Qué mayor acto de amor que el dar la vida por el otro. La vida por la muerte. Una muerte que siembra vida. ¡Dios! ¡si es que no podía haberlo hecho mejor!

San Pedro fue crucificado, pero con la cruz invertida.

Tras la muerte, la vida.
Gran Torino
Marga.

La primera vez que la vi fue sentada en una butaca de un cine como tantos iguales en este país nuestro, pero esta última vez... fue sentada en la arena de la playa de la Victoria en Cádiz, con un cielo estrellado y una luna tímida y curiosa. Un privilegio porque en ambas ocasiones, mi hija África estaba a mi lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lo que tengas que decirnos, nos interesa. Gracias.

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.